lunes, 14 de julio de 2014

Novedades en el cielo

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Novedades en el cielo
Hay cosas que la ciencia olvida con prontitud: sus propios errores. Como veremos a renglón seguido, la historia de los descubrimientos planetarios esconden grandes verdades que terminaron siendo grandes mentiras, o rectificaciones asombrosas. No es mi intención endilgarle a la comunidad científica la culpa por sus errores. Solo quiero recordar las cosas que ya no se recuerdan, pero que algún día fueron de capital importancia saberlas para no ser tomado por un burro.
Hasta finales del siglo XVIII se tenía conocimiento de seis planetas, que son aquellos que se pueden ver a simple vista. En 1781, William Herschel descubre Urano y descubre con ello la posibilidad de concebir más planetas. Urano tiene una órbita anómala. A mediados del siglo XIX, Urbain Le Verrier  infiere que las perturbaciones a la órbita de Urano se deben a la existencia de otro planeta, más lejano. Ese planeta es descubierto por este francés en 1846: Neptuno.
Urbain Le Verrier,  advirtió que Mercurio,  el planeta más cercano al sol, también tenía perturbaciones en su desplazamiento alrededor de nuestra estrella. Llegó a la conclusión de que debía esconderse un planeta de dimensiones apreciables entre el sol y Mercurio, casi escondido entre los rayos del astro rey. Ya había pasado a la historia como el descubridor de Neptuno, y la propia estrella de Urbain brillaba en el firmamento de la ciencia. Así que cuando anunció el descubrimiento de Vulcano, muy pocos lo pusieron en entredicho. Es más, astrónomos de todo el mundo confirmaron con celeridad el hallazgo. Y durante casi veinte años  se contó a Vulcano como uno de los planetas del sistema solar y materia de aprendizaje obligatorio en las aulas. Cierto que el avance del instrumental puso en evidencia que no se hallaba ningún planeta en las coordenadas que marcó Urbain, pero por gracioso que parezca, cada año se descubría un nuevo astrónomo prestigioso que afirmaba haberlo visto y toda la comunidad volvía a creer en la existencia de Vulcano. Finalmente, en el siglo XX, Albert Einstein, con su teoría de la Relatividad General, explicó las perturbaciones de muchas de las órbitas planetarias, incluida la de Mercurio. Así, a  Einstein se lo puede considerar, entre muchas otras cosas, la antítesis de un descubridor de planetas, tal vez un encubridor.
Ya antes de Vulcano, en 1801, un tano llamado Giussepe Piazzi descubrió un planeta. Estaba buscando entre Marte y Júpiter, porque según las leyes de Titius, que ahora no vienen a cuento, obligaban a suponer un planeta en esa dirección. Lo que Piazzi vio fue Ceres, que inmediatamente pasó a formar parte del concierto de planetas. Como su descubrimiento fue anterior a Urano, este fue considerado el primer planeta nuevo descubierto por la ciencia moderna. Sin embargo, unos años después, un astrónomo apuntó su telescopio hacia Ceres y demostró que  era más bien pequeño, y lo llamó asteroide. Este astrónomo fue William Herschel: si, el mismo que años después descubriría Urano.  Gracias a él, Piazzi pasó de ser una eminencia a ser ninguneado allá donde se presentara, teniendo que levantar sus conferencias porque ya no convocaba ni a su propia madre.
La serie Star Trek reivindicó en la ficción la existencia de Vulcano.
Desde su descubrimiento en 1930, hasta ayer (2006), Plutón gozó de los favores que se le deben a un planeta. Lo estudiamos en el colegio de memoria y nos resulta imposible olvidar su existencia como tal.  Lo que pasó con Plutón fue, básicamente y sin entrar en detalles, que se trata de un cuerpo más pequeño de lo que se suponía y que además no muy lejos de él hay una gran cantidad de cuerpos con sus mismas características. Digamos que pasó de ser un astro singular a ser uno más del montón. A esos cuerpos como Plutón, más pequeños que planetas, que son esféricos y que no giran en torno a un planeta se los denomina hoy planetas enanos. Clasificaron en 2006 entre estos planetas enanos a Ceres. Fue, de alguna manera, una reivindicación a Giussepe Piazzi.


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