El beso del saxofón

Marcel Duchamp
creó—de alguna manera hay que decirlo—La Fuente,
en 1917. Se trata del urinario o mingitorio más famoso de todos los tiempos o
de la obra de arte más innovadora del siglo XX, según quien la juzgue. Lo que
hizo Marcel fue aparentemente sencillo. Agarró un mingitorio, lo puso en otra posición, le metió un título y lo ubicó entre otras obras. Como estaba poniendo en cuestión el mismo concepto de
arte, la mayoría de los artistas se cagaron en el mingitorio.
Quien haya
visto alguna vez un saxofón no podrá negar que se parece a un alienígena. Tiene
columna vertebral, pico y cloaca. No me parece lindo. Me parece fascinante. Es
un invento humano, desde luego. Lo inventó Adolphe Sax, quien se dedicó a
modificar tanto un clarinete que le dio nacimiento a nuestro instrumento.
Podemos entonces afirmar que el saxofón es descendiente directo del
clarinete. Y podemos agregar que su éxito evolutivo se traduce en la gran
cantidad de familia que engendró: saxofón alto, saxofón soprano, saxofón tenor
y un largo etcétera. Pero lo más lindo del saxofón no es su cuerpo, sino su voz
cálida, dulce, muchas veces melancólica. Dicen que Adolphe Sax tenía una voz
horrible y que escupía al hablar. Y también arriesgan que inventó el saxofón
para tener a quien besar; acaso a un ser de otro mundo que lo visitó una tarde
inspirada.
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