sábado, 11 de enero de 2014

Muros en cadena

Mucho antes de que Gran Bretaña se adueñara de las islas Malvinas ya se había apropiado del peñón de Gibraltar, una roca enorme y estratégicamente ubicada, que para los antiguos significaba el fin del mundo conocido y que hoy simboliza uno de los límites de Europa. España reclama como propia esta roca caliza. Sus derechos parecen ser legítimos, pero esto se complica si uno sube al tope del peñón, que tiene solo un poco más de altura que las torres gemelas (426 metros.) Desde la cima, hacia el sur, usted podrá ver África. Si espera hasta la noche verá en África unas luces: es la ciudad de Ceuta, que es española.
El único muro que no es lamentable
España se robó Ceuta a los musulmanes durante la reconquista. Hay varios muros impresionantes en esta ciudad. Uno de ellos, el más lindo, es el que levantaron hace más de mil años los árabes, y que hoy es motivo de turismo, posteriormente los cristianos le hicieron refacciones y le adicionaron un foso o canal navegable. Pero hay otro muro, que elegantemente lo llaman “valla”. Este tiene una utilidad y no es nada del pasado. Fue concebido para frenar la inmigración ilegal de marroquíes. Ese muro moderno no es bello ni es mostrado a los turistas, pero resulta que la ciudad es tan pequeña que se lo ve desde casi cualquier lado. Como la otra ciudad española del África, Melilla, Ceuta es reclamada desde siempre por Marruecos, infructuosamente.
De este modo, España es un caso muy particular, porque por un lado reclama en los organismos internacionales que le devuelvan Gibraltar y por el otro no quiere devolver sus posesiones africanas. Pero si me siguen, verán que el mundo es mucho más complicado de lo que parece…
Durante el proceso de descolonización del África se dio un caso excepcional. España abandonó, casi literalmente, el Sahara Occidental, que era conocido como Sahara Español, un sector desértico al sur de Marruecos. Los Marroquíes, ni lerdos ni perezosos, tomaron el territorio, desplazando a la población autóctona, los saharauis. Sus costas son uno de los mejores bancos de pesca a nivel mundial, y consideraron que los saharauis no eran lo suficientemente idóneos con las redes y con la caña, aunque sí con los camellos. Es por eso que les pidieron por favor, con palo y bomba, que se marchen hacia oriente, hacia Argelia y Mauritania. Para asegurarse que no regresen levantaron varios muros. ¿Por qué “muros” en plural? A medida que desplazaban a los saharauis más hacia el sur y hacia el este fueron levantando nuevos muros, como se muestra en la imagen de la derecha. Estos no solo fueron concebidos para que los otros no pasen, sino también para barrerlos paulatinamente.
Considero que estos muros marroquíes deberían ser un caso de estudio, si es que ya no lo son. Su particularidad amerita el esfuerzo. También considero que la ciudad de Ceuta debería ser declarada la “ciudad de los muros”, los de ayer y los de hoy. Y tanto de España como de Marruecos solo me queda una palabra: teros, porque ponen los huevos en un lado y pegan el grito en otro.
Me gustaría agregar algo: hay muros que no existen, pero te los pueden vender. Martin Glassner, un anglo incurable, me vendió el muro que separaría Botswana de Sudáfrica. Eso está en su libro “Geografía Política”. Es un error, ese muro no existe. Se debe haber confundido con el muro que separa Botswana de Zimbabwe, porque ese sí existe. Botswana tiene una relativa prosperidad en el sur del continente y una exigua cantidad de habitantes, además, es usada como tierra de paso de los paupérrimos y populosos habitantes de Zimbabwe, que en muchos casos quieren llegar a Sudáfrica (que tampoco es un mar de rosas como a veces nos quieren hacer creer.) Esto no va en desmedro del muy interesante libro de Glessner, que en definitiva me movió a escribir.

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