lunes, 13 de enero de 2014

Caminando con Rodrigo


Este año que pasó llegué a odiar a los dinosaurios. Primero fui con mi pibe a Tecnópolis, esa megamuestra de un gobierno que le pone toda la onda a la tecnología, pero que se resiste a implantar el voto electrónico. Allí pudimos ver lo mismo que en el 2012, pero renovado y con mas especies exhibidas. Además es una de las pocas cosas que podés ver independientemente de la gente que haya, que siempre es mucha, porque los dinos son enormes y se pueden apreciar desde cien metros. ¡Y todo gratis!
Fue un éxito rotundo. Mi pibe empezó a pedirme más dinosaurios. Lo llevé a la Rural, donde se exponía “Mundo jurásico”. Cien pesos. La misma tecnología de tecnópolis, pero al servicio de los cogotudos que demandan voto calificado. Era como pagar para no ver negros. Me sentí un pelotudo.
Sin embargo, la pasión de Rodrigo no se agotaba. Nada lo conformaba. En Temaiken hay tiburones, pero no hay dinosaurios. En el zoológico hay dinosaurios, pero no se mueven. En la tele pasan la serie “dinosaurios”, pero está en inglés (refiriéndose al portugués.) Y en el cine…
Fuimos a ver “Caminando con dinosaurios”. La sala estaba llena en un enero donde los pibes reclaman su importancia. La película comenzó. Pero algo no andaba bien. Ni los pochoclos se escuchaban. No es de las películas como La era del hielo, que te dejan una enseñanza (tanto para grandes como para chicos) y que te abren una sonrisa (tanto en los que renuevan los dientes, como los dinosaurios, como en los que ya los perdieron para siempre, como los dinosaurios que van al cine con sus nietos.) ¡No no! “Caminando con dinosaurios” ilustra sobre la vida de estas bestias sin hacer reír a nadie. Hay chistes, escatológicos, como los de Shrek, y también bastante humor inocente, como para los no-destetados. Dicho en términos freudianos hay humor negro y humor blanco, pero no hay humor gris, porque la película carece en absoluto de imaginación, y nadie se ríe.
La peli está llena de especies del cretácico superior. Cada especie es presentada con su nombre científico en latín y en su traducción al español. A su vez, cada una es discriminada según su dieta: omnívoros, herbívoros y carnívoros. Un plomo. Y es un plomo porque en el medio le pusieron una historia anodina, cuyo punto más fuerte es la muerte del papá del dinosaurio protagonista, que no llega a conmover ni siquiera al pibe más sensible, y mucho menos a los papás que preferíamos morir antes que seguir mirando un bodrio en 3 dimensiones.
Una vez que salimos del antro lo hablé con mi hijo. “¿Qué hacen los carnívoros si no hay herbívoros?”, preguntó. Y me di cuenta que mi juicio no era del todo justo. Caminando con dinosaurios no es una película, es un documental. Un documental para niños. Y para ser más específico: es un documental para niños amantes de los dinosaurios. A Rodrigo le gustó. Para reírnos siempre estarán Los Simpsons.

sábado, 11 de enero de 2014

Muros en cadena

Mucho antes de que Gran Bretaña se adueñara de las islas Malvinas ya se había apropiado del peñón de Gibraltar, una roca enorme y estratégicamente ubicada, que para los antiguos significaba el fin del mundo conocido y que hoy simboliza uno de los límites de Europa. España reclama como propia esta roca caliza. Sus derechos parecen ser legítimos, pero esto se complica si uno sube al tope del peñón, que tiene solo un poco más de altura que las torres gemelas (426 metros.) Desde la cima, hacia el sur, usted podrá ver África. Si espera hasta la noche verá en África unas luces: es la ciudad de Ceuta, que es española.
El único muro que no es lamentable
España se robó Ceuta a los musulmanes durante la reconquista. Hay varios muros impresionantes en esta ciudad. Uno de ellos, el más lindo, es el que levantaron hace más de mil años los árabes, y que hoy es motivo de turismo, posteriormente los cristianos le hicieron refacciones y le adicionaron un foso o canal navegable. Pero hay otro muro, que elegantemente lo llaman “valla”. Este tiene una utilidad y no es nada del pasado. Fue concebido para frenar la inmigración ilegal de marroquíes. Ese muro moderno no es bello ni es mostrado a los turistas, pero resulta que la ciudad es tan pequeña que se lo ve desde casi cualquier lado. Como la otra ciudad española del África, Melilla, Ceuta es reclamada desde siempre por Marruecos, infructuosamente.
De este modo, España es un caso muy particular, porque por un lado reclama en los organismos internacionales que le devuelvan Gibraltar y por el otro no quiere devolver sus posesiones africanas. Pero si me siguen, verán que el mundo es mucho más complicado de lo que parece…
Durante el proceso de descolonización del África se dio un caso excepcional. España abandonó, casi literalmente, el Sahara Occidental, que era conocido como Sahara Español, un sector desértico al sur de Marruecos. Los Marroquíes, ni lerdos ni perezosos, tomaron el territorio, desplazando a la población autóctona, los saharauis. Sus costas son uno de los mejores bancos de pesca a nivel mundial, y consideraron que los saharauis no eran lo suficientemente idóneos con las redes y con la caña, aunque sí con los camellos. Es por eso que les pidieron por favor, con palo y bomba, que se marchen hacia oriente, hacia Argelia y Mauritania. Para asegurarse que no regresen levantaron varios muros. ¿Por qué “muros” en plural? A medida que desplazaban a los saharauis más hacia el sur y hacia el este fueron levantando nuevos muros, como se muestra en la imagen de la derecha. Estos no solo fueron concebidos para que los otros no pasen, sino también para barrerlos paulatinamente.
Considero que estos muros marroquíes deberían ser un caso de estudio, si es que ya no lo son. Su particularidad amerita el esfuerzo. También considero que la ciudad de Ceuta debería ser declarada la “ciudad de los muros”, los de ayer y los de hoy. Y tanto de España como de Marruecos solo me queda una palabra: teros, porque ponen los huevos en un lado y pegan el grito en otro.
Me gustaría agregar algo: hay muros que no existen, pero te los pueden vender. Martin Glassner, un anglo incurable, me vendió el muro que separaría Botswana de Sudáfrica. Eso está en su libro “Geografía Política”. Es un error, ese muro no existe. Se debe haber confundido con el muro que separa Botswana de Zimbabwe, porque ese sí existe. Botswana tiene una relativa prosperidad en el sur del continente y una exigua cantidad de habitantes, además, es usada como tierra de paso de los paupérrimos y populosos habitantes de Zimbabwe, que en muchos casos quieren llegar a Sudáfrica (que tampoco es un mar de rosas como a veces nos quieren hacer creer.) Esto no va en desmedro del muy interesante libro de Glessner, que en definitiva me movió a escribir.

martes, 7 de enero de 2014

La paradoja Hoover


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Alberto Einstein era fanático de las mujeres. Se casó dos veces, nunca por amor, y fue un infiel compulsivo. Sin embargo, no era un promiscuo, al menos mientras vivió en Alemania. Esa carucha era un exceso de la imaginación divina, y no era muy hábil en el coqueteo ni quería perder el tiempo levantando un barrilete con pollera que como todo barrilete nunca sabemos adónde estará un minuto después (como el mismo Alberto.)

Todo cambió cuando lo arrojaron de Alemania. La expulsión coincidió con el inicio de una fama que las mismas estrellas de Hollywood envidiaban. Su llegada a los Estados Unidos fue acompañada por la apertura de innumerables piernas. Estar un rato, acaso un turno, con el científico, con el genio, ese era el anhelo de cientos de mujeres. Einstein siempre abominó de las damas geniales, y en consecuencia, las elegía un poco tontas. (Pobre Alberto, que pésimo gusto que tenía.)

Mientras cambiaba de mujer con la rapidez de la luz, Einstein se dedicó a difundir su mensaje pacifista. Como es sabido, tiempo antes le había escrito al presidente Roosevelt sobre la conveniencia de apurar la confección de bombas atómicas. Cuando estas fueron arrojadas en el Japón, empezó a dudar de los beneficios de estas armas. En el 49 la Unión Soviética arroja la suya, y es ahí donde nuestro amigo se decide a elevar la voz a favor de la paz. 

Es el momento en que aparece en escena nuestro enemigo: John Edgar Hoover,  director del FBI. Hoover estaba convencido que Alberto era comunista.  Sus razonamientos no eran muy geniales: era extranjero, era judío y hacía campaña por la paz cuando Stalin se estaba armando hasta los dientes. Y lo peor, se daba cita a solas con numerosas mujeres que vaya a saber uno de donde venían y a donde iban.

Así fue como Edgardo y todo el aparato del FBI se pusieron a espiarlo al genio. Rastrearon los pasos de numerosas mujeres. Sorprendentemente, las mismas no eran precisamente Mata Hari ni Rosa Luxemburgo;  eran amas de casa, meretrices ocasionales, oligarcas curiosas, cocineras cholulas y bonitas cavidades huecas. Ninguna luminaria, ninguna espía. Sin embargo, Hoover estaba tan obsesionado que sembró de micrófonos los albergues de Einstein y de sus damas; pinchó los teléfonos del genio y abrió su numerosa correspondencia.

Sabido es que lo importante de Alberto está en sus libros, no obstante lo cual, toda biografía obliga a contar el aspecto humano de las eminencias. Y nosotros no contaríamos con tan buena información sobre las mujeres de Einstein si no fuera por su enemigo Hoover, quien alguna vez, apurado ante el escándalo que suscitó la apertura de sus archivos, dijo: “Yo también soy un investigador, como Einstein”. Si, nada más y nada menos que 48 años al frente del FBI lo hizo poseedor de los secretos de todas las grandes personalidades que pisaron Estados Unidos, incluso de los numerosos presidentes que no pudieron sacarlo del cargo. Einstein podía tener los secretos físicos del universo, pero Hoover tenía los del universo humano. Y tal vez estuviera un poco celoso de Alberto, porque se sabe que era puto, pero tenía buen gusto.

 

sábado, 4 de enero de 2014

¡ Abran los ojos !


Para hacer geografía es imprescindible una sola cosa: abrir los ojos. Y para hacer geografía no es necesario que seas un licenciado en la materia; los arquitectos, los veterinarios y los bomberos también deberían practicarla. Vos deberías practicarla. Puede ser que no te interese. Pero si  no te metés con la geografía es probable que la geografía se meta con vos.

En el partido de Tigre, en Don Torcuato, hasta ayer nomás, había un aeropuerto pequeño, un “aeródromo”, como lo llamaban los vecinos. Son varias hectáreas que están junto al río Reconquista, entre las vías del ferrocarril Belgrano Norte y la autopista panamericana. A primera vista la zona es aterradora: el río es el segundo curso más contaminado del país y despide un olor nauseabundo, y pasando las vías se ubica el CEAMSE, que es el merdedero o basural más importante que tenemos. Cuando cae la noche, si el viento viene del oeste—cosa más que frecuente—ese olor penetrante te domina el naso hasta casi llevarte al vómito (los que pasamos diariamente con el tren lo sabemos.) Del otro lado del río está el terraplén de la autopista del Buen Ayre, y más allá  la villa miseria, desde donde parten a la puesta del sol los que revuelven los desperdicios del merdedero.

En esta coyuntura tan especial hoy se está levantando, silenciosamente, uno de los country más exclusivos. ¿Un error? Claro que no.

Por empezar, se encuentra dentro de una zona muy próxima a la ciudad de Buenos Aires y más próxima aún a los municipios del norte del conurbano, donde abunda la plata. Además, está junto a dos autopistas, lo cual se traduce como dos accesos rápidos y directos. Sin embargo, lo que parece no encajar en el rompecabezas es el CEAMSE y el río. Pero solo es cuestión de mirar bien y encajar las fichas en su lugar.

Desde hace años los cursos de agua están siendo valorizados. Los barrios cerrados del delta y las torres de Puerto Madero quizás son la expresión telúrica más evidente. Pero este fenómeno no es de cabotaje. En todo el mundo parece que es altamente deseable vivir al amparo de un río, el que sea. No obstante lo cual, el que tiene una moneda no la va a regalar. En Londres está el modelo de Puerto Madero, sobre el Támesis, pero los cajetillas que fueron a vivir ahí se cuidaron de cambiar el aspecto y el olor del río. Salió una fortuna, pero valió la pena.

Cuando se quieren hacer las cosas se hacen. Pero no las van a hacer para vos o para mí, que viajamos en el tren. Y mucho menos para todos los villeros que pueblan las márgenes de los ríos más contaminados. A ellos les van a mostrar que el río está contaminado, y que deben abandonar la zona antes que sea demasiado tarde. Van a decir que lo hacen por el interés de ellos (de los villeros), cuando en realidad lo van a hacer por el interés de ellos mismos, que son los que propagan esta verdad a medias por la  prensa y por la  pantalla. Es tan cierto que hay chicos que se mueren por culpa del río como también es cierto que en el fondo hay gente que se beneficia con faraónicos negocios inmobiliarios gracias a eso, porque encontraron la excusa perfecta para que los villeros se vayan.

¿Y qué podemos decir del CEAMSE? El CEAMSE es unas cuantas montañas de desperdicios. Son colinas que en el tope superan los cien metros y destacan en una llanura como la bonaerense. Si se dejara de utilizar el predio se podría parquizar y grandiosas vistas se podrían obtener tanto desde arriba como desde abajo, (lease, desde al country.)  Y profetizo: se van a parquizar. Los vecinos de Don Torcuato hace años están reclamando que se vaya el CEAMSE y todo su olor. Y cuando se vaya, van a decir que fue mérito de los vecinos…

¿Cómo es posible que sepa el futuro? Porque veo el presente. Nadie pone tanta guita en un lugar como ese, a menos que…

Eso que alguien denominó “imperialismo verde” tiene parte de la  culpa, porque propagan solo un aspecto de las cosas, acaso las más inmediatas y evidentes. Juegan a las cartas, no a los dados; ven sólo una cara, no seis. Están acostumbrados a ser funcionales a gente que los usa.

Por suerte el poder circula y todos tenemos un poquito de poder, en un blog, en una charla con amigos, en la posibilidad de mirar bien y abrir la boca.

Que las cosas se tornen invisibles no quiere decir que no existan, sino que nadie repara en ellas, que nadie las ve. Yves Lacoste nos tenía acostumbrados a las sentencias memorables. Una de esas, menos transitadas que las otras, dice así:

“La geografía sirve sobre todo para ocultar las medidas que permiten a las empresas capitalistas, especialmente a las más fuertes, aumentar sus beneficios.”

Y mucha razón tenía.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Nuevo mapa del mundo

Como en el espacio no hay ni arriba ni abajo, nada extraño nos debería resultar ver un planisferio invertido, donde la Argentina y Australia se encuentren arriba. De hecho, estos mapas “al revés” existen y son exhibidos si las circunstancias lo ameritan. Pero, por convención, los planisferios vienen con el sur abajo y el norte arriba.
El mapa que tenés a la derecha es una proyección de Peters. Lo que Peters quiso destacar con esta rara cartografía son los trópicos y las paupérrimas regiones que lo componen. Es algo así como obligarte a ver aquello que no podrías ver por tus propios medios. Si te fijás, la proyección agranda las zonas centrales del globo, donde hay países que ni el nombre uno sabe, y achica a las naciones ubérrimas más septentrionales; como Alemania, donde fue parido nuestro amigo Peters.
Y digo “nuestro amigo” porque esto se le ocurrió para 1974, cuando los países del África negra se estaban terminando de emancipar (Angola y Mozambique, en último término.) Si, nuestro amigo, porque fue un oscuro benefactor de la humanidad, y si usted mira bien, notará que en el centro del mapa, agigantado, aparece el continente negro. Cierto es que siempre en los planisferios, incluso en los”invertidos”, África aparece en el medio, pero la relevancia que adquiere en el mapa de Peters es fabulosa, y más aún si atendemos a las mayores distorsiones, que se dan en las regiones del norte, que están representadas casi como caricaturas.
Ahora bien, si el continente menos contenido por la piedad humana aparece, ya sea más grande o más chico, siempre en el medio, no es por un raro altruismo, sino porque se sobreentiende que el Pacífico es pura agua y grande al pedo, y porque nos vemos impelidos a favorecer con el centro a esa enorme extensión de tierra que está debajo de Europa, que en fin de cuentas europeos fueron los primeros cartógrafos.
Sin embargo, China está reviviendo después de varios siglos, y entre la emergente potencia China y los Estados Unidos solo hay agua, mucha agua: el océano Pacífico. Es por ese motivo que les quería ofrecer el mapa que remata este texto. Se trata de una proyección Peters con una modificación, que resalta—se deja ver—ese enorme “vacio” de agua en su centro.
El Pacífico está llamado a ser el mar más importante del globo. Ya en las postrimerías de la segunda guerra, cuando la armada de los Estados Unidos se pació por las remotas islas del sudeste asiático para tomar represarías finalmente sobre Japón, este océano estaba avisando sobre su importancia estratégica. Y ni que hablar de la guerra fría, cuando Rusia puso su armada a tiro de Yankilandia, en los puertos de Petropávlovsk y Vladivostok. Por no hablar de las Coreas y sus añosos problemas, que siempre son más profundos que una fosa.
Sin embargo es con China que veremos, antes de que pase mucho tiempo, al mapa de abajo como cosa habitual, imprescindible, máxime si tenemos en cuenta que en el mismo la propia China asume una posición privilegiada. Estoy seguro que las generaciones venideras mirarán nuestros planisferios con un poco de aprensión. Y lo triste será que África dejará de estar en el centro de la escena. Bueno, al menos en los mapas, que no siempre se representan a sí mismos.
 

domingo, 22 de diciembre de 2013

Inventando lo que Alfred Wegener pensó

Ya lo dijo el gran Heráclito: “todo fluye, nada permanece”. Este filósofo bien pudo haber sido el abuelo de Alfred Wegener, famoso por haber escrito un libro llamado El origen de los continentes y de los océanos, donde asegura por primera vez que los continentes se mueven. Esto, que no es otra cosa que la teoría de la deriva continental, tiene su historia.
Wegener tuvo una vida admirable. Se recibió de astrónomo y se dedicó a la meteorología, al punto de casarse con la hija de una eminencia en la materia, Wladimir Koppen. Else, su mujer, lo debe de haber extrañado largamente, porque Alfred era un explorador y aventurero incurable. Ya en 1906 había batido el record mundial de vuelo en globo, con 52 horas en el aire. Else también sabía que su marido se había enamorado de Groenlandia, de sus hielos y de sus glaciares, y que iba a volver a la enorme isla ni bien ella pestañara.
Sin embargo, el primer abandono que hizo Wegener de su hogar fue para dar la vida por el imperio en la guerra del 14’. Nunca sabremos a cuantos mató nuestro amigo, pero él fue herido dos veces. Habiéndose salvado milagrosamente, en el hospital de campaña se dedicó a la escritura del célebre libro.
El resto de la vida de nuestro sabio se resume así: escribió otro libro, sobre clima prehistórico, con el papá de su mujer, y viajó tres veces más a Groenlandia, donde encontró la muerte por congelamiento, en 1830. Nunca tuvo hijos (su mujer.)
Cuando se quiere justificar la inspiración de Alfred Wegener para concebir la deriva de los continentes se suele repetir la siguiente anécdota, que de seguro es apócrifa. Llegando a Groenlandia siempre quedaba admirado con los icebergs. Como se sabe, los icebergs son desprendimientos de glaciares que provienen de tierra firme. A su vez, los mismos icebergs suelen fragmentarse. Wegener debió inferir que un proceso análogo se debía dar con los continentes. Estos, por algún oscuro mecanismo, se debían desplazar sobre el lecho oceánico. Nuestro científico nunca dio con este mecanismo, que luego daría lugar a la tectónica de placas, pero llegó al convencimiento de que en algún momento todos los continentes formaron una gran isla, un supercontinente. Entonces se puso a la tarea de recolectar indicios que avalaran su teoría. Y así fue como encontró muchas y muy variadas pruebas de que los continentes en algún momento habían estado juntos y que por la tanto se movían.
No es la intención de este escrito pasar revista sobre los muy buenos razonamientos que hizo Wegener para sostener su teoría, los cuales usted puede encontrar en cualquier lado, sino que la intención que me mueve es conjeturar los razonamientos que Alfred nunca confesó, ni siquiera al papá de su mujer, como ese inverificable pensamiento que tuvo cuando vio los icebergs. ¿Y si nunca pensó eso? ¿Y quién fue el primero que puso en la mente de Wegener ese razonamiento que tal vez Wegener nunca tuvo? Lo realmente notable es que el razonamiento en cuestión es original y seductor, y ha prosperado al punto de que muchos estudiosos dan como un hecho cierto que Wegener pensó lo que quizás nunca pensó.
Entonces vamos a ponernos a pensar en posibles razonamientos que llevaron a Wegener a la deriva continental. Por empezar, titula su libro El origen…, de la misma manera que Darwin El origen de las especies y El origen del hombre. El pensamiento del barbudo aún causaba estragos en 1915, porque nada más contraintuitivo que el hecho de que las especies cambien y modifiquen su aspecto. Parecería obvio que un hombre es un hombre y no un mono. Con mi abuelo no hay ninguna diferencia: el no es un poco más mono que yo. Entonces parece una locura que los organismos evolucionen, tan locura como suponer que los continentes se mueven. ¿Acaso alguien los ha visto moverse, amén de los terremotos? Por eso, desde el título mismo podemos sospechar que Wegener concibió la deriva continental después de leer a Darwin. Y no olvidemos que tanto uno como otro eran exploradores, y que el marido de Else se vale de la teoría evolutiva en más de una ocasión. Además, por arriesgar una analogía: los continentes progresan de la misma manera que los animales. Primero hay un continente, luego hay cinco. Todos los mamíferos descienden, grosso modo, de un solo ancestro, que sería como la Pangea del mundo mamífero.
Por todo lo antedicho podemos aseverar que Alfred concibió su teoría luego de ver… un mono.
Pero la teoría que todo astrónomo como Wegener de seguro conocía en 1915 es la teoría de la relatividad de Einstein, que fue aún más contraintuitiva que la de Darwin. Albert venía a demostrar que el tiempo y el espacio no son absolutos, son elásticos. Y peor aún, tiempo y espacio son relativos: por ejemplo, si viajamos por el espacio a velocidades cercanas a la de la luz, el tiempo se va a contraer. Pero nada más natural en nosotros que rechazar esto, porque los relojes nos marcan la hora absoluta. Por lo tanto, Wegener debió prestar atención a los razonamientos de su compatriota para luego conjeturar algo sobre los continentes.
Conclusión: el yerno de Koppen intuyó la deriva continental… cuando prendió una lamparita.
Más aún: él y todos los astrónomos de entonces estaban familiarizados con la teoría sobre la formación del sistema solar que dice que los planetas se formaron por la acreción de aquellos residuos que no terminaron formando parte del sol. En otras palabras, el sistema se formó por la separación progresiva de material. Y podemos poner en la mente de Wegener este razonamiento sin más.
Otra: Wegener era meteorólogo y, como vimos, viajó en globo. Mirando las nubes bien se le pudo ocurrir lo mismo que se supone que se le ocurrió al ver los icebergs. ¿Acaso las nubes no se parten? ¿ Acaso no se separan y se vuelven a juntar?
Pero estoy seguro que nadie se detuvo a pensar— nadie se detuvo a poner en la mente de Wegener— las consecuencias de haber participado en la primera Guerra Mundial. Esta guerra, que se suponía debía durar unos días, terminó por ser larga y penosa. Su característica más distintiva es que se trató de un estancamiento en el frente cuya manifestación más acabada fueron las trincheras. Durante años la frontera entre los contendientes no se movió, por una paridad de fuerzas. (Esto también era contraintuitivo, porque a nadie se le había ocurrido pensar una guerra donde los frentes estaban estacionados a perpetuidad, según todo indicaba.) Wegener fue herido, hospitalizado y ridiculizado (luego de escribir su libro.) Y en medio de este contexto, donde todos los diarios resaltaban permanentemente a la inmovilidad del frente como tema central, es dable pensar que Alfred razonó la posibilidad de la movilidad, tanto del frente de batalla como de los continentes.
O sea: Wegener llegó a intuir el tema de la deriva continental… luego de leer los diarios.
Y así, podemos estar infinitamente intentando robarle un poco de gloria, que es lo que hizo el primero que inventó ese razonamiento sobre los icebergs que probablemente tuvo—o no tuvo— este genio universal, que se separó de su mujer antes de separar a los continentes. (Tal vez fue la distancia con Else lo que disparó en su cabeza la idea gloriosa.)
El cadáver fue encontrado sobre un blanco glaciar de Groenlandia, a cientos de kilómetros de la costa. Sus amigos lo escondieron ahí mismo, bajo la nieve, y le improvisaron una cruz. Hoy el cuerpo de Wegener está bajo varios metros de hielo, que lo fueron sepultando con el tiempo, y marcha despacito hacia el mar, como un carozo de su amada Groenlandia. No sería raro que alguno de estos días un marinero aviste, entre dos témpanos que se separan, los huesos del gran explorador.




sábado, 21 de diciembre de 2013

Las manos de Alfonsin


En Junio de 1987 se estaban preparando las elecciones legislativas. Todo indicaba que el radicalismo estaba perdiendo el favor popular y desde el peronismo se desataba una interna feroz para dirimir quién iba a ser el aspirante a la presidencia en el 89´. Una serie de bombas en cines y en colegios, que nunca llegaron a estallar, pero que en algunos casos fueron hechos concretos, creaban un clima que la ciudadanía percibía como una réplica de los setentas, y que los ojos más despiertos relacionaban con la resistencia militar y paramilitar a someterse a un nuevo orden.




El 24 de junio de 1987, el caudillo catamarqueño Vicente Leónidas Saadi, recibió un mensaje muy especial. Se trataba de una carta de la viuda del general Perón. Vicente sabía que esa carta venía de la tumba de Juan Domingo, en la Chacarita, y que había sido depositada en el féretro del líder muerto. Como la carta no estaba entera, también supo que la otra parte tuvo como destinatario otro político, que con los años se supo que era el sindicalista Saúl Ubaldini. También el catamarqueño recibio una esquela, en la cual le sugerían el pago de 8 millones de dólares para recuperar lo que le faltaba al cadáver…

Tres días después, lo que Vicente sospechaba fue una noticia que conmocionó a los argentinos: habían profanado la tumba de Perón y se habían llevado las manos. En el contexto electoral, los radicales aseguraron que era cosa del peronismo, y los peronistas aseguraron que era una agresión radical. Unos y otros tenían argumentos para persuadir a la opinión pública: que era un intento más por desestabilizar la naciente democracia o que fue un ajuste de cuentas por parte de ex -empleados de la necrópolis, dolidos por haber sido desplazados por un grupo de radicales.

Pero también había argumentos más verosímiles, pero no menos disparatados: que la  logia masónica P2 habría tenido algo que ver[1]. A la logia P2 adhirieron Juan Perón, su mujer y “el brujo” José López Rega. Se sabía que este último, amante de la hechicería, quiso revivir al general en su lecho postrero tomándolo de los pies y elevando plegarias en vaya uno a saber qué extraño idioma. Ese recuerdo hizo que muchos tomaran el rapto de las manos como parte de un incomprensible ritual.

No faltaron periodistas que hablaron de las manos como símbolo del líder, y escribieron—como casi siempre— muchas boberías que se acercan más a la literatura que a la investigación, en el apuro por escribir algo sobre un tema candente del que nada sabían.

Incluso hubo una pista económica. El anillo que el general tenía en una de sus manos habría tenido el número de una cuenta en Suiza.

Entonces, mejor que fijarnos en lo que ni dios sabe, es prestar atención a las cosas que sí se saben.  Por empezar, los autores materiales debieron necesariamente contar con el concurso de cierta gente de inteligencia, porque se sabe que utilizaron 12 (doce) llaves para realizar la operación en la bóveda.

En aquel momento, el brujo  de Alfonsin, Enrique “Coti” Nosiglia, se reunió con el jefe de la Policía Federal, Juan Ángel Pirker, y con el juez de la causa, Jaime Faur Sau.[2] La entrevista está comentada en la biografía del Coti, y allí se asevera que Nosiglia apremió a los dos para que resolvieran el caso cueste lo que cueste. Unos días después, Pirker se reunió con el comisario  cuya seccional tenía jurisdicción en el cementerio, Carlos Zunino. Pirker murió de un extraño asma en su despacho; Jaime Faur Sau murió en un  accidente con su Ford Sierra, y los peritos lograron determinar que no se trató de un accidente. Carlos Zunino sufrió un atentado, pero la bala que tenía que terminar en su cabeza solo lo despeinó.

La Nación, del 27 de junio de 2004 agrega más víctimas. Dice: “El cuidador del cementerio Paulino Lavagna, falleció poco después de denunciar que lo querían matar “.  La autopsia, ordenada por Faur Sau, en vísperas de su propia muerte, determinó que se trató de una golpiza. María del Carmen Melo, devota peronista que a diario le acercaba flores al general, “murió de una hemorragia cerebral causada por una golpiza, días después de intentar hablar con uno de los investigadores para tratar de aportar la descripción de uno de los sospechosos que vio cerca de la bóveda. Y la biografía del Coti suma a un comisario muerto justo antes de ser indagado. Este anónimo comisario había descubierto en Catamarca la máquina con la cual se había escrito la esquela que le llegó a Vicente Leónidas.

Ahora volvamos al comienzo. Que una carta sea partida y enviada a personas como mensaje es tan viejo como el hombre. Lo raro es que las manos no hayan corrido la misma suerte. En los siglos pretéritos era cosa común cortarle el cogote a alguien y enviarle la cabeza a la persona indicada. ¿A dónde fueron las manos de Perón? Yo apostaría a que tienen dueño. O al menos que fueron ofrecidas a alguien. Sí, claro, en los siglos pasados también la cabeza solía ir acompañada de una misiva.

Por supuesto, este caso de las manos, como todo, puede tener múltiples causalidades, incluso contradictorias entre sí. Nunca lo sabremos. Pero yo me pregunto por el caso de María del Carmen Melo. ¿Cómo se va a resolver? ¿Alguien le lleva flores a su tumba?


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[1] Página 12, 13 de julio de 2008.
[2] GALLO Dario y ALVAREZ GUERRERO, Gonzalo; EL COTI,  El dueño de todos los secretos, Bs As, Sudamericana, 2d Ed, 2005.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Un libro inagotable


Los niños poseen con frecuencia una genialidad que pierden cuando crecen” (Karl Jaspers)

En El hombre que nunca estuvo,  de los hermanos Cohen, hay una escena memorable. Le están cortando el pelo a un tipo y, cuando se va, un peluquero le comenta a otro: “les cortamos el pelo y sin embargo siempre vuelve a crecer”. Este asombro por lo que en primera instancia parece obvio es la base de toda la filosofía, y no se puede negar que hay algo de chiste absurdo en el cultivo de la misma. 



Sin embargo, los mismos filósofos que ponderan al asombro sobre lo obvio como levadura de la filosofía, son poco propensos a la risa, y ni hablemos de la carcajada. Suelen ser muy estoicos y sospechan que la buena onda puede hacer perder seriedad a la materia.

Por eso los filósofos muchas veces son el hazmerreir de sus contemporáneos. Si Aristófanes se reía de Sócrates no era por incomprensión, sino porque tenía el sentido del humor que le faltaba a su víctima. Si toda el Asia Menor lloraba de la risa al evocar a Tales de Mileto, que se cayó en un pozo de tanto mirar el cielo, era porque de seguro Tales tenía menos onda que Nelson Castro.

Así y todo, los filósofos persisten en no bajar las banderas de la seriedad. Cuando dan un ejemplo del asombro como disparador de la disciplina, suelen repetir ejemplos añejos y  pasados de moda, y que,  por supuesto, carecen de toda gracia.

Estuve leyendo un libro llamado “Agua: espejo de la ciencia”. Si, habla del agua.  A Tales, que arriesgó que todo el mundo es, en última instancia, agua, le hubiera encantado leer este libro de Davis y Day.  El capítulo inicial se llama “Peculiaridades del agua”, pero bien se podría haber llamado “Apología de Tales”, en virtud de su contenido.  Los autores repasan las características del líquido más popular del mundo. Estamos tan acostumbrados a su presencia que no reparamos en lo que es el agua hasta que leemos el libro de Davis y Day, que es una fuente de asombro inagotable…

Sin querer reproducir el libro, les doy un ejemplo. Miremos una gota de agua. No es como una gota de mercurio, no es como una gota de petróleo, no es como una gota de aceite. Es perfectamente esférica  porque es elástica. Desde el centro y hacia todas las direcciones tiene la misma distancia. Otra propiedad del agua, y de esta gota, es que se adhiere a casi todo lo que toca. Es pegajosa por naturaleza. Cuando nos lavamos las manos o cuando el peluquero enjuaga una cabellera, es esta propiedad pegajosa, paradójicamente, la que limpia. Por otra parte, esta gota se mueve en un mundo congelado. (Toda la corteza terrestre es roca congelada, pero el agua se congela a temperaturas mucho mayores que las rocas.) Cuando una gota se evapora necesita energía y toma el calor del medio en que se encuentra. Ella tiene un poder enorme tanto de contener otras sustancias como de limpiarse de esas sustancias. Una gota con sal puede ser tanto un pedazo de mar como un poco de sudor. Por ende, una gota de sudor es una esfera perfecta y pegajosa, que se evaporará (despegará) tomando un poco del calor de tu cuerpo como energía, causándote acaso un poco de alivio al enfriarte la piel. Y al evaporarse, te estará limpiando de sustancias nocivas.

No quiero olvidar que la filosofía es hija tanto del asombro como del alpedismo (también llamado “ocio”.) Si eres filósofo, quieres tener más asombro y en este verano estáis al pedo, leed el libro de Davis y Day. Quizás te devuelva la sonrisa que habéis perdido cuando niño.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Los saqueos del espíritu

En estos días de saqueo recordé la alta tecnología que tienen muchos pibes humildes. Son elementos caros. Pero eso no los hace ricos.
Para ampliar nuestro juicio no basta con observar eso, hay que dirigir la mirada hacia otro lado. Sabido es que los supermercados que más electrodomésticos venden se ubican en las zonas más postergadas. Como no cuentan con tarjeta de crédito se llevan el televisor o la compu con la sola presentación del DNI. De esa manera se endeudan más que los compradores de barrios acomodados en términos absolutos y relativos. Absolutos, porque cuando terminen de pagar les habrá salido infinitamente más que a los otros. Relativos, porque esa gente gana mucho menos que los que sí tienen tarjeta. Entonces se presenta la posibilidad de un saqueo y esta gente, estafada legalmente, se lleva la última tecnología a cuota cero, acaso cubriéndose la cara para no mostrar su identidad, (su DNI.)
Vivimos en una sociedad hipócrita que ha olvidado el valor de uso de las cosas y solo reivindica el valor de cambio. Las bibliotecas están vacías, y son gratis. La gente solo piensa en lo material, y es que se la construye como persona en ese sentido. “Porque vos lo valés”, reza una publicidad de cosméticos. Traducido: lo caro no es el producto, lo caro sos vos. Si: todos tenemos un precio según lo que compramos, según lo que tenemos.
No voy a defender los saqueos, y menos cuando son obviamente motorizados— como siempre lo fueron—, pero al menos voy a atacar, como quien predica en el desierto, a esos pelotudos de Barrio Norte que nunca pisaron una biblioteca y que sienten envidia de que otros se lleven el plasma sin pagarlo. Los padres de esos pelotudos son los que alimentan los deseos de las personas desposeídas de todo, y a un mismo tiempo envenenan las mentes de sus propios hijos.

martes, 17 de diciembre de 2013

Un lugar sin historia


En Madrid  hay un lugar que quisiera conocer: la montaña del príncipe Pio. Su atractivo  no está en la historia. Ciertamente, una colección inagotable de literatura y una muchedumbre de obviólogos recomiendan el lugar por su fertilidad histórica. Pero, para mí, lo que hace especial a la montaña es, como veremos, la destrucción de la historia.

Allí, el 3 de mayo de 1808, un grupo de civiles fue escarmentado por las armas de Napoleón. Goya elevó a arte ese suceso. La pintura es bien conocida y este no es el momento de criticarla, pero no quiero omitir la crítica más ácida que ya entonces se le hizo al pintor. ¿No deberían morir estos españoles como mártires,  sacando pecho, desafiantes, sin lagrimear como afrancesados? Francisco no hacía nada bien en retratar las cosas tal cual son. Seguro le dijeron: “Che, boludo, revestí  el acontecimiento con dignidad, careteala un poco, men, no podés ser tan explícito.”

Los años fueron pasando y el solar dejó de ser  un descampado ideal para fusilar nenas y se transformó en una zona muy deseable para instalar un regimiento. Contra todos los pronósticos, gozaba la montaña de la dignidad que Goya, sin querer queriendo, había ayudado a reforzar. El ejército español podía así quedar identificado con un pasado glorioso.

Lo que a continuación pasó en la montaña del príncipe Pio es  una de las paradojas más inquietantes de la historia. En Julio del 36’, en los inicios de la guerra civil, en lo que ahora se conocía como Cuartel de la Montaña, un general desconocido, de nombre Fanjul, se pronunció a favor del falangismo y sublevó el regimiento. Fanjul no tomó ninguna resolución posterior. Se quedó a esperar a ver qué pasaba.  Primero pasaron los aviones, que relajaron su carga despojándose de las bombas. Después las fuerzas republicanas pasaron los muros del cuartel y liquidaron varios cientos de sublevados. Y, finalmente, unos días después, pasaron por las armas a Fanjul.




Como la guerra civil la ganó Franco, Fanjul pasó de ser un estratega impresentable a ganarse el mote de mártir. El Generalísimo también tuvo lo astucia de alimentar la cifra de falangistas muertos en el asalto al cuartel—si, ahora era un “asalto”—y de los aproximadamente cien muertos se empezó a hablar de varios cientos de millones. Y Fanjul, inexplicablemente, se transformó un poco en los fusilados que pintó Goya.

Pero Franco llevó la astucia hasta niveles insospechados. Luego de los aviones y de la guerra toda, el Cuartel de la Montaña quedó reducido a ruinas. Contra todos los pronósticos, el Generalísimo hizo diferir todo proyecto, de modo que las ruinas se conservaran como tales. Era como alimentar la memoria y la gloria de los mártires de julio que dieron la vida por el falangismo. Era una publicidad directa a su propio gobierno, y además mostraba la barbarie de que eran capaces los republicanos.

Cuando Franco estaba en el ocaso,  tras cuatro décadas en el poder, ya no se podía seguir con la farsa de unas ruinas que nadie soportaba seguir mirando.  Por el 70’ el estado español (Franco), recibió un regalo del  estado egipcio (Nasser). Se trataba del Templo de Debod, de dos mil años de antigüedad. El Generalísimo no lo dudó: había que emplazar el templo en el mismo lugar del cuartel, que es lo mismo que decir “en el mismo lugar que los fusilamientos de Goya”.

Así, la montaña del Príncipe Pio es la destrucción de la memoria colectiva. A los visitantes se les señala jeroglíficos que nada tienen que ver con Cervantes, batallas que se dieron por el dios Amón hace más de dos milenios y faraones dioses que descansaban sobre una miríada de esclavos negros.


Otras cosas raras pasan es ese lugar.  En invierno el Templo de Debod puede llenarse de nieve, como en la foto de abajo, dándole a un monumento egipcio un marco excepcional.  Además, la montaña es sólo una colina despreciable sin mayor relieve. Nada parece real en la montaña del príncipe Pio, ni siquiera el pasado,


miércoles, 27 de noviembre de 2013

Buscando el nombre de Dios

 

Yoda

Hemos perdido el nombre de dios, y lo hemos perdido para toda la eternidad. ”Dios” no es ningún nombre, es la degeneración del pagano “Zeus”, que ha devenido con los años a tomar otro sonido entre nosotros. “Zeus” en griego, “Deus” en latín, y finalmente” Dios” es español.
Con “dios” designamos una especie, de la misma manera que con la palabra “hombre” designamos a cualquier persona. Dios, sin embargo, es el único integrante de su especie. No es como Zeus, que es uno entre muchos otros dioses. Es único. Pero no por ser único carece de un nombre.
Su nombre se perdió hace unos 2.500 años. Los escritores del Antiguo Testamento lo sabían pronunciar, y lo dejaron escrito, como muestra la siguiente figura:
Esos cuatro caracteres o letras, que deben ser leídos de derecha a izquierda, esconden el nombre del Señor. Y digo “esconden” porque nadie sabe cómo se pronuncian esas letras. Durante cientos de años fue prohibida la pronunciación del nombre divino. Algo mágico o nefasto se creía que podía suceder si tan siquiera se mencionaba. Como consecuencia de esto, los mismos sacerdotes terminaron por olvidar el nombre de dios.

Xuxa
Ahora bien, esas cuatro letras no son el nombre completo del Capo. En hebreo antiguo las vocales eran omitidas. Lo que quedó en las Escrituras son cuatro consonantes, que leyéndolas de izquierda a derecha y transliterándolas al alfabeto latino dan como resultado: YHVH. Como estas cuatro letras son imposibles de decir, con el tiempo se reemplazaron arbitrariamente las haches por vocales, y se pronunció “Yavé”, como hoy lo encontramos en muchas Biblias. No obstante lo cual, algunos intentaron adicionarle vocales a las cuatro consonantes, y de semejante esperpento obtuvieron” Jehová”.
Aunque suene ridículo, dentro de los estudiosos de las Escrituras hay un grupo llamado puristas que al igual que los sacerdotes del primer mileño anterior a Cristo persisten en no mencionar el nombre. Ellos prefieren hablan del “Tetragramatón”, que significa las cuatro letras que esconden el nombre del Jefe. En otras palabras, se refieren al nombre, no a la entidad que lo porta.

Chita
Sin embargo, lo que estos tipos hacen no está del todo mal. Yavé y Jehová son invenciones de último momento. De alguna manera son bufonadas que restan y no suman nada. En español la “y” pudo ser remplazada por la “j”, pero en porteño debió ser remplazada por la “ch” y así hubiéramos obtenido “Chavé”.

 
El Chavo
José tiene 4 letras. Fotografiado por
Radrigo Bao
Hasta el infinito y la eternidad podríamos arriesgar, tomando como excusa las cuatro letras del tetragramatón, posibles nombres de dios: Chavo, Chita, Yoda o Xuxa son mis propuestas. Sin dudas, puede sonar extravagante, pero no menos extravagante que Yavé o Jehová.



 


 



                                                                                             
 
 

 


martes, 26 de noviembre de 2013

El verso de los Lemmings

Agregar leyenda
¿Qué es lo que nos define como humanos? Seguramente entre las características particulares debe estar la capacidad de terminar con nuestra propia vida. Es el único ingrediente específico que no nos da ningún orgullo.
Los lemmings son una raza de roedores famosos por practicar el suicidio en masa. En un determinado momento se dirigen hacia un acantilado y se arrojan de a miles hacia la muerte segura. Parece que este comportamiento es una respuesta de esta especie a la sobrepoblación. Por lo tanto, quizás no sea licito hablar de suicido, siempre que entendamos por tal un acto individual, voluntario, mediado por un pensamiento negro. Y tal vez tampoco podamos hablar de “masivo”, como los suicidios numerosos que se dan en ciertas sectas religiosas.
En realidad no tenemos ni idea de por qué se matan los lemmings. Y justamente eso es lo que hacen: “matarse”. “Suicidio” es un mal término para aplicar a la conducta de estos roedores, que después de todo no hacen otra cosa que seguir sus instintos. Como dirían en el café, lo de las ratas esas es un verso.
En 1958 se estreno White Wilderness, un documental que le hizo un flaco servicio a los Lemmings. Ellos son los protagonistas del film, y tienen una escena—famosa en su momento—donde se ve el mentado suicidio en masa de estos bichos. La cinta ganó varios premios, incluso el oscar al mejor documental.
En 1982 una revista canadiense difundió un secreto a voces: la película había sido filmada en Alberta, donde no existen los Lemmings. Los habian traido de quien sabe donde. Además, indicaba que ese suicidio de los lemmings había sido inducido. Parece que los productores del documental prefirieron barrerlos, literalmente, hasta el otro mundo. Digamos que les dieron un empujoncito. La popularidad de la película cementó la fama de estos roedores como suicidas.
A nosotros, lo que realmente nos hace únicos, lo que los lemmings no tienen, es la capacidad de terminar con nuestra propia especie, (además de la astuta sutileza de contribuir al autoexterminio de una especie que no jode a nadie) Y algo más sutil: los científicos hoy lamentan que los lemmings no sean suicidas, porque los últimos estudios indicarían que se trataría de una simple aberración evolutiva, y los científicos esperaban algo más original, más humano. Y si yo fuera un Lemmings también lo lamentaría, porque si el misterio se resuelve estos bichitos ya no seran materia de análisis, sino unos simples roedores que podrían ser barridos al otro mundo sin necesidad de ocupar una pantalla o las paginas de una revista.

Adjunto la famosa escena:

http://www.youtube.com/watch?v=xMZlr5Gf9yY

lunes, 25 de noviembre de 2013

El cielo con las manos



El cielo con las manos  (y otros escritos sobre rascacielos.)

Índice

Un libro que no se sabe de qué habla
Los edificios que no son
El cielo con las manos
Antes de cero





Un libro que no se sabe de qué habla
Leonel Contreras escribió un libro raro y provocativo: Rascacielos Porteños. “Caray”, me dije, “debe tratar sobre el puerto de Nueva York”. Pero no, hablaba de nosotros. Es raro, porque no hay precedentes de alguien tan atrevido que tome como materia de análisis in extenso los rascacielos de Buenos Aires. Y es provocativo porque… porque en Buenos Aires no hay rascacielos.
Definir qué es un rascacielos es una tarea más que complicada. Si es por la altura, se considera como tal a toda estructura edilicia de más de 150 metros. Según este criterio, en Buenos Aires sólo habría 9 rascacielos, que no ameritaría semejante obra. Si el criterio lo ponemos en todo edificio mayor de 12 pisos, nuestra ciudad está plagada de rascacielos, y supone una de las ciudades que más tiene en el mundo. Si hablamos de la prominencia de una estructura, es obvio que un edificio de 150 metros en el seno de Manhattan es como un enano en un equipo de básquet: no existe. De la misma manera, un edificio entre nosotros con esa altura es un gigante. Ahora bien, todos los rascacielos mayores de Buenos Aires, por ejemplo los de Puerto Madero, miden casi exactamente 150 metros, y la torre Renoir II, la más alta, no supera los 165. A escala mundial, por supuesto, no existimos. (Piénsese que el edificio Woolworth de Nueva York llegó a 240 metros en 1913, hace un siglo, y que el Burj Khalifa, el más alto del mundo, tiene 828.)
Pero yo no veo nada malo en “no existir”. Tenemos una hermosa ciudad con una armonía de altura entre sus edificios más elevados. Además, hoy los edificios más grandes del mundo están siendo levantados en la periferia de la Conchinchina: verbigracia, Taiwán, Singapur o Malasia (donde el argento Cesar Pelli levantó las torres Petronas, que fueron las más altas hasta ayer nomás); o en naciones locas, como China, Corea del Sur o Japón; o en países crudos, como los Emiratos o Arabia Saudita, donde no saben qué hacer con la guita.
El texto está en el marco de de una colección llamada “Preservación del patrimonio cultural de la ciudad”. Se trata del número 15 de la colección, y por lo que parece, al pobre Leonel lo apremiaron y hasta le impusieron el título (y unos mangos sobre la mesa.)
El libro es lo que le pidieron al autor. Está lleno de datos sobre el desarrollo en altura de los edificios porteños, y no solo porteños. Lo realmente malo del libro—y esto no puede ser imputado al autor— es que carece de vuelo. Es un libro sin ideas, sin arriesgar nada, incluso sin prejuicios. No obstante lo cual, este tipo de material puede ser un gran estímulo para que el ojo atento elabore algo con más sabor. Estos libros nos permiten volar, hacernos preguntas sobre los datos que nos transmiten, pero que no analizan. Bueno, de esas preguntas y de algunas respuestas es de lo que tratan los renglones siguientes. (Aunque en muchos casos Leonel Contreras solo me ha resultado una excusa para hablar de otros edificios a lo redondo del mundo, y también para hablar de su libro, del cual no es culpable, como queda dicho.)

Los edificios que no son
El Mihanovich de la calle Arroyo,
 también llamado Bencich , en 1928.
Una de las consecuencias más obvias que encuentro sobre la falta de tradición que
tenemos en materia de rascacielos está en el quilombo de nombres para designarlos.
Uno de los edificios más lindo que encuentro en Baires, cuya cúpula imita al Mausoleo de Halicarnaso, es el Mihanovich, de Arroyo al 800, en el bario de Retiro. Hoy es el Sofitel Buenos Aires. Cuando se inauguró, en 1928, fue el segundo rascacielos—me rindo—de la ciudad, con 80 metros, detrás de Barolo, que suma 100 metros sobre Avenida de Mayo, casi llegando a la Plaza de los Dos Congresos.

El Mihanovich de Alem,
que no es el de Arroyo
Pero resulta que el Mihanovich fue vendido al grupo Bencich, y por eso también es conocido como Edificio Bencich. Así, tenemos que el Mihanovich y el Bencich son el mismo edificio.
Pero resulta que en Leandro Alem y Perón hay otro rascacielos llamado Mihanovich, levantado en 1912, bastante antes que el
Mihanovich (el otro, el que también se llama Bencich.)
Como si esto fuera poco, hay un hermoso rascacielos en Córdoba y Esmeralda: el Bencich, pero que no es el que también se llama Mihanovich. Este bello edificio, donde viviera la poeta Alfonsina Storni, es de 1927, o sea, un poco posterior que su homónimo de Retiro.

Edificio Bencich, de Córdoba
y Esmeralda, que no es el de Arroyo
pero tampoco ninguno de los otros muchos
Bencich de la ciudad.
Hay una razón para semejante desparpajo. Los Bencich-- que hicieron muchos edificios en la ciudad-- y los Mihanovich, además de trabalenguas, son dos familias de croatas que prosperaron por aquí. Croacia era, por entonces, una parte integrante del Imperio Austrohúngaro. Este imperio perdió todo su ascendiente luego de la primera guerra mundial. Pero antes de perderlo todo levantaron una
embajada en nuestra ciudad, en Avenida Belgrano y Perú. Este majestuoso edificio se llama Otto Wulff. Sin embargo, y aunque parezca increíble, suele confundírselo, en virtud de su procedencia, con el Bencich, el de avenida Córdoba, porque—arriesgo—, son bastante similares: ambos tienen  más de una cúpulas, están en una esquina (la noroeste), sobre avenidas de similares características y presentan casi la misma altura.


El cielo con las manos
Se puede tocar el cielo con las manos de muy diversas maneras: ganando la lotería, aprendiendo algo, gritando un gol, amando, con un buen polvo, escuchando la novena de Anton Bruckner, plantando un árbol, teniendo un hijo o escribiendo un libro. De alguna manera, aquello que nos hace felices nos define como personas. (Por ejemplo, yo no juego a la lotería, pero amo la música de Bruckner.)
Pero ¿qué es lo que aman los constructores de rascacielos? ¿Qué los hace felices? Hace diez años, en un escrito que hoy me parece una colección de boludeces pretenciosas, anoté una sola cosa interesante: “los constructores de rascacielos están enfermos de literalidad. Ellos quieren tocar el cielo con las manos, pero de verdad.” En aquel momento subrayaba una coincidencia: “la invención de los rascacielos y de la aviación se da de manera sincrónica.” Y esto es muy cierto, los rascacielos fueron un intento por tocar el cielo con las manos en el mismo momento en que los aviones ya habían ganado la carrera hacia arriba.
Lo que entonces no analicé es lo que pasaba antes. La marcha hacia el firmamento se dio casi desde que el hombre fue hombre, y es evidente—o debería serlo— que no es lo mismo ganar las alturas antes del avión que luego de su invención. Y tampoco es lo mismo ganar el cielo para el cristianismo que para otras religiones.
Conocida es la historia de la torre de Babel. No es casualidad que esta historia esté contenida en La Biblia. Para el cristiano la cara de dios es un poco el aspecto que asumen las nubes. Pero resulta que dios castiga a sus creyentes por la osadía de querer subir tan alto.
Durante más de mil años el cristianismo tuvo una herida: La Pirámide de Keops, la estructura más alta del mundo, y para colmo en sus narices, cruzando el Mediterráneo. Algo así como un complejo de inferioridad debieron sentir los ingleses que en 1311 consagraron la primera estructura que le arrebató el podio al faraón Keops, la Catedral de Lincoln, con 160 metros. Sin embargo, la alegría no duró mucho. En 1549 un rayo partió en mil pedazos el chapitel que la coronaba.
El faraón siguió reinando por otros 300 años, hasta 1874. En esa fecha se terminó la aguja de la Iglesia de San Nicolás de Hamburgo, con 147 metros . Se esperaba que fuera tan perdurable como una obra egipcia. Unos años antes, los europeos habían conseguido volar. Los globos aerostáticos, hacia finales del siglo XVIII, le habían devuelto la estima al pueblo blanco. No obstante lo cual, vencer a Keops no era simplemente consagrar una iglesia, sino mas bien que resista el paso del tiempo. ¿Pero cuánto tiempo? ¿Tres mil años?
San Nicolás de Hamburgo. Lo que queda y lo que fue.
Bueno, no es para tanto. Lo importante era que superara una prueba de fuego: por ejemplo el bombardeo de los aviones norteamericanos durante la segunda guerra mundial.
La invención del pararrayos había contribuido a temer menos a Dios, pero no a los humanos. El 24 de julio de 1943 los aviones enemigos necesitaban una referencia para bombardear la ciudad de Hamburgo. Esa referencia fue, obvio, su punto más alto: la iglesia de San Nicolás. La iglesia desapareció bajo las bombas. Y, aunque parezca raro, su aguja se salvó. Esta vez el que tuvo que resignarse—y acaso persignarse—fue Keops.

Antes de cero
El edificio Singer—si, el de las máquinas de coser—fue el edificio más alto del mundo cuando se inauguró, en 1908, en la zona sur de Manhattan, arrogándose 186 metros. Ese mismo año se inaugura el City Investing, un rascacielos vecino al Singer pero un poco más chato. En 1914, ahí nomás, se levantan las torres gemelas de la Terminal Hudson: dos enormes moles de 22 pisos sobre una punta de rieles del ferrocarril.
Estos tres edificios era parte de las postales y una fotografía frecuente de Nueva York. En la década del 60’ todos fueron dinamitados. En el caso del Singer, fue más doloroso, porque se trataba del edificio más alto jamás dinamitado, el que había sido el edificio más alto del mundo. Donde se alzaban las gemelas de la Terminal se construyeron las Gemelas, las de Laden. Aunque nos parezca extraño, las torres del atentado no fueron las únicas gemelas en ser derribadas allí, ni tampoco el primer edificio más alto del mundo en ser derribado en la zona. Esa zona que a partir del 11 de septiembre llamamos cero.
Cuando tiraron abajo esas joyas que fueron el Singer y el City Investing, se lo hizo con el deliberado propósito de construir rascacielos más altos, como el One Liberty Plaza, que es cuadrado y amorfo. ¿Y acaso donde estaban las torres gemelas no están construyendo algo más alto?


El más alto es el Singer. A su lado el City. Más a la derecha las gemelas
de la Terminal Hudson. Todas han sido demolidas, como el WTC.