Un país judío (sin judíos)
Menorá en el Óblast Autónomo Hebreo de Rusia |
Los judíos que llegaron a Israel a comienzo
del siglo XX—ellos dirían “los que regresaron a Tierra Prometida hacia el año 5
mil y pico…”—, procedían de Rusia y eran ateos. Más aún, pertenecían al
movimiento sionista socialista. Este movimiento enseñaba que el problema judío tenía
su raíz en la prohibición de trabajar la tierra que se le había impuesto a la
nación históricamente. Al no poder dedicarse a la agricultura este pueblo se
dedicó al comercio y a la banca, y como consecuencia perdió la base social en
la cual se apoya todo pueblo: el campesinado. Por lo tanto, el sionismo
socialista bregaba por una vuelta a lo que hoy es Israel y por el trabajo de la
tierra como una forma de apropiarla literalmente. Cuando la revolución de 1905
fracasó en Rusia, los judíos implicados fueron barridos a palos y a muchos se
les dio por probar suerte en Tierra Prometida fundando las primeras granjas colectivas
que conocemos como Kibutz, donde se rompieron el orto laburando con el único objetivo
de ocupar un espacio y ver reverdecer ese desierto tan querido.
Sin embargo, Israel no fue la única
Tierra Prometida para los judíos rusos. Del otro lado del mundo, donde el ferrocarril
transiberiano toca la frontera entre Rusia y China, donde el clima es atroz,
donde se está lejos de todo, allí se encuentra el Óblast Autónomo Hebreo.
Resulta que a los judíos socialistas les interesaba, hasta donde se pudiera,
una nación atea y comunista dentro de la Unión Soviética. Así fue como Stalin
fundó y vendió este Óblast como la panacea israelita. Muchos judíos emigraron
hacia este confín del planeta por sus propios medios, o alentados a emigrar por
causa de las persecuciones en otros lugares del planeta. Pero otros fueron
llevados allí por la dictadura comunista, que llegó a usar con el tiempo esta
región como gulag o campo de concentración. Por supuesto, el Óblast no prosperó
porque las autoridades del régimen nunca se tomaron en serio la posibilidad de
un estado judío en el oriente de Siberia.
Cuando en 1948 se funda el Estado de
Israel, miles de personas en el Oblast y en toda Rusia quieren ir a su Tierra Prometida.
Esto no es posible porque ningún judío que se encuentre en la Unión Soviética
deja de ser sospechoso y porque, si desea partir, es porque sabe algo y es un
buchón. Mientras judíos de todo el mundo regresan a Israel, en lo que se conoce
como Aliyá, estos quedan encerrados por muchos años dentro de las fronteras
comunistas. A finales de los 80, la política de apertura del régimen conocida
como Perestroika abre las fronteras. Cientos de miles de hebreos inundan Israel
en lo que fue la Aliyá más grande y uno de los procesos inmigratorios más
impresionantes de la historia. En el Óblast Autónomo Hebreo no quedó nadie. Actualmente
su población judía es inexistente. Solo queda el recuerdo en el nombre del Óblast
y en diversos monumentos consagrados por el sionismo, que son conservados como
atracciones turísticas para aquellos que se animen a bajar del tren en esas
soledades. Por irónico que parezca, la gran mayoría de los turistas son de la
comunidad hebrea. Bajan, miran y suben rapidito.
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