Novedades en el
cielo
Hay cosas que la ciencia olvida con
prontitud: sus propios errores. Como veremos a renglón seguido, la historia de
los descubrimientos planetarios esconden grandes verdades que terminaron siendo
grandes mentiras, o rectificaciones asombrosas. No es mi intención endilgarle a
la comunidad científica la culpa por sus errores. Solo quiero recordar las
cosas que ya no se recuerdan, pero que algún día fueron de capital importancia
saberlas para no ser tomado por un burro.
Hasta finales del siglo XVIII se
tenía conocimiento de seis planetas, que son aquellos que se pueden ver a
simple vista. En 1781, William Herschel descubre Urano y descubre con ello la
posibilidad de concebir más planetas. Urano tiene una órbita anómala. A
mediados del siglo XIX, Urbain Le Verrier
infiere que las perturbaciones a la órbita de Urano se deben a la
existencia de otro planeta, más lejano. Ese planeta es descubierto por este
francés en 1846: Neptuno.
Urbain Le Verrier, advirtió que Mercurio, el planeta más cercano al sol, también tenía
perturbaciones en su desplazamiento alrededor de nuestra estrella. Llegó a la
conclusión de que debía esconderse un planeta de dimensiones apreciables entre
el sol y Mercurio, casi escondido entre los rayos del astro rey. Ya había
pasado a la historia como el descubridor de Neptuno, y la propia estrella de
Urbain brillaba en el firmamento de la ciencia. Así que cuando anunció el
descubrimiento de Vulcano, muy pocos lo pusieron en entredicho. Es más,
astrónomos de todo el mundo confirmaron con celeridad el hallazgo. Y durante
casi veinte años se contó a Vulcano como
uno de los planetas del sistema solar y materia de aprendizaje obligatorio en
las aulas. Cierto que el avance del instrumental puso en evidencia que no se hallaba
ningún planeta en las coordenadas que marcó Urbain, pero por gracioso que parezca,
cada año se descubría un nuevo astrónomo prestigioso que afirmaba haberlo visto
y toda la comunidad volvía a creer en la existencia de Vulcano. Finalmente, en
el siglo XX, Albert Einstein, con su teoría de la Relatividad General, explicó
las perturbaciones de muchas de las órbitas planetarias, incluida la de Mercurio.
Así, a Einstein se lo puede considerar,
entre muchas otras cosas, la antítesis de un descubridor de planetas, tal vez
un encubridor.
Ya antes de Vulcano, en 1801, un tano
llamado Giussepe Piazzi descubrió un planeta. Estaba buscando entre Marte y
Júpiter, porque según las leyes de Titius, que ahora no vienen a cuento,
obligaban a suponer un planeta en esa dirección. Lo que Piazzi vio fue Ceres,
que inmediatamente pasó a formar parte del concierto de planetas. Como su
descubrimiento fue anterior a Urano, este fue considerado el primer planeta
nuevo descubierto por la ciencia moderna. Sin embargo, unos años después, un
astrónomo apuntó su telescopio hacia Ceres y demostró que era más bien pequeño, y lo llamó asteroide. Este astrónomo fue William
Herschel: si, el mismo que años después descubriría Urano. Gracias a él, Piazzi pasó de ser una
eminencia a ser ninguneado allá donde se presentara, teniendo que levantar sus
conferencias porque ya no convocaba ni a su propia madre.
La serie Star Trek reivindicó en la ficción la existencia de Vulcano. |
Desde su descubrimiento en 1930,
hasta ayer (2006), Plutón gozó de los favores que se le deben a un planeta. Lo
estudiamos en el colegio de memoria y nos resulta imposible olvidar su
existencia como tal. Lo que pasó con
Plutón fue, básicamente y sin entrar en detalles, que se trata de un cuerpo más
pequeño de lo que se suponía y que además no muy lejos de él hay una gran
cantidad de cuerpos con sus mismas características. Digamos que pasó de ser un
astro singular a ser uno más del montón. A esos cuerpos como Plutón, más
pequeños que planetas, que son esféricos y que no giran en torno a un planeta
se los denomina hoy planetas enanos.
Clasificaron en 2006 entre estos planetas enanos a Ceres. Fue, de alguna manera,
una reivindicación a Giussepe Piazzi.
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