miércoles, 31 de diciembre de 2014

Sólo vemos lo que podemos ver




Sólo vemos lo que podemos ver

           
Daniele Da Volterra, Descendimiento de la cruz
La anécdota es conocida, y voy a recrearla para no aburrir al lector. Miguel Ángel se estaba muriendo. Junto a él se encontraba Daniele Da Volterra, que era como de la familia. Había sido su discípulo, su amante y su modelo. Su rostro ha sido reconocido en varias obras del maestro. Por supuesto, Miguel Ángel le pasaba plata. Y ahora, en el final, Daniele se había transformado en su enfermero. Entre esputo y esputo, le secaba el sudor de la frente, lo peinaba, lo afeitaba, lo lavaba. Siempre fue muy sucio don Miguel, de modo todo esto lo padecía grandemente. Pero ese día estaba resignado, el poderoso cardenal Ghislieri, viejo enemigo del artista, pasaría por su domicilio a pedirle un favor. Según le habían adelantado unos buchones, que nunca han de faltar, el prelado no veía con buenos ojos los desnudos de la Capilla Sixtina, en especial los del Juicio Final. Cuando anunciaron su llegada, Daniele le estaba cambiando la ropa al maestro, que frecuentemente quedaba con manchas de sangre, víctima de los esputos. La entrevista fue breve. Ghislieri dijo lo que ya sabemos, y para ser persuasivo, le dio a entender que el próximo Papa iba a ser él, subrayando la precaria salud del actual pontífice, “que está tan débil como vuestra merced”. Para sorpresa de don Miguel, el cardenal canceló la visita abundando en elogios hacia El Juicio Final y sólo pidió que se ocupe de tapar los penes. Cuando se retiró, el genial maestro y su mediocre aprendís, mantuvieron la siguiente conversación.
— Si alguien osara ocultar aunque sea un poco tu grandiosa obra juro que no daré respiro hasta  reparar semejante daño sacando esas manchas con la misma prontitud con que lavo tus ropas. —dijo Daniele— Y juro por esta sangre…
—Tranquilo, querido amigo— contestó el maestro cuando la garganta se lo permitió—. Evidentemente no tienes seso y eres muy presto cuando se trata de arribar a pensamientos  concluyentes  que nada solucionan.
            Daniele contestó luego de una eternidad, cuando pudo digerir las palabras de su maestro.
—Pero de todos modos, eres viejo, estás débil y enfermo como para emprender tan ciclópea tarea.
            Miguel Ángel, a pesar de sus 88 años, no había perdido una sola neurona, y rápidamente entendió cuatro cosas: que su discípulo estaba herido, que lo trataba de humillar, que tenía razón— al menos en lo que tocaba a su estado de salud— y que tenía como enfermero a un bobo que no había entendido en absoluto lo que había venido a decir el cardenal. Fue directamente al asunto:
—El cardenal va a ser Papa en breve. Sabe que me estoy muriendo y quiere que sea yo mismo el que designe a la persona encargada del trabajo. —Miguel envolvió al otro con una mirada significativa y un silencio elocuente. Pero tuvo que seguir hablando porque  Daniele no entendía. — Al menos uno de los míos va a ser más prudente y va a tratar la obra con más respeto. — Más de lo mismo—. Necesito… necesito… necesito dormir. Apaga la luz.
    ¿Seguro que no necesita nada más, maestro?
    Si. Me quiero morir.
Y Daniele pensó por un segundo aplicarle la almohada sobre el rostro. Pero sólo por un segundo.

Daniele da Volterra se encargó de tapar los penes del Juicio Final y pasó a la historia por su  infamante apodo: il Braghettone. Sin embargo, fue su propio maestro el que le encomendó la tarea. Sabía que su discípulo era un artista que conocía la obra  y que sentía devoción por él. También sabía que era incapaz de alterar mucho el Juicio Final y que carecía de imaginación, hasta para eso. Y, claro, lo más importante: era de un pensamiento tan literal que iba a realizar la tarea tal cual las instrucciones de su maestro. Así y todo, la posteridad lo puso en el papel de villano. (Y aún nos reímos de su Descendimiento de la cruz, donde están todos tapaditos).


    
Marcel Duchamp. Una de sus tantas versiones de La Gioconda.
 
Alterar obras es una práctica vieja como la pintura. Sólo en el último siglo hemos entrado en ese respeto sacro a los grandes cuadros, —y a los que no son tan grandes también—. Marcel Duchamp, ayer nomás, le adicionó unos hermosos bigotes
y una barbilla a la Gioconda. La intituló L.H.O.O.Q. letras que leidas de corrido en francés se entiende como "ella tiene el trasero caliente". Como no se sabe el sexo de la (o el) modelo de Leonardo, esto trajo mucha cola en su momento. Eso sí, Duchamp es del siglo XX, así que toda su osadía se tuvo que restringir a una copia, porque si tocaba la original lo prendían fuego.
          ¿Pero qué pasaba antes de Duchamp, incluso antes de Miguel Ángel?  Normalmente estas alteraciones tienen que ver con una mentalidad o una coyuntura de la época. A Adán y Eva Masaccio los pintó desnudos a comienzo del siglo XV, pero doscientos años después, en plena inquisición, les pusieron unas hojitas ahí abajo. Como esto tampoco funcionó—el fresco está en el interior de una iglesia—lo ocultaron. Nunca se olvidó totalmente la existencia de la obra, pero cuando la volvieron a exhibir la mentalidad de la época era otra, diferente a la época de Masaccio y diferente a la época de la Inquisición. El siglo XX entendió como algo normal que las épocas pretéritas fueran más castradas, y con este juicio incluían al gran artista.  Quién no ha escuchado hasta el cansancio que la Edad Media fue un período de oscurantismo donde se quemaban herejes por doquier. Sin embargo, la inquisición surge en la modernidad, cuando lo prenden fuego a Giordano Bruno y lo apretan a Galileo. En otras palabras, en el medioevo no había problemas en mostrar desnudos, incluso en el interior de las iglesias. Masaccio no fue un irreverente, fue un enorme artista. Es por eso que se tardó tantos años en restaurar la obra y volver a  apreciar a Adán y a Eva en toda su desnudez. En cierta forma, la gente de hoy no es más evolucionada que la del medioevo. 

¿Pero qué es lo que pasó en el medio para que se cubran las obras de Masaccio y de Miguel Ángel, entre muchos otros? ¿Qué pasó en el medio para que las mentalidades cambiaran tanto? Respuesta: la Contrarreforma. Como se sabe, este fue un movimiento Católico para contrarrestar los avances del protestantismo. El mismo abarcó todos los órdenes de la vida, y no es pertinente que ahora nos embarquemos en eso, pero, créanme, lo abarcó absolutamente todo. Eso significa algo muy importante, que por el miedo y el adoctrinamiento  las gentes empiezan a convencerse  de ciertas cosas: por ejemplo que el sexo y la desnudez son lo mismo, (y yo creo que hasta hoy nos llega ese problema). Son los tiempos en que se impone el celibato a toda la jerarquía de la iglesia, y no es dable pensar que justo en la Capilla Sixtina, que es donde se elige Papa, se muestren muchos penes, por muy artísticos que estos sean.[1]

Rafael, La sagrada familia Canigiani
Sin embargo, en lo que respecta a alteraciones de grandes obras, hay para todos los gustos. Tenemos el caso de La sagrada familia Canigiani de Rafael, alguien le adicionó unos querubines para tapar las partes deterioradas de la pintura. Esto se hizo en el siglo XVIII, cuando todos los artistas incluían muchos puttos—es el nombre técnico de esos querubines que en realidad son bebés regordetes con alas—, y por eso era normal que a quien mirara la obra le pareciera algo original de Rafael. (De hecho el mismo artista que la alteró pensaba que le estaba haciendo un bien).
¿Y qué decir de los recortes? Esto fue muy habitual con los retablos de la Edad Media. Por ejemplo: tres tablas componían un tríptico. Primero se repartieron, por diferentes motivos, una tabla a diferentes ciudades. Pero, como si esto fuera poco, luego se segmentaba cada una de esas tablas en tres o cuatro partes. Es así como tenemos hoy el mismo retablo pero en siete partecitas, en siete museos distintos. Considere la cabeza de la virgen en Londres y el cuerpo en Tokio.[2]  


Tal vez la alteración nunca quede mejor camuflada que cuando se le quita algo al cuadro. Justamente eso es lo que le pasó a La amonestación paterna de Gerard Ter Borch. Este es uno de los grandes artistas que pasan desapercibidos al común de la gente. Y buenas razones hay para ello.
Antes de seguir, me gustaría que ustedes, hombres y mujeres del siglo XXI, miren el cuadro…
 
 Gerard Ter Borch, La amonestación paterna



Goethe escribió sobre La amonestación paterna en Las afinidades electivas, de 1809:

(…) que se conoce como "Admonición paterna" de Ter Borch, y ¡quién no conoce  esa pintura! Un padre noble y con aspecto de caballero se encuentra sentado con las piernas cruzadas y parece que trata de hablarle a la conciencia de su hija, que se halla de pie ante él. A ésta, una impresionante figura envuelta en un vestido de satén blanco con muchos pliegues, sólo se la ve de espaldas, pero todo su ser parece indicar que trata de contenerse. De todos modos se puede deducir que la admonición paterna no es violenta ni vergonzante por la cara y los ademanes del padre; y en cuanto a la madre parece que trata de disimular cierto apuro mirando al fondo de un vaso de vino que está a punto de beber.

En resumen, Goethe—y con él toda su época—veían en esta obra de Ter Borch una escena moralizante. Con un gran poder sugestivo, vemos al padre diciéndole a la nena algo así como “la próxima vez te vas a la cama sin postre”.  Y es necesario aclarar que el título lo pusieron ellos, porque Ter Borch y sus contemporáneos no titulaban sus obras.
Hace unos años se le hizo un estudio a la pintura con alta tecnología y se descubrió una cosa notable. Alguien, en algún momento, le borró al padre una moneda de entre los dedos. Esa ignorada persona sabía muy bien porqué lo hacía. Al proceder de esta manera estaba borrando algo que sus contemporáneos seguramente hubieran entendido. (Luego, en tiempos de Goethe hubiera sido lo mismo que se vea o no la moneda, porque la mentalidad ya era otra). Del resto  se encargaron los arqueólogos del arte. La chica de espaldas es una prostituta. Lo que se divisa al fondo, de espaldas, es una cama, enorme, provocadora. Transcribo lo que nos dice un estudioso del cuadro:

Hoy en día se sabe más sobre las convenciones de la pintura holandesa y el cuadro de Gerard Ter Borch ha recuperado el significado que realmente tuvo en su momento: la venta de favores sexuales. El hombre es demasiado joven para ser el padre de la chica, va vestido de soldado y sujeta sobre sus piernas un sombrero lleno de plumas, que generalmente simboliza la ostentación, el derroche y el vicio. La viejecita que le está dando al tarro no es una modesta ama de casa, sino una alcahueta. Y la chica del impresionante vestido de satén gris perla está a punto de venderse al soldado por dinero. La cama con dosel del fondo, el perro, la vela apagada y torcida y la cinta tirada con descuido sobre la mesa…[3]


Sin embargo, se equivoca, al menos en parte. La respuesta viene dada por otra pintura, que también, extrañamente, analiza este autor. Se llama, Vista de un corredor y es de un tipo que desconocía pero que es interesantísimo, Samuel van Hoogstraten, y andá a saber como se pronuncia… Mírenla.


Hoogstraten, Vista de un corredor


Hoogstraten era contemporáneo y compatriota—paisano, se diría entonces—  de Ter Borch. Sí, al fondo de un corredor desierto está La amonestación paterna. Pero lo que vemos es la parte izquierda de la pintura, que evidentemente fue amputada del original. En otras palabras: vemos al cliente y a la prostituta. Obviamente, un contemporáneo hubiera repuesto inmediatamente aquello que nosotros no vemos: la madama y el vividor, que ahora sabemos que está amonestando a la pobre muchacha. (De hecho el cuadro del fondo no parece incluir toda la escena, pero lo que realmente importa es la sugerencia.)
Ahora bien, la genialidad de Samuel van Hoogstraten está en un hecho infrecuente en un artista del siglo XVII. Nos muestra un pasillo vacío. Esto ya había sido advertido por los críticos de arte antes de que se produjera el efecto dominó que desencadenó La amonestación paterna. ¡Y es precisamente por eso que más pronto que tarde borraron una nena y un perrito que pusieron dentro de la habitación! Este interventor no sospechaba lo que la tela significaba, simplemente entendió que la tela estaba inacabada, porque juzgó como algo anormal un ambiente vacío. Vista de un corredor es casi un anticipo de la pintura del siglo XX, o acaso de los decimonónicos zapatos de Van Gogh, que analiza Heidegger. Aunque, claro, la intención de Samuel no era esa, lo cual ahora entendemos. Si se fijan hay varios símbolos, entre  los cuales la llave puesta en la cerradura no es menor. ¿Y qué decir del libro sobre la mesita? Si razonáramos como Daniele llegaríamos a la conclusión de que se trata de una prostituta muy culta o de un cliente muy instruido. No, claro que no es eso. Más que un ama de casa sería lo que hoy conocemos como “Departamento privado”.
Pero hay más. La osadía de Samuel no tenía límites. Dicen que su obra más famosa es un Peepshow: una caja con una ranura por donde vemos el interior de una casa, como si espiáramos por una cerradura. Además de ser un alarde de perspectiva, tiene un detalle. Casi como al descuido, en la cama de la habitación se ve una mujer acostada, apenas insinuada.

Hoogstraten, Peepshow

Todas estas pinturas nos dejan una enseñanza. Sólo vemos lo que nuestra época y nuestro entorno nos permite ver. La estigmatización social de la prostitución barata, así como la trata de blanca,  ha eclipsado a la otra, la que practican esas chicas que llamamos “damas de compañía”, que muchas veces tienen autos de categoría, buenos perfumes y buenos clientes. Son las que se muestran con cualquier empresario, político, incluso en la televisión, y nadie— con la inocencia de Daniele— sospecha que hay plata en el medio. Esta prostitución no es menos masiva que la otra. Son negocios sucios, que se suelen llamar “agencias de modelo”, y que, entre otras,  la señora Moria Casán regentea de la misma manera que la señora que aparece bebiendo una copa en la obra de Ter Borch. Traduciendo: ¿qué esperábamos ver en la prostitución del siglo XVII? ¿Ligas?, ¿cachas?, ¿piel desnuda en la cima de un polder o frente al Coliseo romano? Caravaggio estaría de acuerdo conmigo. Cuando usó de modelo una prostituta para hacer el rostro de la virgen María lo increparon.  Él respondió: “sólo ven prostitutas donde hay pobreza”, en referencia a que todos los artistas las usaban, pero él recurría al servicio de  chicas humildes y no tan esculpidas. Porque eso mismo es lo que se hizo por siglos. Una prostituta cara posaba para realizar una escultura, y luego la misma sociedad que condenaba la prostitución aplaudía la estatua.

Para cerrar, les dejo estas pinturas, de otros contemporáneos de Ter Borch, y que como todos ellos, nos recuerdan al genio de Vermeer. Una es La mujer enferma de Jan Steen . (Pistas: El cuadro de arriba del armario, que no se ve bien, muestra dos amantes. Arriba del otro armario hay un cupido. Cuando aparece una mujer con una carta entre sus manos, en un cuadro de entonces, es señal de una infidelidad. Ah, y la mujer no está enferma: está embarazada. Yo aún no me explico como durante siglos se pretendió que el tipo que le toma el pulso era  doctor?) La otra es de Pieter de Hooch, La mujer y la sirvienta. El resto lo piensan ustedes…

 Nota: Agradezco las sugerencias de Carlos Rey.  

Jan Steen La mujer enferma






Pieter de Hook, La mujer y la sirvienta



Breve  bibliografía virtual






















[1] Hace menos de 20 años, que en términos históricos no es nada, se terminó de restaurar El Juicio Final, con sus desnudeces (no todas, pero al menos las que se pudieron recuperar). No casualmente el Papa Francisco deslizó algunas palabras en contra del celibato. Yo no creo que esto sea casualidad. Me parece que progresivamente estamos entrando en otro tipo de mentalidad.
[2] También podríamos considerar los denodados esfuerzos diplomáticos, con los  innumerables viajes a tal efecto y los elevadísimos costos de todo tipo, que se invierten con el noble fin de restituirle la cabeza a la virgen
[3] En Harte con H, Buscando pistas en la casa vacía. http://www.harteconhache.com/2014/07/buscando-pistas-en-la-casa-vacia.html

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