viernes, 26 de diciembre de 2014

La carnicería de Aníbal



La carnicería de Aníbal

            Annibale Carracci fue, en su tiempo, un semidios, el pintor de los pintores, al que había que imitar, al que había que seguir, al que había que recordar. Sin embargo, el tiempo, que dicen que hace justicia poniendo las cosas en su lugar, hizo que su nombre fuera eclipsado por uno de sus contemporáneos, un borracho pendenciero mal educado que llegó al asesinato: Michelangelo Merisi, que se hacía llamar Caravaggio.  
           
Vamos a comparar, un poco arbitrariamente, dos pinturas, La crucifixión de San Pedro (Carvaggio) y La carnicería (Carracci). Por supuesto, detrás de ambos está el influjo divino de Miguel Ángel, con sus escorzos y las atléticas posturas que asumen los personajes. En la obra del borracho tenemos un tema religioso. Un hombre, agachado, con los pies sucios, hace palanca para elevar la cruz. Los otros dos también intentan vencer la gravedad tirando de una cuerda o directamente jalando de la madera. La mayoría de los comentaristas afirman que el peso del atlético primer papa es espiritual, y estaría en correspondencia con la Contrarreforma, que pedía a los artistas poner el acento en los pontífices. Por otra parte, San Pedro pidió ser crucificado patas para arriba, entonces a mi me hace ruido que mire sorprendido, como si no supiera lo que le pidió a los verdugos.
            La carnicería es una de las dos pinturas que Annibale Carracci consagró al divino tema de la nerca. Un hombre está agachado ocupado en cortarle la cabeza a un cordero, un poco al estilo de El sacrificio de Issac, de Merisi. Por cierto que no se trata de un cordero de dios, sino de un pobre bichito. A la derecha un empleado aplica sus músculos en colgar una media res en un gancho.
Al fondo un tipo prepara para exhibir algún embutido en una posición que recuerda a la María de Cleofás de El entierro de Cristo de su rival, pero que en lugar de elevar las manos al Señor, las eleva al travesaño de madera donde colgará las vísceras. En primer término un hombre de blanco diagnostica el peso de una tira de asado. Al fondo, un personaje incierto, acaso el dueño del negocio. Nada queda del divino espíritu. Y lo mejor: mirad ese hombre  de la izquierda. Es un cliente. Mete la derecha en el bolsillo para sacar la plata. Pero lo hace con un gesto miguelangelesco, atlético, como para que la composición haga equilibrio con el sujeto del otro extremo que está levantando la carne. Este cliente y su pose son un buen ejemplo de una economía ya capitalizada a finales del siglo XV. Pero también es un buen ejemplo de la banalización de las heroicas figuras de los cuadros religiosos.
                      Todo esto, Carracci  lo hace con una aplicación y corrección admirables. Si usted es observador habrá notado que el cliente introduce la mano izquierda en su bolsillo,  no la derecha. También habrá notado que todos los otros personajes parecen ser zurdos. Bueno, eso es lo que parece. Se sabe que muchos artistas emplearon el espejo para poder encuadrar bien las escenas, y por supuesto, siempre los emplearon para hacer autorretratos. Me parece obvio que Aníbal ha tomado esa decisión al momento de pintar esta escena. Es más, arriesgaría que el que tiene los brazos en alto es el mismísimo Carracci.
Carracci, Autorretrato
            No ignoro el arte de Caravaggio. Tampoco lo ignoraron sus contemporáneos, que le dieron un cómodo segundo puesto. Y les digo un secreto: soy un fana del borracho. Pero quería hacerle un poco de justicia a Annibale Carracci. Se lo suele recordar por sus temas religiosos o sus paisajes. Sin ir más lejos ayer leía un artículo de la revista española Arte, que alababa los paisajes de Claudio de Lorena y recordaba a su maestro espiritual, nuestro amigo Aníbal. Pero yo creo que hay que rescatar a Carracci no tanto por lo que vieron en él sus contemporáneos, sino por lo que podemos ver nosotros. Y La carnicería me parece un ejemplo elocuente del excelente arte del maestro.

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