lunes, 17 de marzo de 2014

El caballo de la cultura





El caballo de la cultura 


No soy comisario, pero puedo hablar con autoridad de ciertas cosas. Los guaranies que te muestran en las excursiones por la provincia de Misiones y los tobas que te  exhiben en el Chaco no son más que una farsa, una puesta en escena de un mundo y una cultura que ya no existen en su estado puro. Los pibes patean una pelota con la camiseta de River y los padres agasajan a sus hijos con una vaca que escondieron por meses en un freezer fabricado en China. Pero, por supuesto, cuando caen los turistas se disfrazan y fingen reclamar un entorno que ya no los seduce en absoluto. Están aculturados, y lucran con la curiosidad y la ingenuidad de los visitantes, amparados, domesticados y en muchos casos integrando los gobiernos municipales. Con lágrimas en los ojos lloran a sus abuelos, en perfecto castellano, y suelen transmitir una emoción que conquista todos los bolsillos y las billeteras.
Yo los felicito, y no tengo nada de que quejarme. Las cosas son así. Los guerreros Masai que te muestran en Kenia son, teóricamente, casi como parte del ganado que portan.  Los guías primero te muestran las jirafas, luego los elefantes, después los rinocerontes y finalmente los Masai, como detenidos en el tiempo, presos de las contingencias del clima, temerosos de las sequías y de que sus vacas no tengan lo suficiente para producir leche. Sin embargo, los Masai viven en las ciudades vecinas de las reservas, mejor en gran medida que muchos otros ciudadanos de Kenia, que persistentemente se quejan de las preferencias que tiene el gobierno para con los que trabajan de guerreros Masai, pero nunca han matado una mosca, y que han aprendido algunas bagatelas del ingles para mejor explotar a los turistas.
Esto es así en casi todos los rincones del mundo, pero no en todos. Sabido es que en Estados Unidos hay reducciones indígenas que también hacen las mismas cosas que los guaranies del litoral y que los Masai de Kenia. La diferencia esta en que lo hacen abiertamente. Nadie ignora que sus penurias económicas van de la mano con un estándar de vida moderno. Nadie ignora que siguen las grandes ligas del futbol americano, con souvenirs y todo. Sinceramente evocan a sus ancestros representando una obra de teatro para los turistas y tratando de mantener su fondo cultural lo mas vivo que sea posible.
Ahora tratemos de hacer un poco de imaginación. Imaginemos que llegamos a Alabama, estado del sur de yankilandia, y como turista que somos se nos presenta a un grupo de negros encadenados por el cuello, picando piedra, siendo apremiados por un hombre blanco mientras que levantan la cosecha de algodón. Imaginemos que esos negros, sudando como maratonistas, empezaran a denunciar al hombre blanco y se quejaran de la institución esclavista, vertiendo lágrimas de cocodrilo. Por supuesto eso solo pasa en las películas, o en el mejor de los casos, cuando los norteamericanos visitan al resto del mundo y nosotros les mostramos a ellos lo que nosotros no somos.
Yo se que es necesario difundir la cultura y los padecimientos de los pueblos originarios y de los Masai y de los de más allá. Pero para eso hay una copiosa literatura y un ejército de intelectuales. No obstante lo cual, yo creo que la tarea intelectual no se puede reducir a una suma de obviedades que deben ser, sin dudas, denunciadas. También la tarea intelectual consiste en decir aquello que es políticamente incorrecto, porque la corrección política en el intelectual suele dar asco (salvo a aquellos que no son intelectuales y se están desayunando con las primeras letras.) Entonces todo consiste en ver a quien le habla el intelectual. Si le habla a sus colegas, ofreciéndoles un abanico de obviedades, merece ser crucificado. Si le habla al ciudadano medio, ese que va de turismo a las reservas indígenas, merece un aplauso, aunque diga las obviedades más prístinas. Lamentablemente, la mayoría de los intelectuales están esperando el aplauso masivo. Son tantos que generan una corriente de opinión sobre qué es copado en el mundo de la cultura y qué no lo es. En otras palabras: construyen lo que es La Cultura, con mayúsculas. Son los comisarios de la cultura, y yo nunca voy a subirme al caballo del comisario. También la tarea intelectual consiste en bajarse del caballo y ver las cosas desde otro aspecto.


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