Uno es lo que escribe, pero solo en parte. Algo de Cervantes habrá en el Quijote, y algo del Quijote habrá en Cervantes. Sin embargo, sería exagerado y poco inteligente de nuestra parte imaginarnos a las personas de manera tan rudimentaria. Dostoievski escribió Crimen y Castigo, pero no mató a nadie, y hasta pudo ser un tipo de lo más agradable. ¿Entonces por qué quienes han leído cosas mías afirman tan relajadamente que yo sería esto o aquello sin siquiera conocerme? ¿Por qué me estigmatizan como a una vaca sin siquiera saber que me están mandando al matadero? He llorado toda la noche después de ciertos comentarios. He inundado pañuelos con mil mocos cada vez que los releía. Solo pido piedad, y respeto.
Queda dicho: uno no es lo que escribe. Y les voy a decir más, el párrafo anterior es pura ficción. Yo me cago de risa de las críticas. Pero hay veces en las cuales me veo empujado a mimetizarme en el lenguaje de algún romántico, como Carlitos Rey. Es a él a quién deliberadamente intenté imitar en ese párrafo. Carlitos, vos escribís así, te tengo bien leído y es por eso que te puedo imitar. Pero yo no te creo una palabra. A veces uno conoce tanto a la persona que ya no puede comprar el personaje. Podés llorar una catarata, pero yo sé que sos el tipo más feliz del mundo.
Tan perfecto teatro ha montado
Que no hay quien se piense simulado,
La noble máscara se ha adosado
Y el personaje se ha apersonado.
La Tumba de Enrique Fogwill es el último libro del poeta Carlos Rey. Está lleno de una sutil ironía. De su lectura podemos afirmar que Carlos trata—yo creo que exitosamente—de amalgamar su vida cotidiana espiritual con su vida cotidiana objetiva. Se muestra como un poeta tradicional, con miles de preocupaciones “almísticas” (contracción de alma y mística), pero por otro lado nos muestra sus ocupaciones rutinarias. Sabemos a partir de La Tumba de Enrique Fogwill que Carlos Rey labura de oficinista, viaja en el Roca, compra en el supermercados de la zona y paga sus impuestos. Además nos informa que tiene una familia, que el número de sus hijos se eleva a 2 (sic), que escribe de noche y que concibe sus escritos junto a las góndolas de mayonesa. Son todas cosas que uno no espera encontrar en un libro de poemas. Y todo eso ensamblado con profundas reflexiones sobre el Ser, la vida, la muerte, la escritura, el dolor y el pasado. Me reí mucho.
Si como Aquiles, me dieran a elegir
Entre la gloria eterna y el olvido,
Más humilde quisiera yo decidir
Entre la oficina y seguir dormido.
Pero la mayoría de los poemas son buenos:
Mis poemas no son mis poemas porque no me
Pertenecen como podrían pertenecerme
Este lápiz y esta hoja y esta hora en que estoy
Pensando en la noche y el día de mis poemas,
Y no sé quién será el dueño de las palabras de hoy,
Y si existe alguno al que deban ser atribuidas.
Una cosa que apabulla es el exceso de laburo. Es un libro de sonetos, y de sonetos muy variados en su rima y forma. Es evidente que el poeta buscó la versatilidad. Y ante tanta variedad podemos afirmar que nos encontramos ante una catedral de sonetos o una colección de formas sonetísticas.
También nos ofrece una cantidad exigua pero aleccionadora de neologismos, palabras nuevas, como para alegrarnos los oídos. Acertadamente, Carlos emplea los neologismos en sus mejores pasajes, y no cuando nos habla del Plasma que no quiere comprar…
Sin embargo, hay un solo poema en el libro que no es un soneto, y es justamente lo mejor de La Tumba de Enrique Fogwill, quizás porque lo escribimos juntos. Disfrutren.
Fracasados son los que nacen
Porque son raptados del paraíso
Y confinados en esta caverna
No quieren volver a ver los colores
Y se dedican a atesorar grises
Sin nunca poder saciarse.
¡Que el último apague la luz!
Cuando se está cansado
Y los zapatos ya no responden
Y es hora de dormir
Incluso en esos momentos
Nos empeñamos en mantener la luz encendida
Como niños que temen a la oscuridad
¡Que el último apague la luz!
¡Que el último la apague sin miedo!
No tengas temor por la huida
No hay vela que no se consuma hasta la oscuridad
No seas conservador, no persistas
Tus zapatos no se mueven porque ya no hay camino.
Sal de las existencias, hay stock, hay de sobra.
Al menos hasta que el último apague la luz.
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