__El hombre desciende el
mono—enseñó la profesora.
__ ¿Entonces
por qué hay monos?—respondió el alumno.
En efecto, el hombre no desciende del mono. El hombre y el mono descienden de un ancestro común, mitad hombre y mitad mono. El mono es, en términos evolutivos, un hermano nuestro, no un padre, de la misma manera que usted no desciende de su hermano, sino de su mamá y de su papá.[i]
En las aulas
se suele enseñar a responder una pregunta, no a dudar de las respuestas. Esto
último es propio de la ciencia.
¿Entonces qué
hacemos cuando tenemos que enseñar ciencia?
Hay mil
teorías sobre el origen del hombre. En la materia Ciencias Sociales tengo que
enseñar precisamente eso. En otras palabras, tengo que elegir una entre mil
teorías. ¿Cuál enseño?
La respuesta
más fácil es enseñar ¨la que se enseña¨, la ¨obvia¨, ¨la del manual¨. El
problema es cuando la teoría ¨obvia¨ es obsoleta o deja mucho que desear.
Siempre hay
que desconfiar cuando una teoría científica de moda satisface el clima de ideas
de una época. Tal vez las más evidentes sean las que terminaron conociéndose como
darwinismo social. Pero eso nunca dejó de ser así. Con miles de ideas y teorías
científicas dando vueltas sobre un mismo tema, la financiación de las
investigaciones, la televisión y el aula toman partido por una de estas teorías y
las difunde hasta la saturación, eclipsando a las demás. No hay inocencia en
esta elección. Por eso cuando veo que en el aula se enseña una determinada
teoría, me pregunto ¿por qué?
Posteriormente a la segunda guerra mundial, con millones de muertos y genocidios, la teoría dominante decía que en el origen del hombre estaba el aniquilamiento entre grupos de hombres-monos en el cual prevalecían aquellos que eran más inteligentes para exterminar al otro. Esta teoría, sostenida por el antropólogo Raymond Dart, dejaba muy tranquilo el clima de ideas de entonces.
Posteriormente a la segunda guerra mundial, con millones de muertos y genocidios, la teoría dominante decía que en el origen del hombre estaba el aniquilamiento entre grupos de hombres-monos en el cual prevalecían aquellos que eran más inteligentes para exterminar al otro. Esta teoría, sostenida por el antropólogo Raymond Dart, dejaba muy tranquilo el clima de ideas de entonces.
Luego, hacia
finales de los 60, con la juventud exaltada y el hipismo en auge, tomó fuerza el origen del hombre como resultado de la buena onda: los hombres monos se
hermanaban espontáneamente. Por supuesto, se empezó a hacer hincapié en la baja
esperanza de vida de aquellos hombres-monos y, por descarte, se daba por
sentado que ese ser evolucionó gracias a los pibes, porque se trataba de un
mundo joven sin viejos. Si el cerebro creció y fuimos más inteligentes se debió
a la pendejada.
El
antropólogo Richard Wranhang, en los últimos años, sostiene una muy difundida
teoría que dice así: la cocción de la comida hizo más fácil tanto la
incorporación de proteínas como la capacidad de ahorrar energía en la
digestión. Ambas cosas habrían llevado al desarrollo del cerebro, ya que este
necesita proteínas para crecer y es el órgano que consume más energía. Esto se
dio en una época donde la división del trabajo era total. Como la mujer
cocinaba, queda completado el silogismo: el cerebro creció gracias a ellas.
Otras dos
teorías muy de nuestra época y que están en guerra abierta son las que siguen.
La primera, la más transitada, dice que el hombre tiene su origen en África y
que—como se deja ver—desde allí colonizó todo el mundo. La teoría ¨africana¨
queda muy bien con el continente más pobre, pero es al mismo tiempo un canto a
la globalización. El hombre es uno sólo, idéntico en su origen y, se
sobreentiende, en su destino. Pero hay otra trampa. Los libros de texto suelen
mostrar, con la idea de pasar por amigo de los más pobres, dibujos donde se ve
a Adán y Eva negros. Ahora bien, luego se explica, por elevación, que el cambio
de color hacia tonos más claros fue una evolución producto de la migración. En
otras palabras, que los negros no evolucionaron más y se quedaron como éramos al inicio; negros descalzos y pobres. No obstante lo cual,
aunque satisface el discurso globalizante, esta teoría fue burlada en Tanzania,
que se autoproclamó ¨cuna de la humanidad¨, al difundirse la teoría. Con los
años, otros países del este africano siguieron el ejemplo y al día de hoy no
hay acuerdo sobre si el primer hombre fue tanzano, ugandés, ruandés o etíope. Una
payasada. La teoría ¨globalizadora¨ cobró fuerza con el descubrimiento de
homínidos como el Hombre de Flores, en Indonesia, que desapareció con la
llegada del hombre o por la llegada
del hombre. A esto se asoció una vieja teoría aún vigente que dice que el
hombre exterminó al Neandertal en Europa a su llegada. Quienes se suponen progresistas
toman esta última parte de la teoría para sostenerla y, paradójicamente,
criticar la globalización de manera indirecta.
La teoría que
rivaliza con esta, la más progre por mucho, es la que señala que hay varios
lugares donde nació el hombre. La misma, que iría en contra de la
globalización, tiene unos problemas a mi juicio insalvables. Por empezar está
la idea intuitiva que nos dice que es realmente difícil concebir a varios
hombres idénticos surgiendo en diferentes lugares. Además, la idea con sabor a Rousseau que dice que grupos distintos de
hombres-monos distintos, de orígenes distintos y distintos lugares se
encontraran un buen día para hacer el amor hasta que el materialismo los
corrompe me parece increíble.
Por supuesto
no quiero dejar de mencionar una idea que si bien tiene muy mala fama entre
los expertos yo no la creo menos descabellada que la que acabamos de ver. Se
trata de la idea (ya no de una teoría) que reza: ¨si querés ver un
extraterrestre mírate en el espejo¨ Como en las anteriores, veamos a qué
intereses es funcional esta bravuconada. Somos de origen extraterrestre; por lo
tanto vivimos en un planeta entre otros posibles. Traduzcamos: habitamos una
aldea, la aldea global. Se trata de un discurso de globalización que va de lo
general a lo particular, exactamente al revés de la teoría que postula el
origen africano, tal vez tanzano, pero con la misma moraleja.
Por último me
gustaría comentar una teoría que es poco difundida, la cual yo prefiero, no
porque sea cierta, sino porque va en contra del sentido común y de los
prejuicios más desagradables. Se trata de la teoría que dice que el hombre-mono
no era principalmente cazador sino carroñero. No son pocos los estudiosos que
sostienen tal cosa, pero no son muy populares. Afirman que si observamos el
reino animal nos vamos a encontrar con que todo carnívoro es también carroñero. El problema con que se
encuentra esta teoría es la creencia de que para imaginarnos nuestros orígenes debemos fijarnos
en las tribus del interior de la selva del Amazonas o del impenetrable bosque
congoleño. Nosotros fuimos lo que ellos son hoy: cazadores-recolectores. ¡Pero
resulta que lo que se trata de estudiar son hombres-monos, no seres humanos! Da
vergüenza ajena tener que aclararlo: un cazador del medio del Amazonas,
analfabeto y hambreado, es tan ser humano como el ejecutivo de Google o el
antropólogo que lo estudia, y bien podría haberse doctorado en estroboscopia de
haber nacido en San Pablo. El estudio del origen del hombre no es el estudio
del hombre. Y en esto pecan también las
teorías anteriormente tratadas. Hablan del hombre, no de quienes nos precedieron.
Aunque por momentos utilicen palabras como Austolopithecus
afarensis, tratan a estos seres como si fuesen más humanos que bestias. Es como si le quitaran humanidad a las tribus del Amazonas y se la otorgaran en algún grado a los bichos que nos parieron como especie.
Tal vez Jane
Goodall y K. Hawkes sean los antropólogos que más han incomodado todas las
teorías, el segundo especialmente. Lo que hizo Hawkes fue estudiar a los hadza,
una tribu africana que se sabe que son carroñeros, (aunque el hecho se mantiene en secreto para no amedrentar las conciencias de los turistas que van a ver cebras, elefantes y hadzas). En este caso también podemos evitar a esta tribu suponiendo que estamos estudiando el
origen del hombre y no al hombre mismo. Pero de todos modos el ¨descubrimiento¨
hace mucho ruido por obvias razones. Sin ir muy lejos, hasta los antropófagos
son cazadores (de humanos), pero nunca carroñros, al menos hasta que Hawkes le
puso sal al asunto. Y los mismos hadza,
hasta no hace mucho, fueron antropófagos. El resto lo piensan ustedes.
Pero,
volviendo al hombre-mono, que en fin de cuentas los hadza no lo son (aunque
habitan la zona geográfica que los vio nacer), esta teoría del origen carroñero
incomoda por otra consecuencia. Para levantar carroña no es necesaria la fuerza
bruta; ergo, las hembras levantaban cadáveres tan bien como los machos. Pero en
el caso de comerse unos a otros por falta de animales la fuerza de ellos supuestamente
prevalece sobre la carne femenina. Aunque también es probable que siendo que un
solo macho puede tener infinidad de hijos y una hembra no, la naturaleza haya predispuesto al macho a
acaparar hembras y que por lo tanto se hubiesen comido preferentemente entre
machos. Y acá tenemos otro problema: aún
no tenemos el límite temporal exacto en que el hombre-mono salió de la naturaleza, o dicho de otro
modo, en que el macho y la hembra se convirtieron en hombre y en mujer. Como ya dije en otro lado (El amor y la imaginación), nos hemos
emancipado de la naturaleza grandemente y no es al día de hoy fácil saber cuando ocurrió esto. Entonces, si ya
eran ciertamente algo humanos, esa humanización los hubiese llevado a comerse
hembras-mujeres. Si aún eran bestias, seguramente eso los habría llevado a comerse
entre machos, porque la naturaleza se puede equivocar
en muchas cosas, pero no en los mecanismos para asegurar la descendencia.
¿Por qué no
enseñar en el aula a pensar, a que se hagan preguntas? ¿Por qué no enseñarles
que la ciencia se puede equivocar, que hay miles de teorías al mismo tiempo,
muchas de ellas contradictorias y que hay que desconfiar de las teorías más
difundidas, especialmente porque son interesadas, llegan siempre al aula y nos
obligan a pensar con el sentido común; que es en realidad casi lo mismo que NO
pensar?
Leí el siguiente
chiste hace años. Unos antropólogos fueron hasta una aldea pigmea en lo
profundo de Camerún. El líder de los estudiosos se presenta ante el jefe de la
tribu y le dice: ¨vinimos a estudiar tu aldea, pero ahora nos vamos a ir a
dormir porque estamos cansados y aún no sabemos por dónde empezar¨. Cuando amagan con entrar en la choza que
suponen que les asignaron, el jefe pregunta de dónde son. ¨Franceses¨
responden. El pigmeo los hace esperar con un gesto y desaparece en su choza. Vuelve
rápidamente con un libro. Lo entrega. Ante el asombro de los antropólogos, dice
el jefe: ¨es el estado de la cuestión¨ Los franceses se miran, vacilan y luego
interrogan. ¨ ¿Lo ha leído?¨. ¨No, pero me lo leyeron los últimos que vinieron
y después de mucho pensarlo llegué a la conclusión de que en todo el libro
nunca se habla de ustedes, y ya es hora, porque están viniendo muy seguido¨. Y acomodándose
la camiseta del Paris Saint Germain, el jefe vuelve a entrar en su choza.
Dar una clase
es elegir entre el jefe de la tribu y los antropólogos. Y yo siempre voy a
elegir al jefe de la tribu, la docta ignorancia, tal vez la epojé.
Entre el clima
de ideas de nuestro tiempo está la siguiente idea: Hay que dar respuestas. Tratemos
por lo menos de hacer bien las preguntas. Como la de aquel pibe: ¨¿Entonces por
qué hay monos?¨. Yo le hubiera puesto un diez.
Nota: Dejo más abajo como
primera fuente la tesis doctoral de Ambrosio García Leal, Sesgos ideológicos en las teorías sobre la evolución del sexo, que
tanto me ha inspirado a escribir estas líneas. Aunque no puedo dar cuenta del
valor de verdad de muchas de las cosas que dice, me parece un trabajo
inteligente, inquietante y excepcional.
Fuentes:
[i] Por
supuesto, definir que es un mono es darse cuenta que hay miles de especies de
mono, y que por lo tanto EL mono no existe.
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