domingo, 7 de octubre de 2012

Más allá de nuestra vida

                                     Más allá de nuestra vida
Quizás sea normal pensar que uno se encuentra en el ombligo del mundo. Vemos las cosas desde nosotros mismos y la mejor manera de no desorientarnos es tener a nuestros cuerpos y a nuestro entorno  como referencia para no perdernos.
Entonces no es de extrañar que las civilizaciones antiguas confeccionaran los mapas con su propia civilización en el centro. Tampoco es de extrañar que el geocentrismo—la afirmación de que nuestro planeta se encontraba en el centro del universo— haya reinado por tanto tiempo como paradigma científico.
El primer sacudón a este paradigma lo dio Copérnico, quien sugirió que La Tierra daba vueltas alrededor del Sol.  A este polaco no le gustaba comer vidrio, de modo que calmó las intolerantes mentes de su época diciendo que en realidad su teoría era un modelo matemático, pero que en la realidad La Tierra continuaba en el centro del universo. No obstante lo cual, su pensamiento pudo burlar la censura y difundir que era La tierra la que giraba alrededor del Sol.
Entre los que confirmaron esta teoría hay dos insignes personas. Uno es Galileo Galilei, que vio por el telescopio lo que postulaba Copérnico. A Galileo lo amenazaron con torturarlo si no se desdecía de sus teorías copernicanas. Galileo hizo lo que se le pedía y salió ileso. El otro es Giordano Bruno, quien reflexionó que si cada estrella era un sol debía de haber infinidad de sistemas solares e infinidad de planetas, muchos de ellos habitados por seres inteligentes. A Giordano Bruno lo prendieron fuego en el año 1600. Su teoría era demasiada irreverente porque suponía la inutilidad de un dios. Los mismos científicos de su época lo creyeron un loco y atizaron el fuego.
En 1781 se le dio el segundo sacudón a este paradigma. William Herschel  descubre Urano, el primer planeta no visible a simple vista, a casi al doble de distancia del Sol que Saturno, el más lejano hasta ese momento. Durante años los científicos, incluido Herschel, pensaron que se trataba de un cometa o algo así.  Al final tuvieron que rendirse ante la evidencia: era un nuevo planeta que nunca sospecharon los astrólogos y que no contaba entre los dioses romanos. Era como un dios oculto.
Claro, Urano estaba muy lejos y muy frío como para preocuparse por la existencia de vida. Cien años después, un rana bárbaro de nombre Percival Lowell, afirmó que los canales de Marte eran grandes canales de agua construidos por seres inteligentes. Como la vida y el agua están íntimamente asociados su teoría tomó fuerza. Como los marcianos no habían llegado a la Tierra y no parecían dar muchas señales de vida que digamos se llegó a la conclusión de que ya no había nadie en el rojo planeta, y por ende, a la tranquilizadora—o angustiante—idea de que éramos los únicos seres pensantes del universo.
Pero los paradigmas de la ciencia cambian. Cuando era pequeño me enseñaron que el sol estaba en el centro y que La Tierra giraba en torno a él junto a otros planetas. Se agregaba que el Sol era una estrella, y una estrella muy particular porque tenía planetas. Como la existencia de un planeta es algo indispensable para la existencia de vida, se llegaba a la conclusión de que nuestro sistema solar, nuestro planeta y nuestra vida eran cosas excepcionales en el universo. Estos profesores se sentían muy piolas refutando a los medievales y  al geocentrismo, pero estaban propagando una doctrina bastante semejante: la excepcionalidad de la vida inteligente en nuestro planeta. Decir que estamos en el centro del universo o decir que somos únicos es casi lo mismo.
                A fines de XIX y comienzos del XX hubo teorías que le dieron  un golpe casi mortal a nuestro egocentrismo humano. Dos fueron las más importantes: Darwin demostró que somos producto de una evolución y que descendemos de animales—e implícitamente demostró que no solo no somos la cima evolutiva sino un simple eslabón que muy probablemente en el futuro no evolucione conjuntamente—.[1] La otra cachetada al ombligo humano fue dada por Freud, que demostró que no somos tan racionales como creíamos y se atrevió a analizar los sueños como lo hacen los brujos de las tribus más atrasadas.
Como si esto fuera poco, otras teorías, luego confirmadas, pusieron al ego humano al borde de la pena de muerte.  Alfred Wegener  postuló la deriva de los continentes. Nada es seguro. El suelo bajo nuestros pies se mueve. Einstein dedujo que el tiempo es elástico y que lo que experimentamos como “espacio” no es más que una ilusión del tiempo en el que nos movemos. Y más recientemente se llegó a la conclusión de que Dios tenía razón: el mundo tiene un fin, al igual que en la biblia.
Pero el descubrimiento científico más espectacular pasa desapercibido para el gran público.
En 1992 se confirmó la existencia de planetas extrasolares, de un sistema planetario ajeno al nuestro y muy lejano. Se los venía observando desde tiempo atrás, pero antes que confirmar que se trataba de planetas se les atribuyó otras posibilidades más “creíbles”. Desde esa fecha la cantidad de planetas extrasolares se han multiplicado astronómicamente a cifras siderales. 3 se descubrieron ese 1992; 19 en el 2000; 188 el año pasado; 42 ya van en este 2012.  En total se sabe de 770 planetas extrasolares. Hoy parece que la posibilidad de vida inteligente fuera de nuestra Tierra es estadísticamente mucho más esperable que la asombrosa posibilidad de que no la haya.
Una certeza más: esto implica que hay gente inteligente en otros lugares. Nosotros ya no podemos suponernos en la cima de la evolución, no al menos a nivel cósmico. No somos el techo de la inteligencia del universo. Sería otra casualidad enorme que justo en nuestro planeta se diera esa ventaja.
¿A dónde van a ir a parar nuestros sabios?, ¿a dónde nuestros dioses? Se acerca el 12 de octubre y se me ocurren muchas cosas. ¿Nos querrán comer? Acaso no nos comemos a las vacas. Ellos van a traer sus Copérnicos, sus Darwin, sus Einstein. Pero hay algo que nunca jamás podrán traer: un Giordano Bruno, porque, de alguna manera, Giordano Bruno va a venir con ellos.
                                                                                                              Octubre de 2012








[1] Y como apéndice  de esto, hay que agregar que el Hombre de Neandertal—que no es un ancestro directo— enterró a sus muertos antes que nosotros, lo cual prueba que imaginaba y creía en dios hace milenios, o sea,  antes que los humanos.

domingo, 30 de septiembre de 2012

La sortija de la calesita

Necesito sortija de calesita. Pago bien. Sin vueltas. La quiero para colgarla de la pared, sobre la computadora. Para no olvidarme de la fantasia. Necesito sortija de calesita.


Saturno, por Rodrigo Bao, quien asegura que es una calesita.


La cuerda del reloj y la cuerda del violonchelo (Carta)

                                                                 Carta a la posteridad                               

                                                                                                      Buenos Aires: Sine die

Me vinieron a buscar. Soy músico de la filarmónica. Me quieren hacer hablar. Yo les explico que sin el violonchelo no puedo. No solo es mi instrumento: yo soy el violonchelo. Ellos dicen que no tienen apuro, que me pueden golpear eternamente. Yo tampoco tengo apuro. Algunos quedan en la orquesta, dispuestos a seguir con la música, con las cuerdas, con los pulmones.
En minutos me van a cortar el aire tirándome desde un avión. Lo único que lamento es que no me van a dar ni siquiera un cajón, eso que se parece tanto al estuche de un violonchelo.
                                                                                                                  Firma: X
                                                                                                                                                                         

viernes, 31 de agosto de 2012

Dar vuelta la hoja

Dar vuelta la hoja
Se debe leer una partitura con la misma facilidad con que se lee un libro. Hay que saber hacerlo a primera vista, sin dudar, con actitud, y por supuesto, darse el tiempo imprescindible, entre la lectura y la ejecución,  para imprimir el toque de sentimiento que hace de esa interpretación una cosa única e irrepetible.
Siempre destaqué por mi facilidad para leer música. Tanto es así que un buen día me convocó el director de la filarmónica.
__ Estudiate bien la partitura, pibe. Mañana a las 8 te esperamos.
            Me tiró unas cuarenta páginas: el primero para piano de Beethoven.
            Al día siguiente, muy orgulloso de mí mismo, le dije al director que no me hacían falta las hojas, que mi memoria era excelente. No me respondió con palabras. Llamó a Elizabeth, la pianista que iba a dar el concierto de esa noche y le explicó:
__ Este pibe es el que te va a dar vuelta las hojas… Estás conforme.
            Elizabeth me miró fugazmente  y no respondió.
Esa noche, y todas las sucesivas que restaban del año, me apliqué a darle vuelta las hojas al concertista de turno. Era un calvario, y muy aburrido.
Con el tiempo los otros músicos de la orquesta demandaron comodidades similares a las del concertista. Ellos no querían ser menos. Lucharon por sus derechos. Y lograron que yo me brinde a todo el cuerpo de la orquesta. Yo no pedí nada, a pesar de que tenía que correr como una liebre de una punta a la otra del escenario para que nadie se prive de mis servicios. Era agotador, pero terminaba mi trabajo un ratito antes que el resto: cuando llegaban los aplausos del final, momento en que el director me daba la única directiva, “borrate”.
Pero todo tiene su límite y un día, muy respetuosamente, pedí hablar con el capo, en privado. 
__Quiero darle una vuelta de página a mi vida. —Saqué unas hojas. —Esta es my primera sinfonía…
__ Ah, pero que bueno, che. ¿Y la escribiste toda vos?
__ Si, además de leer sé escribir—ironicé.
__ ¡Carla¡-- llamó el director, y al punto la mina estaba a su lado—Mirá, el pibe sabe escribir.
Carla se entusiasmó:
__ ¡Ah, genial! Justamente estoy escribiendo una sinfonía y resulta que eso me crea callos en los dedos. Como escribo con la misma mano que ejecuto el violín, es perjudicial que lo siga haciendo, a menos que vos…
La casa de Carla era de lo más vulgar, igual que ella. Pronto me dio un concejo:
__ Si querés estrenar tus propias obras, empezá por aprender a dirigir, porque nadie va a querer darte una mano en ese sentido.  Mejor sería que dirijas tus propias obras, pero… ¿quién va a dar vuelta las páginas de 70 músicos?
__ Al menos ¿podría leerla?
__ Léemela vos que estoy muy ocupada. —Se tendió sobre el canapé y se aplicó a arreglarse las uñas. Me brindó un aplauso para simular al público. —Te escucho.
Y empecé a hacer el papel del ridículo:
__ En cuatro por cuatro; tiempo lento; contrafagot entrando en el primer tiempo; seguidilla de corcheas: do-re-mi-si-la; tresillos de las primeras tres notas una octava más arriba, silencio de negra, silencio de negra, silencio de negra.
            La negra, en silencio, procuraba que el esmalte no pierda su color característico. Cuando terminé, dos horas y diez minutos después, la negra dormía, en silencio.
            Una semana después me presentaban sobre el escenario de la Scala. La negra había mediado para que yo tuviera la gran oportunidad. Me presentaban así: “Y ahora escucharemos la primera sinfonía de Carlos, en do menor.”
__ En cuatro por cuatro; tiempo lento; contrafagot entrando…
            El público se desternillaba de la risa. Yo, como Keaton, no devolvía ni siquiera una sonrisa. Continuaba estoicamente hasta el final. Había accedido a achicar la obra un tanto, hasta reducirla a  media hora, porque dijeron que era mucho esfuerzo, y querían cuidar mi voz.
            La obra fue un éxito. En las sucesivas presentaciones de la filarmónica siempre habría yo con mi música, y estoy seguro que convocaba más que Beethoven y Mozart, juntos. (Después de todo se ajustaba bastante a lo que demanda ese tipo de público: que le digan lo que tienen que escuchar.)
            Salimos de gira por el mundo y el mundo me recibió con aplausos. Amsterdam, Róterdam, Berlin, Acapulco y Lima  me brindaron sus carcajadas, y un poco de sus billeteras. Estaba en el cielo.
            Pero en Tokio pasó algo. Un espectador interrumpió mi función. Gritó en pésimo inglés: “¡No: es un acorde de mi bemol mayor!” Yo había ejecutado un si mayor. Me callé y pensé con la misma velocidad con que leía las partituras. El tipo tenía razón. El fulano este se levantó y abandonó la sala. Yo concluí mi desempeño con un nivel inferior al acostumbrado. Estaba desconcertado. El público, en general, obvió el incidente, y hasta le resultó gracioso.
Pero yo no podía olvidar semejante interrupción. ¿Me estaba fallando la memoria? ¿Cómo alguien podía saber que había cometido un error? Pensé en el desconocido durante meses. Intenté rastrearlo en los escenarios del mundo donde me presentaba. Finalmente lo olvidé.
Una noche hermosa caminaba por Praga cuando un extraño me llamó. Tenía rasgos orientales y cargaba un violonchelo. Era él. Estaba muy enojado y me increpó. Pero yo no sé japonés. Intentó increparme en Inglés, pero no lograba transmitirme la clave del problema con claridad. Entonces tomó el violonchelo y lo ejecutó. Así pude interpretar que quería decirme lo siguiente:
__ Señor, hace mucho tiempo que quería hablar con usted. No sé cómo se las arregló para conseguir mi obra, ni me interesa… Estoy buscando un resarcimiento económico o voy a tener que iniciar acciones legales por plagio. Usted elige…
            El tribunal era muy respetable, lleno de columnas y gente con toga y todo eso. No había risas, a las que ya estaba acostumbrado, y solo podía hablar cuando me pedían la palabra.
            Llamaron al director de la filarmónica. El tipo se portó muy mal: afirmó que mi memoria era extraordinaria y que me bastaba leer una partitura una sola vez para memorizarla. La negra no quiso quedar atrás, explicó que yo le había hablado de una sinfonía y que todo músico sabe que nadie comienza componiendo sinfonías, sino alguna obra de cámara, preferentemente una breve pieza para un solo instrumento. También pasaron los músicos, los setenta, asegurando que yo sabía dar vuelta la página, pero que no sabían que era compositor, ni siquiera cuando empecé a recitar mi obra, porque, aclaraban, a ellos nadie les informa sobre las obras que no ejecutan.
El juicio lo perdí, y tuve que renunciar  a los derechos sobre mi propia obra. Pero aún me pregunto por qué nadie, ni en el escenario ni en la corte, se atrevió a escucharla. Quizás no era tan mala.
                                                                                                                         Agosto de 2012


lunes, 6 de agosto de 2012

Un bozal para el autista

                                    Un bozal para el autista
Glenn Gould a los 8 años
Glenn Gould es una de las personalidades con las que más me he sentido identificado. No toco el piano, no soy un revolucionario ni un genio. Pero en algo somos iguales: en el profundo desprecio por la música clásica ejecutada en vivo.
Glenn, en la cima de su fama, dejó de tocar en público. Consideraba que la música profunda no podía compartirse con otros miles, con estornudos, con toces, con una linda minita que nos distrae. Si uno intenta concentrarse, como los tenistas, es lógico que exija silencio y, preferentemente, gradas vacías.
Su ausencia de los escenarios no nos privó de su música. Continuó grabando discos, uno tras otro, hasta que murió súbitamente en 1982. Pero había algo sucio que les dolía a aquellos que lo extrañaban en los conciertos. No se trataba de sus increíbles interpretaciones de Bach, sino del inconfesable placer de verlo en escena. Basta ver una grabación del genio en vivo para apreciar lo diferente que era. No tenía sastre y siempre aparecía mal vestido e invariablemente con bufanda, incluso en los veranos ecuatoriales. Se sentaba sobre una silla muy bajita y tocaba las teclas casi como si se estuviera cayendo del piano. Pero lo más atractivo de Glenn era verlo cantar, mover los labios a medida que ejecutaba el instrumento. Su ensimismamiento era contagioso, y solía contagiar risa en los brutos. En resumidas cuentas, con su ausencia los espectadores perdieron un personaje único e irrepetible.
(Hoy algunos quieren empalidecer su memoria afirmando que Glenn padecía del síndrome de Asperger, una forma leve de autismo. A mi me parece que quieren desacreditar su falta de apego al aplauso, postulando que se trataría de una enfermedad.)
Glenn, ya sin público, llegó a convertirse en un experto de las técnicas de grabación. (Una de sus diamantinas  grabaciones viaja hacia el infinito en la Voyager 1) Pero lo que el genio no pudo o no quiso evitar es que su voz, con técnicas digitales, quedara grabada. Hoy resulta increíble escuchar esas obras, de referencia obligada para todo amante de Bach y del piano, con la voz del mismísimo Glenn Glould acompañando la digitación.  Y es increíble porque él, bajándose de los escenarios,  quería evitar lo que nosotros no podemos evitar en sus grabaciones.

NOTA: Les dejo justamente aquello que escucharán los extraterrestres que encuentren la Voyager.  A mí me deprime y me emociona al mismo tiempo el 4to preludio y fuga, a partir del minuto 11:14, porque la voz de Glenn molesta (o endulza) demasiado.  Y en segundo término les dejo un poco de Glenn en vivo, aunque sólo, con un contrapunto de El arte de la fuga. En ambas se escucha perfectamente al cantante.



lunes, 23 de julio de 2012

El pasaje de Adam Smith

                         El pasaje de Adam Smith
                                                                                                              A Mariano Grondona.
Para Aristóteles y para Epicuro la amistad descansa en principios bien distintos. Para el primero la amistad es básicamente desinteresada; para el segundo es cuestión de interés y veía una utilidad en esa relación. (Esta oposición es exitosa y la he escuchado por doquier, así que no vamos a darle bola al Foucault de La hermenéutica del sujeto que problematiza cosa tan exitosa en la página 188 de la edición de Akal. Para nosotros la oposición queda así planteada y se acabó.)
El tema es que cuando Epicuro dice que la utilidad tiene que estar unida en buen grado a la amistad, nosotros nos sentimos un poco turbados. No es que no sepamos que hay gente que va por el mundo ejerciendo la amistad en ese sentido, sino que nos parece increíble que alguien se anime a decirlo.
Aristóteles es mucho más… como decirlo… cristiano. Nos deja más tranquilos con su concepto de la amistad, ese vínculo sin interés que se forja en el largo conocimiento mutuo.
Hasta ayer todo esto me chupaba un huevo, pero estuve leyendo el capítulo segundo de La riqueza de las naciones de Adam Smith y quedé perplejo. Especialmente por el siguiente pasaje:
“… el cachorro procura con mil zalamerías atraer la atención del dueño, cuando este se sienta a comer, para conseguir de él algo. El hombre utiliza las mismas artes con sus semejantes, y  cuando no encuentra otra forma de hacerlo actuar conforme a  sus intenciones, procura granjearse su voluntad procediendo en forma servil y lisonjera. (…) El hombre reclama en la mayor parte de las circunstancias la ayuda de sus semejantes y en vano puede esperarla sólo de su benevolencia. La conseguirá con mayor seguridad interesando en su favor el egoísmo de los otros y haciéndoles ver que es ventajoso para ellos hacer lo que les pide. Quién propone a otro un trato le está haciendo una de esas proposiciones. Dame lo que necesito y tendrás lo que deseas, y así obtenemos de los demás la mayor parte de los servicios que necesitamos. (…) No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas.”
A pasajes como este suelen hacer referencia los derechistas de la actualidad, esos que se rotulan como “liberales”. Lo hacen desde una parcelada lectura de Smith, porque Smith no era tan facho como ellos pretenden y hasta tiene cosas muy progresistas para su época. (Pero como es exitoso el encasillamiento de Adam Smith como un economista de derecha, nosotros no vamos a complicar las cosas.)
Y resulta que de esto se infiere que Epicuro era de derecha y Aristóteles de Izquierda. Y quizás también podamos deducir la orientación política de cualquiera por el modo en que cultiva la amistad, que a esta altura acaso no sea algo tan noble.
                                                                                             Julio 2012

Link Obligado:
http://www.youtube.com/watch?v=33Gbe-nVIiw
Adrian Smith. Guitarrista de Iron Maiden




sábado, 21 de julio de 2012

Prokófiev y Stalin

                                         Prokófiev y Stalin
Sergei Prokófiev nació en Ucrania, pero en uno de esos pueblos del este de Ucrania donde todos hablan ruso, se visten como rusos y se sienten como rusos. Su mamá era pianista y según parece  una muy buena profesora, porque Sergei aprendió a tocar correctamente y a temprana edad.
Su madre habrá sido el primer amor de Sergei, platónico e inalcanzable, como es de rigor. Y a mí me gustaría saber algo más de esta primera relación del músico, porque , veremos, nos podría ayudar a resolver algunos enigmas de su vida.
            Con el inicio de la primera guerra mundial compone su genial suite escita y abandona Rusia. Se codea con la intelectualidad del oeste de Europa y salta hasta Nueva York. Allí conoce a  una española, Lina. Lina está fuerte y tiene una hermosa voz. Lina conquista el corazón de Sergei mientras que Sergei conquista la Gran manzana. Se enamoran. Vuelven al viejo continente. Ella queda embarazada. Se casan.
Lina no progresa en sus estudios. Tiene una linda voz, pero no le pone voluntad, no le pone onda. Prokófiev ya es una estrella y le consigue los mejores profesores de canto. Lina solo quiere dedicarse al hijo de ambos, darle los pechos, no un do de pecho.
En 1936, cuando ya asomaba la segunda guerra, a Sergei se le ocurre una de las más desopilantes ideas que jamás a ser humano alguno se le haya ocurrido: volver a Rusia. Stalin lo recibe con los brazos abiertos. Nuestro protagonista se dedica a componer y lo hace en un estilo que no se ajusta a las convenciones del realismo socialista. Sergei es muy famoso como para apretarlo más que con palabras. Entretanto, le envía una obra a su amigo Meyerhold, para que la vaya ensayando. Stalin acusa a Meyerhold de desviasionismo político, lo manda a torturar y finalmente lo fusila.  Sergei siente que le están tocando el culo.
Estamos en 1941 y las tropas alemanas avanzan deprisa. Su mujer se queda en Moscú, que es lo mismo que decir en el frente de batalla. Prokófiev se pierde en la inmensidad de Siberia, junto a su amante, de quien se ha enamorado. Lina conoce esa relación por terceros, y cae en un pozo depresivo.
La segunda guerra termina bien para Stalin. En 1948, el hombre de acero  decide hacer una purga de intelectuales. Prokófierv es muy famoso. Pero Lina no tiene esa suerte. La agarran de las bolas y la deportan a un gulag (campo de trabajos forzados para creación de  Hombres Nuevos.) Sergei se casa con Mira, que es el nombre de su amante, sin necesidad de divorciarse de Lina, dado que se habían casado en el extranjero y porque ahora, técnicamente, ella estaba muerta. Al mismo tiempo, hace de su música algo más digerible, como para la popular, como para el carnaval, como su novena sonata para piano.
En ese momento ocurre una de las casualidades más increíbles y más vinculantes en la historia: el 5 de marzo de 1953 mueren Prokófiev y Stalin.
Pero, claro, esta coincidencia no sería tal sin la participación de Lina Llubera. La viuda de Prokófiev quedó en un régimen de semilibertad  y finalmente fue liberada y reivindicada como cantante, (aunque sabemos que no cantaba del todo bien.) Mira Mendelson, la otra viuda de Prokófiev, vivió hasta 1968, y aunque fue una intelectual de fuste y colaboradora de su marido en varios libretos de óperas, nunca fue ni deportada ni reivindicada.
Yo me la imagino a Lina ese día. La habrán sacudido para que entendiera semejante alegría. Se habían ido sus dos verdugos en un abrir y cerrar de ojos, para siempre, se habían ido para trabajar en los libros de historia. Y habrá sido entonces que se paró y cantó, con todas las energías que el gulag le había pulido, poniendo un diamante en los aires de los crepúsculos infinitos que reinan en Rusia cuando se aproxima la primavera.
Sin embargo, me queda sin resolver el tema de Prokófiev y Stalin. ¿Quién murió antes? ¿Sergei se habrá enterado de la muerte de su… protector? Si se enteró, y se daba cuenta de que él mismo se estaba muriendo, habrá sentido seguramente que  José, desde el infierno, lo atraía como un imán, y que él no era más que una simple brújula que tenía que obedecer. En fin de cuentas, a nadie se le ocurriría decir que el dictador murió el mismo día que el músico. Salvo a dos nobles excepciones:  Lina, desde el cielo, y yo, desde esta hoja.
                                                                                                         Julio 2012

jueves, 21 de junio de 2012

Un diccionario de otro planeta

Un diccionario de otro planeta

La Tierra Media no existe. No es como La Mancha, donde acaecen aventuras, locas aventuras donde un loco las cree reales, aunque por momentos, de puro alienado, las crea en otro lugar. No. No podés ir de vacaciones a la Tierra Media, porque la Tierra Media no existe. En esa negación radica su encanto.
Un gran escritor, de apellido Tolkien, la imaginó, la hizo hamacarse entre sus brazos y la levantó desde sus cimientos en un abanico de inexplicable complejidad. Esa complejidad es tanto más perturbadora por su inexistencia y acaso porque hay un mapa que la detalla y un diccionario especialmente aplicado a describirla en sus más irrelevantes accidentes.
Tanto me dediqué a la lectura del diccionario que frecuento la Tierra Media más de la cuenta. (No lei el libro porque carece de la precisión indispensable que yo necesito para creer en algo .) Un continente la rodea como una faja de este a oeste. Sus montañas corren de norte a sur, como para darle prestigio a esa dirección que omite el continente. Las ciudades, todas exiguas, señorean invariablemente en las costas, que son frías como un libro nunca abierto. (Dicen que en las profundidades hay ciudades, pero en el diccionario no figura esa posibilidad.) Hace mucho calor en el polo y todo lo contrario en el ecuador. El aire está enrarecido y embota el cerebro. Los animales no abundan y son de piel arrugada. Se sabe de un animal que habla. Se sabe de otro animal que renunció al habla, y hay  quienes afirman que por eso mismo es el más inteligente. (Aquellos que se pronuncian en este sentido de alguna manera están negando con sus palabras la posibilidad de ser considerados inteligentes.)
Pero la triste figura de la realidad es que nadie vive en la Tierra Media. ¿Me estaré volviendo loco? ¿O es que la locura es el aire que se respira allá?... ¿O acá?
                                                                            Junio de 2012



sábado, 16 de junio de 2012

A ellos también

A ellos también
A los que  inflamaron los fuelles del órgano de Bach
A los que armaban y desarmaban los andamios de Rafael
A los que inflamaron el rencor de Nietzsche
A los que medraron con la pobreza de Cristo
A los gansos que nos dieron las plumas
A las ballenas que le dieron el aceite a Melville, iluminándole la noche para que escriba sobre ella
A los que encerraron a Cervantes a Gramsci a Sade
A las que se acostaron con Sade
A los que le marcaron el camino del baño a Borges ciego
A los astros que dejaron ciego a Galileo
A los anónimos mecenas que se precian de ser anónimos
A los burocráticos y aburridos compañeros de trabajo de Einstein y de Martinez Estrada
A los más de siete mil millones de compatriotas que se levantan todas las mañanas
A los compatriotas de Whitman
A los albañiles de la Torre de Babel
A los docentes
A los bomberos del alma

A los que hicieron a Martha Argerich
A los que casualmente le enseñaron el inglés a Conrad, preguntándole por el nombre de una calle
A la enfermera que se preocupó, se casó, se acostó y se divorció de  Stephen Hawking
A los padres de Shakespeare
A los hijos de Bach
A los que sirven
A los que sepultaron a los genios para siempre

domingo, 3 de junio de 2012

Historia negra de la intelectualidad francesa

Historia negra de la intelectualidad francesa

Los franceses están heridos. Al menos los pocos franceses que se dieron cuenta del problema. Ya no son el bastión intelectual del mundo. Lo fueron por muchos años, incluso por siglos. El vehículo de esa gloria pretérita, el  idioma francés, ese que ellos mismos diagnosticaban como el idioma más claro y perfecto del mundo, está teniendo sus problemas. Económicamente están condenados a estar por detrás de Alemania desde que cayó el muro, justo arriba de la cabeza de los franceses.[1]  La crisis actual los pone histéricos, y ya no hay una noble juventud como la del 68’: Francia, como toda Europa Occidental, es un país de viejos, es un gran geriátrico donde los viejos sueñan que Francia aún es Francia.
El ascenso de China, India, Brasil y Rusia, no es solo económico. Sus idiomas, hablados por cientos de millones de personas, y sus culturas también suben al podio mundial. El francés se habla en países realmente muy pobres y atrasados intelectualmente. En América la cultura francesa destaca en Haití, el país más pobre de occidente, en la Guyana Francesa, de una pobreza espantosa, en una serie de islas caribeñas paupérrimas y en la provincia de Quebec, Canadá, que, a pesar de su avanzado desarrollo, no deja de ser la provincia más pobre del Canadá. Incluso, extrañamente, los estados Norteamericanos más pobres, como Kansas, Luisiana o Missisipi, son  los que originalmente colonizó Francia.
Pero la fuerte impronta del colonialismo francés está en África. Países hambrientos como Senegal, Chad o Costa de Marfil, entre otros muchos, están orientados intelectualmente al país galo. Y como si esto fuese poco, el enorme corazón del continente negro, el antiguo Congo Belga, como la mayoría de los belgas, adoptó el idioma Francés. No es raro que uno de los acontecimientos deportivos más esperado por los galos sea la Copa de Naciones Africanas de fútbol.
En oriente la influencia Francesa se dio en la antigua Indochina; Camboya, Vietnam y Laos, los lugares actualmente más atrasados de la región. De Nueva Caledonia, en el Pacifico, mejor ni hablar: es un Paraíso; andan en bolas.
De los restantes países donde Francia tiene un ascendiente cultural importante, pero secundario, como Egipto o Líbano, podemos hablar un poco mejor, pero con toda la buena voluntad, tampoco alcanza. A los países del Magreb, Marruecos y Túnez, les cabe algo parecido. De Argelia…[2]
La filosofía francesa, la luz de la razón, la claridad del idioma, la ilustración, la civilización, la libertad, la igualdad, la fraternidad, no pasó por estos países. Y cuando lo hizo tuvo consecuencias muy graves.
Para rastrear lo que pasaba antes de que Francia y su idioma sean capos, quizás nada mejor que escuchar lo que decía Erasmo en su famoso libro, allá por los inicios del XVI.
Los ingleses recaban para sí, la de su figura, la de su mesa y la de su música. Los españoles no ceden a nadie su gloria militar. Los alemanes se enorgullecen de su corpulencia y de su dominio de las ciencias ocultas. Los franceses se reservan la urbanidad de costumbres y los parisienses se arrogan la exclusividad del dominio de las ciencias teológicas. Los italianos pretenden tener el cetro de la literatura y de la elocuencia, sosteniendo que son los únicos entre los mortales que están libres de salvajismo. Creen tener el primer puesto en todo y siguen soñando en su antigua Roma.
Elogio de la locura, Cap. 43.
De este párrafo se segregan algunas cosas preciosas. Lo que más nos importa para nuestros fines es que en esa época Paris era un centro de teología. En cuanto a la literatura y a la civilización no había con que darle a los Italianos. Pero mientras seguían soñando con su antigua Roma, Erasmo advertía, casi como un vidente, que los tiempos de gloria de Italia estaban llegando a su fin. No se equivocaba.
Y aquí tengo que decir algo muy doloroso. Las cosas cambian. Un día Boca y River no serán los grandes del futbol local. Ni siquiera puede que el fútbol sea pasión de los argentinos. Ni siquiera puede que exista la Argentina en un futuro no tan lejano. Las cosas cambian. “Todo cambia”, como cantaba la Negra Sosa. Y no hay problema. La naturaleza es sabia: porque cuando uno persiste en considerar que nada cambia, que todo seguirá igual, es la muerte la que nos salva para que no veamos ese mundo distinto que viene. Erasmo fue un tocado por la varita, un visionario. El se dio cuenta que las cosas estaban cambiando, que quizás ya habían cambiado. Que Italia ya no era el centro literario del mundo. Y tuvo razón. Creo que a Francia hace rato le está pasando eso: ya no son el bastión intelectual del mundo. Les duele. Pero, tanto ellos como sus esclavos, siguen con el mismo discurso. Para ellos no hay como Francia.


Por aquellos tiempos en que Erasmo escribía la potencia descollante del mundo era España. Como bien anota el holandés, salvo la gloria militar no podían reclamar nada para sí. El siglo de Oro de la literatura Española estaba todavía en pañales. Pero las armas, la universidad de Salamanca, así como años después el Imperio y la Contrarreforma, iban a darle a España la gloria intelectual.
Pero los errores de España, potencia mundial por entonces, le cobraron una mala pasada. En primer lugar la conquista de América le da mala reputación.  Se difunde por todo el mundo europeo las tesis de Las Casas en defensa de los indios, de la misma manera que años después se difundirían las telas y las observaciones de Goya. Y es que a los enemigos de España les viene bien difamar a España con las cosas que dicen o hacen los mismos españoles. Eran los españoles que hablan mal de España, pero no les estaban hablando a los franceses.
En segundo lugar, la expulsión de los judíos de España en 1492. Ellos llevan allí donde van un discurso claramente antiespañol, como no podía ser de otra manera.
Para empeorar las cosas, España invade Italia. Fernando el católico vive más en la bota italiana que en sus dominios catalanes. Para los tanos esos incultos y rudos españoles que invadieron el sur de la península son su propia humillación. Se muestran ofendidos. Componen poemas y textos varios para descalificar al invasor. El invasor, en 1527, saquea Roma, la eterna Roma. El orgullo italiano se muestra herido. Es el principio de lo que luego se dio en llamar la leyenda negra española. Un español, Julián Juderías, la definió así:
La afirmación contenida en libros al parecer respetables y verídicos y muchas veces reproducida, comentada y ampliada en la Prensa extranjera, de que nuestra Patria constituye, desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable dentro del grupo de las naciones europeas.

Tiempo después, otro compatriota de Juderías, definió la leyenda negra así:
La Leyenda Negra consiste en que, partiendo de un punto concreto, que podemos suponer cierto, se extiende la condenación y descalificación de todo el país a lo largo de toda su historia, incluida la futura.
Inmediatamente a los tanos, los Países Bajos propagaron la leyenda. Ellos, como nosotros, eran una colonia española. Se emanciparon de España y le empezaron a pegar duro, más o menos como nosotros.
Podemos hoy recordar las consecuencias de esta leyenda en gente como Dostoievski, que escribía en el capítulo 5 del Libro 5 de Los hermanos Karamasov:
La acción transcurre en España, en Sevilla, en los siniestros días de la inquisición, cuando por la gloria de Dios las hogueras ardían todos los días en el país (…) El quiso visitar a sus hijos precisamente allí, donde crepitaban los herejes (…) Desciende hasta las torridas calles de la ciudad meridional, donde apenas al día antes, por orden del  Gran Inquisidor, y en presencia del rey,  de los caballeros y de encantadoras damas de la corte, fueron quemados de una sola vez cien herejes en un magnífico auto de fe.
Edgar Allan Poe se hacía eco de la leyenda negra española en el final de uno de sus cuentos más celebrados, El pozo y el péndulo, donde también implica a los franceses como los salvadores del protagonista:
¡Más, he aquí un discordante rumor de voces! ¡He aquí un fuerte sonar de numerosas trompetas! ¡He aquí un poderoso retumbar cual el de un millón de truenos!¡Las incandescentes paredes se precipitaron hacia atrás¡ Un abrazo estirado se apoderó del mío cuando, desfalleciente, iba yo a caer en el abismo. Era el del General Lasalle. Las tropas francesas habían entrado en Toledo. La inquisición estaba en manos de sus enemigos.
Pero fueron los franceses, que estaban limitando con España por los cuatro costados (los Países Bajos e Italia, dominios españoles, limitaban con ellos, así como la misma España) los que se encargaron de propagar hasta la demencia la leyenda negra. El ascenso de Luis XIV, el Rey Sol, en el siglo XVI, marca el apogeo de Francia, su expansión imperial y una época de brillo intelectual. Pero ya en el siglo XV, 1590,  podemos encontrar expresiones de aversión a todo lo español, como esta, que debemos a Antonine Arnould padre, que informaba a sus compatriotas en un libro de nombre revelador: El antienpañol
[...] insaciable avaricia [de los españoles], su crueldad mayor que la del tigre, su repugnante, monstruoso y abominable lujo: su incendio de casas, su detestable saqueo y pilaje [...] su lujuriosa e inhumana desfloración de matronas, esposas e hijas, su incomparable y sodomítica violación de muchachos, que los semibárbaros españoles cometieron en presencia [... de] padres, esposos o parientes [...]

Tiempo después, en el artículo Geografía moderna de La Enciclopedia, Masson de Marvilliers anotaba:

Hoy Dinamarca, Suecia, Rusia, incluso Polonia, Alemania, Italia, Inglaterra y Francia, todos pueblos enemigos, ¡todos arden por una generosa emulación del progreso de las ciencias y las artes! Cada uno medita las conquistas que debe compartir con las demás naciones; cada uno de ellos, hasta ahora, ha hecho algún descubrimiento útil, ¡que se ha convertido en provecho para la humanidad! ¿Pero qué se debe a España? Desde hace dos, cuatro, diez siglos, ¿Qué ha hecho España por Europa?
Y olvidémonos de España. Ya para entonces Francia era una potencia.  Pero era una potencia que, además de desprestigiar otros países, se sabía vender. (Es recordada la reacción de Beethoven ante Napoleón. Le dedicó la tercera sinfonía, la Heroica. Luego retiró esa dedicatoria cuando descubrió que junto con los ideales venían los cañones y el imperialismo francés.)
Los haitianos aprendieron muy rápido las consignas de libertad, igualdad y fraternidad, al punto de que se constituyeron como la primera república independiente de América Latina. Pero para los franceses no era lo mismo esas consignas en manos de los negros.   Les mandaron un ejército, que, luego de mucha sangre, fracasó. Pero los franceses no arrugaron ni se desanimaron. Escribieron la historia a su medida. El mérito de esa primera independencia latinoamericana era de ellos, que lograron inculcarles a los haitianos  los valores universales ya citados. Como se deja ver, unos zorros.

Los franceses invadieron México y entronizaron a Maximiliano. Tiempo después, Maximiliano cae cautivo de los patriotas y es condenado a muerte. Victor Hugo escribe en 1867 a Benito Juarez, a la sazón, presidente azteca.
Juarez, Maximiliano, qué duda cabe, ha querido matar a México. Pero, Juárez, haga dar a la civilización ese paso inmenso. Juárez, abolid sobre toda la tierra la pena de muerte. Que el mundo vea esta cosa prodigiosa: la república tiene en su poder a su asesino, un emperador; en el momento de arrollarlo, se da cuenta de que es un hombre, lo suelta y le dice: Eres del pueblo, como los demás. Vete. Vete con el pueblo. Eres libre.

En pleno siglo veinte, en la década del 60´, bombardearon Argelia. ¿La excusa? Proteger a las minorías francesas, que no era otras que las clases privilegiadas, que detentaban el poder político y económico del país, que por  entonces era una colonia gala.          

Pero aún hoy Francia sigue esgrimiendo sutiles armas para embanderar con la tricolor a los jeropas del mundo intelectual. Los departamentos de la Universidad de La Sorbona son un ejemplo demoledor. La universidad de Paris divide a los estudiantes por su procedencia. Así tenemos que por ejemplo a los latinoamericanos los agrupan en el departamento latino. Estos estudiantes constituyen una Ciudad flotante inmigratoria dentro de Francia. Cuando se reciben, vuelven a sus países de origen embarazados con la luz de la cultura francesa, dispuestos a propagar las novedades intelectuales y a engrandecer de esta manera al país que los ha adoctrinado. (Y si no vuelven, da lo mismo. Serán alabados y escuchados con atención por sus compatriotas.)
Hay un resentimiento larvado hacia Francia que se expresa desde los lugares menos tradicionales, como Wikipedia. En la entrada que se llama Cultura de Francia, podemos leer.
A pesar de todo, el principal rasgo del galo moderno es su apego a la libertad individual, apego que se fortaleció con el gobierno socialista y que les hace afortunados aunque solitarios. Posiblemente por esa soledad y el agobio económico que viven actualmente, estén buscando con ansiedad las atenciones de adivinos y curanderos, poniendo de manifiesto que no han perdido su carácter mágico, de herencia celta.
Este anónimo colaborador de la Wikipedia está disfrutando la debacle económica de Francia gracias a la aversión que tiene a la intelectualidad gala.

Los franceses escribieron muy bien la historia. Hoy, cuando alguien dice “resistencia”, piensa en Francia. Pero no sería al pedo recordar que la resistencia rusa, polaca o italianas, así como muchas otras, también existieron, y fueron mucho más resistentes.
Suele pasar, las potencias intelectuales se imponen desde los prejuicios más nobles. Lo que hoy digo sobre Francia también vale para la antigua Grecia. No solo fue la cuna de las ciencias, también fue un sangriento imperio marino. 
Alguien dirá que lo que aquí digo es el típico hermetismo de quien solo ve el vaso medio vacío; de aquel a quien el árbol no deja ver el bosque. Y a esos yo les contesto: si quieren ver el bosque o el vaso medio lleno escuchen lo que dicen casi todos los intelectuales. Yo sé que miro sólo la mitad del asunto, pero soy uno de los pocos que lo miran. Estoy de acuerdo con todas las bondades que Francia nos legó. Pero también estoy harto de escuchar maravillas sobre Francia. Incluso yo mismo tengo en este blog páginas de elogio para ese destacado país. Pero por hoy prefiero olvidarlas.
Y para terminar, unas reflexiones. Aunque muchos no lo quieran ver, hoy Estados Unidos es la potencia intelectual del mundo ¿No se estará fabricando una leyenda negra en torno a ese país? Sin dudas, es un imperio sangriento. Pero a veces se nos va la mano y no podemos apreciar ningún aspecto positivo en los yanquis. A ellos les pasa un poquito lo que le ha pasado a España. Y para desprestigiarlos qué mejor que escuchar a tipos como Chomsky o Michael Moore, que son norteamericanos que hablan mal de Norteamérica (aunque no nos están hablando a nosotros.) Y yo me pregunto, ¿por qué no hubo leyenda negra de Francia? ¿Es que acaso ellos no fueron tan imperialistas como los otros? Creo que la respuesta es que Francia nunca descolló absolutamente en el mundo militar. Tuvo sus momentos de auge, pero siempre a las sombras de otras potencias, especialmente de Gran Bretaña. Paradójicamente, esta imposibilidad de ser la potencia militar número uno del mundo se trocó en la posibilidad de ser la potencia intelectual número uno del universo.
                                                                              Junio de 2012




[1] Ya lo había dicho Margaret Teatcher. Cuando Francois Mitterrand y Ronald Reagan mostraban su optimismo y su apoyo para que las dos Alemanias se unan, ella se opuso. Sostenía que Alemania unida iba a tomar el liderazgo económico de Europa. El tiempo le dio la razón.
[2] El colonialismo Inglés dejó un desarrollo ostensible allí donde estuvo: Nueva Zelanda, Canadá o Sudáfrica (el país más rico del continente.) La india ya era pobre cuando llegaron los piratas, que dejaron ferrocarriles. A Haití los negros los llevaron los franceses y no les dejaron ni los calzones.