Carlos y el círculo
hermenéutico
Hermes lleva el mensaje, lo pierde, lo encuentra. Pero ya
no es el mismo mensaje. No es que esté escrito de otra manera, es que el
tiempo, las circunstancias y las suelas de sus zapatos ya no son las mismas.
Entonces es otro mensaje, y mañana será otro, y así infinitamente. Algún día
Hermes hará una parada, se atará los cordones. Pero el mensaje no tiene destino
porque no tiene destinatario.
Es como en Los
siete mensajeros de Dino Buzzati. Son mensajes que sólo cobran
sentido en un momento dado, que se velan, se desvelan, se sublevan y se vuelven
a velar, como un muerto, que con el tiempo reaparece en nuestra memoria
distorsionado, bajo la llama de una vela que se apaga, y mientras buscamos los
fósforos en la oscuridad perdemos la representación de lo que habíamos
recuperado.
El nuevo libro de Carlos Rey se llama El poeta y yo y otros poemas. Es difícil
hablar del libro de un amigo que conozco largamente, del poeta que vislumbro
de a ratos, y de los poemas de ese poeta que habita en mi amigo, como
mamuschkas.
En otros trabajos me he extendido sobre los
libros de Carlos, al punto de escribir prólogos a varios de ellos. Incluso, como editores, lo hemos matado para vender mejor
sus libros. No es mi intención hacer eso en este caso. Soy otro. Ha pasado
tiempo. Bástame decir que estos tres poemas, que se han publicado en una
prestigiosísima revista de poesía, es de lo mejor del autor. Veo a Heidegger y
escucho las infinitas conversaciones que mantuvimos sobre el origen del Ser, de
la palabra poética, de la pérdida de sentido que conlleva el uso abusivo de un
término. Veo que vuelve a contener multitudes como Whitman. Veo el
desdoblamiento de obras pasadas, como la que se da en una preciosa obra de
teatro que no llego a existir. Veo la ironía característica entre su vida y la
vida de su poeta.
El poeta y yo y otros
poemas, o al menos
estos tres poemas promocionales, son redondos, musicales, de lectura
engañosamente fácil, hegelianos en su forma espiralada. Están estructurados como
tríptico, como El jardín de las delicias,
del paraíso al infierno, del encuentro (reencuentro) con dios, a la perdición
(que nunca puede ser un reencuentro). (Y no quiero mencionar el consabido
ejemplo de la Comedia para no herir
a Dante, porque es otro poeta vivo que lo acecha a Carlos Rey por las noches.)
Aunque el poeta nos narra su propio
desencuentro, sin embargo, irónicamente, y aunque esta no sea la primera
vez—aunque puede ser la última— el poeta se ha encontrado. Tiene un estilo
personal. Gran vuelo, sin escalas. Pero conociendo al escritor, a la persona, sé
que Carlos se va a perder nuevamente, necesariamente, para renovar su propio
arte, a la espera de reencontrarse con un poeta que frisará los 50, que lo está
esperando al final de un camino que lleva 10 años de piernas errantes,
laberínticas. Porque Carlos sabe perfectamente que el que no se pierde, muere,
como persona, pero que el poeta Carlos, el de hoy, debe morir para volver al
paraíso perdido.
Los poemas, y me callo:
http://hablardepoesia.com.ar/numero-30/aviso-a-las-altas-esferas-de-mi-craneo/#refmark-1
Los poemas, y me callo:
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