El sueño de los saurios
He
leído uno de los artículos más hermosos y osados. Un derroche de imaginación y
de sugerencias. Se trata de Sueño, luego
existo, de Mariano Sigman, publicado en el Le Monde del presente mes de
julio de 2014. El autor plantea que el sueño y la conciencia tienen un origen
común. Para darnos esta tesis nos pasea por una verosímil arqueología de ambas
cosas: nos relata la evolución de las especies atendiendo principalmente a la
posibilidad de que el sueño y la conciencia hayan estado latentes antes de
nuestra aparición. En el párrafo que sigue una apretada síntesis de lo que dice
Sigman. Trataré de adornar estas líneas ajenas con arriesgadas conjeturas
propias. (Digamos que me quiero colgar de las tetas del prestigioso
neurocientífico, que como se verá, están llenas de leche.) No voy a especificar
mucho donde está lo de Sigman y donde está lo mío, porque eso sería un bodrio
inaguantable. Cualquier duda, remítase al Le
Monde. De todas maneras, el ojo clínico sabe donde estoy yo y donde está el
científico.
Todos
los reptiles, mamíferos y pájaros sueñan. Los peces no sueñan. Esto no es
casual. En el agua la luz del día y la oscuridad de la noche no se diferencian
tanto. Por otra parte, un pez no puede reposar plenamente porque su propio
medio no se lo permite. Hace 300 millones de años unos peces muy evolucionados
salieron a la tierra. Eran los anfibios, como los sapos de hoy. Sin embargo,
los anfibios no sueñan. Por supuesto, todos hemos visto a un sapo dormir, pero
por medio de electroencefalogramas hemos descubierto que esos bichos no
presentan actividad mental onírica cuando cierran los ojos. Digamos que se
aletargan, y listo. Parece que unos 240
millones de años atrás, con la llegada de los reptiles, se dio el primer ser
que soñó. Algo rudimentario imaginamos que fue, con la pasion que puede despertar una bandera de Macdonalds . Unos millones de años mas adelante se da un momento bisagra en la historia de los sueños.
Hasta este momento, el sueño era simplemente lo que conocemos como sueños de
onda corta.[1] Este consiste en un
relajamiento acompañado de cierta actividad mental. Pero a partir de entonces
aparece el sueño REM, o movimiento rápido de los ojos, por sus siglas en inglés. Del mismo procede el sueño
representativo, ese que se parece a una obra de teatro que podemos referir a
nuestra pareja cuando nos despertamos (o a nuestro verdulero, si estamos
realmente solos.) Este REM, que experimentamos de dos a cuatro veces mientras
dormimos, nació en algún reptil. Sigman se remite a los cocodrilos, en realidad
los únicos reptiles actuales que tienen REM, y que no pasan de unos minutos en
ese estado. El autor, naturalmente, encuentra que el sueño debió de presentar
alguna ventaja evolutiva para prosperar en todas las especies que vinieron
después. Esa ventaja parece ser la misma inteligencia, que según parece no pudo
haberse desarrollado sin el concurso de los sueños. En efecto, los mamíferos
son con diferencia los bichos más inteligentes, y también los que presentan
mayor cantidad de sueños REM por noche. Esto no quiere decir que los humanos
tengamos más REM que, por ejemplo, los gatos (de hecho los mininos tienen más),
sino que claramente debe de haber una relación directa entre la inteligencia y
la cantidad de sueño REM potencial. (Y digo potencial porque los que son más
proclives al sueño REM no son necesariamente los que más duermen, sino todo lo
contrario. Una tortuga pude dormir meses sin tener nunca un REM, y en general
es un bicho bastante boludo.)[2]
Ahora bien, el hecho de que podamos relatar nuestros sueños al verdulero
implica un acto de conciencia. La conciencia es apercibirnos de nosotros mismos
como estando presenciándonos desde afuera. Es vivenciar un sueño sabiendo que
el protagonista del mismo es uno, pero al mismo tiempo es otro. Sigman se
retrotrae a los saurios, arriesgando que ellos debieron ser los primeros que
tuvieron conciencia. Obviamente, no podían contarle a su pareja sus vivencias
nocturnas, pero es lícito pensar que fueron concientes de que eso que les sucedía
en las noches no era lo que les sucedía durante la vigilia, y que, de alguna
manera, le sucedía a otro. ¿Por qué
los saurios? El autor enfatiza la importancia de la seguridad al dormir para
asegurar evolutivamente la progresión hacia sueños más prolongados y complejos.
Un saurio puede dormir tranquilo, sin sobresaltos, porque está en la cima de la
cadena trófica. Pero también pueden dormir tranquilos los roedores que se
ocultan bien en sus madrigueras. Parece que hay una relación directa también entre
la relajación y el dormir, particularmente en el sueño REM. Los pájaros deben
permanecer parados al dormir, lo cual se traduce en una negación evolutiva, en
una menor capacidad de gozar del sueño (no los recuerdan) y en una conciencia menor (al no recordar los
sueños no pueden “verse en el espejo”.) Quizás la evolución tan rápida del
cerebro humano se relacione con la posibilidad que tuvo de dormir como un oso
sin perder el REM. Por otra parte, Sigman trata de vincular—yo creo que un
tanto forzadamente—la capacidad de soñar con la capacidad de jugar, que es, sin
dudas, una de las dimensiones más propias de los mamíferos. Se sabe: los
científicos— verbigracia, Mariano Sigman—, y los artistas— ¿José Bao?, ¡por
dios!—, tienen una evidente inclinación a la invención, al juego mental, a la
innovación. De esto se infiere que cuando decimos que uno de estos tipos es un
soñador no estamos diciendo más que obviedades. Si la capacidad de jugar
también es una consecuencia de la evolución del sueño; si el avance de la
ciencia y del arte es consecuencia del sueño; si la misma conciencia es
consecuencia del sueño…
Con
los años vamos perdiendo las horas de sueño
y de juego. Ya no distinguimos correctamente el día de la noche. Estamos
aburridos de estar concientes de nosotros mismos y empezamos a entender que
somos prescindidles. Nos transformamos en saurios. La medicina hizo posible que
vivamos hasta los 80 sin mucho esfuerzo. Pero sería deseable que algún
científico se aboque a la ímproba tarea de preservar, tras las arrugas, la
capacidad de jugar y de soñar. De nada sirve vivir mucho si no podemos dormir
tranquilamente.
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