miércoles, 11 de septiembre de 2013

El realismo mágico según Marcos

“Leer comunicados del EZLN es leer poesía, de razón, de argumentos, de propósitos cargados de belleza” (Subcomandante Marcos, o alguien que se hace pasar por él.)


Marcos y su mujer

Se sabe: el subcomandante Marcos es un personaje de novela. Para ser más preciso, del realismo mágico. Eso de que “Todos sean Marcos”, de que Marcos fue un mártir, y que por lo tanto no murió, sino que vive en él, suena demasiado a García Márquez; la permanente búsqueda de una identidad que se reivindica y se desconoce, y los muertos que retornan, remite mucho a Rulfo; la misma selva, que esconde a estos pueblos es el paisaje más adecuado para la mágica empresa revolucionaria; y ni que hablar del mismo Marcos, una mezcla de eternauta y mono con una infinita dulzura en las palabras: todo suena a literatura latina de hace cuarenta años.
Claro, el realismo mágico gozó de gran aprecio bastante antes de la aparición del subcomandante. Él mismo, gran lector, por entonces debió de leer desde García hasta Márquez, desde Aureliano hasta Buendía, y se le habrá hecho carne la idea de representar un papel en esa gran novela, pero encarnándola en la realidad, la de verdad.

Así, Marcos se puso a escribir ficción, cuentos, poemas. Para ganar las conciencias embelleció, tal vez sin proponérselo, el medio en donde se movía. La selva Lacandona se nos presenta bella, su gente pura, casi que da envidia. Integró al indígena como metáfora del excluido y como resistencia ante la globalización, y si nos gusta la metáfora podemos terminar por olvidar la realidad.
Sin embargo, introdujo la estética en la política, y con eso su mayor aporte. Pero este aporte, es un aporte a occidente. Ya Mao, o Confucio mucho antes, habían demostrado el poder de las bellas frases en la política, pero en oriente. Marcos nunca dejó de ser maoísta, al menos en este aspecto.
Occidente es un mundo que el subcomandante conoce muy bien. Sospecho que él sabe mejor que nadie como se reciben en Europa sus encantados discursos. La intelectualidad europea conoce América Latina por su literatura, y ha quedado hechizada. Marcos debe ser consciente del peso de sus palabras en el viejo continente, porque se sabe que todos escribimos pensando en un lector potencial o modelo. Yo trataría de aflojar un poco con la belleza. En primer lugar porque hay quienes darían toda la sangre indígena con tal de seguir gozando de la belleza, de la misma manera que hay gente que mataría a un santo con tal de ser amado por una mujer. (En el fondo todos los intelectuales reivindican las desgracias personales de Dostoievski y de Cervantes, porque gracias a esas desgracias hoy tenemos al Quijote y a Iván Karamasov.) Y en segundo lugar, porque aun hay intelectuales que valoran la escritura por la escritura misma…
Para el realismo mágico la realidad supera a la ficción. Pero, por supuesto, predican esto desde la misma ficción. Marcos hace al revés: la ficción supera a la realidad, y lo dice desde la misma realidad. Porque aunque Marcos escriba cuentos y poemas, nunca será un escritor de mérito. El mérito mayor de los escritos del subcomandante es, sin dudas, crear conciencia, concientizar a miles de marginados (y de intelectuales...) Marcos no escribe, hace política, y la hace bien. Pero como literato, intentando llegar al mayor número de lectores, es muy mediocre.
Alguien lo tenía que decir.

sábado, 10 de agosto de 2013

El primer amor de mamá

Vi a mi madre por última vez en julio, en Argentina, con un frio húmedo y una lluvia densa. No sabía que iba a ser la última charla, el corte definitivo con el cordón. Mi madre estaba sola en su casa grande. Siempre me esperaba sola, como para santificar ese momento: sola como toda mujer con su embarazo. Un poco más arrugada que la última vez, sin embargo, la luz de sus ojos me marcaban un cambio positivo. Ahora se parecía a un buda, con toda su sabiduría y su jerarquía moral. Yo había dejado definitivamente a una mujer en Francia, mi amor se había gastado sin siquiera darme cuenta. Mamá ya sabía, pero se lo comenté igual porque la redundancia afirma las ideas y a veces adorna las palabras. Esperé la respuesta con una ansiedad que mis ojos vendían. Me inquietó ver en sus retinas un movimiento raro, como queriendo huir de mi presencia. Extrañamente me sentí culpable. No esperaba eso. Sus ojos se humedecieron.
__¿Dejaste a Cecilia?—Preguntó, retóricamente.
Le dije que si, y le remarqué que era para siempre. Su incomodidad me exasperaba. Tomó un pañuelo, se secó las lágrimas y me fusiló:
__No sabés qué feo que es que te dejen.
¿Quién fue ese hombre que dejó a mi viejita? Repasé la historia de mi madre que, mi padre más que nadie, me enseñó. Lo debe haber amado entre los 15 y los 20 años, que fue cuando conoció a papá. Y ahora, medio siglo después, esa persona se colaba por los labios y por los ojos de mi madre, por su pasado y por su presente. Volvía con una fuerza incontenible, implacable… Volvía hacia mi.
Yo no voy a volver con Cecilia. Ni en pedo. Pero sentí en ese instante que Cecilia se vengaba en los ojos y en los labios de mamá, para siempre, hasta que me ganen las arrugas.

miércoles, 31 de julio de 2013

Las madres que no amaban a los hijos

El papa ha dado muestras de que la iglesia está dando una apertura. Es lo que dijo. Es lo que sale en los medios. Pero no sería impertinente de mi parte, sabiendo cómo operan los medios y la alta política, sospechar que hay algún guiño de X a Y para que ciertos temas salgan a la luz o se forjen.
La noticia dice así:
El 4 de febrero, Bruno Puglisi (7ños) iba con su mamá en la camioneta familiar por la ruta 40 desde San Martín de los Andes hasta Lago Hermoso. Pero en el camino, un accidente truncó su vida. La camioneta terminó en las aguas de un lago, en el medio de la noche. La madre se salvó; él murió ahogado. Pero ahora, la Justicia cree que no fue eso lo que pasó. Según el fiscal del caso, a Bruno –que tenía una severa discapacidad– lo mató su mamá.
Que un fiscal tenga tanta repercusión justo cuando el papa acaba de pasar por el cono sur acaso sea casual. Que los casos de Romina Tejerina, que mató a su hija, producto de una violación, y el de los Fraticelli, que mataron a la suya, discapacitada mental, vuelvan a ser recordados en todos los medios, también puede ser casual.
Pero yo no creo en las casualidades. Porque también parecería casual que todo esto tiende a tomar, subrepticiamente, una postura ante el aborto, que es el debate que se viene.

miércoles, 24 de julio de 2013

El perfil bajo de Mitre

                        
 "Vivo estoy yo, y esto podría favorecerte si pides fama, porque podría escribir tu nombre en mi narración"
Infierno, Canto XXXII

Cuando se habla de los grandes prohombres de la historia Argentina se suele omitir al que quizás sea el más importante de todos: Bartolomé Mitre. Sí, a ese que fue militar, presidente, historiador, inventor y poeta.
Es llamativo el hiato entre la academia y el saber común: para los primeros es un hecho obvio que la Argentina no existió hasta 1963. Para los otros es evidente que la Argentina se conforma en 1810.
La historia oficial, tanto la de antes como la de ahora, sigue sosteniendo incólume que nuestra historia, como país, surge de la revolución de mayo. Algo entonces anda mal, porque le estamos errando por más de 50 años.
Argentina se constituye como nación casi al mismo tiempo que Alemania e Italia, teniendo como corolario la fecha de 1880, en que se federaliza Buenos Aires.  Pero ya antes se empieza a prefigurar este desenlace, en 1863, y acaso antes, en 1857…
Mitre es famoso—o debería serlo—por confeccionar nuestra historia, porque de esa manera estaba confeccionando un país, dado que al hacer la historia de una nación que no existía, la estaba inventando de alguna manera. Pero ya en 1857, cuando Buenos Aires estaba separada del resto del futuro país—en realidad Buenos Aires no hacía más que continuar con lo que venía haciendo desde tiempo antes—, el general Mitre tuvo su primera y poco conocida cabalgata en la edificación de una historia. Se trata de la repatriación de los restos de Rivadavia, que nominalmente fue el primer presidente. Mitre advirtió que la historia de Buenos Aires estaba identificada fuertemente con Rosas, y ese fue el remedio. Repatriando esos restos dio, además, dos mensajes muy astutos: sentó la aspiración a la hegemonía nacional por parte de Buenos Aires e identificó el pasado del país con los unitarios, y por extensión con los liberales a los cuales él pertenecía. Por lo tanto, Mitre empezó a construir el pasado del país no con un libro, sino con un cadáver.
Bartolomé estaba intentando así constituir un país, pero como todos sus coetáneos, tenía dudas sobre cuáles serían los límites físicos de ese país. Es por eso que en el diario El Nacional publica un artículo llamando a formar una República del Plata. Por esos años, Derqui y Urquiza sueñan con una República de la Mesopotamia y el uruguayo Juan Carlos Gómez pide conformar los Estados Unidos del Plata. [i]
Mitre, finalmente termina por ser el primer presidente argentino. Rivadavia había sido una simple aspiración.  No había tecnología, no había caminos, no había voluntades cuando ese quijote mediocre gobernó.  Bartolomé resignó ser el primero por algo que luego veremos, su propensión a pasar desapercibido. Ya como presidente quiso tomar una decisión idéntica a la intentada por Rivadavia en su momento: federalizar Buenos Aires. Pero aún no eran tiempos para eso. No obstante lo cual, la sola intención lo ennoblece.
Pero si Mitre es denostado por muchos es, sin dudas, por su actuación en la guerra del Paraguay. Muchas lecturas se pueden hacer de este hecho aberrante que costó tantas vidas.  Por ejemplo la de Maclynn, en Una interpretación de las causas de la guerra de la triple alianza, hoy compartida por varios historiadores—verbigracia, Hilda Sábato—, que subraya a Mitre como el principal responsable del conflicto.
Sucintamente, según esta plausible interpretación, Mitre habría operado a las sombras, diplomáticamente, indirectamente y pacientemente, para arrojar a Brasil a una guerra contra Paraguay, en alianza con Argentina. El fin de Mitre era forjar la Argentina obligando a volcar las lealtades del interior a su favor, degradar bélicamente a un vecino por entonces poderoso y peligroso, fortalecer el ejército—y por lo tanto el monopolio de la fuerza— y, paralelamente, difundir los símbolos patrios, que en un contexto general de analfabetismo son la vía más rápida de adoctrinamiento, según entiendo, dado que la alfabetización insume un tiempo mayor. En este contexto, los enfrentamientos contra el Chacho Peñaloza y contra Felipe Varela, que se dieron en paralelo con aquella guerra, deberían ser vistos como parte de la misma estrategia, sin olvidar que Paraguay y su régimen constituían una fuente de inspiración para los pueblos del interior, dentro de una coyuntura en la cual Paraguay mismo no era percibido necesariamente como otro país.
Pero el rasgo más genial de Mitre fue pasar desapercibido, históricamente desapercibido, y a un mismo tiempo construir la historia, la nuestra. Años después de su presidencia se dedica a esa tarea. Sus monumentales obras históricas hablan por sí solas. Si usted las lee notará tras la escritura al escritor, como de costumbre. Pero hay algo en esas inagotables obras que yo vengo a destacar acá y que hasta donde sé nadie ha advertido. Mitre tiene una admiración evidente por la guerra de zapa llevada adelante por San Martin. La guerra de zapa es una táctica, muy empleada por el correntino, y que consiste en una serie de estrategias para despistar al enemigo. Básicamente se trata de decir una cosa y hacer otra o sugerir algo y hacer lo contrario. Pero la admiración de Mitre excede la guerra de zapa. Admira la forma en que San Martin le hablaba a los indios pareciendo que el mismo lo era, o admira los discursos llenos de mentiras con que arengaba a sus tropas para que vayan a morir por la virgen, siendo que tanto él como Bartolomé eran masones y ateos. Y, aunque esto no lo diga, estoy seguro que admiraba a ese oficial del ejército español que hablaba con acento andaluz y que Mitre se encargó de canonizar como el más argentino. Por lo tanto, se me hace difícil suponer que Mitre no haya tenido su propia guerra de zapa, y la guerra del Paraguay debió haber sido la suya. Además, Bartolo solía evitar firmar documentos importantes: en otras palabras, sabía evadir el juicio de la historia.
No hay una digna biografía de Mitre. Muchos achacan este defecto a la preeminencia del diario La Nación, que él fundó.  Sin embargo, sería bueno que no pase más desapercibido un hombre tan importante para nuestra historia, que entre muchas otras cosas, fue el primer traductor de la Divina Comedia.  Dentro de la generación del 37´ Sarmiento es Gardel, y lo eclipsa largamente. Esto no debería ser así, aunque ese destino menor haya sido el deseo del inventor de lo que somos.






[i] Historia general de las relaciones exteriores de la República Argentina, Cisneros-Escudé, Tomo V, pág. 169 y ss., Grupo editor latinoamericano, 1998.

domingo, 14 de julio de 2013

Sobre el Profesorado de Policía


A la memoria de Oscar Terán
 
 
Desde que el sabio Sócrates advirtió que él era sabio precisamente porque era consciente de su ignorancia, no hemos avanzado mucho. El hombre es hombre y es ignorante. Afortunadamente ignorante, porque eso revela que nuestro conocimiento no tiene techo. Triste el caso de los dioses, que todo lo saben, y que poseen la eternidad para aburrirse con ese descomunal saber. Problema de ellos: yo celebro nuestra ignorancia, porque es el principal motor de nuestro deseo de conocimientos nuevos.
En la mayoría de los casos, la gente que ingresa en un profesorado es por vocación, y aunque parezca paradójico, esto puede no ser tan bueno como parece a primera vista. Para el alumno promedio de un profesorado, el profesor es Dios, con mayúsculas. No lo discute, no se le ocurriría discutirlo. Es perfecto, intachable, genial en todo y, por supuesto, la suma del saber absoluto.
Pero hay más, en profesorados como filosofía o literatura el alumno que aspira a profesor tiene una inclinación natural hacia los libros. Son carreras amigables con la lectura. Sin embargo, en otras carreras, la propensión a los libros es vaga o nula. Esto crea una metodología de enseñanza, porque el docente da los textos a leer y el alumno decide estudiar de los apuntes, no del texto. Pero esto es así por algo concreto: un respeto sacro a todo lo que diga el docente. Inconscientemente tienen por seguro que el libro se puede equivocar, pero el docente, no, el docente nunca se equivoca. Y si a un compañero se le ocurre corregir al maestro de seguro es un enfermito, y será llamado a silencio.
Ahora bien, en los profesorados está la idea de formar cuadros de profesores con espíritu crítico, o dicho de otra manera, que sepan dudar, que sospechen que acaso podrían estar en un error. Y doy fe que en la mayoría de los casos los profesores de nivel terciario ponen su empeño en esta tarea, pero no es fácil. Los alumnos que muestran el susodicho perfil son así no por culpa de los profesorados. La raíz hay que buscarla en el secundario. Allí le chuparon las medias a toneladas de profesores, que además eran vistos como un ideal a seguir, como una especie de mamá sustituta o papá putativo. Les celebraron los chistes al docente, a los graciosos y a los amargos, les dejaron una manzanita a los buenos profesores y a los malos también, hicieron la tarea, aunque esa tarea haya sido una verdadera insensatez, sin levantar la voz y sometiéndose dulcemente a los mandatos del profe.
Esta gente puede ser peligrosa, porque admiran de la docencia lo que la docencia tiene de policía. Muchos de los que aspiran a ser profesores son como muchos que aspiran a ser canas. Hay una cuota de poder al frente del aula. Bien utilizada esa cuota puede construir universos. Mal usada puede hacer del docente un policía del pensamiento. Porque esos mismo que endiosan al profesor mañana serán docentes y reproducirán lo que hacen en el aula como alumnos. Serán docentes que no tendrán defectos, que aplaudirán a la directora del establecimiento y le ofrecerán una manzana cuando llegue el día de la directora o el día de la escarapela, que medirán a sus alumnos según el grado de obediencia, que le darán una mano al que no la necesita, pero se ha portado bien.  Y, por supuesto, censurarán a cualquier alumno que ponga en evidencia  lo que el docente desconoce o aprendió mal. No serán crueles con todos, y seguramente habrá una alumna que le regalará manzanas y que se sacará diez. Aunque, podemos estar seguros, habrá inevitablemente muchos alumnos que aborrecerán a semejante profesor o profesora.
Es por eso que cuando alguien dice que tiene vocación docente, yo tiemblo. Pueden ser así: alérgicos a los libros, pero muy aficionados a repetir literalmente lo que se enseña; acalorados defensores del poder diminuto—en los colectivos defienden al colectivero—; censores de todo lo que obstruye la asimetría;   Incapaces de pedirle un poco de humildad a un profesor, pero sí a un compañero; en fin, que se metieron en un profesorado no por amor a los libros, sino por amor a los profesores (que no es lo mismo que el amor a la profesión.)
Oscar, vos antes de morirte dijiste en un reportaje que no te importaba ser recordado como un gran escritor o pensador, pero que tenías por seguro que como docente eras el mejor. Si, fuiste el mejor, diciendo que no sabías lo que no sabías y dudando siempre de tu enorme conocimiento. Dando una respuesta y dejando dos preguntas.  Sí, fuiste el mejor, lejos. Inquiriendo la historia con filosofía y enseñando la filosofía con metáforas.  Lejos, el mejor. Pero quedate tranquilo. Hay muy buenos docentes en el profesorado. Y, lo mejor, es que hay muchísimos alumnos  que humildemente te tienen por norte, y que serán dignos cuando les llegue el momento.

viernes, 12 de julio de 2013

Apología de un cuento de Marechal

Leopoldo Marechal es mayormente conocido por sus bestiarios. Me refiero a esas obras bestiales en su extensión, que no se agotan nunca o—como diría Macedonio—  que siguen hablando cuando uno ha cerrado el libro.
Pero Leopoldo es más que eso. Es también sus cuentos contenidos en compilaciones como Cuaderno de Navegación, que a esta altura debería ser más considerado… por los filósofos. En especial por el cuento Primer Apólogo Chino.
Acabo de leer una crítica filosófica de este hermoso cuento. La crítica en cuestión es horripilante, básicamente porque supone, como otras críticas que recuerdo, que hay que analizar un cuento sin analizarlo: o sea, decir más o menos lo mismo que explícitamente dice el cuento pero sin profundizar.
La culpa de todo esto parece, a primera vista, del mismo cuento, que se nos presenta aparentemente con una claridad de mediodía y con la brevedad de un apotegma.  Resumiendo el cuento: Un ministro le dice a su empleado que primero hay que vivir y luego filosofar. Entonces el empleado le refiere una historia china. Un discípulo le dice al maestro chino que primero hay que vivir y luego filosofar. El maestro lo golpea.  El discípulo recorre el mundo y le dice al maestro lo mismo,  que todos le han dicho que primero hay que vivir y luego filosofar y que por lo tanto debe ser así. El maestro lo vuelve a golpear. Así, el alumno termina por aceptar que primero hay que filosofar y luego vivir. El ministro, que ha escuchado la historia de su empleado, queda admirado del relato, y le pregunta de dónde ha sacado ese cuento. El empleado le dice que es un invento suyo. El ministro, que ya no cree en la enseñanza del relato, lo sanciona.
Yo creo haber vislumbrado lo que fue la fuente de inspiración de Marechal para escribir este cuento.
Leopoldo seguramente conocía los argumentos falaces y la clasificación de los mismos. Tenemos la falacia del argumento Ad populum, que consiste en creer que un argumento es verdadero simplemente porque la mayoría lo cree así. Es el caso del discípulo que como todo el mundo le dice que primero hay que vivir, él lo cree y punto. Después tenemos el argumento ad baculum, por el cual se emplea la fuerza para justificar un razonamiento. Esto se ve claro en el maestro, cuando golpea al discípulo, al punto tal que este termina por decir lo mismo que el docente. Finalmente tenemos en el ministro una doble falacia: ad verecundiam, que se basa en suponer que un argumento es verdadero solamente porque el que lo dice es una autoridad en la materia. Es precisamente lo que supone el ministro en un primer momento, cuando queda asombrado por el relato de su empleado, que supone de un tercero. Pero, cuando se entera que el relato fue creado por su mismo empleado cae en otra falacia, la que se denomina ad hominem, que consiste en descalificar un argumento solamente por quien lo dice.
Así comprobamos que no solamente Leopoldo concibió, creo yo, su cuento en base a una lista de falacias, sino que también este cuento se presta excelentemente para explicar las falacias en el aula, como un maravilloso ejemplo, donde, además, aparece un alumno y su maestro.

lunes, 17 de junio de 2013

Personas olvidadas (1978)

Personas olvidadas (1978)
Acaba de morir Jorge Rafael Videla y quisiera recordar a dos personas olvidadas: Emilio Marcos Palma y Silvana Suárez.
               
A fines de 1977, Jorge Palma, Teniente Coronel, fue llamado a algún despacho del Ejército Argentino. Le ordenaron que se presente con su mujer, María Silvia, embarazada de varios meses. Lo que le pidieron a Jorge fue un favor y un premio al mismo tiempo: que su hijo naciera en la Antártida, convirtiéndolo automáticamente en el primer humano nacido en el blanco continente.

El 7 de enero de 1978 nació Emilio Marcos Palma, en la Base Esperanza. Fue anotado en las actas de nacimiento y en el libro Guinness  de los records, donde aún figura como el hombre nacido más al sur del planeta.
Por supuesto que el gobierno militar planeó todo esto con fines de reclamación sobre ese austral territorio. Pero la pregunta que a mí me mueve a escribir es otra: ¿Dónde está hoy Marcos? Qué fue de una celebridad sin par, que según parece, no buscó esa fama. Por favor: si alguien sabe de él…
 
                Silvana Suárez tuvo su momento de gloria en 1978, el mismo año del mundial. Ganó el concurso Miss Universo y por acá se decía que éramos los campeones de la belleza femenina. Con el fútbol no alcanzaba. Argentina vivía un momento de aislamiento internacional porque no respetaba los Derechos Humanos, y este premio bien pudo ser otorgado a una argentina con un sentido de compensación.  El gobierno de facto se hizo eco de este galardón con un fin obviamente político. Pero lo que pocos saben es que el segundo apellido de Silvana es Clarence, por su ascendencia británica, y que el premio fue concedido (¿cedido?) en Londres. Si alguien sabe de Silvana, por favor…


domingo, 16 de junio de 2013

La silla de Czolgosz

La silla de Czolgosz
Ohio no ha de ser un buen lugar para venir al mundo. No al menos si pensás ser presidente de los Estados Unidos. A William H. Harrison se lo llevó la neumonía menos de un mes después de asumir el cargo. A Warren Harding se lo llevó la apopléjica. Y, para redondear, a William Mackinley y a James Garfield los asesinaron. 
Pero el caso más notable quizás sea el de Mackinley. Fue asesinado en el verano de 1901, por un anarquista de nombre imposible de pronunciar en castizo: Leon Czolgosz.  El presidente estaba recorriendo las instalaciones de la Exposición Panamericana que se realizaba en Buffalo, Nueva York. Venía deslumbrándose con la vedet de la feria: la electricidad. Millones de bombitas eléctricas señoreaban la noche y muchos prodigios de la invención reciente se dejaban interrogar.
Después de las balas, a Mackinley lo llevaron al hospital, que carecía de energía eléctrica.
A Czolgosz lo mataron en el otoño, un 29 de octubre, en una silla.

sábado, 15 de junio de 2013

Poliandria y Levirato (Carta a Carlos Rey)

Querido amigo:
Estoy elucubrando un argumento para una obra que será, creo, genial.
Como ya he escrito sobre el tema alguna cosilla quizás no te sorprendas. Trataría de eso que me obsesiona: el hecho de que nuestros ancestros se multiplican en el tiempo (todos tenemos 2 padres, 4 abuelos, 8 bisabuelos, 16 tatarabuelos, 32 chosnos, 64... etc) La paradoja consiste en que parece mayor la cantidad de gente a medida que retrocedemos en el tiempo.
Como sabés, en China se vive desde hace tiempo la política del hijo único para evitar la superpoblación. Esa política ha dado como resultado una inversión de las familias: antes una pareja criaba muchos hijos, pero hoy muchos abuelos (cuatro al menos) y sus dos padres crían (malcrían) una sola criatura. Esa malcrianza ha dado lugar a lo que se conoce como Síndrome del pequeño emperador, unos pibes que con el capricho por el cielo se creen los dueños del mundo.
Ahora bien. Nuestro mundo parece ir hacia una superpoblación, así que no sería nada raro que se implemente a nivel mundial esta política de hijo único. Pero, además, se sospecha que una persona cualquiera podría vivir hasta los doscientos años saludablemente. La conclusión a la cual llego es que se impondrán familias donde haya un hijo, dos padres, cuatro abuelos, 8 bisabuelos y varios tatarabuelos. Todos (en mi obra al menos) vivirían bajo el mismo techo, el techo del emperador. Las implicancias que esta situación plantea me lleva a hablar de cosas como la falacia de las familias, la imposibilidad de querer a tantos familiares, la frustración de no poder ser huérfano, el amor y la sobreprotección, y hasta el destino ridículo de la especie humana. También, y un poco al estilo de Bioy o Huxley: si hay sobrepoblación han de morir los más viejos, por muy saludables que estén.
Pero hay más. En una sociedad tal se daría necesariamente la poliandria, que consiste en una mujer con muchos maridos. La razón de que esto suceda es la siguiente. Aunque en un primer momento parece una sociedad matriarcal, dado que las mujeres parecen ser las reinas del hogar, la verdadera causa es la contraria: al preferirse hijos varones se practicaría en masa el exterminio de las bebas, que es justamente lo que se da en China. Al haber una cantidad mucho mayor de viudos que de viudas, esta situación llevaría a la legalización de la prostitución, que siempre sería VIP, porque la demanda estaría muy por encima de la oferta.
Por supuesto, una sociedad como esta se regiría por la homogamia, que es el casamiento entre personas económicamente y culturalmente semejantes.
¿Por qué? Porque en las clases altas, que fueron capaces de pagar las multas por tener más de un hijo, las cosas serían distintas. La cantidad de hijos superaría igualmente a la cantidad de hijas, pero no por mucho, con lo cual se instituiría un levirato, que es la obligación de una viuda de contraer enlace con el hermano de su difunto. Esta práctica llevaría a las clases altas a tejer lazos fuertes. (O sea que a diferencia de las clases bajas compartirían la misma mujer pero por turnos, no al mismo tiempo. Al mismo tiempo tendrían acceso a la prostitución y la homosexualidad se haría regla entre los pobres, casi como pasa hoy en las cárceles. Todo esto constituiría una oportuna simbología de otras cosas.)
Por todo lo dicho, la composición familiar que prevalecería en las clases bajas sería más bien algo así: un hijo; tres padres y una madre; nueve abuelos y 2 abuelas; etc, recordando que la única certeza sería que la madre es la madre, pero nada seguro sería afirmar cual de todos es el padre, y por lo tanto los abuelos y abuelas por parte paterna también serían dudosos.
Sé que aún esto está en pañales, y que se parece peligrosamente a mi genial Los Ineptos. Pero necesitaba comentártelo. Además, te anticipo que el titulo tendrá reminiscencias clásicas, pues Poliandria y Levirato serán los dos protagonistas.
Un abrazo.



jueves, 16 de mayo de 2013

Sócrates le pregunta a Sócrates

Sócrates le pregunta a Sócrates
                Jesús y Sócrates son—si San Pablo y Platón me perdonan—los fundadores de nuestra civilización Occidental Greco-Judía. Y, de alguna manera, podemos decir que “son” y “no son”, porque sabido es que  ambos se consideran por numerosos estudiosos como personas apócrifas, personas que jamás han existido, más personajes que personas, más ficciones que realidades. (Al menos con Pablo y con Platón no tenemos ese problema.)
Entre los estudiosos más irrespetuosos de la moral filosófica está  E. Dupréel, que escribió un libro llamado La leyenda socrática y las fuentes de Platón[1], donde afirma que Sócrates es un verso más largo que el Martín Fierro. Los argumentos esgrimidos por el irrespetuoso son:
1)      Como sabemos, el ateniense no escribió nada. Estaba en contra de la escritura básicamente por dos cosas: a la escritura no le podemos preguntar nada, y por otra parte, lo que escribimos puede caer en manos de cualquier menso.
2)      Los discípulos de Sócrates son tan variados y contradictorios que no parecen tener al mismo profesor: Alcibíades fue un desastroso político; Jenofonte fue un militar e historiador; Antístenes fundó la escuela Cínica; Aristipo fundó la Cirenaica y Platón fundó la filosofía.
3)      Los que lo conocieron o supieron de él lo presentan de muy diversa manera: Para Aristóteles fue el primero que se interesó por las definiciones; para Aristófanes era un naturalista medio salame.
4)      Los griegos gustaban de atribuir cualquier idea original a un heleno ya muerto y de alto prestigio. El caso de Homero—que parece que tampoco existió— es el más conocido. Y no podemos olvidar el caso de los presocráticos, quienes probablemente no han dicho ni la mitad de las cosas que se le atribuyen.
Por todas estas razones, Dupréel dice que Sócrates no ha existido.
Ahora bien: sería bueno saber qué hubiera pensado Sócrates al respecto. Por empezar, en los diálogos de Platón queda claro que su protagonista se interesa porque sus interlocutores atiendan a los argumentos y no a quién los dice. Por terminar, tenemos la anécdota de Querofonte, un buchón que le preguntó a la Pitia de Delfos si había alguien más sabio que Sócrates. La Pitia le dijo que no había ninguno más sabio. Sócrates, según parece, tomó estas palabras con el siguiente sentido: no había nadie más sabio porque él al menos sabía que no sabía nada, y cranean los eruditos que a partir  de ese momento empezó a indagar en su interior para así mejor conocerse. De esta manera, Sócrates terminaba en una suerte de diálogo interior.
Y desde este diálogo interior es probable que alguna vez se haya preguntado por su propia existencia. Desde el punto de vista literario es mucho más interesante suponer que Sócrates no existió.   Sin embargo, la existencia de Sócrates, como la de Homero, acaso como la de dios,  está garantizada por la tradición. Creo que a  Sócrates le hubiese interesado no haber existido. Y digo “creo” porque yo también me hago la misma pregunta.
               



[1] En  Rodolfo Mondolfo; Sócrates, EUDEBA, 1996

miércoles, 17 de abril de 2013

Bicho lindo

Bicho lindo
La extinción es para siempre, pero el hombre no es el único ni el principal agente para que esto ocurra. Durante el Pérmico-Terciario, hace unos 65 millones de años, dejaron de existir los dinosaurios y un sinfín de especies.  Más atrás en el tiempo, hace 250 millones de años, entre el Pérmico y el Triásico, se dio la mayor mortandad de nuestro planeta, extinguiéndose aproximadamente el 80% del surtido biológico, entre ellos los trilobites.
Normalmente la extinción de los dinosaurios es la primera que uno rememora cuando de extinciones se trata. Era un bicho grande, caracterizado y violento en muchos casos, que destacaba entre los otros como un barrabrava en la tribuna. Gracias a estos enormes lagartos solemos desconocer  la mayor de las catástrofes, la del Pérmico, porque los trilobites (unos artrópodos horripilantes), en comparación con aquellos reptiles dejan mucho que desear.
En la actualidad, hora a hora, se están extinguiendo diversas especies, en su mayoría vegetales pequeños e insignificantes insectos. Sin embargo, nos preocupamos por el panda, principalmente porque es un bicho lindo y grande. Aunque yo me preocuparía más por los chinos.
Los chinos no son como los australianos. El demonio de Tasmania está en peligro de extinción, pero los australianos son más copados y podemos estar seguros que harán lo imposible porque ese extraño y agresivo bicho no se muera definitivamente. Al revés que los chinos, los australianos son pocos y no tienen que preocuparse tanto por los seres humanos, y al ser pocos tampoco meten tanta presión sobre el medio que los rodea. Además, todo lo que pasa en China—no sólo con los pandas sino también con los hombres—es rigurosamente filtrado por las autoridades y finalmente avalado, aunque sea por omisión, por casi todos los clientes de China, que son casi todos los países del mundo: y si no me creen pregúntenle al premio nobel de la paz 2010, Liu Xiaobo, que sigue en cana.
Todo lo dicho puede ayudar a entender el desconocimiento generalizado de lo que pasó con el Baiji o delfín del Yangtzé, un hermoso bicho que vagaba por las aguas de ese río Chino y que hoy nada en formol y en algunas fotografías. Sobre las aguas del Yangtzé vive el 10% de la humanidad, y eso es mucha gente. La pesca indiscriminada de otras especies lo perjudicó notoriamente, porque los delfines tienen que salir a respirar y son presa fácil de estas redes. La construcción de grandes represas, como la de Tres Gargantas, que es la más grande del mundo, terminó con las ilusiones de los más optimistas. El bichito se fue para siempre.
Yo creo que si sabíamos más del panda que de este delfín es porque el primero vive en zonas mas bien retiradas de China. El simpático cetáceo ya estaba condenado antes de que comenzara a desaparecer. El tema era tan difícil como cambiar la dirección de la corriente de un río.


lunes, 25 de marzo de 2013

La camarita

La camarita
Los chicos se visten de negros motas,
Para celebrar el 25,
Sus papis lo registran todo por una camarita,
Todo el tiempo pensando en función de sus camaritas,
Esto tengo que filmarlo; aquello también
Como cuando salgo de vacaciones
Para ver el mundo por una pantallita.
Y ojalá que todo salga bien,
No sea cosa que falle la camarita,
Y no puedan guardar para siempre en sus retinas
El recuerdo imborrable de ese momento
En el que vieron a sus hijos a través de sus camaritas.

Los asesores de Feinmann

Los asesores de Feinmann y de 678
Un médico le aseguró al marido de mi primo que sus problemas testiculares no se resolverían en el urólogo, sino en la bañera, con un buen baño de espuma.  El marido de mi primo creyó en su médico de cabecera lo que nunca creería en su verdulero habitual. Para eso es médico y ha estudiado, te dice; aunque tal vez venda más fruta que el mismísimo verdulero.
Casi todos tienen un periodista preferido, un periodista de cabecera, un periodista habitual. La gente cree en su periodista con una ceguera negra, total. Aquello que refutarían en el verdulero, aunque sea el tipo con más sentido común del barrio, no lo refutan en Lanata o en Grondona. Para eso son periodistas, te dicen. Para eso han estudiado, arriesgan
El proctólogo más prestigioso del hospital donde se atiende la mujer de mi prima no tiene dudas sobre los periodistas: esa gente está bien informada. ¡Caray!, digo yo, y ¿de dónde sacaste eso? De los diarios, me informa. Además, continúa, son gente preparada ¿Preparada para qué?, lo interrogo. Bueno…  ya sabés…, reflexiona, para saber lo que está pasando.
Pero el hombre de a pié, ese hombre común y corriente que va a la verdulería y que no tiene tiempo de detenerse a pensar en altas cuestiones; ese hombre que escucha que hablan de él llamándolo “hombre común” y “hombre de a pié” y no se indigna, tampoco sospecha que muchos de esos patanes llamados periodistas son gente muy vulgar y crédula, como ellos mismos, y que probablemente tengan mucho menos sentido común que mi verdulero de cabecera.

Eduardo Feinmann se hizo famoso en estos días en que nos han elegido al cardenal Bergoglio para que presida el geriátrico. Este periodista impresentable dijo a los cuatro vientos que Bergoglio no era papable y que le “indignaba” cuando escuchaba que los medios daban esa posibilidad ¿Cómo es posible que se haya equivocado tanto? ¿Cómo pudo afirmar tan categóricamente algo así? Una posibilidad es suponer—como las mayorías de las gentes—que Eduardo estudió el caso en cuestión y que arribó a una conclusión. Pero “estudiar” es un verbo que comporta una acción muy ardua y exigente, y yo estoy seguro que Eduardito no consultó tomos, encíclicas vaticanas, ni leyó diarios en italiano, ni se dio a la tarea de examinar la historia reciente del pontificado o las últimas acciones de Benedicto XVI. Feinmann hizo lo que hacen casi todos los periodistas: recurrió a sus asesores, a sus contactos, como un buen abogado. Pero resulta que estos contactos de Eduardo no son gente desinteresada, sino más bien todo lo contrario: Monseñor Aguer o Esteban Caselli, dos hombres claramente enfrentados con Bergoglio, y que son la derecha más conservadora de la Iglesia, entre otros. Son personas que tienen diversos voceros en la prensa, como es el caso de Carlos Pagni, del diario La Nación, lo cual se deja ver no más uno lee algunos artículos. No obstante lo cual, Pagni sabe con quién está tratando y Eduardito no. Y en eso va la principal diferencia. El primero sabe donde está parado; el otro es un hombre de a pié. (Y quizás en eso resida la principal seducción que ejerce Eduardo sobre cierto tipo de consumidor televisivo que instintivamente lo ve como a un par.)
Pero esto de andar corriendo de un lado para otro para buscar pescado no es propiedad exclusiva de la derecha o de la izquierda, sino del periodismo como profesión. Jorge Lanata y Alfredo Leuco fueron despedidos de la flota de periodistas militantes kirchneristas  de una manera muy sutil: sus contactos oficialistas les vendían pescado podrido, información falsa. De la noche a la mañana se cambiaron de vereda. Y es que los periodistas tienen la necesidad de creer ciegamente en sus contactos de la misma manera que la gente cree en esos periodistas, o en sus abogados.
Distinta fue la actitud de los periodistas de 678, comandados por Orlando Barone.  En los días previos a que se hiciera pública la intención del gobierno argentino de recuperar YPF, llovieron los rumores que aseguraban esa intención. Estos rumores venían principalmente desde medios españoles que se hacían eco de algunos alcahuetes vernáculos. Badía Barone y compañía  defendieron con uñas y dientes que la intención aludida era un invento y una propaganda desestabilizadora. Como intelectuales orgánicos que son, era esperable: Ellos decían lo que les decían que tenían que decir. Pero lo que realmente me conmovió fue la reacción de algunos de estos periodistas cuando se supo la verdad. Entre líneas, daban a entender que estaban desconcertados con la información que les bajaban. Pero nadie se bajó del carro, como Jorge y Alfredo. Y por otra parte, la verdad los alegró tanto que bien podían sacrificar sus propias credulidades.
Quizás la verdad sobre el periodista y el intelectual militante la haya dado Feinmann, pero el bueno, no el otro. Yo creo entender lo que sugiere en El flaco, el libro que le dedicara a Néstor. Un periodista militante—y asesor en su caso—puede construir el futuro o estar enterado con certeza de lo que viene. Por dar un ejemplo que ya toqué en otro momento: una agenda periodística que insista sobre los bebés abandonados por sus madres en la puerta de los hospitales; sobre Carolina Píparo que perdió su embarazo en un asalto; sobre mujeres que son prendidas fuego o sobre el derecho de la mujer sobre su cuerpo, son todas campañas que tienden a predisponer a la opinión pública con relación al tema del aborto, subliminalmente, de forma indirecta. Un intelectual orgánico ya sabe que la mano viene por ahí, y también puede tener el privilegio de poder diseñar el camino a seguir, al menos en parte. Yo noto que algunos buenos periodistas—por oficio o porque tienen buenos contactos—saben que el tema de fondo, al menos en este caso, es el tema del aborto. Ellos también van a saber apreciar si el tema cae en el olvido—verbigracia, Carolina Píparo—como una señal de tregua por la asunción de su Santidad Francisco. Pero la mayoría de los periodistas, entre los que se cuenta Feinmann, el malo,  no tienen ningún problema en mostrar su ingenuidad, creyendo como una profesión de fe, que lo de Carolina es un simple caso de inseguridad o  comprando fruta sin siquiera verle la cara al verdulero.
                                                                                          Marzo 2012
Nota: Por supuesto un mismo tema tiene varias facetas. El persistente tema de los bebés abandonados en los hospitales se dio en Canal 13 en sintonía con el tema de los hijos ilegítimos de la señora de Noble, dando a entender por elevación que un bebé sin su madre igual merece una familia. ¿Cuántos de los periodistas que hablaban del primer tema advirtieron las implicancias con temas tan pesados como los desaparecidos o el aborto? Otro ejemplo macabro lo encontramos recientemente. Speedy, que tiene intereses comunes con el Grupo Clarín, sacó una campaña publicitaria agresiva que toma como eje la preocupación de los padres por lo que hacen sus hijos por Internet, con una propaganda que muestra a un padre castrador que vigila lo que hace o publica su hija por la Web. Casualmente tanto la agenda de Clarín como la de Canal 13 pusieron como tema central en sus agendas al grooming, que es el acoso sexual a adolescentes por Internet. ¿Casualidad? Claro que no. Así como hay periodistas que se dan cuenta del tongo, también hay de los otros. Y yo creo que estos últimos son la mayoría.

                                                                                             

lunes, 18 de febrero de 2013

Los nuevos estadios de Chaca y de Morón


Los nuevos estadios de Chaca y de Morón
Quedé impresionado al ver el nuevo estadio de Chacarita; es realmente de primera. Todavía le falta una tribuna, e incluso en el supuesto caso de que nunca la concreten, igualmente quedará un digno recinto para el futbol, ese deporte que alguna vez practicó el club y que lo llevó al campeonato allá por el 69’.
Me alegro por Chaca, quizás porque es un equipo con tantos fracasos que hasta el de Racing se ríe. Sin embargo, al nuevo estadio se le dio un toque novedoso en su forma. La tribuna visitante es ostensiblemente más pequeña que la local, principalmente a lo ancho. La idea no es cumplir con el cupo visitante escaso (que es de cero en Primera B), sino mas bien separar a la parcialidad local de sus víctimas. Y lo digo sabiendo que el plan original, que se supone aún vigente, apunta a terminar el proyecto con unos espectaculares palcos en sus esquinas, muy al estilo del Libertadores de América. Creo sinceramente que nunca harán tamaña cosa.
 Lamentablemente, hoy las nuevas normas de seguridad han impactado en el diseño final de los estadios. En otras palabras, se ha hecho algo estructural. Eso que eufemísticamente se ha dado en llamar “pulmón”, que se refiere a esa parte del estadio que queda vacía para separar las hinchadas, y que es  algo que no pueden ignorar los dirigentes de un club al momento de armar un estadio.
Y si de seguridad se trata, no se puede obviar que este nuevo canchón se emplaza en el mismo sitio que el viejo, y que por lo mismo, los accesos son de una dificultad que mete miedo, casi tanto miedo como ese paredón de fusilamientos que flanquea por un lado la cancha del Docke. Los capos del funebrero decidieron mantener la tradición y los visitantes continuarán ingresando por French y no por Gutiérrez, que es más ancha y más linda.
Con Morón es otro tema. Su nuevo estadio está emplazado junto al cementerio del municipio, lo cual hace que el gallo se parezca extrañamente a Chaca. Pero las similitudes terminan ahí. Este estadio tendrá codos en la tribuna visitante y por lo tanto estará cerca de la parcialidad local. Una de dos: o los dirigentes de Morón son unos demenciales idealistas que suponen un fin a la prohibición de público visitante en esa tercera categoría o—lo que es más probable—especulan con un ascenso del gallo en los próximos años, lo cual los obligaría a fabricar un hermoso pulmón en ese novísimo estadio. Pero lo mejor del nuevo recinto son sus accesos; amplios, espaciosos, ideales para salir caminando o corriendo, según el hábito que tenga la parcialidad visitante.
Cuando yo comencé a ir a la cancha se hablaba de “las tribunas visitantes”, en plural, porque siempre había un sector de plateas para los exquisitos. No todo tiempo pasado fue mejor. No todo. Pero al menos en este sentido ...
                                                                              Febrero 2013

martes, 15 de enero de 2013

Dos escritos sobre adolescencia

                             
                        Algunas apreciaciones  sobre la adolescencia
Estamos en una época en la cual todos aspiramos a materializar esa sociedad que describió magistralmente Aldous Huxley en Un mundo feliz:  una sociedad constituida sólo por jóvenes, sin padres, en la cual ya nadie recuerda lo que es ser viejo, y cuando aparece uno, despierta asco y repulsión. Hoy los jóvenes lo son todo. Incluso, los jóvenes son el modelo a seguir… por los viejos.[1]
Pero, además, los jóvenes que sirven de modelo, ya no son los jóvenes de antaño, esos que ya se habían realizado en la vida y probablemente trabajarían hasta la muerte de lo mismo que papá. La adolescencia se ha extendido al mismo tiempo que la expectativa de vida, y una persona de 30 años bien puede tener conductas y pensamientos propios de los adolescentes, no haber terminado una carrera, no tener una vocación definida, un ingreso propio o seguir viviendo con la mamá.[2]
Sin embargo, ¿cuándo comienza la adolescencia? Una posibilidad es considerar el debut sexual, que viene a significar la muerte de la infancia. Otra posibilidad la encontramos en un libro de título revelador: El otoño de la inocencia, de Stephen King. King no recurre a cuestiones románticas o sexuales. Se trata de un grupo de amigos muy unido que un día descubre que la amistad tampoco es eterna, que existen las diferencias económicas, que probablemente tengan intereses tan diferentes que en pocos años no tendrán ningún interés en hablar entre ellos. En ese golpe también está el inicio de la adolescencia.
Pero esos jóvenes de entre 15 y 30 años, que aquí vamos a llamar adolescentes, además de ser un discutible modelo a seguir, también provocan miedo entre los mayores.[3] El psicoanalista Philippe Jeammet menciona como al pasar uno de los rasgos más escalofriantes de este problema: la destrucción de los monumentos. Estos son sinónimo de pasado, de lo inmutable, de valores transmitidos a las generaciones futuras. La destrucción de los monumentos no es algo de que puedan dar cuenta los vándalos. Las motivaciones son muy profundas, inconscientes.
¿Cómo contener este flagelo? Hay otra mirada desde cierta psicología. Suponen que los padres de hoy llegan tarde de trabajar y están cansados, en consecuencia no tienen voluntad para poner límites y mostrarse como autoridad frente a sus hijos. (Una forma de sobreprotección hacia los adultos por parte de ciertos psicólogos.) Y esto es importante, nos dicen, porque si los adolescentes están descarrilados, la solución sería comenzar por poner en vía a los niños.[4] Esta solución se me ocurre un poco adolescente. Supongamos que yo pregono las ventajas que esto reportaría no solo a los niños, sino también a los padres. En el mejor de los casos algún papá podrá cambiar de actitud frente a su hijo – o tal vez podrá cambiar de trabajo—,  pero socialmente las cosas continuarán siendo tal como son, y así estos consejos huelen más a libros de autoayuda que a una solución.
Quizás la solución esté en la hermosa propuesta de Rivelis. El propone la aplicación en la enseñanza del aparato psíquico integro. Esto significa darle realce al saber y a la creación por igual. El saber tiene que ver con la ciencia, con la lógica, con la certeza, con todo eso que se suele vincular a la enseñanza. La creación tiene que ver con la asociación libre, la valoración de la duda, el ámbito del arte, de la ficción, de la subjetividad. Rivelis enseña que “la consideración de la subjetividad en los alumnos lleva a la valoración de las diferencias.” Y esto es importante porque en el aula siempre está en juego la subjetividad, aunque no se la valore adecuadamente. Como remarca el autor, es esencial que el mismo docente reconozca en sí mismo la presencia de esa subjetividad. Ese es el primer paso para que él se convierta en un modelo de relevo de los padres y pueda ejercer funciones subjetivantes en los alumnos.[5]
Sin embargo, con la adolescencia parece haber un problema que se nos escapa, como un fantasma. Si pudiéramos identificar el problema y atacarlo sería muy bonito. Pero qué pasa si el problema está en el fondo del inconsciente colectivo…
Phillippe Aries, fue un historiador que desde su materia vio las cosas desde otro lugar.  El dice que la demografía, como un lenguaje secreto, revela una actitud frente al niño. La bajísima tasa de natalidad, especialmente en los países desarrollados, expresa una hostilidad larvada, solapada, por parte de los adultos. Esa hostilidad se manifiesta incluso como lo contrario, una preocupación excesiva por todo lo referente a los pupilos. Es como si estuviésemos sobreprotegiendo a los niños (de palabra) y después se revelaran inconformes en la adolescencia. Para Aries, queda claro, los hostiles no son los adolescentes, son los adultos.
Hay un problema conceptual, no solo con la adolescencia, sino también con otras edades. En consecuencia, el problema conceptual de ¿qué es la adolescencia? no se puede aislar de ¿qué es un adulto? o ¿qué es un anciano? porque los que conceptualizan son los adultos, y así los adultos dicen mucho de ellos mismo al adjetivar a los adolescentes. En este sentido los adolescentes son el espejo de la sociedad (de la sociedad de los adultos.)
La referencia recurrente a “segunda juventud” o “adultos mayores”, que remiten a personas de cuarenta años y a ancianos, respectivamente, son una expresión de esta hostilidad larvada.  Los adolecentes no son ajenos a esto. El término mismo “adolescente” ha quedado restringido  a los alumnos secundarios, prefiriéndose el término “jóvenes” cuando se refiere a ellos fuera de las aulas.[6] Esto no parece casual.  Cuando la sociedad adulta hizo la mea culpa por Malvinas, se rotuló a los combatientes como “los chicos de la guerra”. En esa guerra, como en todas las guerras, quienes combatieron fueron soldados de 18 a 19 años. Personalmente he hecho esa observación en más de una oportunidad, y me sorprendí al escuchar la misma respuesta. Como saliendo del brete me respondieron que esos chicos no tenían instrucción militar. Y me pareció notar que en el inconsciente esa “instrucción” significaba que no se les había enseñado algo y que por lo tanto eran niños o chicos. En otras palabras: la educación hace grandes a las personas. Otro ejemplo en el mismo sentido lo encontramos en los jóvenes que son víctimas de asaltos. Ellos también son “chicos”. Siempre son “chicos” cuando son víctimas. Y cuando en estos episodios se produce un lamentable desenlace se suele anunciar: “el chico estudiaba”. Pero el victimario, el asesino, “no es ningún chico porque sabe agarrar un arma”. Sabe algo. Es todo un hombre, un joven, raramente se lo rotula como adolescente. El chico tiene algo de inocencia, y lo contrario de inocente es… culpable. El adolescente, conceptualmente, no es inocente y tampoco es culpable. Está en el medio. No es inocente ni tampoco asumió toda la responsabilidad que se espera de un adulto.[7]
Y es que la educación se ha extendido tanto que ha llevado a la adolescencia casi hasta la desaparición. En un profesorado, por ejemplo, uno puede encontrar un abanico etario muy amplio. Aquellos que recién terminan el secundario y se meten en una carrera de profesorado se enfrentan con materias que tematizan las conductas y la psicología adolescentes, ya en el primer año. Estos adolescentes de 18 o 19 años enfrentan esas enseñanzas de una manera diferente, porque les están enseñando… sobre ellos mismos. Y en eso hay una negación de base, porque se están mirando en el espejo. (Por ejemplo la referencia a los ídolos como un modelo alternativo, la necesidad de idealizar algo y así tener una identidad un tanto prestada, la misma idealización de amor y del amor y otra enseñanzas pueden malinterpretarlas no por falta de capacidad, sino porque se sienten el mismo objeto de estudio, porque sienten que los están mirando.)[8] Y aquí las enseñanzas de Rivelis vienen muy a cuento.
En tiempos como hoy, donde la educación se vive como algo sin edad, es muy difícil encasillar a los adolescentes como tales por el mero hecho de estudiar. Me gustaría ilustrar con un ejemplo personal. Terminé el secundario con 22 años, en un colegio para adultos. El promedio de edad de los alumnos era de unos 35 años, y había quienes superaban los 60. Invariablemente todos los profesores nos llamaban “chicos”. Por supuesto que era así por una simple costumbre, pero es precisamente por  eso que hay que problematiza las costumbres: en una simple costumbre puede esconderse una clave. Aries, dixit.

              Leer en los adolescentes
Si usted es padre sería bueno que entienda algo: usted no está criando un niño, está criando un adulto, una persona que algún día abandonará el hogar. Para esa separación, para ese duelo inevitable, para aceptar que todo cambia, es necesario que empiece ahora por vislumbrar que a su hijo, ese que en menos de 20 años será un adulto, le restarán acaso 60 años de adultez, y que sería bueno que viva semejante tamaño de tiempo resguardado de las contingencias de este mundo, con una personalidad y con un carácter que lo ayuden a enfrentar la vida, que por cierto, no es precisamente un sendero de rosas. Una gran responsabilidad tiene usted para que esa persona (su hijo) viva el resto de su vida (la de su hijo, no la suya) de la mejor manera posible. Y una gran parte de esa responsabilidad se traduce en la capacidad que usted tiene que tener para poder leer…
El adolescente no es más que la consecuencia de lo que fue un niño. Y un niño que usted ha criado. Por lo tanto no debería asombrarse de ciertas características de la adolescencia que no son otra cosa que el resultado de lo que usted en buena medida ha promovido. Con esto no estoy afirmando que su hijo no tenga predisposiciones naturales, genéticas. (Ese niño fue lo que se le atribuyó objetivamente y lo que asumió subjetivamente en un proceso dialéctico.). Sólo observo un hecho: usted lo ha criado, lo cual es mucho. Y durante la adolescencia debe seguir criándolo, porque aunque lo parezca, aún no es un adulto.
Por eso, para hablar de la adolescencia, en necesario empezar por la infancia.
La capacidad que tengan los padres de regular las manifestaciones impulsivas (represión de la impulsividad)  de los niños es importante para que el día de mañana no respondan impulsivamente a los estímulos siempre contingentes que nos presenta la vida. Ante esas contingencias usted lo estará protegiendo a futuro.  Paciencia, capacidad de frustración, vergüenza, asco, miedo, si son bien absorbidos por el niño, repercutirá en una fortaleza para toda la vida. En otras palabras,  algunos actos no los realizará por miedo, por asco, etc. Se trata de que incorpore consciencia moral y sentimiento de culpabilidad como estructura, como un edificio con buenos cimientos. Para eso es necesario que el pequeño experimente  una frustración sana: o sea, no todo es posible. Es ahí donde aparece su rol de padre.
En la psiquis del niño quedan marcas que lo acompañaran toda la vida de forma latente y que se manifestarán oportunamente; por ejemplo en la adolescencia. Recuérdelo.
Cuando el niño se hace adolescente hay cosas que cambian. Se produce un desorden psíquico que está en función de volver a ordenar en otro sentido. Ese desorden se da también en el nivel físico y simbólico. Las cosas y las personas ya no representan eso que representaban en la infancia. De alguna manera el púber debe volver a reinventarse, y eso supone un trabajo psíquico importante, y en buena medida, doloroso.
             
Al mismo tiempo el adolescente descubre que el tranquilizador binarismo niños-adultos es más complejo de lo que suponía. Hay cadenas de generaciones. El niño puede saber que la abuela es la madre del papá, pero no lo comprende. Para el niño los padres y abuelos son arquetipos que están como fuera del tiempo, idealizados. El adolescente descubre el sentido último de esta sucesión de generaciones: la muerte. Esos abuelos tuvieron abuelos y así ad infinitum. Quizás el descubrimiento más importante no sea la muerte en sí, sino la finitud de todo.
            ¿Y este adolescente dónde se ubica a sí mismo en este descubrimiento? Para decirlo un poco toscamente: en el medio. En una situación ambigua en la cual no es niño ni es adulto. Pero, paradójicamente, ahora tiene la certeza de que va a ser adulto, prontamente. Es una tortuga sin caparazón.
            La adultez es la Tierra prometida de los niños. Sus padres son los referentes de ese mundo adulto y lejano. Sin embargo, al llegar a la pubertad, el muchacho descubre que el significado mismo de “padres” resulta equívoco. De repente la visión idealizada de sus progenitores entra en conflicto con la realidad, que le muestra que usted, papá, es sólo uno más entre miles que hay en el mundo, y ni siquiera él podría asegurar que es el mejor ni mucho menos.
            Claro, no es para que se alarme tanto, hay una adhesión afectiva que aún los vincula.
            El joven se tiene que volver a apropiar de su cuerpo. Y sólo los pares o las primeras relaciones amorosas le dirán lo que es ese cuerpo, porque ahora necesita verse en un espejo, que ya no podrá ser el espejo de los papás.              
            Y también hay cosas que están presentes siempre, tanto en usted como en su hijo, como en su padre (el abuelo de su hijo.) Eso que siempre está presente, asumiendo diversas formas, es el Otro. Nunca estamos completos y necesitamos completarnos de algún modo, de la cuna a la tumba. En el niño ese otro serán los padres, luego la escuela y sus docentes. En el adolescente serán sus ídolos inmaculados, en los adultos será el amor. Siempre recuerde que le escapamos a la soledad y que la soledad nos angustia. Lea bien en su hijo: ese joven que cuestiona todo lo hace porque necesita una respuesta, una respuesta novedosa. Y recuerde que el que pregunta y no es escuchado está solo. Acompáñelo. Sepa que lo que busca, más aún que una respuesta, es un oído, alguien que lo escuche.
            Y usted también se puede enriquecer si abre los oídos que ya asoman canas. El adolescente los interpelará, y muchas de sus observaciones serán más que pertinentes. Porque usted muy probablemente tampoco sea dueño de lo que hace y esté alienado por una sociedad que le dicta lo que debe hacer. O sigue a ciegas los mandatos paternos (de los abuelos del pibe.) O está viviendo lo que los filósofos llaman “existencia inauténtica”: vivir de prestado según lo que se espera de uno. Todo esto quizás su hijo ya velludo no lo exponga en estas palabras. Por eso tiene que aprender a escuchar.
            Y “escuchar” es un término muy generoso en este caso dado que los adolescentes en general no se expresan directamente. Dan como vueltas al hablar, entran en contradicciones. Pero lo más importante es que por regla los púberes actúan, no hablan. Por eso debe escucharlos con todo el cuerpo, debe escucharlos con los ojos. Quizás el muchacho o la muchacha no hable, pero le está intentando decir mil cosas que no puede vehiculizar por medio de la palabra.  Y no debe mirar para otro lado, porque lo que le puede estar diciendo es… ¡auxilio! Si, “auxilio”, porque a pesar de todo lo que aparenta con sus actos y sus palabras, los padres siguen siendo los padres, y usted debe hacerse responsable, como cuando su hijo era un niño.
            Y si no están pidiendo auxilio pueden estarles agradeciendo lo bueno que son como padres. Pero nunca lo harán explícitamente sino de una forma indirecta. Por eso es bueno que usted tampoco caiga en la ingenuidad adolescente de suponer que su hijo lo quiere porque ha recibido de sus manos un lindo regalo de cumpleaños. En la vida, por regla general, las cosas no son tan explicitas y pornográficas. Debe aprender a leer en las personas, en los actos, en las palabras, indirectamente, de la misma manera que interpretamos el buen arte no por lo que vemos sino por lo que está sugerido.[1] Con la adolescencia el muchacho adquiere un arma fundamental, que es más sutil que la fuerza física: la astucia. Es por eso que los padres deben aprender a interpretar. Un buen regalo puede ser un acto de manipulación. Un insulto puede ser una llamada de auxilio.
Puede pasar que su pibe o piba no lave los platos y se bañe esporádicamente. De niño no se comportaba así y llegaba a bañarse hasta cuatro veces al día espontáneamente. Pero un buen día se entera que visitando a los primos se baña, se perfuma, lava los platos y encera los pisos. ¿Qué pasó?   Juegan a lo que no son, están persiguiendo y construyendo una identidad. Esa identidad es un lugar en el mundo. Están buscando su lugar. Y cuando digo “su” lugar, de alguna manera me refiero a su lugar, el que ocupa usted como padre.
            Es el famoso  complejo de Edipo que retorna. Este se caracteriza, en la infancia, por la presencia simultánea y ambivalente de deseos amorosos y hostiles hacia los progenitores[. Se trata de un concepto central de la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud, expuesto por primera vez dentro de los marcos de su primera tópica. En términos generales, Freud define el complejo de Edipo como el deseo inconsciente de mantener una relación sexual (incestuosa) con el progenitor del sexo opuesto y de eliminar al padre del mismo sexo (parricidio.) Durante la adolescencia, el joven revive este antiguo conflicto con los padres, que le provoca ambivalencia afectiva. Ahora está atrapado en un cuerpo biológicamente  maduro y en una situación psíquica de indefensión relativa, no absoluta. Ahora la división principal no es sexual, sino generacional: lo que lo diferencia del papá es la edad. Y aún más: Ahora posee un cuerpo tal vez más grande y fuerte que el del padre Y al menos en teoría podría dar término satisfactorio al Edipo sometiéndolo. (Y crecer es un acto agresivo en sí mismo.) Pero ¿recuerdan que el púber descubre la muerte? También descubre en un solo movimiento que no es necesario matar al padre, porque este de todos modos morirá.
            Y quizás ese adolescente le ayude a escucharse, a leerse  a usted mismo. Es un lugar común en los padres decirle a los hijos: “yo también fui joven.” Pero la verdad es que los que más se sienten aludidos con ese aserto son los propios padres. Los pibes les muestran a sus mayores, como un espejo, que ellos también fueron adolescentes, con sus sueños, sus proyectos truncos, sus ideales perdidos, sus metas pospuestas. Y tal vez muchas de esas metas y sueños vuelven a renacer. Acaso tenía que llegar nuestro hijo a la adolescencia para que podamos reparar en todo lo que hemos postergado y darnos felizmente cuenta de que nunca es demasiado tarde para recuperar ciertos aspectos de nuestra autenticidad, de lo que somos y habíamos olvidado.
            También tenga en cuenta que ser adulto no es sinónimo de ser maduro. Durante la pubertad de su hijo usted tiene que demostrar(se) que es maduro, que puede sostener un conflicto con altura y no morir en el intento. Y no ceje, no permita que sus fuerzas decaigan antes de tiempo. Si su hijo triunfa de usted muy rápidamente y con facilidad, no será ninguna ventaja para él. Le habrá transferido la responsabilidad sin una propedéutica adecuada. Será para él como cuando la fruta inmadura es arrancada del árbol: no cae naturalmente, es un desgarramiento.  Es necesario que esa inmadurez constitutiva de la adolescencia se prolongue todo lo razonablemente necesario. La inmadurez es saludable en los jóvenes. Es imprescindible que transite esos años al amparo de los adultos, irresponsablemente, porque eso es vital para que ensaye, como en una obra de teatro, el papel que elija asumir en la vida y forme un carácter fuerte y personal. (Y lo mismo vale para la maduración sexual.) Notará que su pibe cambia de roles permanentemente y que le pide que transfiera toda la responsabilidad habida y por haber. Escúchelo entre líneas. No sea literal. Si el adulto le contesta en los mismos términos que los planteos que le trae, él instintivamente notará que usted se ha puesto a su altura, se ha transformado en un adolescente. A él tampoco le va a gustar eso, y usted no le estará haciendo ningún bien.
El conflicto, bien entendido, es necesario y fundador de la personalidad adulta de su pibe. Lo librará de muchos escollos y de una neurosis irreversible, (porque todo lo que no cierra adecuadamente en una etapa fundacional de la vida retorna de alguna manera.) Por eso, si hizo bien los deberes como padre de un niño no espere paz y armonía cuando ese niño llegue a la adolescencia. Todo lo contrario. La conflictividad está en la esencia misma de la adolescencia. Tanto la queja como la oposición sistemática son rasgos típicamente adolescentes. Incorporar el carácter de lo inevitable que supone el mundo real, en una edad temprana, lo salvará a su hijo de conflictos vinculares posteriores. Pero eso no significa que lo salve a usted como padre del conflicto. El padre está para entrar en ese conflicto, y tratar de sostenerlo decorosamente, sin desanimarse. Y recuerde que todo lo que hace lo hace por él, no por usted. Por eso sería deseable que no espere un agradecimiento o un buen regalo, independientemente de que este llegue o no. Hágame caso, lea en él, interprételo. Y si aún no tiene un adolescente  en casa, piense que el psicoanálisis, como dice Winnicott, debe reclamar cordura frente a la “insensata creencia en los fenómenos de superficie” de los seres humanos. En otras palabras: nadie va por la vida diciendo invariablemente lo que piensa o actuando en función de lo que piensa. Entonces ¿Por qué su hijo adolescente tendría que ser diferente? Aprenda a leer…
Ese muchacho empieza a tener una vivencia de ese  mundo no ya por los ojos de sus padres, sino por los propios. Se vincula a grupos de pares, prefiriendo masificarse entre ellos. Los adolescentes suelen ser personas crédulas, confiables y vulnerables, y ellos lo saben, lo ocultan.  Y ese “fenómeno de masas, lejos de hacerlos fuertes,  los torna más vulnerables. Son víctimas fáciles y están expuestos permanentemente a peligros. Basta con interpelar a uno por separado para comprobar lo vulnerable que son. Disolviendo la autoridad parental que impera sobre ellos es que pueden transformarse ellos mismos en sujetos con pensamiento propio. Pero es ahí donde usted no debe abandonar su rol, sin olvidar nunca que lo está preparando para abandonar el nido, no para que se quede.

Bibliografía consultada:
Winnicott, Donald; El hogar, nuestro punto de partida.
Grassi, Adrian: Adolescencia; reorganización y nuevos modelos de subjetividad.
Osorio, Fernando: Hijos perturbadores, negativistas y desafiantes.
Rassial, Jean-Jacques: El pasaje adolescente.







[1] A Freud hay quienes lo combaten afirmando que era un gran artista y un notable escritor, negando el psicoanálisis. Lo único cierto del asunto es que Freud, y el psicoanálisis, tienen muchos puntos en común con la literatura y el arte de la hermenéutica (de la interpretación.)







[1] Un ejemplo en contrario al libro de Huxley es Hijos del Hombre, de la inglesa P.D. James, donde se plantea un mundo sin niños ni adolescentes. Por otra parte se puede considerar que los jóvenes  de Huxley son en realidad adolescentes: así los define en el capítulo 6: “Adultos intelectualmente y niños en sentimientos y deseos.” En otro aspecto, esta gran obra se puede analizar desde la complementariedad entre los seres humanos. Todos necesitan a todos en ese extraño mundo, y no es posible excluir a nadie. El resultado de esta generosidad absoluta es la muerte del individuo, porque nadie logra vivir para sí mismo.
[2] Francoise Dolto lo pone en estos términos: “independencia económica, creadora y de aprendizaje.”
[3] Diario de la guerra del cerdo, de Bioy Casares, es un ejemplo radicalizado de este sentimiento de temor, así como de la animadversión de los jóvenes hacia los ancianos.
[4] Philippe Jeammet.
[5] Zelmanovich.
[6] Se ha dicho que la palabra “adolescencia” remite a una “categoría psicoescolar” (Kantor)
[7] Adulto es otra palabra que ha quedado fuera del vocabulario habitual. No es casual. Sólo se la emplea cuando se quiere referir a “adultos mayores”, y como nadie quiere ser anciano, colectivamente hemos preferido olvidar que nosotros también somos adultos. Incluso se ha puesto de moda hablar de “jóvenes de la tercera edad”, un disparate. Hubo un programa en el canal TN que se llamaba Jóvenes de la tercera edad. Lo que hacía jóvenes  a los octogenarios, según se subrayaba repetidamente, era la existencia de un proyecto, el hecho de que aún no se habían realizado en algún sentido. Y casi siempre se vinculaba esto con el aprender cosas nuevas.
[8] Debora Kantor,