sábado, 19 de abril de 2014

Orando en el desierto



Orando en el desierto

En esta santa semana han hablado algunos intendentes del Gran Buenos Aires. Puntualmente se trata de aquellos intendentes que salieron a reclamar la vuelta del Servicio Militar Obligatorio. Explícitamente se dice que es una medida que haría poner en caja a todos esos pibes que no saben hacer otra cosa que no sea robar y joder al prójimo. Pero como veremos, el tema es un poco más complejo, como casi todo en esta vida.
            Los asesores que convencieron a estos intendentes saben lo que hacen. Por empezar, todo ellos son los mandamases de partidos en los cuales el ejército tiene algún interés, como ser algún batallón, algunos barrios de militares o un gran porcentaje de militares o policías en su población. Todos ellos se sienten seducidos por la posibilidad del retorno de la Colimba, como se le llamaba al servicio militar. Pero por otra parte, este pronunciamiento se da en un  contexto en el cual los docentes están con las armas en las manos. No es casualidad. Las aulas están siendo desde hace rato el ámbito de contención social de todos esos pibes en estado de vulnerabilidad. Hace 20 años ese rol lo cumplía la Colimba. O sea, se piensa en darles a los militares una labor que hoy cumplen los docentes.  Y, por si faltaba algo, esos municipios que tienen como cabecillas a estos intendentes están amparando a supuestos excombatientes de Malvinas que no fueron blanqueados por el estado nacional.
            Es por eso que cuando el ferretero, con una sonrisa de oreja a oreja que parecía abierta con un soplete, me dijo que estaba feliz con la posibilidad de que los negritos vuelvan a vestirse de verde, yo le advertí que trate de ver las cosas con una mentalidad un poco más abierta. Como no extendía, o no quería entender, se lo expliqué de otra manera. Las cosas no hay que verlas como si fuesen una carta de baraja, que solo presenta un lado. Las cosas hay que verlas como si fuesen dados, con seis caras, o acaso más. Le añadí que la vida se enriquece de esta manera, y que tal vez gracias a ese ejercicio nos podríamos liberar de ciertos prejuicios. El ferretero, mientras me pasaba unos clavos grandes como para que no me caiga de la cruz, insistió en su primera apreciación: la única disciplina es la del ejército. Como yo sé que es un devoto católico le dejé una parábola como un último intento por desasnarlo. Le dije: si el intendente sugiere la posibilidad de colgar de un árbol a los chorritos, lo primero que deberíamos pensar  es qué opinan los dueños de los viveros.
            En síntesis, la estrategia de estos intendentes, desde el punto de vista político, me parece brillante. El problema es que la semilla del asunto y la raíz del problema están por debajo de la tierra, y no se las quiere ver.
 En otro orden de cosas, hoy por hoy, los dueños de los viveros estarían de acuerdo con que suba la demanda de cruces, que en fin de cuentas se hacen de madera, y uno se siente orando en el desierto cuando sale a la calle. Un desierto sin un solo árbol y sin un solo oído.

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