Un buen ejemplo de relativismo
cultural
Los japoneses tienen una relación muy
especial con el papel. El Origami, sin ir más lejos, es el arte de hacer cosas
con papel utilizando sólo las manos, sin pegamentos, sin tijeras, sin trampas.
Todos hemos hecho un avión o un barco con ese material, cuya destreza no
implica un aplauso, pero en la tierra del sol naciente acostumbran a realizar
verdaderos prodigios plegando un papel, como por ejemplo un cocodrilo, ni más
ni menos, tal vez una geisha.
Encuentran en el papel un elemento
muy sensual, al igual que en los diez dedos que adornan nuestras manos y que
parecen haberse creado con el solo fin de aplicarse al Origami. El verdadero
cultor de este arte, por lo tanto, pasa por un ser muy atractivo.
En ningún otro país del mundo se
consume tanto papel per cápita. Aunque parezca raro, el país más tecnológico del planeta es el
mayor consumidor de historietas, que se conocen allá como manga.
Preocupa mucho entre los japoneses la
calidad de la imagen en sus historietas, y eso tiene una relación directa con
la calidad del papel. Tienen fama los
nipones de tirar todo lo viejo a la basura; pantallas, teléfonos celulares,
computadoras y tecnologías varias. Sin embargo, no tiran sus mangas cuando ya
las han leído: o las coleccionan o las depositan en lugares especiales de la
vía pública, donde vendrán otros a retirarlas. Si el papel es bueno, pasará por
muchas manos.
Está tan diversificado el mercado del
manga que los hay para todas las edades, para todas las profesiones, para todas
las inclinaciones. Es la expresión más acabada del toyotismo. Y, como no podía
ser de otra manera, hay incluso manga pornográfico, que tiene nombre
específico: se llama Hentai.
El Hentai, por supuesto, también está
diversificado. Encontramos Hantai para todos los gustos, lo mismo que con las
películas porno: gays, lésbicas, trans, sado, interracial, y eventualmente
todas estas cosas juntas, si eso es posible (¿)
Hasta 1994 una ley prohibía que se
mostrara vello púbico en el Hantai. Para los orientales el vello púbico, contra
lo que se puede creer, es muy sensual. Del mismo modo que los japoneses son
lampiños, no tienen muy abundante el pelo allá abajo, (y según cuentan lo
tienen muy sedoso.) La ley buscaba no excitar mucho a los lectores. La abolición
de la ley no levantó la costumbre y en las historietas siguieron sin aparecer
los vellos.
Sin embargo, la industria del manga
llegó a occidente de la misma manera que los televisores y los autos diminutos.
En esta parte del mundo aquello se vio como algo diferente. Por un lado la
pornografía occidental empezaba a depilar a todas las actrices y nadie notó
nada raro en ese sentido. Por otro lado, los dibujos del manga presentan a
mujeres con tetitas incipientes. No debería sorprender porque no existen
niponas como la Coca Sarli. Pero esto, sumado a la falta de vello y a la costumbre
japonesa por la sensiblería más pueril, fue un coctel mortal. Para muchos no
había duda: era pornografía infantil.
Sin embargo, cuando veo a alguien
consumiendo compulsivamente Hentai, dudo. Dudo porque yo no soy japo y el otro
tampoco. Y acá entra el relativismo cultural, porque lo que ve un japonés en
esas revistas no es lo que nosotros vemos. Y por más explicaciones que me den
oscurece más de lo que aclara.[i]
[i] Yo no soy un
policía del pensamiento, simplemente no puedo evitar pensar. También entiendo
que la diversidad del Hentai es tan asombrosa que hay de todo, incluso tetonas
tipo Lía Crucet. Y también entiendo que esta es una forma atractiva de entender
el relativismo cultural sin invocar siempre los consabidos ejemplos del
descubrimiento de América como única forma de expresarlo. Aburre.
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