El caballo de la cultura
No
soy comisario, pero puedo hablar con autoridad de ciertas cosas. Los guaranies
que te muestran en las excursiones por la provincia de Misiones y los tobas que
te exhiben en el Chaco no son más que
una farsa, una puesta en escena de un mundo y una cultura que ya no existen en
su estado puro. Los pibes patean una pelota con la camiseta de River y los
padres agasajan a sus hijos con una vaca que escondieron por meses en un
freezer fabricado en China. Pero, por supuesto, cuando caen los turistas se
disfrazan y fingen reclamar un entorno que ya no los seduce en absoluto. Están aculturados,
y lucran con la curiosidad y la ingenuidad de los visitantes, amparados, domesticados
y en muchos casos integrando los gobiernos municipales. Con lágrimas en los
ojos lloran a sus abuelos, en perfecto castellano, y suelen transmitir una emoción
que conquista todos los bolsillos y las billeteras.
Yo
los felicito, y no tengo nada de que quejarme. Las cosas son así. Los guerreros
Masai que te muestran en Kenia son, teóricamente, casi como parte del ganado
que portan. Los guías primero te
muestran las jirafas, luego los elefantes, después los rinocerontes y
finalmente los Masai, como detenidos en el tiempo, presos de las contingencias
del clima, temerosos de las sequías y de que sus vacas no tengan lo suficiente
para producir leche. Sin embargo, los Masai viven en las ciudades vecinas de
las reservas, mejor en gran medida que muchos otros ciudadanos de Kenia, que
persistentemente se quejan de las preferencias que tiene el gobierno para con
los que trabajan de guerreros Masai, pero nunca han matado una mosca, y que han
aprendido algunas bagatelas del ingles para mejor explotar a los turistas.
Esto
es así en casi todos los rincones del mundo, pero no en todos. Sabido es que en
Estados Unidos hay reducciones indígenas que también hacen las mismas cosas que
los guaranies del litoral y que los Masai de Kenia. La diferencia esta en que
lo hacen abiertamente. Nadie ignora que sus penurias económicas van de la mano
con un estándar de vida moderno. Nadie ignora que siguen las grandes ligas del
futbol americano, con souvenirs y todo. Sinceramente evocan a sus ancestros
representando una obra de teatro para los turistas y tratando de mantener su
fondo cultural lo mas vivo que sea posible.
Ahora
tratemos de hacer un poco de imaginación. Imaginemos que llegamos a Alabama, estado
del sur de yankilandia, y como turista que somos se nos presenta a un grupo de
negros encadenados por el cuello, picando piedra, siendo apremiados por un
hombre blanco mientras que levantan la cosecha de algodón. Imaginemos que esos
negros, sudando como maratonistas, empezaran a denunciar al hombre blanco y se
quejaran de la institución esclavista, vertiendo lágrimas de cocodrilo. Por
supuesto eso solo pasa en las películas, o en el mejor de los casos, cuando los
norteamericanos visitan al resto del mundo y nosotros les mostramos a ellos lo
que nosotros no somos.
Yo
se que es necesario difundir la cultura y los padecimientos de los pueblos
originarios y de los Masai y de los de más allá. Pero para eso hay una copiosa
literatura y un ejército de intelectuales. No obstante lo cual, yo creo que la
tarea intelectual no se puede reducir a una suma de obviedades que deben ser,
sin dudas, denunciadas. También la tarea intelectual consiste en decir aquello
que es políticamente incorrecto, porque la corrección política en el
intelectual suele dar asco (salvo a aquellos que no son intelectuales y se están
desayunando con las primeras letras.) Entonces todo consiste en ver a quien le
habla el intelectual. Si le habla a sus colegas, ofreciéndoles un abanico de
obviedades, merece ser crucificado. Si le habla al ciudadano medio, ese que va
de turismo a las reservas indígenas, merece un aplauso, aunque diga las
obviedades más prístinas. Lamentablemente, la mayoría de los intelectuales están
esperando el aplauso masivo. Son tantos que generan una corriente de opinión sobre
qué es copado en el mundo de la cultura y qué no lo es. En otras palabras:
construyen lo que es La Cultura, con mayúsculas. Son los comisarios de la
cultura, y yo nunca voy a subirme al caballo del comisario. También la tarea
intelectual consiste en bajarse del caballo y ver las cosas desde otro aspecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario