viernes, 18 de julio de 2014

Un país judío (sin judíos)

Un país judío (sin judíos)
Menorá en el Óblast Autónomo Hebreo de Rusia
Los judíos que llegaron a Israel a comienzo del siglo XX—ellos dirían “los que regresaron a Tierra Prometida hacia el año 5 mil y pico…”—, procedían de Rusia y eran ateos. Más aún, pertenecían al movimiento sionista socialista. Este movimiento enseñaba que el problema judío tenía su raíz en la prohibición de trabajar la tierra que se le había impuesto a la nación históricamente. Al no poder dedicarse a la agricultura este pueblo se dedicó al comercio y a la banca, y como consecuencia perdió la base social en la cual se apoya todo pueblo: el campesinado. Por lo tanto, el sionismo socialista bregaba por una vuelta a lo que hoy es Israel y por el trabajo de la tierra como una forma de apropiarla literalmente. Cuando la revolución de 1905 fracasó en Rusia, los judíos implicados fueron barridos a palos y a muchos se les dio por probar suerte en Tierra Prometida fundando las primeras granjas colectivas que conocemos como Kibutz, donde se rompieron el orto laburando con el único objetivo de ocupar un espacio y ver reverdecer ese desierto tan querido.
Sin embargo, Israel no fue la única Tierra Prometida para los judíos rusos. Del otro lado del mundo, donde el ferrocarril transiberiano toca la frontera entre Rusia y China, donde el clima es atroz, donde se está lejos de todo, allí se encuentra el Óblast Autónomo Hebreo. Resulta que a los judíos socialistas les interesaba, hasta donde se pudiera, una nación atea y comunista dentro de la Unión Soviética. Así fue como Stalin fundó y vendió este Óblast como la panacea israelita. Muchos judíos emigraron hacia este confín del planeta por sus propios medios, o alentados a emigrar por causa de las persecuciones en otros lugares del planeta. Pero otros fueron llevados allí por la dictadura comunista, que llegó a usar con el tiempo esta región como gulag o campo de concentración. Por supuesto, el Óblast no prosperó porque las autoridades del régimen nunca se tomaron en serio la posibilidad de un estado judío en el oriente de Siberia.
Cuando en 1948 se funda el Estado de Israel, miles de personas en el Oblast y en toda Rusia quieren ir a su Tierra Prometida. Esto no es posible porque ningún judío que se encuentre en la Unión Soviética deja de ser sospechoso y porque, si desea partir, es porque sabe algo y es un buchón. Mientras judíos de todo el mundo regresan a Israel, en lo que se conoce como Aliyá, estos quedan encerrados por muchos años dentro de las fronteras comunistas. A finales de los 80, la política de apertura del régimen conocida como Perestroika abre las fronteras. Cientos de miles de hebreos inundan Israel en lo que fue la Aliyá más grande y uno de los procesos inmigratorios más impresionantes de la historia. En el Óblast Autónomo Hebreo no quedó nadie. Actualmente su población judía es inexistente. Solo queda el recuerdo en el nombre del Óblast y en diversos monumentos consagrados por el sionismo, que son conservados como atracciones turísticas para aquellos que se animen a bajar del tren en esas soledades. Por irónico que parezca, la gran mayoría de los turistas son de la comunidad hebrea. Bajan, miran y suben rapidito.

jueves, 17 de julio de 2014

La primera lágrima.


La primera lágrima no fue vertida, fue lanzada. Se le cayó a un mono como se caen las hojas de los árboles, como sin querer. La soltó y luego la gravedad hizo el resto. La gravedad es la responsable de que este planeta sea tan triste. Un astronauta, si llora en la negrura del espacio, verá sus lágrimas flotar y luego deshacerse como pompas de jabón; sus mejillas permanecerán secas y sus labios no probarán la sal. Pero en la Tierra todo es diferente; todo está cayendo.  Si la montaña más alta fatalmente terminará sus días en un océano cuando las fuerzas de la naturaleza la terminen de reducir por efecto de la erosión, ¿qué podemos esperar vos y yo?  Todas las escaleras se bajan y ninguna se sube. Los pájaros mueren en el suelo. Acaso algún pájaro se coma a otro y a otro y a otro, pero el último pájaro besará la tierra, como transformado en una enorme lágrima que bajó del cielo.

La primera lágrima fue interrogada. No habiendo precedentes, al mono que la lanzó se le dio por estudiarla. Habrá creído que era un problema más. Se asustó porque se le nubló la visión y se le hizo un nudo en la garganta.

   Creo que la primera lágrima fue de tristeza, no de alegría. Pero estoy completamente seguro que la segunda  fue de tristeza. Y no quiero seguir escribiendo en esta noche solitaria para no hablar de la última.

Nota: Ya me llegó una preocupación. No sean boludos, es solo un texto y recuerden que la poesía nunca es alegre. Después de "La primera lágrima" voy a escribir "El primer boludo".

 
 

lunes, 14 de julio de 2014

Novedades en el cielo

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Novedades en el cielo
Hay cosas que la ciencia olvida con prontitud: sus propios errores. Como veremos a renglón seguido, la historia de los descubrimientos planetarios esconden grandes verdades que terminaron siendo grandes mentiras, o rectificaciones asombrosas. No es mi intención endilgarle a la comunidad científica la culpa por sus errores. Solo quiero recordar las cosas que ya no se recuerdan, pero que algún día fueron de capital importancia saberlas para no ser tomado por un burro.
Hasta finales del siglo XVIII se tenía conocimiento de seis planetas, que son aquellos que se pueden ver a simple vista. En 1781, William Herschel descubre Urano y descubre con ello la posibilidad de concebir más planetas. Urano tiene una órbita anómala. A mediados del siglo XIX, Urbain Le Verrier  infiere que las perturbaciones a la órbita de Urano se deben a la existencia de otro planeta, más lejano. Ese planeta es descubierto por este francés en 1846: Neptuno.
Urbain Le Verrier,  advirtió que Mercurio,  el planeta más cercano al sol, también tenía perturbaciones en su desplazamiento alrededor de nuestra estrella. Llegó a la conclusión de que debía esconderse un planeta de dimensiones apreciables entre el sol y Mercurio, casi escondido entre los rayos del astro rey. Ya había pasado a la historia como el descubridor de Neptuno, y la propia estrella de Urbain brillaba en el firmamento de la ciencia. Así que cuando anunció el descubrimiento de Vulcano, muy pocos lo pusieron en entredicho. Es más, astrónomos de todo el mundo confirmaron con celeridad el hallazgo. Y durante casi veinte años  se contó a Vulcano como uno de los planetas del sistema solar y materia de aprendizaje obligatorio en las aulas. Cierto que el avance del instrumental puso en evidencia que no se hallaba ningún planeta en las coordenadas que marcó Urbain, pero por gracioso que parezca, cada año se descubría un nuevo astrónomo prestigioso que afirmaba haberlo visto y toda la comunidad volvía a creer en la existencia de Vulcano. Finalmente, en el siglo XX, Albert Einstein, con su teoría de la Relatividad General, explicó las perturbaciones de muchas de las órbitas planetarias, incluida la de Mercurio. Así, a  Einstein se lo puede considerar, entre muchas otras cosas, la antítesis de un descubridor de planetas, tal vez un encubridor.
Ya antes de Vulcano, en 1801, un tano llamado Giussepe Piazzi descubrió un planeta. Estaba buscando entre Marte y Júpiter, porque según las leyes de Titius, que ahora no vienen a cuento, obligaban a suponer un planeta en esa dirección. Lo que Piazzi vio fue Ceres, que inmediatamente pasó a formar parte del concierto de planetas. Como su descubrimiento fue anterior a Urano, este fue considerado el primer planeta nuevo descubierto por la ciencia moderna. Sin embargo, unos años después, un astrónomo apuntó su telescopio hacia Ceres y demostró que  era más bien pequeño, y lo llamó asteroide. Este astrónomo fue William Herschel: si, el mismo que años después descubriría Urano.  Gracias a él, Piazzi pasó de ser una eminencia a ser ninguneado allá donde se presentara, teniendo que levantar sus conferencias porque ya no convocaba ni a su propia madre.
La serie Star Trek reivindicó en la ficción la existencia de Vulcano.
Desde su descubrimiento en 1930, hasta ayer (2006), Plutón gozó de los favores que se le deben a un planeta. Lo estudiamos en el colegio de memoria y nos resulta imposible olvidar su existencia como tal.  Lo que pasó con Plutón fue, básicamente y sin entrar en detalles, que se trata de un cuerpo más pequeño de lo que se suponía y que además no muy lejos de él hay una gran cantidad de cuerpos con sus mismas características. Digamos que pasó de ser un astro singular a ser uno más del montón. A esos cuerpos como Plutón, más pequeños que planetas, que son esféricos y que no giran en torno a un planeta se los denomina hoy planetas enanos. Clasificaron en 2006 entre estos planetas enanos a Ceres. Fue, de alguna manera, una reivindicación a Giussepe Piazzi.


El beso del saxofón

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El beso del saxofón
¿Qué sentido tienen las cosas cuando las vemos desde otra perspectiva? El hábito nos lleva a asegurar que un inodoro es un inodoro o que un mingitorio no es más que eso. Recuerdo un comic en el cual venían extraterrestres a una Tierra  donde nuestra especie ya se había extinguido, y se topaban con un inodoro y un rollo de papel higiénico.  Estos seres eran parecidos a pájaros. Si usted vio cagar un pájaro sabrá que para ellos un inodoro no sirve para eso que usted lo utiliza. Ellos no tienen culo, tienen cloaca. Los pájaros, por inteligentes que sean, no se sientan nunca. Para los especímenes de este cómic el inodoro era  una fuente donde beber. Por algo había papel: para secarse el pico.

Marcel Duchamp creó—de alguna manera hay que decirlo—La Fuente, en 1917. Se trata del urinario o mingitorio más famoso de todos los tiempos o de la obra de arte más innovadora del siglo XX, según quien la juzgue. Lo que hizo Marcel fue aparentemente sencillo. Agarró un mingitorio, lo puso en otra posición, le metió un título y lo ubicó entre otras obras. Como estaba poniendo en cuestión el mismo concepto de arte, la mayoría de los artistas se cagaron en el mingitorio.



Quien haya visto alguna vez un saxofón no podrá negar que se parece a un alienígena. Tiene columna vertebral, pico y cloaca. No me parece lindo. Me parece fascinante. Es un invento humano, desde luego. Lo inventó Adolphe Sax, quien se dedicó a modificar tanto un clarinete que le dio nacimiento a nuestro instrumento. Podemos entonces afirmar que el saxofón es descendiente directo del clarinete. Y podemos agregar que su éxito evolutivo se traduce en la gran cantidad de familia que engendró: saxofón alto, saxofón soprano, saxofón tenor y un largo etcétera. Pero lo más lindo del saxofón no es su cuerpo, sino su voz cálida, dulce, muchas veces melancólica. Dicen que Adolphe Sax tenía una voz horrible y que escupía al hablar. Y también arriesgan que inventó el saxofón para tener a quien besar; acaso a un ser de otro mundo que lo visitó una tarde inspirada.

domingo, 13 de julio de 2014

El sueño de los saurios



                      El sueño de los saurios

He leído uno de los artículos más hermosos y osados. Un derroche de imaginación y de sugerencias. Se trata de Sueño, luego existo, de Mariano Sigman, publicado en el Le Monde del presente mes de julio de 2014. El autor plantea que el sueño y la conciencia tienen un origen común. Para darnos esta tesis nos pasea por una verosímil arqueología de ambas cosas: nos relata la evolución de las especies atendiendo principalmente a la posibilidad de que el sueño y la conciencia hayan estado latentes antes de nuestra aparición. En el párrafo que sigue una apretada síntesis de lo que dice Sigman. Trataré de adornar estas líneas ajenas con arriesgadas conjeturas propias. (Digamos que me quiero colgar de las tetas del prestigioso neurocientífico, que como se verá, están llenas de leche.) No voy a especificar mucho donde está lo de Sigman y donde está lo mío, porque eso sería un bodrio inaguantable. Cualquier duda, remítase al Le Monde. De todas maneras, el ojo clínico sabe donde estoy yo y donde está el científico.
Todos los reptiles, mamíferos y pájaros sueñan. Los peces no sueñan. Esto no es casual. En el agua la luz del día y la oscuridad de la noche no se diferencian tanto. Por otra parte, un pez no puede reposar plenamente porque su propio medio no se lo permite. Hace 300 millones de años unos peces muy evolucionados salieron a la tierra. Eran los anfibios, como los sapos de hoy. Sin embargo, los anfibios no sueñan. Por supuesto, todos hemos visto a un sapo dormir, pero por medio de electroencefalogramas hemos descubierto que esos bichos no presentan actividad mental onírica cuando cierran los ojos. Digamos que se aletargan,  y listo. Parece que unos 240 millones de años atrás, con la llegada de los reptiles, se dio el primer ser que soñó. Algo rudimentario imaginamos que fue, con la pasion que puede despertar una bandera de Macdonalds . Unos millones de años mas adelante se da un momento bisagra en la historia de los sueños. Hasta este momento, el sueño era simplemente lo que conocemos como sueños de onda corta.[1] Este consiste en un relajamiento acompañado de cierta actividad mental. Pero a partir de entonces aparece el sueño REM, o movimiento rápido de los ojos, por  sus siglas en inglés. Del mismo procede el sueño representativo, ese que se parece a una obra de teatro que podemos referir a nuestra pareja cuando nos despertamos (o a nuestro verdulero, si estamos realmente solos.) Este REM, que experimentamos de dos a cuatro veces mientras dormimos, nació en algún reptil. Sigman se remite a los cocodrilos, en realidad los únicos reptiles actuales que tienen REM, y que no pasan de unos minutos en ese estado. El autor, naturalmente, encuentra que el sueño debió de presentar alguna ventaja evolutiva para prosperar en todas las especies que vinieron después. Esa ventaja parece ser la misma inteligencia, que según parece no pudo haberse desarrollado sin el concurso de los sueños. En efecto, los mamíferos son con diferencia los bichos más inteligentes, y también los que presentan mayor cantidad de sueños REM por noche. Esto no quiere decir que los humanos tengamos más REM que, por ejemplo, los gatos (de hecho los mininos tienen más), sino que claramente debe de haber una relación directa entre la inteligencia y la cantidad de sueño REM potencial. (Y digo potencial porque los que son más proclives al sueño REM no son necesariamente los que más duermen, sino todo lo contrario. Una tortuga pude dormir meses sin tener nunca un REM, y en general es un bicho bastante boludo.)[2] Ahora bien, el hecho de que podamos relatar nuestros sueños al verdulero implica un acto de conciencia. La conciencia es apercibirnos de nosotros mismos como estando presenciándonos desde afuera. Es vivenciar un sueño sabiendo que el protagonista del mismo es uno, pero al mismo tiempo es otro. Sigman se retrotrae a los saurios, arriesgando que ellos debieron ser los primeros que tuvieron conciencia. Obviamente, no podían contarle a su pareja sus vivencias nocturnas, pero es lícito pensar que fueron concientes de que eso que les sucedía en las noches no era lo que les sucedía durante la vigilia, y que, de alguna manera, le sucedía a otro. ¿Por qué los saurios? El autor enfatiza la importancia de la seguridad al dormir para asegurar evolutivamente la progresión hacia sueños más prolongados y complejos. Un saurio puede dormir tranquilo, sin sobresaltos, porque está en la cima de la cadena trófica. Pero también pueden dormir tranquilos los roedores que se ocultan bien en sus madrigueras. Parece que hay una relación directa también entre la relajación y el dormir, particularmente en el sueño REM. Los pájaros deben permanecer parados al dormir, lo cual se traduce en una negación evolutiva, en una menor capacidad de gozar del sueño (no los recuerdan)  y en una conciencia menor (al no recordar los sueños no pueden “verse en el espejo”.) Quizás la evolución tan rápida del cerebro humano se relacione con la posibilidad que tuvo de dormir como un oso sin perder el REM. Por otra parte, Sigman trata de vincular—yo creo que un tanto forzadamente—la capacidad de soñar con la capacidad de jugar, que es, sin dudas, una de las dimensiones más propias de los mamíferos. Se sabe: los científicos— verbigracia, Mariano Sigman—, y los artistas— ¿José Bao?, ¡por dios!—, tienen una evidente inclinación a la invención, al juego mental, a la innovación. De esto se infiere que cuando decimos que uno de estos tipos es un soñador no estamos diciendo más que obviedades. Si la capacidad de jugar también es una consecuencia de la evolución del sueño; si el avance de la ciencia y del arte es consecuencia del sueño; si la misma conciencia es consecuencia del sueño…
Con los años vamos perdiendo las horas de sueño  y de juego. Ya no distinguimos correctamente el día de la noche. Estamos aburridos de estar concientes de nosotros mismos y empezamos a entender que somos prescindidles. Nos transformamos en saurios. La medicina hizo posible que vivamos hasta los 80 sin mucho esfuerzo. Pero sería deseable que algún científico se aboque a la ímproba tarea de preservar, tras las arrugas, la capacidad de jugar y de soñar. De nada sirve vivir mucho si no podemos dormir tranquilamente.


[1] Sigman llama sueño de onda corta lo que leí en otros como de onda larga. Aquí, obviamente, sigo a Sigman.
[2] Sigman  habla de la memoria más que de la inteligencia.

Te cambia la vida

 Te cambia la vida
El capitalismo te vende sueños espurios. Hace que orientes toda tu vida en la consecución de naderías que te van a dejar más vacio que antes. Te esquilma el alma. Te roba la identidad. Te hace creer que vos valés oro y  pone tu oro sobre una balanza para sopesar si está por encima o por debajo del oro  que tiene tu prójimo.  
En esta perversidad caen todos. El mismísimo ejecutivo de una alta empresa, negrero de vocación, bien puede ser un pobre tipo que solo aspira a poseer un helicóptero más o unas hectáreas más o una Ferrari más. Más, más, más. Hay que acumular y reventar como un triste cerdo que entendió mal el concepto de felicidad. Y así lo entienden los chanchos poderosos y también los chancos que están en el último escalón de la pirámide social.
Lo peor es que muchos de estos cerdos se dedican a la publicidad. Se encargan de ver las miserias del alma humana. La publicidad vehiculiza esas miserias y las reproduce. Genera necesidades banales y fabrica sueños demasiado concretos que si los escuchara el brujo de una tribu os echaría a patadas en el orto.
                Sin embargo, algunas publicidades son tan concretas y explícitas que asustan. Quien tenga Direct TV sabrá a ojos cerrados cual es la frase emblemática de la empresa. Si: “Direct TV, te cambia la vida” Que la televisión satelital te cambie la vida es obviamente una  pavada. Lo importante del asunto es ver el por qué esta pavada es repetida una y otra vez desde la pantalla. Direct TV no te va cambiar la vida, de la misma manera que no te la va a cambiar un helicóptero.  Pero el caso es que si la frase se repite es porque han hecho un estudio de mercado y han comprobado que la mayoría de la gente considera que su propia vida deja mucho que desear. Las mayorías quieren cambiar sus vidas. Respiran pero no saben para qué.   O la vida es un bostezo o es un espejismo. Entonces buscan el oasis en el desierto. “Direct TV me va a cambiar la vida, concluyen”. Aunque parezca ridículo la gente es así: un montón de cerdos que están contando ovejitas para poder dormirse una vez que concluya esto que llamamos vida.
___ Nota.  ¡Prestad atención! Aunque pueda parecer un exabrupto lo que os acabo de decir, tened en cuenta lo siguiente: Vosotros debéis ofenderos con Direct TV, no conmigo. ¡Joder, que eso está más que claro!

sábado, 21 de junio de 2014

Cosas de gente grande



Cosas de gente grande
                                
Día del padre. Mi hijo Rodrigo viene a visitarme. Lo trae su madre. No soy de los que ordenan un obsequio con antelación, por ejemplo, pidiendo un deseo la noche de año nuevo, calculando que los otros entenderán el guiño. –- No es por cultivar el bajo perfil: es que los míos no entienden los guiños —.  Entonces mi pibe llega. No trae paquete y a primera vista, el regalo es él mismo. Realmente no espero ningún regalo porque hace siete años que me viene regalando el aire. Pero cuando estamos solos mete la mano en un bolsillo y saca un billete. “Feliz día del padre”, remata.
Si, un billete es un obsequio sin regalo. Es un poco como dar nada. La astucia de la madre es total. Tampoco fueron varios billetes, porque eso hubiera tenido otro significado. Por supuesto, era uno de cien, porque uno de dos también hubiera sonado de otra manera. No dar obsequio alguno hubiera sido bastante acertado, pero tiene el inconveniente de tener que explicarle a Rodrigo ciertas cosas de gente grande, y en fin de cuentas él me quería regalar algo. Sin embargo…
Siempre Rodrigo me trajo pinturas, batmanes, bolitas, globos… Lo escudriño: “¿Por que mamá te dió cien pesos?”  Me fusila: “Porque mamá dice que tenés mucha sed y podés tomarte el billete” (sic)
Con la plata le compré un juguete a Rodrigo. Él no se dio cuenta porque esas son cosas de gente grande.

jueves, 12 de junio de 2014

Tenía razón Dolina



Tenía razón Dolina

Muchas cosas tenia que decir. Me hubiera gustado hablar del Oblast Autónomo Hebreo de Rusia, de la culpa como sistema mórbido, del Louvre, de la profesión docente, de la necesidad de simular ser un mediocre para sobrevivir, de las ventajas de mirar a los ojos, de la angustia de los domingos a la noche, de la genial película “Las invasiones bárbaras”, de mi prima, de una teoría profunda. Pero la verdad es que discriminando sobre qué escribir recordé lo que una vez le preguntaron a Alejandro Dolina: “¿Qué te gusta más, el mar o la sierra?” Él respondió: “Qué se yo. No entiendo por qué siempre está esa necesidad de decir algo.” Yo en lugar de Alejandro hubiera respondido que entre el mar y la sierra me quedo con un abrazo.
            Entonces, luego de rumiar estas cuestiones tan sesudas que pensaba escribir, me detuve en Dolina. Si buscás un abrazo y propendés a lo racional solo te queda un camino: no razones. Yo me digo: “A quien pretendés ilustrar, José, si a las personas que más querés las podés escuchar y les podés buchonear todas esas cosas del Oblast, de la culpa, del arte, de los mediocres, de las miradas, de la angustia, del cine, de la familia, del intelecto, sin necesidad de escribir. Hay veces en que no hay que decir muchas cosas. ¿A dónde querés ir José; a la playa o a la sierra? Yo quiero ir a tomar unos  mates con mi prima bajo un cedro mohoso de alguna plaza de Villa Ballester. Y que algún letrado aburrido se encargue de escribir alguna nadería sobre todas aquellas competencias intelectuales, que en fin de cuentas, no me hacen viajar tanto”