miércoles, 23 de julio de 2014

Un buen ejemplo de relativismo cultural


Un buen ejemplo de relativismo cultural

Los japoneses tienen una relación muy especial con el papel. El Origami, sin ir más lejos, es el arte de hacer cosas con papel utilizando sólo las manos, sin pegamentos, sin tijeras, sin trampas. Todos hemos hecho un avión o un barco con ese material, cuya destreza no implica un aplauso, pero en la tierra del sol naciente acostumbran a realizar verdaderos prodigios plegando un papel, como por ejemplo un cocodrilo, ni más ni menos, tal vez una geisha.

Encuentran en el papel un elemento muy sensual, al igual que en los diez dedos que adornan nuestras manos y que parecen haberse creado con el solo fin de aplicarse al Origami. El verdadero cultor de este arte, por lo tanto, pasa por un ser muy atractivo.

En ningún otro país del mundo se consume tanto papel per cápita. Aunque parezca raro,  el país más tecnológico del planeta es el mayor consumidor de historietas, que se conocen allá como manga.

Preocupa mucho entre los japoneses la calidad de la imagen en sus historietas, y eso tiene una relación directa con la calidad del papel.  Tienen fama los nipones de tirar todo lo viejo a la basura; pantallas, teléfonos celulares, computadoras y tecnologías varias. Sin embargo, no tiran sus mangas cuando ya las han leído: o las coleccionan o las depositan en lugares especiales de la vía pública, donde vendrán otros a retirarlas. Si el papel es bueno, pasará por muchas manos.

Está tan diversificado el mercado del manga que los hay para todas las edades, para todas las profesiones, para todas las inclinaciones. Es la expresión más acabada del toyotismo. Y, como no podía ser de otra manera, hay incluso manga pornográfico, que tiene nombre específico: se llama Hentai.

El Hentai, por supuesto, también está diversificado. Encontramos Hantai para todos los gustos, lo mismo que con las películas porno: gays, lésbicas, trans, sado, interracial, y eventualmente todas estas cosas juntas, si eso es posible (¿)

Hasta 1994 una ley prohibía que se mostrara vello púbico en el Hantai. Para los orientales el vello púbico, contra lo que se puede creer, es muy sensual. Del mismo modo que los japoneses son lampiños, no tienen muy abundante el pelo allá abajo, (y según cuentan lo tienen muy sedoso.) La ley buscaba no excitar mucho a los lectores. La abolición de la ley no levantó la costumbre y en las historietas siguieron sin aparecer los vellos.

Sin embargo, la industria del manga llegó a occidente de la misma manera que los televisores y los autos diminutos. En esta parte del mundo aquello se vio como algo diferente. Por un lado la pornografía occidental empezaba a depilar a todas las actrices y nadie notó nada raro en ese sentido. Por otro lado, los dibujos del manga presentan a mujeres con tetitas incipientes. No debería sorprender porque no existen niponas como la Coca Sarli. Pero esto, sumado a la falta de vello y a la costumbre japonesa por la sensiblería más pueril, fue un coctel mortal. Para muchos no había duda: era pornografía infantil.

Sin embargo, cuando veo a alguien consumiendo compulsivamente Hentai, dudo. Dudo porque yo no soy japo y el otro tampoco. Y acá entra el relativismo cultural, porque lo que ve un japonés en esas revistas no es lo que nosotros vemos. Y por más explicaciones que me den oscurece más de lo que aclara.[i]



[i] Yo no soy un policía del pensamiento, simplemente no puedo evitar pensar. También entiendo que la diversidad del Hentai es tan asombrosa que hay de todo, incluso tetonas tipo Lía Crucet. Y también entiendo que esta es una forma atractiva de entender el relativismo cultural sin invocar siempre los consabidos ejemplos del descubrimiento de América como única forma de expresarlo. Aburre.

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