Un agujero negro en nuestra mente
¿Qué tienen en común nuestra mente y el universo?
Explicar algo por analogía puede implicar serios riesgos, pero hay veces que
nos puede dejar una enseñanza.
Los agujeros negros son acumulaciones enormes de materia, que se
producen tras el colapso de estrellas gigantes. Como consecuencia de esa enorme
masa que determina tanta materia su gravedad es tal que nada puede escapar, ni siquiera la luz. No los
podemos ver por ese motivo, pero podemos observar la gran acción gravitatoria
que ejerce a su alrededor. Por eso, no podemos conocer un agujero negro
directamente, sino por lo que pasa cerca de él. Su masa crece alimentándose de
su entorno. Al límite de un agujero
negro se lo conoce como horizonte de
sucesos, más allá del cual el tiempo, tal como lo conocemos, se detiene
progresivamente. Si lográramos llegar a un agujero negro, cayendo hasta su
centro, el tiempo se detendría completamente. Allí nos encontraríamos en lo que
se conoce como una singularidad, que
se llama de esta manera porque no sabemos que mierda pasa dentro de ella, pero
estamos seguros que no es nada de este mundo. Extrañamente, a lo que había
antes de nuestro universo, o sea antes de esa explosión que llamamos Big Bang y que dio lugar tanto a las
estrellas como a Jorge Porcel (hijo), también la llamamos singularidad.
Según la edición de este mes de Nacional Geographic, no sería descabellado suponer que nuestro universo fue gestado en el corazón de un agujero negro, y que acaso estamos viviendo en un universo dentro de otro universo que contiene otros universos y que a su vez está dentro de otro universo. Esto—lo de National Geographic—es lo que yo llamo una singularidad de la incertidumbre: imaginar cosas por el simple placer de imaginarlas, gracias a que no sabemos un carajo del asunto. En fin: nuestro universo sería algo así como una mónada de Leibniz.
Según la edición de este mes de Nacional Geographic, no sería descabellado suponer que nuestro universo fue gestado en el corazón de un agujero negro, y que acaso estamos viviendo en un universo dentro de otro universo que contiene otros universos y que a su vez está dentro de otro universo. Esto—lo de National Geographic—es lo que yo llamo una singularidad de la incertidumbre: imaginar cosas por el simple placer de imaginarlas, gracias a que no sabemos un carajo del asunto. En fin: nuestro universo sería algo así como una mónada de Leibniz.
¿Y qué pasa con nuestros pensamientos? Freud estaba
muy influido por la física de su época, que había descubierto que el tiempo es
elástico. Einstein por entonces entreveía la posibilidad de
que existieran agujeros negros, lo cual se deducía de sus teorías. (Aunque
finalmente resolvió en su mente que los agujeros negros y sus
singularidades no podían existir.) Más o menos al mismo tiempo, Freud resolvió que en nuestra
mente hay una dimensión llamada Ello,
donde se darían las condiciones de un agujero negro. Claro está que no lo dijo
de este modo. Nuestro
aparato psíquico tiene capas, cuyos límites son confusos. Tenemos en primer
lugar nuestros sentidos, que comercian con el mundo exterior. Luego tenemos al Yo, nuestra conciencia. Después está el Super-yo,
que puede censurar, reprimir o inhibir nuestra conducta conciente. Más allá se
encuentra el Ello, que es el depósito
de nuestros instintos y de nuestras inclinaciones más primitivas: es nuestra
persona pero sin lo que la vida en sociedad nos ha enseñado, es, si se me
permite, el Yo sin careta. El Ello es el ámbito de lo inconsciente por excelencia, donde cae toda nuestra actividad psíquica, incluso aquella que hemos olvidado conscientemente. Se traga todo.
Es anterior a lo que nos da nuestros sentidos, y no lo podemos conocer más que
por sus efectos, por la gravedad que ejerce sobre nuestra vida conciente.
Dentro de él no hay tiempo, es la atemporalidad misma. Y, como dice el mismo
Freud en Siete lecciones de Psicoanálisis,
es inmensamente más grande que el Yo
y el Super-yo. Ahora bien, lo que
hacen estos dos últimos es ni más ni menos que evitar que ese agujero negro de
nuestra mente aflore.
Vivimos permanentemente en tensión entre lo que la sociedad nos ha enseñado y los deseos e inclinaciones naturales que están siempre pujando por salir desde nuestro interior psíquico. No podemos explicar realmente lo que sucede en ese Ello que tenemos adentro como un primer motor inmóvil que gobierna nuestras actividades desde la oscuridad más profunda. Es, sin dudas, una singularidad de la cual podemos predicar cualquier cosa. Quizás sea el reverso del universo. Quizás seamos, en el fondo, una mónada más de los infinitos universos que nos rodean a diario.
Vivimos permanentemente en tensión entre lo que la sociedad nos ha enseñado y los deseos e inclinaciones naturales que están siempre pujando por salir desde nuestro interior psíquico. No podemos explicar realmente lo que sucede en ese Ello que tenemos adentro como un primer motor inmóvil que gobierna nuestras actividades desde la oscuridad más profunda. Es, sin dudas, una singularidad de la cual podemos predicar cualquier cosa. Quizás sea el reverso del universo. Quizás seamos, en el fondo, una mónada más de los infinitos universos que nos rodean a diario.
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