Fumando en las escaleras
Fumaba
solo en las escaleras cuando él bajaba
del sexto con unas fotocopias. Nunca habíamos hablado mucho. No recodaba su
nombre. Me dijo “José, ¿cómo te va?”, y me comentó que estaba haciendo tiempo
para cursar una materia. Mientas me hablaba yo trataba de recordar el nombre
de ese ser agradable, humilde y educado. La charla no se prolongó. Él dio fin a la entrevista poniendo en entredicho esa
nociva costumbre de “hacer tiempo”, “perder el tiempo” o como lo quieran
llamar. Anunció que se iba a la casa y desapareció escaleras abajo. “Nos vemos,
José”, fue lo último que me dijo, ya con la cara vuelta hacia la salida.
Menos de un día después me
encontraba fumando en el mismo lugar. Pero esta vez no estaba solo. Un enjambre
de gente comentaba sobre la muerte de alguien. Pregunté. Javier, un compañero, había
muerto al llegar a su casa. Llegó demasiado temprano y los ladrones no contaban
con esa posibilidad. Lo asesinaron. Pregunté quién era Javier. Me dieron el
apellido. Inmediatamente me vino a la cabeza la cara del que ahora, de alguna
oscura manera, forma parte de mi vida.
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