“Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó jamás por
mente alguna, aquello que dios tiene preparado para los que le aman”
(Primera carta a los Corintios, 2,9)
Así da comienzo Arthur C. Clarke a su maravillosa “2001, una odisea espacial”:
“Tras cada hombre viviente se encuentran
treinta fantasmas, pues tal es la proporción numérica con que los muertos
superan a los vivos.”
Y a mí me pareció importante anotar algunas reflexiones que me
sobrevienen de esa breve línea.
Esos
30 fantasmas que se encuentran tras cada humano viviente fueron unos 300 hace
sólo doscientos años, cuando se iniciaba la revolución industrial que disparó
el número de humanos a cifras siderales, en eso que se denominó “explosión
demográfica”.
Esto
significa una sola cosa: se está estrechando el número entre seres humanos
muertos y seres humanos vivos.
Puede
resultar una observación ociosa si no fuera material de uno de los principios
fundamentales de la Iglesia Católica. Para esta institución—a la cual la
palabra “institución” le queda chica porque vertebra casi toda nuestra
historia—los fieles se dividen entre aquellos que están en la gloria, o sea los
muertos, y aquellos que transitan este valle de lágrimas, los vivos. De ahí que
estar muerto es mejor que estar vivo.
Sin embargo,
al catolicismo no solo no se le pasó por alto ese hecho evidente de que los
muertos superan en número a los vivos, sino que agrega que los muertos no hacen
otra cosa que volver con su Padre
Celestial, dando por un hecho que antes del nacimiento ya somos muertos, o dicho con precisión, ya
teníamos algún tipo de preexistencia, porque en el Más Allá no
existe el antes y el después: el tiempo.
Así,
podemos sospechar que la política del clero tendiente a prohibir todo tipo de
contracepción y todo aborto, no sería otra cosa que la forma natural de equilibrar la balanza entre los
muertos y los vivos.
La
idea contraria está expresada en las películas del tipo “El regreso de los muertos vivos”, de las
que el director George Romero es un experto, y que remite obviamente al Final
de los Tiempos bíblicos. Esos zombis son muertos que transforman en muertos a
los vivos, incrementando con ello el número de muertos y disminuyendo el número
de vivos. En algunas de sus películas vemos como un pueblito, que es una expresión
del mundo, se llena de muertos al punto que los de sangre caliente llegan a ser
unos pocos.
¿Pero cuál es la forma en que un zombi
conquista un vivo? Por la sexualidad. Lo que escuchó: cuando clavan sus dientes
en una víctima no hace falta ser muy astuto para percibir que el deleite que se
transfigura en la cara de los zombis no es el deleite por la comida sino por
algo de tipo sexual. De hecho lo que hacen con ese acto es reproducir zombis,
reproducir muertos.
(Acaso lo más
desconcertante de las películas de Romero sea que mientras los muertos tienen
un objetivo bien claro, sus víctimas suelen ser gente al pedo en la vida. El
hecho de que la iglesia le dé sentido a la vida de mucha gente, precisamente
hablándoles de la muerte, no debería asombrarnos.)
Como ya estoy
cansado de las películas siempre iguales de este tipo, propongo un argumento
diferente: El clero estaría conformado por zombis y sus víctimas serían
bautizadas cuando por ejemplo un cardenal le come el cerebro a algún
despistado. Los pocos vivos se dedicarían a fornicar incansablemente en procura
de no disminuir su número. Como la reproducción de los
muertos es más rápida que la de los vivos, estos finalmente terminarían
consumiendo toda la vida.
Al final,
Cristo retorna: es un zombi. Pero, como todo zombi, no solo es un muerto,
sino que es un muerto vivo (tiene las dos naturalezas, la humana y la divina.)
Pero al final de esta improbable
película nos enteraríamos que lo que Cristo tiene de divino es la que
tiene de vivo, no lo que tiene de muerto. Finalmente, como en una ironía, vemos
al Padre: él es solo vida, la muerte no lo ha tocado. Pero está solo y no tiene
con quien fornicar.
Una variación
al argumento anterior sería equilibrar la lucha entre muertos y vivos. En efecto,
si los muertos se reproducen por medio de los vivos, entonces los vivos se
tendrían que reproducir por medio de los muertos. En otras palabras: si los
zombis se reproducen comiendo cerebros de vivos, entonces los vivos se
reproducen fornicando con los muertos. Pero resultaría que se trataría de una
violación, porque los muertos no estarían predispuestos a acostarse con un
vivo, porque para ellos el placer pasa por otro lado. (¡Imagínense una película
en que la gente se desespera por cogerse a los muertos para sobrevivir! ¡Dios
me libre!) Y ahora estoy pensando que este argumento es superior, porque
implicaría que dios, que en definitiva terminaría siendo el único vivo, tendría
con quien fornicar: si, con toda la especie humana devenida en zombis.
Una película así no sería una genialidad, sino
más bien una pavada importante, o en el mejor de los casos una comedia negra
desopilante, pero de seguro generaría un revuelo de dimensiones ecuménicas.
Hasta habría gente que la tomaría por el lado filosófico y la señalaría como
genial. Nada me sorprendería, he escuchado tantos aplausos a las mediocres
películas de George Romero que ya nada me sorprende.
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