Orando en el desierto
En
esta santa semana han hablado algunos intendentes del Gran Buenos Aires. Puntualmente
se trata de aquellos intendentes que salieron a reclamar la vuelta del Servicio
Militar Obligatorio. Explícitamente se dice que es una medida que haría poner
en caja a todos esos pibes que no saben hacer otra cosa que no sea robar y
joder al prójimo. Pero como veremos, el tema es un poco más complejo, como casi
todo en esta vida.
Los asesores que convencieron a
estos intendentes saben lo que hacen. Por empezar, todo ellos son los
mandamases de partidos en los cuales el ejército tiene algún interés, como ser algún
batallón, algunos barrios de militares o un gran porcentaje de militares o policías
en su población. Todos ellos se sienten seducidos por la posibilidad del
retorno de la Colimba, como se le llamaba al servicio militar. Pero por otra
parte, este pronunciamiento se da en un
contexto en el cual los docentes están con las armas en las manos. No es
casualidad. Las aulas están siendo desde hace rato el ámbito de contención social
de todos esos pibes en estado de vulnerabilidad. Hace 20 años ese rol lo cumplía
la Colimba. O sea, se piensa en darles a los militares una labor que hoy
cumplen los docentes. Y, por si faltaba
algo, esos municipios que tienen como cabecillas a estos intendentes están amparando
a supuestos excombatientes de Malvinas que no fueron blanqueados por el estado nacional.
Es por eso que cuando el ferretero,
con una sonrisa de oreja a oreja que parecía abierta con un soplete, me dijo
que estaba feliz con la posibilidad de que los negritos vuelvan a vestirse de
verde, yo le advertí que trate de ver las cosas con una mentalidad un poco más
abierta. Como no extendía, o no quería entender, se lo expliqué de otra manera.
Las cosas no hay que verlas como si fuesen una carta de baraja, que solo
presenta un lado. Las cosas hay que verlas como si fuesen dados, con seis
caras, o acaso más. Le añadí que la vida se enriquece de esta manera, y que tal
vez gracias a ese ejercicio nos podríamos liberar de ciertos prejuicios. El
ferretero, mientras me pasaba unos clavos grandes como para que no me caiga de
la cruz, insistió en su primera apreciación: la única disciplina es la del ejército.
Como yo sé que es un devoto católico le dejé una parábola como un último
intento por desasnarlo. Le dije: si el intendente sugiere la posibilidad de colgar
de un árbol a los chorritos, lo primero que deberíamos pensar es qué opinan los dueños de los viveros.
En síntesis, la estrategia de estos
intendentes, desde el punto de vista político, me parece brillante. El problema
es que la semilla del asunto y la raíz del problema están por debajo de la
tierra, y no se las quiere ver.
En otro orden de cosas, hoy por hoy, los dueños
de los viveros estarían de acuerdo con que suba la demanda de cruces, que en
fin de cuentas se hacen de madera, y uno se siente orando en el desierto cuando
sale a la calle. Un desierto sin un solo árbol y sin un solo oído.
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