domingo, 13 de julio de 2014

El sueño de los saurios



                      El sueño de los saurios

He leído uno de los artículos más hermosos y osados. Un derroche de imaginación y de sugerencias. Se trata de Sueño, luego existo, de Mariano Sigman, publicado en el Le Monde del presente mes de julio de 2014. El autor plantea que el sueño y la conciencia tienen un origen común. Para darnos esta tesis nos pasea por una verosímil arqueología de ambas cosas: nos relata la evolución de las especies atendiendo principalmente a la posibilidad de que el sueño y la conciencia hayan estado latentes antes de nuestra aparición. En el párrafo que sigue una apretada síntesis de lo que dice Sigman. Trataré de adornar estas líneas ajenas con arriesgadas conjeturas propias. (Digamos que me quiero colgar de las tetas del prestigioso neurocientífico, que como se verá, están llenas de leche.) No voy a especificar mucho donde está lo de Sigman y donde está lo mío, porque eso sería un bodrio inaguantable. Cualquier duda, remítase al Le Monde. De todas maneras, el ojo clínico sabe donde estoy yo y donde está el científico.
Todos los reptiles, mamíferos y pájaros sueñan. Los peces no sueñan. Esto no es casual. En el agua la luz del día y la oscuridad de la noche no se diferencian tanto. Por otra parte, un pez no puede reposar plenamente porque su propio medio no se lo permite. Hace 300 millones de años unos peces muy evolucionados salieron a la tierra. Eran los anfibios, como los sapos de hoy. Sin embargo, los anfibios no sueñan. Por supuesto, todos hemos visto a un sapo dormir, pero por medio de electroencefalogramas hemos descubierto que esos bichos no presentan actividad mental onírica cuando cierran los ojos. Digamos que se aletargan,  y listo. Parece que unos 240 millones de años atrás, con la llegada de los reptiles, se dio el primer ser que soñó. Algo rudimentario imaginamos que fue, con la pasion que puede despertar una bandera de Macdonalds . Unos millones de años mas adelante se da un momento bisagra en la historia de los sueños. Hasta este momento, el sueño era simplemente lo que conocemos como sueños de onda corta.[1] Este consiste en un relajamiento acompañado de cierta actividad mental. Pero a partir de entonces aparece el sueño REM, o movimiento rápido de los ojos, por  sus siglas en inglés. Del mismo procede el sueño representativo, ese que se parece a una obra de teatro que podemos referir a nuestra pareja cuando nos despertamos (o a nuestro verdulero, si estamos realmente solos.) Este REM, que experimentamos de dos a cuatro veces mientras dormimos, nació en algún reptil. Sigman se remite a los cocodrilos, en realidad los únicos reptiles actuales que tienen REM, y que no pasan de unos minutos en ese estado. El autor, naturalmente, encuentra que el sueño debió de presentar alguna ventaja evolutiva para prosperar en todas las especies que vinieron después. Esa ventaja parece ser la misma inteligencia, que según parece no pudo haberse desarrollado sin el concurso de los sueños. En efecto, los mamíferos son con diferencia los bichos más inteligentes, y también los que presentan mayor cantidad de sueños REM por noche. Esto no quiere decir que los humanos tengamos más REM que, por ejemplo, los gatos (de hecho los mininos tienen más), sino que claramente debe de haber una relación directa entre la inteligencia y la cantidad de sueño REM potencial. (Y digo potencial porque los que son más proclives al sueño REM no son necesariamente los que más duermen, sino todo lo contrario. Una tortuga pude dormir meses sin tener nunca un REM, y en general es un bicho bastante boludo.)[2] Ahora bien, el hecho de que podamos relatar nuestros sueños al verdulero implica un acto de conciencia. La conciencia es apercibirnos de nosotros mismos como estando presenciándonos desde afuera. Es vivenciar un sueño sabiendo que el protagonista del mismo es uno, pero al mismo tiempo es otro. Sigman se retrotrae a los saurios, arriesgando que ellos debieron ser los primeros que tuvieron conciencia. Obviamente, no podían contarle a su pareja sus vivencias nocturnas, pero es lícito pensar que fueron concientes de que eso que les sucedía en las noches no era lo que les sucedía durante la vigilia, y que, de alguna manera, le sucedía a otro. ¿Por qué los saurios? El autor enfatiza la importancia de la seguridad al dormir para asegurar evolutivamente la progresión hacia sueños más prolongados y complejos. Un saurio puede dormir tranquilo, sin sobresaltos, porque está en la cima de la cadena trófica. Pero también pueden dormir tranquilos los roedores que se ocultan bien en sus madrigueras. Parece que hay una relación directa también entre la relajación y el dormir, particularmente en el sueño REM. Los pájaros deben permanecer parados al dormir, lo cual se traduce en una negación evolutiva, en una menor capacidad de gozar del sueño (no los recuerdan)  y en una conciencia menor (al no recordar los sueños no pueden “verse en el espejo”.) Quizás la evolución tan rápida del cerebro humano se relacione con la posibilidad que tuvo de dormir como un oso sin perder el REM. Por otra parte, Sigman trata de vincular—yo creo que un tanto forzadamente—la capacidad de soñar con la capacidad de jugar, que es, sin dudas, una de las dimensiones más propias de los mamíferos. Se sabe: los científicos— verbigracia, Mariano Sigman—, y los artistas— ¿José Bao?, ¡por dios!—, tienen una evidente inclinación a la invención, al juego mental, a la innovación. De esto se infiere que cuando decimos que uno de estos tipos es un soñador no estamos diciendo más que obviedades. Si la capacidad de jugar también es una consecuencia de la evolución del sueño; si el avance de la ciencia y del arte es consecuencia del sueño; si la misma conciencia es consecuencia del sueño…
Con los años vamos perdiendo las horas de sueño  y de juego. Ya no distinguimos correctamente el día de la noche. Estamos aburridos de estar concientes de nosotros mismos y empezamos a entender que somos prescindidles. Nos transformamos en saurios. La medicina hizo posible que vivamos hasta los 80 sin mucho esfuerzo. Pero sería deseable que algún científico se aboque a la ímproba tarea de preservar, tras las arrugas, la capacidad de jugar y de soñar. De nada sirve vivir mucho si no podemos dormir tranquilamente.


[1] Sigman llama sueño de onda corta lo que leí en otros como de onda larga. Aquí, obviamente, sigo a Sigman.
[2] Sigman  habla de la memoria más que de la inteligencia.

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