Vicenta tiene poder sobre los elefantes. Ella toca su acordeón y los elefantes acuden a su llamado.
Sin embargo, Vicenta vive en una ciudad muy grande, donde no hay elefantes. Pero puedo dar testimonio que, al menos su barrio, se llena de elefantes cada vez que Vicenta ejecuta su instrumento.
Cierto día se reunieron muchos científicos y profesores para comprobar semejante prodigio. Como la casa de Vicenta es muy chica como para que entren los elefantes, la reunión se hizo en la plaza, junto a los toboganes, que se parecen a las trompas. Ella tomó su acordeón, ejecutó algunas notas, y al punto docenas de elefantes se arremolinaron en torno a los científicos, que preferían permanecer de pié antes que tener que sentarse en los sube y baja. Uno de ellos, que no dejaba de estar asombrado, le dijo a Vicenta que los elefantes habían llegado pero que él no había escuchado ninguna nota. Los otros científicos confirmaron sus palabras, demostrando que no andaban mal del oído, porque podían escuchar a su colega. Un profesor de música pidió el acordeón. Ejecutó unos compases y los elefantes desaparecieron. Entonces Vicenta les dijo que no solo es necesario saber tocar el instrumento, también es necesario saber hacer música… y querer a los elefantes.
Sin la música de Vicenta las enormes orejas de sus amigos habían desaparecido. En cuanto a los científicos, todos ellos habían evitado el trato con los elefantes durante toda la vida, y ahora venían a la plaza no para ver a los paquidermos, sino para entender el mecanismo por el cual Vicenta los convocaba. Y es que eso de tocar el acordeón, y que acudan tantos científicos, a Vicenta le parecía raro.
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