Sólo vemos lo que podemos ver
Daniele Da Volterra, Descendimiento de la cruz |
— Si alguien osara ocultar aunque
sea un poco tu grandiosa obra juro que no daré respiro hasta reparar semejante daño sacando esas manchas
con la misma prontitud con que lavo tus ropas. —dijo Daniele— Y juro por esta
sangre…
—Tranquilo, querido amigo— contestó el
maestro cuando la garganta se lo permitió—. Evidentemente no tienes seso y eres
muy presto cuando se trata de arribar a pensamientos concluyentes
que nada solucionan.
Daniele
contestó luego de una eternidad, cuando pudo digerir las palabras de su maestro.
—Pero de todos modos, eres viejo,
estás débil y enfermo como para emprender tan ciclópea tarea.
Miguel
Ángel, a pesar de sus 88 años, no había perdido una sola neurona, y rápidamente
entendió cuatro cosas: que su discípulo estaba herido, que lo trataba de
humillar, que tenía razón— al menos en lo que tocaba a su estado de salud— y que
tenía como enfermero a un bobo que no había entendido en absoluto lo que había
venido a decir el cardenal. Fue directamente al asunto:
—El cardenal va a ser Papa en breve.
Sabe que me estoy muriendo y quiere que sea yo mismo el que designe a la
persona encargada del trabajo. —Miguel envolvió al otro con una mirada
significativa y un silencio elocuente. Pero tuvo que seguir hablando
porque Daniele no entendía. — Al menos
uno de los míos va a ser más prudente y va a tratar la obra con más respeto. —
Más de lo mismo—. Necesito… necesito… necesito dormir. Apaga la luz.
— ¿Seguro que no necesita nada más,
maestro?
— Si. Me quiero morir.
Y Daniele pensó por un segundo
aplicarle la almohada sobre el rostro. Pero sólo por un segundo.
Daniele da Volterra se encargó de
tapar los penes del Juicio Final y pasó a la historia por su infamante apodo: il Braghettone. Sin embargo, fue su propio maestro el que le
encomendó la tarea. Sabía que su discípulo era un artista que conocía la
obra y que sentía devoción por él.
También sabía que era incapaz de alterar mucho el Juicio Final y que carecía de imaginación, hasta para eso. Y,
claro, lo más importante: era de un pensamiento tan literal que iba a realizar
la tarea tal cual las instrucciones de su maestro. Así y todo, la posteridad lo
puso en el papel de villano. (Y aún nos reímos de su Descendimiento de la cruz, donde están todos tapaditos).
Marcel Duchamp. Una de sus tantas versiones de La Gioconda. |
¿Pero qué pasaba antes de Duchamp, incluso antes de Miguel Ángel? Normalmente estas alteraciones tienen que ver con una mentalidad o una coyuntura de la época. A Adán y Eva Masaccio los pintó desnudos a comienzo del siglo XV, pero doscientos años después, en plena inquisición, les pusieron unas hojitas ahí abajo. Como esto tampoco funcionó—el fresco está en el interior de una iglesia—lo ocultaron. Nunca se olvidó totalmente la existencia de la obra, pero cuando la volvieron a exhibir la mentalidad de la época era otra, diferente a la época de Masaccio y diferente a la época de la Inquisición. El siglo XX entendió como algo normal que las épocas pretéritas fueran más castradas, y con este juicio incluían al gran artista. Quién no ha escuchado hasta el cansancio que la Edad Media fue un período de oscurantismo donde se quemaban herejes por doquier. Sin embargo, la inquisición surge en la modernidad, cuando lo prenden fuego a Giordano Bruno y lo apretan a Galileo. En otras palabras, en el medioevo no había problemas en mostrar desnudos, incluso en el interior de las iglesias. Masaccio no fue un irreverente, fue un enorme artista. Es por eso que se tardó tantos años en restaurar la obra y volver a apreciar a Adán y a Eva en toda su desnudez. En cierta forma, la gente de hoy no es más evolucionada que la del medioevo.
¿Pero qué es lo que pasó en el medio
para que se cubran las obras de Masaccio y de Miguel Ángel, entre muchos otros?
¿Qué pasó en el medio para que las mentalidades cambiaran tanto? Respuesta: la Contrarreforma. Como
se sabe, este fue un movimiento Católico para contrarrestar los avances del
protestantismo. El mismo abarcó todos los órdenes de la vida, y no es
pertinente que ahora nos embarquemos en eso, pero, créanme, lo abarcó
absolutamente todo. Eso significa algo muy importante, que por el miedo y el
adoctrinamiento las gentes empiezan a
convencerse de ciertas cosas: por
ejemplo que el sexo y la desnudez son lo mismo, (y yo creo que hasta hoy nos
llega ese problema). Son los tiempos en que se impone el celibato a toda la jerarquía
de la iglesia, y no es dable pensar que justo en la Capilla Sixtina, que es donde
se elige Papa, se muestren muchos penes, por muy artísticos que estos sean.[1]
Rafael, La sagrada familia Canigiani |
Sin embargo, en lo que respecta a
alteraciones de grandes obras, hay para todos los gustos. Tenemos el caso de La sagrada familia Canigiani de Rafael,
alguien le adicionó unos querubines para tapar las partes deterioradas de la
pintura. Esto se hizo en el siglo XVIII, cuando todos los artistas incluían
muchos puttos—es el nombre técnico de
esos querubines que en realidad son bebés regordetes con alas—, y por eso era
normal que a quien mirara la obra le pareciera algo original de Rafael. (De
hecho el mismo artista que la alteró pensaba que le estaba haciendo un bien).
¿Y qué decir de los recortes? Esto
fue muy habitual con los retablos de la Edad
Media. Por ejemplo: tres tablas componían un tríptico.
Primero se repartieron, por diferentes motivos, una tabla a diferentes
ciudades. Pero, como si esto fuera poco, luego se segmentaba cada una de esas
tablas en tres o cuatro partes. Es así como tenemos hoy el mismo retablo pero
en siete partecitas, en siete museos distintos. Considere la cabeza de la
virgen en Londres y el cuerpo en Tokio.[2]
Tal vez la alteración nunca quede
mejor camuflada que cuando se le quita algo al cuadro. Justamente eso es lo que
le pasó a La amonestación paterna de
Gerard Ter Borch. Este es uno de los grandes artistas que pasan desapercibidos
al común de la gente. Y buenas razones hay para ello.
Antes de seguir, me gustaría que
ustedes, hombres y mujeres del siglo XXI, miren el cuadro…
Goethe escribió sobre La amonestación paterna en Las afinidades electivas, de 1809:
(…) que se
conoce como "Admonición paterna" de Ter Borch, y ¡quién no
conoce esa pintura! Un padre noble y con
aspecto de caballero se encuentra sentado con las piernas cruzadas y parece que
trata de hablarle a la conciencia de su hija, que se halla de pie ante él. A
ésta, una impresionante figura envuelta en un vestido de satén blanco con
muchos pliegues, sólo se la ve de espaldas, pero todo su ser parece indicar que
trata de contenerse. De todos modos se puede deducir que la admonición paterna
no es violenta ni vergonzante por la cara y los ademanes del padre; y en cuanto
a la madre parece que trata de disimular cierto apuro mirando al fondo de un
vaso de vino que está a punto de beber.
En resumen, Goethe—y con él toda su
época—veían en esta obra de Ter Borch una escena moralizante. Con un gran poder
sugestivo, vemos al padre diciéndole a la nena algo así como “la próxima vez te vas a la cama sin
postre”. Y es necesario aclarar que el
título lo pusieron ellos, porque Ter Borch y sus contemporáneos no titulaban
sus obras.
Hace unos años se le hizo un estudio
a la pintura con alta tecnología y se descubrió una cosa notable. Alguien, en algún
momento, le borró al padre una moneda de entre los dedos. Esa ignorada persona
sabía muy bien porqué lo hacía. Al proceder de esta manera estaba borrando algo
que sus contemporáneos seguramente hubieran entendido. (Luego, en tiempos de
Goethe hubiera sido lo mismo que se vea o no la moneda, porque la mentalidad ya
era otra). Del resto se encargaron los
arqueólogos del arte. La chica de espaldas es una prostituta. Lo que se divisa
al fondo, de espaldas, es una cama, enorme, provocadora. Transcribo lo que nos
dice un estudioso del cuadro:
Hoy en día se sabe más sobre las
convenciones de la pintura holandesa y el cuadro de Gerard Ter Borch ha
recuperado el significado que realmente tuvo en su momento: la venta de favores
sexuales. El hombre es demasiado joven para ser el padre de la chica, va
vestido de soldado y sujeta sobre sus piernas un sombrero lleno de plumas, que
generalmente simboliza la ostentación, el derroche y el vicio. La viejecita que
le está dando al tarro no es una modesta ama de casa, sino una alcahueta. Y la
chica del impresionante vestido de satén gris perla está a punto de venderse al
soldado por dinero. La cama con dosel del fondo, el perro, la vela apagada y
torcida y la cinta tirada con descuido sobre la mesa…[3]
Sin embargo, se equivoca, al menos
en parte. La respuesta viene dada por otra pintura, que también, extrañamente,
analiza este autor. Se llama, Vista de un
corredor y es de un tipo que desconocía pero que es interesantísimo, Samuel van Hoogstraten, y andá a saber como se pronuncia… Mírenla.
Hoogstraten, Vista de un corredor |
Hoogstraten
era contemporáneo y compatriota—paisano,
se diría entonces— de Ter Borch. Sí, al
fondo de un corredor desierto está La
amonestación paterna. Pero lo que vemos es la parte izquierda de la pintura,
que evidentemente fue amputada del original. En otras palabras: vemos al
cliente y a la prostituta. Obviamente, un contemporáneo hubiera repuesto
inmediatamente aquello que nosotros no vemos: la madama y el vividor,
que ahora sabemos que está amonestando a la pobre muchacha. (De hecho el cuadro del fondo no parece incluir toda la escena, pero lo que realmente importa es la sugerencia.)
Ahora bien, la
genialidad de Samuel van Hoogstraten
está en un hecho infrecuente en un artista del siglo XVII. Nos muestra un pasillo
vacío. Esto ya había sido advertido por los críticos de arte antes de que se
produjera el efecto dominó que desencadenó La
amonestación paterna. ¡Y es precisamente por eso que más pronto que tarde
borraron una nena y un perrito que pusieron dentro de la habitación! Este
interventor no sospechaba lo que la tela significaba, simplemente entendió que
la tela estaba inacabada, porque juzgó como algo anormal un ambiente vacío.
Vista de un corredor es casi un anticipo de la pintura del siglo XX, o acaso de los decimonónicos zapatos de Van Gogh, que analiza
Heidegger. Aunque, claro, la intención de Samuel no era esa, lo cual ahora
entendemos. Si se fijan hay varios símbolos, entre los cuales la llave puesta en la cerradura no
es menor. ¿Y qué decir del libro sobre la mesita? Si razonáramos como Daniele
llegaríamos a la conclusión de que se trata de una prostituta muy culta o de un
cliente muy instruido. No, claro que no es eso. Más que un ama de casa sería lo
que hoy conocemos como “Departamento privado”.
Pero hay más. La osadía de Samuel no tenía límites. Dicen que su obra más famosa es un Peepshow:
una caja con una ranura por donde vemos el interior de una casa, como si espiáramos
por una cerradura. Además de ser un alarde de perspectiva, tiene un detalle. Casi como al descuido, en la cama de la habitación se ve una
mujer acostada, apenas insinuada.
Hoogstraten, Peepshow |
Todas estas pinturas nos dejan una enseñanza.
Sólo vemos lo que nuestra época y nuestro entorno nos permite ver. La
estigmatización social de la prostitución barata,
así como la trata de blanca, ha eclipsado
a la otra, la que practican esas chicas que llamamos “damas de compañía”, que
muchas veces tienen autos de categoría, buenos perfumes y buenos clientes. Son las que se muestran con cualquier empresario,
político, incluso en la televisión, y nadie— con la inocencia de Daniele—
sospecha que hay plata en el medio. Esta prostitución no es menos masiva que la
otra. Son negocios sucios, que se suelen llamar “agencias de modelo”, y que,
entre otras, la señora Moria Casán
regentea de la misma manera que la señora
que aparece bebiendo una copa en la obra de Ter Borch. Traduciendo: ¿qué esperábamos
ver en la prostitución del siglo XVII? ¿Ligas?, ¿cachas?, ¿piel desnuda en la
cima de un polder o frente al Coliseo romano? Caravaggio estaría de acuerdo
conmigo. Cuando usó de modelo una prostituta para hacer el rostro de la virgen
María lo increparon. Él respondió: “sólo
ven prostitutas donde hay pobreza”, en referencia a que todos los artistas las
usaban, pero él recurría al servicio de chicas humildes y no tan
esculpidas. Porque eso mismo es lo que se hizo por siglos. Una prostituta cara posaba para realizar una escultura,
y luego la misma sociedad que condenaba la prostitución aplaudía la estatua.
Para cerrar, les dejo estas pinturas, de otros
contemporáneos de Ter Borch, y que como todos ellos, nos recuerdan al genio de
Vermeer. Una es La mujer enferma
de Jan Steen . (Pistas: El cuadro de arriba del armario, que no se ve bien,
muestra dos amantes. Arriba del otro armario hay un cupido. Cuando aparece una
mujer con una carta entre sus manos, en un cuadro de entonces, es señal de una
infidelidad. Ah, y la mujer no está enferma: está embarazada. Yo aún no me
explico como durante siglos se pretendió que el tipo que le toma el
pulso era doctor?) La otra es de Pieter
de Hooch, La mujer y la sirvienta. El resto lo piensan ustedes…
Nota: Agradezco las sugerencias de Carlos Rey.
Nota: Agradezco las sugerencias de Carlos Rey.
Jan Steen La mujer enferma |
Pieter de Hook, La mujer y la sirvienta |
Breve
bibliografía virtual
[1] Hace menos de 20 años, que en términos históricos no
es nada, se terminó de restaurar El
Juicio Final, con sus desnudeces (no todas, pero al menos las que se
pudieron recuperar). No casualmente el Papa Francisco deslizó algunas palabras
en contra del celibato. Yo no creo que esto sea casualidad. Me parece que
progresivamente estamos entrando en otro tipo de mentalidad.
[2] También podríamos considerar los denodados esfuerzos
diplomáticos, con los innumerables
viajes a tal efecto y los elevadísimos costos de todo tipo, que se invierten
con el noble fin de restituirle la cabeza a la virgen
[3] En Harte con H, Buscando
pistas en la casa vacía. http://www.harteconhache.com/2014/07/buscando-pistas-en-la-casa-vacia.html
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