viernes, 30 de septiembre de 2016

Aula de un colegio de la segunda corona

Aula de un colegio de la segunda corona del conurbano. Sexto año, turno tarde. Clase de geografía. Alumnos de 17 y pico. Maxi destaca por su literalidad y su entrega a las causas más grandes y más chicas, pero especialmente por su pensamiento binario extremo. Es delegado del curso.
Reparto un trabajo práctico y le doy a García un trabajo que no es de él, es de otro García. Me disculpo.
Yo—Perdón, es que a la mañana hay otro García. 
Maxi— Macho, los de la mañana son los de la mañana. Nosotros somos los de la tarde.
Una semana después. Entra la directora a pasarme el libro de actividades áulicas. Nota que varios alumnos tienen en mano el celular.
Directora— Ya les dije que está prohibido el celular en el aula, a menos que el profesor lo permita.
Yo— Dejo usar el celular siempre y cuando hayan terminado la tarea correctamente.
Maxi (Que no tiene el celular en la mano y está empeñado en terminar la tarea) — Señora, el profesor nos permite usar el celular, ¿entiende? (Sale la directora. A mi) — Capo, la clase es tuya, no tenés que dar explicaciones.
Una semana después. Estoy intentando introducir el concepto de alienación; estoy intentando introducir un poco de filosofía en la clase. Agarro un pibe cualquiera.
Yo— Mariano, ¿qué es lo que querés?
Mariano— Quiero jugar a la pelota y ponerme en pedo todo el día
Yo— ¿Y cómo sabés que querés lo que querés?
Maxi (Concluyente) — Macho, ya te dijo lo que quiere, aflojá.
Una semana después, haciendo un balance sobre el capitalismo.
Yo— Chicos…
Maxi— Cortala con chicos, somos grandes, ¿qué parte no entendés?
Yo—…Bueno, el sistema capitalista, así como lo conocemos hoy, es el mejor de la historia. Mejor que la esclavitud, Mejor que el feudalismo. Mejor que el comunismo. Sin embargo, es un sistema desigual, estupidizante, y hay mucha pobreza, mucha injusticia. Es perverso y empobrece nuestra vida material y espiritual; especialmente a nosotros, los pobres. Esto no da para más. El sistema está en crisis. Hay que inventar otro sistema.
Mariano— ¿Cuál?
Yo— No lo sé.
Maxí— ¿Y entonces por qué enseña algo que no sabe?
Yo— (Hago una pausa) Cambiar este sistema es una tarea para ustedes.
Maxi— ¿La hacemos ahora?
Maxi es una de esas personas que la tienen clara. Nietzsche decía ¨un sí, un no, una vía recta y una meta¨ Yo no tengo ninguna duda: va a llegar lejos. No es ninguna ironía; los maxis van a cambiar el mundo.

sábado, 17 de septiembre de 2016

La escritura detrás de la lengua (Geografía para periodistas)

         
¨Vayan a estudiar, manga de burros¨, suele aconsejar Ricardo Iorio. Yo le hago caso. Siempre. Porque ¨solo sé que no sé nada¨, como decía Sócrates, y porque no me gusta ventilar giladas cuando está en mi poder hacer dos o tres clicks y averiguar como viene la mano sobre un tema cualquiera. Máxime si tengo que hablar  ante gente que cree en mis conocimientos, que confía en mi. Se lo debo a ellos; no me gusta traicionarlos. Y, llegado el caso, me basta con decir ¨no sé¨, ¨no tengo la más puta idea¨.  Prefiero que dejen de creer en mí antes que embaucarlos como si constituyeran un contingente de imbéciles.

Me estoy refiriendo a  gente que, haciendo dos cliks, te enterás que, además de formadores de opinión, son insignes docentes universitarios transnacionales, que vomitan lo que saben acá, en Harvard, en Java y en Criptón. Muy aplaudidos por nosotros, pobres docentes telúricos que luchamos de sol a sol con indios semianalfabetos en las aulas bárbaras del conurbano. Lo he escuchado de mis colegas: ¡ cómo sabe Juan Sebastian Lachota o Silvina Raquel De la Concha sobre política internacional! ¨.  ¡ Uy, sí, por algo están en la tele! No se equivocan una sola vez, sino muchas, al por mayor, recurrentemente. Tienen una columna semanal en el noticiero o una columna quincenal en un matutino y teniendo tanto tiempo para aprender vuelven a repetir sus insensateces. ¿Nos subestiman o son ignorantes? Yo creo que  ambas cosas.

¿Qué es lo que hay que saber para opinar sobre temas internacionales?  Hay algunas cosas que ya están instaladas, cosas que cualquier mortal va a ir a buscar. Un poco de historia de la región, un mapa,  bajo qué régimen de gobierno viven, cuáles son los recursos en juego, como se posicionan las potencias ante el conflicto, como se para nuestro país, un poco de vaticinio para agregarle sal y pimienta al asunto, mezclamos y listo.  Hasta ahí todo bien. Pero ¿falta algo?

Un speech  que deberían saber para no decir huevadas versa sobre las diferentes lenguas que se hablan en un territorio dado. Vivimos lejos de todo y parece cosa trivial ponerse a ver esas cosas, tal vez porque hacemos cientos de kilómetros y todos hablamos castellano. Bueno, el mundo es otra cosa, es mucho más complejo en ese aspecto. Es tan complejo que no sólo es un quilombo de lenguas, sino también un quilombo de escrituras. Es más: un mismo idioma se suele escribir de muchas maneras diferentes…

Supongamos que quiero escribir cualquier boludés, por ejemplo, ¨tengo dos huevos, el derecho y el izquierdo¨. Pero lo quiero escribir con el alfabeto griego. Bueno, es una pavada: ¨θηνω δωσ υηγωσ, ηλ δηρηκχω ψ ηλ ιξφϋιηρδω¨. Solo se trata de remplazar un signo por otro. La misma pavada si lo quiero escribir en alfabeto cirílico o con números, arábigos o romanos, da lo mismo.  Con un poco de práctica en un mes lo hacemos espontáneamente, como si lo hubiésemos hecho toda la vida. Y con un poco de esfuerzo estamos haciéndolo con el alfabeto árabe o el japonés, que son silábicos. No estoy jodiendo. No se trata de hablar esos idiomas, sino  simplemente de hablar como siempre lo hacemos, pero escribiendo de otra manera.[1]

Los alfabetos, además de convenciones, son una herencia cultural. Nosotros empleamos el alfabeto latino porque es el alfabeto con el cual se escribía el latín, la lengua litúrgica de la Iglesia Católica. Contrariamente, los griegos y la mayoría de los pueblos eslavos de raíz ortodoxa, como los rusos, utilizan el alfabeto griego o, para ser más preciso, uno de sus derivados, el cirílico. Lo que estos pueblos saben mejor que nosotros es que el Nuevo Testamento está escrito en griego. Para ellos es una locura que una iglesia llamada cristiana utilice el latín y sus letras para el rito. De ahí a las balas hay un solo paso.

Si me sigue, vamos a complejizar un poco las cosas con ejemplos cada vez más copados, y desde el punto de vista argentino, más bizarros, sin dudas.

Antes de hablar gansadas sobre el conflicto de los Balcanes usted debe saber algo elemental: croatas, bosnios y servios hablan el mismo idioma, que acertadamente podríamos llamar Eslavo del Sur o Yugoslavo, que significa precisamente eso: ¨yugo¨, sur; ¨slavo¨, eslavo. El hecho de que los tipos hablen de un idioma bosnio, otro idioma croata y un tercero servio es un problema de ellos, no de nosotros. Esos idiomas son el mismo idioma. Sí, no estoy diciendo que son dialectos mutuamente inteligibles. Hablan igual. Tal vez se diferencian como el porteño del cordobés, pero son lo mismo. ¿Entonces cuál es la diferencia? ¡Escriben con alfabetos diferentes! Mientras los servios utilizan el alfabeto cirílico (ese de los rusos) los croatas utilizan el nuestro, o sea, el latino. ¿Por qué? Porque los servios son ortodoxos y los croatas y los eslovenos son católicos. A su vez, esta diferencia religiosa, de raíz histórica más que efectiva— comunismo mediante—  crea enlaces con otros pueblos eslavos. En efecto, los polacos, por caso, son afines a los croatas porque, además de eslavos, también son católicos y porque también, por eso mismo, emplean el alfabeto latino (Y el hecho de haber estado en bandos opuestos durante la Segunda Guerra no modificó esa esencia). Otro tanto se puede decir de los servios, que son afines a los rusos por los mismos motivos. (Y aunque aún hay bosnios que escriben con caracteres árabes, la verdad que por muy musulmanes que se reclamen la mayoría escribe en latino o cirílico.) En síntesis, el idioma, en este caso, no nos ayuda demasiado, pero sí, de manera clara, la forma en que estos idiomas se escriben.[2] 

Por lo dicho, el problema en los Balcanes es un problema cultural, de ninguna manera un problema étnico (Con la excepción de Kosovo, que es otro tema). No se trata de que hay negros por un lado y rubios por el otro. Son iguales, hablan igual, caminan igual. Escriben diferente. Entran en templos diferentes.

            Otro caso similar lo encontramos entre el urdu y el hindi, que por su masividad (son centenares de millones) merece un momento de nuestras neuronas. En realidad se trata del antiguo indostánico, que a mediados del siglo XX, cuando se separa Pakistán de la India, pasa a llamarse de dos maneras. Los paquistaníes, musulmanes, eligen escribir el urdu con el alfabeto árabe, como era de esperar. En tanto los de la India, eligen para el hindi un alfabeto derivado del sánscrito.

¿Quiere algo más bizarro?  Tarea para el hogar: averigüe con qué alfabeto se escribe el mongol en Mongolia y con qué alfabeto lo escriben los mongoles que viven en China, y verá los efectos de dividir un pueblo por varias generaciones asignándole a uno de ellos una escritura diferente. Esos pueblos ya no se pueden comunicar por medio de algo tan importante como la escritura. Son ya, de algún modo, dos pueblos diferentes.

Usted no puede entender correctamente el drama de  próximo y medio oriente sin cavilar lo que sigue. El persa es un idioma que comprende tres dialectos mutuamente inteligibles, el iranio el dari y el tayico, hablados respectivamente en Irán, Afganistán y Tayikistán, países limítrofes entre sí. Sin embargo, en los dos primeros se escribe con alfabeto arábigo y en el último, por haber sido parte de la URSS, se escribe con alfabeto cirílico (Si, el mismo que el ruso y el croata, aunque no sea un idioma eslavo ni mucho menos. ¡Si, el mismo alfabeto cirílico que emplean los Mongoles en Mongolia!, por si no hizo la tarea) Ahora bien, la lengua persa y la lengua árabe no tienen un carajo que ver, salvo en la escritura. Los persas (iraníes, que les dicen hoy) como no hablan árabe, como Mahoma, al menos escriben con el alfabeto del profeta. Hecho el alfabeto hecha la trampa, aunque los árabes no caigan en ella.

Sin embargo, a un buen observador no se le pasa que en general, a lo largo y ancho del mundo, se está dando una tendencia a adoptar escrituras alfabéticas. Esto es así porque la escritura alfabética estricta (como la cirílica,  la griega o la latina) es infinitamente más fácil de aprender que los otros tipos de escritura. El problema que esto conlleva (o la virtud, según como se mire) es que una vez que se elige alguno de estos alfabetos para reemplazar otras escrituras se impone con facilidad y es irreversible. El idioma turco nos será un excelente ejemplo en este sentido. Como musulmanes que son, se escribía con caracteres árabes. En 1928, el San Martín de ellos, llamado Kemal Ataturk, admirador de occidente, obligó, con gran resistencia por parte de su pueblo pero también con gran éxito, a olvidar las raíces religiosas. Dijo, ¨ a partir de ahora escribimos nuestro idioma con las letras latinas¨. Esto, por supuesto tuvo consecuencias obvias. La historia turca tiene como hito la conquista y destrucción de Constantinopla, que pasó a llamarse Estambul (o sea, Islambul o ciudad del Islám). El olvido de ese pasado, el acercamiento por el alfabeto a la iglesia de Roma, es algo que no le perdonan sus vecinos persas y árabes.[3] (Usted siempre tiene que tener en cuenta que en estos países casi siempre es más importante la religión del otro que la bandera) Sin embargo, los turcos fanáticos de la escritura árabe tuvieron su revancha. En 2014, el gobierno, después de haber hinchado las pelotas hasta el hartazgo para entrar en la Unión Europea, con nuevos vientos económicos que no aconsejaban esa estrategia, volvió a permitir la enseñanza del turco con alfabeto árabe en las escuelas. No obstante lo cual, ya era tarde. Nadie se enganchó con la iniciativa.

Pero hay ejemplos más truculentos en el mundo turco-musulmán. El turcomano (si, el que se habla en Turkmenistán) y el uzbeco cambiaron el alfabeto árabe por el cirílico y medio siglo después el cirílico por el latino a la caída de la URSS. En estos países la resistencia de muchos de sus habitantes está en que quieren volver al cirílico. Después del comunismo, el interés que tienen en volver a escribir con el alfabeto del Corán es nulo.  


A esta altura debo decir algo de suma importancia. El árabe es una lengua afín al hebreo, aunque se escriben de modo muy diferente y no soy tan ciego como para confundir una mezquita con una sinagoga. Se trata de dos lenguas semíticas muy emparentadas que tienen cierto grado de inteligibilidad mutua. Y hay que hacer otra salvedad. El mismo árabe es un idioma bastante raro, conformado por un conjunto de dialectos bastante diferentes unidos por la misma escritura. Un marroquí y un libanés se entienden a duras penas. Y otra cosa que debe saber es que el hebreo es un caso único en el mundo: una lengua muerta que ha revivido para ser la lengua oficial de Israel. Cuando piense en los judíos ortodoxos piense que eso ellos lo tienen muy en cuenta. El abuelo hablaba yiddish, que es una lengua germana (sí, germana) y su nieto ha perdido todo vínculo con lo alemán. Paradójicamente, se han acercado a los musulmanes, aunque la escritura semítica arcaica de los hebreos deja bien en claro que fueron a buscarla al cajón de los ancestros que escribieron la Torah.

Y si de ver una unión por la escritura se trata no encuentro mejor ejemplo que el chino. El chino es una escritura pictográfica convencional. ¿Qué quiere decir esto? Muy sencillo. Supongamos que yo escribo un uno: ¨1¨. Usted lo lee ¨uno¨ y un yanqui lo leerá ¨uan¨. Sin embargo, ambos estaremos entendiendo perfectamente lo que eso significa. Lo mismo si dibujo una casa, para un inglés eso es ¨jaus¨. En Pekin y en Shangai, en Honk Kong y en Manchuria se hablan diferentes idiomas. Ni siquiera ¨si¨o ¨no¨ se dicen de la misma manera. Sin embargo la escritura los une.[4] Todos para uno y uno para todos.

Y quiero concluir con un problema candente, actual, que puede producir una catástrofe mundial, como el asesinato de Sarajevo que dio paso a la Primera Guerra, lugar en el mundo que nadie conocía.

Transnistria es un territorio separatista inserto (por ahora) entre dos países, Moldavia y Ucrania, donde el moldavo es el idioma. En los territorios que Transnistria controla escriben el moldavo en cirílico; en los que controla Moldavia, en latino. Por supuesto, siguiendo a los croatas y eslovenos, ya están hablando de un idioma Transnistrio, que no es otra cosa que el moldavo escrito con otro alfabeto. Pero resulta que el moldavo es, en realidad, el rumano.

Esto mismo se repite incansablemente a lo largo y ancho del planeta. Pasa que nosotros estamos en un lugar muy excepcional del orbe: su culo.  No obstante lo cual, es preferible saber estas cosas para no hablar gansadas. Hoy estamos a un click de Mongolia o de Transnistria. No hay excusas.




[1] Esta también es una buena idea para confeccionar un criptograma con poco esfuerzo. Algo de eso fue lo que me propuse en algún momento en este blog, recurriendo a los números y a la caligrafía china. Ver ¨Criptograma¨y ¨De cómo aprendí a escribir en chino de una sentada ¨. http://baojose.blogspot.com.ar/2011/11/criptograma.html

[2] No me importa  meterme en sutilezas, como discriminar lo que es una lengua de lo que es un idioma. Tómenlos ahora como sinónimos. Por otra parte, ya escribí en otro momento sobre un caso similar, los Hutus y los Tutsis. Ver: Abel y Caín en Ruanda, en este mismo blog. http://baojose.blogspot.com.ar/2014/02/abel-y-cain-en-ruanda.html

[3]
[4] Cierto que muchos chinos utilizan el Mandarín de Pekin como lengua franca, y que otro tanto acaece con el árabe. Pero no se trata de lenguas  madres y tampoco de lenguas que comprenda todo el mundo.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Zona de confort intelectual




Recuerdo al profesor Nestor Luis Cordero. El día que lo conocimos se presentó e inmediatamente dijo esto, palabras más, palabras menos:

            ¨No se enamoren del primer filósofo que puedan dominar. Los sistemas filosóficos son difíciles. Suele pasar que dominan a un sistemático, Hegel,  Kant o Marx, y quedan muy contentos. Se enamoran de ese filósofo y ya no lo largan nunca. Y la experiencia me indica que en su gran mayoría los alumnos de esta universidad consagran sus tesis de licenciatura a Platón o a alguno de sus acólitos. Yo tengo la teoría de que eso es así porque se trata del  primer filósofo que estudian en profundidad cuando pisan estas aulas, y el primero que entienden. Whitehead ha dicho que ¨toda la filosofía occidental no es más que notas al pié de página de Platón¨, y puede que tenga razón. Pero me sorprende que tan poca gente se esfuerce por enamorarse de otros filósofos, por enamorarse nuevamente¨.

Sin dudas, la primera vez que jugué a la pelota debió de ser bastante aburrido. No debí saber ni siquiera que había dos equipos. Luego entendí las reglas, las posiciones, el objetivo y seguramente me fue mucho más grato entrar a la cancha. Cuando un amigo me invitó a jugar al rugby  le dije que no; ese mismo día tenía un partido de fútbol. Con Platón a muchos les pasa eso. Lo notable es que el profesor Cordero era un experto en filosofía antigua, especialmente instruido en platonismo.

La zona de confort es una categoría de análisis que se ha puesto de moda en los últimos años entre psicólogos y pseudopsicólogos. Se puede definir como el comportamiento rutinario, libre de riesgos, previsible, que le reporta al individuo una sensación de seguridad y bienestar falsos. No hay más peligros, pero tampoco hay más novedades. Todo bajo control, todo más de lo mismo.

Tengo para mí que siempre que se menciona esta zona se deja de lado el aspecto intelectual. Me da la sensación que quienes tratan el tema tienen en mente  a un mediocrón absoluto, digamos, a un muchacho de barrio, a un Ricardo Fort (que en paz descanse), pero nunca a un catedrático o facultativo o deportista de elite. Es como si estuvieran aleccionando a Dona Rosa sobre los placeres prohibidos que debería salir a conocer.

Dentro de la zona de confort intelectual están, creo, los especialistas. Hoy los especialistas son la regla, no la excepción. Saber mucho de una disciplina, de una rama de una disciplina, mejor aún, de una rama de una rama de una disciplina. Son ellos los que apuran el conocimiento y la superación de nuestra especie. Son, no lo dudo ni un solo segundo, los que producen premios Nobel, adelantos en la ciencia y en la técnica, descubrimientos arqueológicos, nuevas teorías sobre las cucarachas, revelaciones sobre las propiedades materiales de la astenósfera, nuevas formas de combatir el cáncer, estudios pormenorizados sobre la métrica de un poeta, brazos espectaculares para los nadadores olímpicos.

Contrariamente a los especialistas están los que no respetan los límites entre las ciencias y los quehaceres del hombre. Son un poco huérfanos y arcaicos. Son los Verne, los Asimov, los Dolina, los Borges, los Antonio Carrizo, los Eco, los Derrida, los Oscar Terán, los Sofovich, los pentatlonistas, los multiinstrumentistas, los políglotas en lenguas vivas y muertas, los que leen más de un diario… tal vez los Cordero. Entre ellos hay, como no, genios y chantas. Pero siento que de algún modo están emparentados en la necesidad imperiosa de cambiar la rutina en las materias de sus pensamientos; como que necesitan concentrarse en otra cosa. Es como si se aburrieran de hablar de filosofía y se impusieran estudiar botánica, pero nunca de manera exhaustiva. Diletantes que le dicen: pero incansables y obstinados. De alguna manera son enciclopedistas. Y se dice que en épocas como esta, de inteligencias colectivas, de wikipedias, parecen bastante irrelevantes. 

Hoy saber un poquito de muchas cosas es como caminar al costado del mundo. Pero también es enamorarse permanentemente del conocimiento humano. Y además, hay que decirlo, es un poco holgazán, porque implica enamorarse del conocimiento logrado por los especialistas.

Los diletantes no están salvando al mundo. Pero sabiendo salir de su zona de confort, se salvan a ellos mismos.


sábado, 3 de septiembre de 2016

Gracias por el fuego

¨Cualquier acción tiene sentido, incluso el crimen. Cualquier pasividad, por el contrario, no tiene sentido.¨
 Herman, Rauchning. Habla Hitler.[1]

Sergio Renan dirigió Gracias por el fuego, basada en el libro del uruguayo Mario Benedetti, casi diez años después de su famosa La tregua, que también se basa en un libro del mismo autor. Contrariamente a esta última película, la que nos ocupa pasó casi inadvertida y al día de hoy está sepultada en la memoria cinéfila vernácula, muy injustamente.

Tendría doce años cuando la vi por primera vez. No pude dormir por varios días; había descubierto que las películas más realistas pueden ser las más terroríficas. Un padre de 70 que le pega a su hijo de 37; un suicidio; un hombre que se enamora de la mujer de su hermano; una mujer que sabe que está enamorada de un hombre malo, pero no lo puede evitar… Era mucho para un pibe de doce años, máxime si tenemos en cuenta que el protagonista tiene persistentes pesadillas donde su padre aparece golpeando a su madre, ya muerta, tal vez a causa de los golpes.

Con el tiempo perdí el nombre de la película, casi la olvidé. Hace poco la volví  a ver, de casualidad. Claro, soy otro, veo de otra manera.

La historia, a grandes rasgos, es así. Un padre facho, muy inmoral, interpretado por Lautaro Murúa, dueño de un diario muy exitoso, ha hecho su fortuna desde abajo, transando con todo gobierno que se le cruzó y vendiendo las noticias según los intereses del momento. Él ¨se caga en la democracia¨, que acaba de llegar. Además de plata, le sobran huevos. Tiene dos hijos. Uno de ellos, Víctor Laplace, moral, con un discurso muy progresista y de izquierda, pusilánime, incapacitado para cualquier cosa que implique tener una iniciativa, cobarde que no para de temblar, con un manifiesto complejo de inferioridad con respecto a su padre. Quiere cambiar el mundo, pero no tiene huevos, ni uno. Lo notable del film es que al padre, en último término, no le importa tanto que su hijo sea de izquierda como el hecho lamentable de que sea cobarde. Es más, no le importaría morir a manos de su propio hijo con tal de que este finalmente ¨produzca un hecho¨, en otras palabras, que haga algo

(Por supuesto hay otros personajes, algunos muy interesantes, especialmente los femeninos, que hacen un contrapunto con los protagonistas y que enriquecen las interpretaciones posibles. Pero no pretendo escribir largamente sobre este notable film. Dejo la película al final para el que quiera tener pesadillas).

Como toda buena obra, Gracias por el fuego se interpreta de diversa manera según pasan los años. Cuando Benedetti publicó el libro, en 1965, la violencia política recién se iniciaba. (El autor perteneció al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, de corte guerrillero). La historia se podía leer entonces como una imposibilidad de la burguesía ilustrada para tener otra conciencia que la de ser burgués. Parafraseando lo que dice Althusser en La filosofía como un arma para la revolución: la conciencia en el proletariado es espontánea, pero el intelectual es burgués y debe hacer una revolución en su conciencia, que es previa a la lucha armada. En otras palabras, debe hacer una primera revolución, que es renegar de sus orígenes, de su pasado, de su medio, para luego lanzarse a servir a la otra revolución, la social. (Lamentablemente, esto está demasiado explicitado en la novela, que tamicé un tanto irresponsablemente para escribir sobre la película). 

Cuando sale la película, en 1984, el mundo es otro. Retornaban las democracias a América Latina y nosotros vivíamos la primavera. Entonces la historia del hijo de un burgués, que se dice revolucionario de la boca para afuera, pero que es más cobarde que las gallinas, se lee de otra manera. En un contexto en el cual las luchas armadas de los Montoneros y del ERP comenzaban a ser reivindicadas de forma indirecta, una lectura superficial de la película debió de ser casi escandalosa o al menos provocativa. Sin dudas, el pueblo quería paz. Pero ser pacífico y ser cobarde no es lo mismo, ¿no? La crítica mayormente no la elogió y el público no la acompañó. 

¿Hoy cómo se ve Gracias por el fuego? ¿La historia del dueño de un diario, inescrupuloso, que se acomoda al gobierno de turno, que tiene dos hijos, uno de los cuales quiere saber qué pasó con su madre, que tiene un conflicto con su propia identidad ideológica y su origen? Interesante acertijo. Pero la pregunta del millón es, ¿por qué el kirchnerismo no utilizó la película para sus fines, reivindicándola, sacándola del cajón del olvido? ¿No la vieron? Es posible. Pero también es posible que la excelente ambigüedad del film no les haya parecido muy agradable. En fin de cuentas, Laplace es un millonario que no renuncia a sus caudales y los roles femeninos son...

Parafraseando a Heráclito; según la medida del tiempo, el fuego se consume de diferente manera. La pesadilla retorna. Sólo cambia la edad del que se quema.  




La película:

Otras críticas sobre cine en este blog, vinculadas a la política argentina.




[1] Citado por Josef Pieper, en El ocio y la vida intelectual, Rialp, Madrid, 2003, que es un libro de la San Puta.

sábado, 27 de agosto de 2016

Ajedrez ciego entre Borges y Kafka

Hace tiempo que vengo estudiando a Borges y me cruzo con libros y descubrimientos inverosímiles. Pero ninguno más inverosímil que el libro de Benito López Esnaola, intitulado Ajedrez a la Ciega, que me pude procurar después de buscar una aguja en un pajar. Pero inverosímil es poco. Tan es así que me veo empujado a decir algo.

Esnaola escribe sabedor de que muchos lo leerán por curiosidad y abunda en anécdotas, explicaciones y disparates para mejor vender el libro. En realidad son cosas de sentido común que uno no se ha puesto jamás a pensar. Conocía que hay gente que puede jugar al ajedrez sin el tablero, o sea, a ciegas. Aunque parezca una perogrullada decirlo, ese jugador debe conseguir un rival, y no es tarea fácil. La persona en cuestión debe ser lisa y llanamente un campeón de las matemáticas y las geometrías. Pero desconocía que desde hace más de cien años se realizan torneos, que esos torneos tienen que ser cara a cara para que ninguno de los dos haga trampa y un sinfín de cosas que son realmente inconcebibles…

¿Cómo debe ser el empleo del tiempo?  En otro texto, que se llama Tiempo al tiempo. La historia del reloj de ajedrez,  se narra como las partidas del siglo XIX no tenían techo temporal. Los jugadores solían ganar por cansancio. Hubo jornadas enteras para una sola partida. Un tal Williams, conocedor del mal carácter de un tal Stauton, le ganó una partida oficial demorando dos horas y media las jugadas. En esa época solía pasar que X sabía que Y tenía un compromiso a las seis de la tarde y entonces dilataba su tiempo de movida indefinidamente, o casi, digamos, hasta las seis.  Y, claro, ganaba, Fue entonces cuando se pensó en el reloj.  

Los relojes se fueron imponiendo progresivamente, pero quienes jugaban a ciegas, por un inexplicable código de honor— aseguran que no hacen trampa porque es una forma de burlarse de la inteligencia del otro— continuaron batiéndose con todo el tiempo del mundo. Si se difiere mucho una movida, puede quedar la duda de si el jugador que tiene que mover sabe realmente dónde están las fichas, y como nadie quiere pasar por tonto, las partidas tienen una duración razonable. 

Sin embargo, hay quienes tienen un tablero, con fichas y todo: son los jueces, que literalmente ven en la mente de los deportistas. El código de honor es tan estricto que, de haber un error en un participante, —por ejemplo, si el juez, o peor, el adversario,  le tiene que decir que tal ficha no puede desplazarse en esa dirección porque hay un peón en el medio—, ese error es sentido como una imputación moral por el jugador: es como si rebajaran su inteligencia al nivel de un gusano. Su adversario, incluso perdiendo la partida, de alguna manera ya es el triunfador.

Como dijimos, el único tablero lo tiene el juez. Pero ¿qué hay del público? Bueno, por empezar hay que aclarar que hay público, y que el público tampoco puede ver el tablero, al menos en los años 40, cuando Esnaola describe una época de auge de este desconcertante deporte. Se le pedía al público el más estricto silencio, más o menos como en el tenis, y es sabido que todos los presentes, de una u otra manera, estaban practicando esta noble variante del ajedrez, así que el mismo público estaba interesado en mantener el silencio, que debió de ser sepulcral. Por supuesto, estaban en el recinto, pero no necesariamente mirando a los competidores, sino, mayormente, mirando para otro lado. De alguna manera, no sólo no había tablero, sino tampoco jugadores, ni espectadores (del latin spectator; el que mira). Si uno entraba y no era del palo (y esto no pasaba nunca)  podía confundir a un jugador con el mozo.

El autor habla de serios problemas de honor, así como de peleas. Aunque no nos habla de duelos, es fácil inferirlos. ¡ Imaginaos que lo que no se dio por la buenas, sobre un tablero, que no existe, se da por las malas, entre espadas o floretes, que son muy  reales!

Entonces, sin tableros ni piezas, sin relojes ni tiempo, sólo con los laberintos mentales que edifican las jugadas…  

El libro de Esnaola es, como se deja ver,  más kafkiano que borgiano. Un capítulo aparte merecen las instrucciones de Esnaola para domesticar la memoria. ¨Idealmente usted debe leer el libro sin ayuda de los gráficos¨, aconseja. Pero resulta que el libro, salvo el anecdotario para curiosos, es una sucesión interminable de gráficos.  Al final, ni el libro existe.



Lo muy poco que se puede leer en la web del libro de Esnaola:


Historia del reloj de Ajedrez:




Mis amigos del futuro

           
Hacia los siglos I y II,  los habitantes del norte de Egipto, algunos de ellos cristianos, tenían un hábito extraño. Se hacían retratar y luego colgaban la pintura en la pared por el resto de sus días. Al morir se los momificaba y luego se los enterraba con el retrato sobre la cara. Parece ser que la momificación se había abaratado mucho y se la hacía con menor cuidado, pero de modo más democrático, y que más que menos cualquier burócrata o comerciante podía costearse una buena momificación y una buena pintura.

           Los retratos de El Fayum no son cualquier cosa: son las imagenes más fidedignas de seres humanos que vivieron hace dos milenios. Vemos esos retratos y, literalmente, reviven, están de vuelta. Tienen, entendemos, una fidelidad tal a los seres originales que portaron esos rostros que asustan, conmueven, dan ternura. Puede ser que ellos mismos, ya pelados y gordos, no se hayan reconocido a sí mismos al momento de partir. Pero ese momento de sus vidas en que fueron retratados llegó hasta mí con una pureza de HD.


             Me inquieta saber que se murieron hace tanto, me alecciona, de alguna manera en sus sonrisas me quedo tranquilo. Son mis amigos y consejeros. Gente de la zona de Alejandría, con su biblioteca y sus altas especulaciones: tal vez la zona más intelectual del mundo antiguo. Siento que nadie los defiende. Y es por eso que quiero aclarar algunas cosas que leí sobre ellos y  que me sublevan las pelotas.  

Uno de los disparates más recurrentes a la hora de hablar de estos retratos tan vívidos está en considerarlos un sincretismo, esto es, una mezcla de culturas: momias  egipcias, retratos romanos, culto funerario greco-cristiano donde asoma la idea de inmortalidad personal democrática, con influencias de oriente medio, bla bla, bla. Paremos de joder con esta idea eurocéntrica, grecocéntrica o cristianocéntrica que ignora la historia de Egipto, justamente de Egipto. A nadie se le ocurriría decir que las obras de Virgilio son un sincretismo grecoromano o que el Renacimiento es un sincretismo gótico-bizantino.  En fin de cuentas, toda cultura es sincrética, pero si usted pone en una licuadora a un tano, una gallega, un judio y un qom no le va a salir un argentino,  aunque probablemente el resultado continúe siendo judío, un judio un tanto desteñido. Bueno, con los egipcios pasa como con los judios: entre Keops y estos retratos median 2.500 años, pero las momias y el carozo de esa cultura continúa siendo la misma, porque es un pueblo que reprodujo de una manera admirable su cultura. Desde Cesar, que se encariñó de Cleopatra, hasta Napoleón, que fue a meterles bala, siempre hubo admiración de occidente por Egipto, y eso no fue recíproco.

Por otro lado, los retratos son un caso ejemplar de crisol de razas, (y este puede ser, creo, un motivo que dispara la idea del sincretismo). La variedad de colores en las pieles y la diversidad de rasgos son enormes. Parece ser que la sociedad acomodada y no tan acomodada del norte de Egipto de hace dos mil años era sumamente heterogenia y que los casamientos cruzados eran habituales. Eran épocas en las cuales el concepto de ¨nación¨ pasaba principalmente por la lengua y la cultura heredada. Es muy probable que todos los retratados hablaran el copto y/o el griego, (e incluso el latín, que desde el punto de vista cultural era una lengua absolutamente menor).

Otra cosa que indigna es que cada vez que se habla de la historia de los retratos se suelen omitir a los retratos de El Fayum.  Es más, podemos considerar que entre ellos se puede contabilizar el primer autorretrato de la historia, porque es dable pensar que alguno de los autores también se haya querido procurar un retrato para el día de su muerte. Además, es notable el protagonismo femenino. La mitad de las pinturas son mujeres y tienen un look muy moderno. No sé de otro período donde ese protagonismo sea tan evidente. Ni siquiera en la pintura holandesa del siglo XVII.

Pero hay un punto que me molesta particularmente, y es el de la esperanza de vida de los egipcios de ese entonces. Como queda dicho, hoy sabemos que los tipos se retrataban en vida, mayormente jóvenes y se dedicaban a vivir hasta que eran inhumados con el retrato. Pero no siempre se supo eso. En un principio se dijo innumerables veces que la corta edad de los protagonistas de las pinturas obedecía a que la esperanza de vida de aquel entonces era breve, muy breve, y no superaba los 35 o 40 años. Pero un detenido examen de las momias llevó a la conclusión que las personas eran las mismas, pero que muchas veces eran mayores de lo que muestran los retratos. Eso dio lugar a un delirium tremens en el mundillo del arte. Muchos estudiosos llegaron a decir bravuconeadas como: ¨bueno, el clima seco de Egipto propiciaba que vivieran unos cuantos años, y bla bla bla…¨


             El verdadero problema es que tanto los expertos en el arte (que no tienen la obligación de saberlo) como muchos expertos en demografía (que tienen la obligación), ignoran cómo es que baja o sube la esperanza de vida de una población en términos generales.


          La gran mayoría de los seres humanos, históricamente, murieron al momento de nacer o antes de cumplir un año. Eso hace que baje la esperanza de vida de forma dramática. Pongamos un ejemplo. Si el mundo se redujera a dos personas, una vive hasta los 70 y el otro muere antes de cumplir el año, la expectativa de vida de ese mundo sería de 35. Es por eso que los paleodemógrafos,  los buenos,  suelen hacer estadísticas que miden en siglos pretéritos la esperanza de vida de aquellos que superaron el año, que era lo menos frecuente en el pasado, que es como decir ayer mismo,  y que fue lo normal en toda la historia de nuestra puta especie. Y, si son hondamente idóneos, tienen en cuenta que las mujeres solían morír al dar a luz, el primero antes de los 15. (La enorme cantidad de mujeres retratadas jóvenes, en comparación a los varones, no se debe a coquetería ni a la efectiva muerte temprana: se debe, arriesgo, al por si las dudas.)  No obstante lo cual, la mayoría de las mujeres no morían en el parto y normalmente llegaban a conocer la menopausia. En síntesis: la esperanza de vida por entonces no bajaba de 50 años; siempre había una que se iba a los 30 y siempre hubo ancianos y ancianas de 70.


En mi habitación, sobre la pared, tengo algunos retratos de estas gentes. Yo los miro como a través de un cristal, delgado como un papiro, que separa de mala manera dos mil años y que de alguna manera los junta. Habrán reído, habrán llorado, se habrán enamorado y hasta quizás, quien sabe, tuvieron tiempo de despedirse. Están representados con tanta verosimilitud que dan ganas de abrazarlos. Son mis amigos del pasado y del presente y, si dios o los infinitos dioses quieren, también del futuro. Solo es cuestión de tiempo. Y ahora que lo pienso bien, que sean 35, que sean 70, que le puede importar al que te espera desde hace dos mil años. 


martes, 16 de agosto de 2016

Cambiemos

No es ninguna novedad, pero hay que estar atento. Las publicidades suelen apelar a temas candentes y actuales para vender mejor. En la tele, hoy podemos ver la de una odontóloga que dice ¨terminemos con el mito de que una crema dental… bla bla bla¨. Ese ¨terminemos¨, que se dice de un modo muy enfático, es para no decir ¨cambiemos¨, que sería algo demasiado explícito. Atenti…

Pero antes no tenían esas reservas. Mirando publicidades de los años 70 me vine a encontrar con una de Arturo Puig. Es de Cinzano, en blanco y negro. Puig y un amigo, entraditos en años, se acaban de recibir de ingenieros. De impecable camisa, corbata y saco, se van a festejar con unas copas del producto en cuestión. El compa de Arturo se quiere ir del país. Es, se entiende, una fuga de cerebros (porque sino hubiesen puesto un abogado o cosa parecida). Al final, va a decidir quedarse en el país, (tal vez por efecto del alcohol, diría un exégeta riguroso). Lo increíble del comercial es la cantidad de veces que se dice la palabra ¨cambiar¨.

No quería escribir sobre esto. Ni siquiera después de ver una de la empresa Noél donde, también en los 70, se hace explícitamente una referencia política.  Pero quedé sorprendido: nadie en la web menciona el caso. Y me puse rápidamente a evitar el olvido de esta porquería obra maestra.

Dejo el comercial para aquellos que necesitan ver para creer. Y un consejo. Cuando miren la propaganda de Tévez, esa en que su hija le dice: ¨papá, vos siempre decís que si no desayunás te desayunan.¨, piensen un poco: están hablando de nosotros.




miércoles, 10 de agosto de 2016

La resurrección de Andrea del Castagno

            Me propuse desde hace tiempo no escribir en este blog, a menos que se trate de algo importante, sustancial. No siempre cumplo. Pero en general aprendí a dejar el blog para pensamientos que considero auténticamente míos. No siempre acierto. Alguien ya pensó por uno lo que suponíamos original. Suele pasar.

            En este caso lo que me trae por acá no es ningún secreto, o no debería serlo. Por lo tanto no voy a decir algo original, pero voy a comentar algo que usted no va a encontrar fácilmente en otro sitio.

            Una de las formas en que aprendemos consiste en mirar y nada más que en mirar. Nadie nos va a explicar que las panteras se parecen mucho a los gatitos. Puede ser que con el correr de los años nos transformemos en licenciados en felinos. Pero lo cierto es que con sólo mirar reparamos en semejanzas obvias. Si dios hizo a los bichos, seguramente para hacer a las panteras se inspiró en los gatitos. O viceversa. Todo es cuestión de saber las fechas para asumir cual fue creado antes.

            La primera imagen de la resurrección es de Andrea del Castagno. La segunda es de Piero de la Francesca, y es algunas décadas posterior.





La de Piero, de factura genial, está obviamente inspirada en la de Andrea, que sin ser tan genial tiene el enorme mérito de la originalidad.

Sin embargo, la obra de Castagno es sólo una parte de un fresco enorme. En su conjunto se ve muy diferente y es muy poco reproducida. Se ve así.




En esta escala se advierten genialidades varias del maestro. La resurrección queda arriba a la izquierda, como poca cosa. La última cena, que contrariamente a la parte superior, fue restaurada, es un falso teatro; es un trabajo de perspectiva emocionante y uno de los primero trampantojos de la historia del arte. Es, en otras palabras, la invención de un espacio que no existe sobre una pared. (La palabra trampantojo es literalmente una trampa para el ojo y fue un neologismo necesario por culpa de gente como Andrea del Castagno). Por otra parte, la influencia  de las simetrías y los colores de las alitas que vemos en la parte de arriba la podemos rastrear en Piero y en su alumno Luca Signorelli. Esas influencias las notamos con sólo mirar. Miren.

La virgen del parto



Los condenados


No es mi intención restarle importancia a estas obras maravillosas. Yo mismo escribí en este blog en diciembre del 14´ sobre La virgen del parto. Pero no se puede negar el ascendiente de Andrea sobre los otros. 


¿Por qué La resurrección de Andrea del Castagno es prácticamente ignorada? Encuentro una explicación plausible para esta obstinada ceguera. En casi todos las reproducciones, tanto las de la web como las de papel, se reproduce la cena y se evita la parte superior, tal vez porque está gastadita, tal vez por la genialidad que supone la parte inferior, o tal vez  porque sí. En suma, nadie sabe del obvio antecedente de La resurrección de Piero de la Francesca simplemente porque no se encuentran muchas reproducciones de esta obra de Andrea del Castagno en su conjunto, y se prefiere reproducir sólo la cena.

Tengo la fortuna de poseer una de esas colecciones ochentonas de pinacoteca, que venían con fotos de pésima calidad. Sin embargo, traían muchas obras enteritas. No explicaban mucho, y precisamente por eso nos obligaban a ver con detenimiento las imágenes, sin la seducción permanente de un clic en el mouse. Bastaba con mirarlas con atención para aprender. Hoy se puede encontrar de todo en la web. Es una maravilla, no lo voy a negar, pero por momentos distrae demasiado. Me encontré con unos tipos que comentaban la trinidad de Masaccio como antecedente de nuestra obra de Piero y otras cosas descabelladas. ¡De donde sacaron eso! Bueno, me dije, vamos a seguir buscando. Con la ayuda de traductores, me obsesioné en buscar en sitios de museos, en gente destacada, en wikipedias, en mil lugares alguien que dijera lo obvio. Nada por acá, nada por allá. Seguí con obras de papel del siglo XXI que tengo en casa. Más de lo mismo. Todos buscaban antecedentes irracionales—algunos eran diabólicamente complejos: mezclaban una miniatura y una estatua griega, al divino botón— o directamente le daban la originalidad absoluta a Piero— ¨nunca a nadie se le había ocurrido antes¨, afirma un temerario. Ya estaba creyendo que yo estaba loco, o peor, que veía mal. Volví a la pinacoteca ochentona. Me dije; ¿debo ser el primero que se da cuenta?  ¿Sirvo para algo? Desgraciadamente dí con la página que dejo al final, donde alguien dice la siguiente obviedad: La resurrección de Piero de la Francesca se inspiró en La resurrección de Andrea del Castagno. Es tan fácil como eso.


  

Blog recomendado:

Mi escrito sobre La virgen del parto de Piero de la Francesca:

sábado, 6 de agosto de 2016

El vicio de Sebreli

       
                  En estas breves líneas no me propongo hablar de la homosexualidad de Juan José Sebreli; el tema me chupa un huevo. No, tampoco me voy a detener en sus pensamientos. Lo que me interesa es muy básico, es… hablar de mi mismo.

            Todos los escritores tienen sus vicios. Uno de los vicios de Juan José está en cierta aura de autodidactismo que emana de sus hojas. Esto se revela, como en el caso de Sarmiento, en la recurrencia a las citas, al armado de un texto como justificándose a cada línea de escritura. Esto lo dijo fulano, en tal año, en tal libro, en tal tomo. No está mal como sistema, pero hay veces que el prestigio del autor ya basta como para que las fuentes que maneja sean indubitables, incluso en el caso de que estén omitidas. Otras veces la justificaciones suenan a defensa y hasta a prejuicio sobre el lector: ¨Ya sé que muchos pensaran que yo esto o que yo lo otro o que yo lo de más allá, sin embargo…¨

            Otro de los vicios de nuestro autor está en como titula los libros. Son títulos maravillosos, inevitables. He comprado libros de Juan José sólo por sus tapas. Bautizar a sus libros como El vacilar de las cosas o El asedio a la modernidad, son genialidades. Pero también pueden ser trampas, porque en el interior de los libros tal vez no se justifiquen las expectativas.

            Yo nunca terminé un libro de Sebreli. Son muy trabajados, un tanto torpes y envejecen con una rapidez asombrosa. (Temerariamente,  puedo afirmar esto sin necesidad de concluirlos).  No obstante lo cual, cuando he vuelto a leer un nuevo título, como El olvido de la razón, cometí el pecado de comprar. En este caso, los vicios son míos.

            ¿Y tal vez usted se pregunte por qué yo vengo a titular estas líneas como El vicio de Sebreli, cuando era acaso más acertado Los títulos de Juan…,  o el empleo del plural? Porque si hay algo que aprendí de Juan José es que hay que pensar cómo se van a llamar nuestros textos. No importa que los mediocres te tilden de homófono o de ordinario. Lo más importante es que abran el texto y lo empiecen. El resto es problema de ellos. (Si, también como Sebreli, sentí la necesidad de justificarme).




miércoles, 3 de agosto de 2016

Las sombras de Gérôme

¨ Ya en aquel entonces Hegel vio en la derrota de la monarquía prusiana por Napoleón en la batalla de Jena, el triunfo de los ideales de la revolución francesa y la inminente universalización del Estado que incorporaba los principios de libertad e igualdad. ¨
Francis Fukuyama

Jean-León-Gérôme—que era discípulo de De la Roche, que era discípulo de Gros, que era a su vez  discípulo de David— no quiso ser menos que su maestro y que los maestros de sus maestros y se dedicó a consagrar pinturas de Napoleón, quien, al menos en el plano ideal, fue el maestro de todos ellos.
Napoleón y la esfinge es uno de los cuadros más aclamados de Gérôme. No es para menos. Hay algo del sentimiento de lo sublime que impone al espíritu la confrontación de lo humano con lo gigantesco y eterno; o sea, hay algo de Caspar Friedrich,  hay algo de magia. (Muchos pibes al ver el cuadro creen que Napoleón es la esfinge). Y por otro lado hay una alegoría del tiempo, que probablemente el autor no llegó a razonar. Toda esa arena que tapa la mitad de la esfinge aún no había sido barrida por los arqueólogos, los profanadores y los agentes de turismo.  En esta parte del Sahara, los relojes de arena eran enormes. Pero no solo los de arena, también los de sol...
Tal vez lo más manifiesto de la obra sean esas sombras que salen de Napoleón y de su ejército  y que se dirigen hacia la esfinge. Notemos esas que están detrás del gran corso y que revelan que fuera de campo hay un ejército, de un modo muy expresionista. Sin embargo, todo este acierto cae en la nada cuando advertimos al fondo todas las columnas de un regimiento.
 Gerôme tiene un cuadro de características parecidas donde las sombras juegan su rol de una manera más explícita. Se trata de Golgatha consummatum est, que es de una calidad  superior, aunque es una obra mucho menos difundida. Las sombras, como en el anterior cuadro, marchan hacia uno de los actores principales, en este caso la multitud que está volviendo a Jerusalén, que con sus murallas se adivina brumosa en el fondo.  En este caso, las sombras son consecuencia de elementos que se encuentras plenamente fuera de campo.
¿Por qué vemos a Napoleón pero no a Cristo? Ambos tienen un componente metafísico. Ambos son más chicos que sus propias sombras. Ambos se despliegan en el tiempo con más eficacia que sus carnaduras.




viernes, 15 de julio de 2016

La oración infinita (James, Proust y Alpherin)

Hay escritores que tienen un estilo muy particular y definido: tan particular que hasta un tipo como yo, ajeno a los estilos, puede reparar en ellos, y tan definido que hasta un ágrafo podría reconocerlos al leerlos.

Los tres chaboncitos que señorean el título de este artículo se parecen en su forma de escribir: oraciones largas, larguísimas, enormes, inabarcables. Al primer intento de leerlos uno se defrauda.  ¿Cómo se puede entender una oración que tiene dos o tres subordinadas, donde cuesta encontrar el sujeto, donde uno deserta antes de llegar al punto final?

En el principio fue Halperín. Lo leí antes de los veinte. Tulio Halperín Donghi se encontró con mi pibe (conmigo) y no fue un buen maridaje. Teníamos gusto a torta de chocolate con queso roquefort. No nos entendíamos. Claro, el problema era del que escribió Una nación para el desierto argentino. No lo dudaba ni un segundo. Consulté a una eminencia en historia. La respuesta fue lapidaria: ¨no sabe escribir, pero te puede enseñar muchas cosas¨. Increíblemente  traduje el aserto de la siguiente manera: ¨no te puede enseñar a escribir¨; porque yo, además de gozar con la historia, quería aprender a escribir como los que saben. Cosas de pibe.

Con el tiempo descubrí que es impropio preguntarle a un historiador sobre literatura, y menos si no está interesado él mismo en aprender a escribir. Pero qué se yo, cuando uno es inmaduro cree que los profesores saben de cualquier cosa, (incluso, a veces, que saben enseñar).

No pasaba de los 30 cuando leí a Henry James. No me refiero al James conocido y divulgado, a ese de Otra vuelta de tuerca, que pude disfrutar antes de cumplir los cuatro años por boca de mi abuela. Hablo del último, de Las alas de la paloma, esa novela con frases que se desenvuelven como un papiro, que me remitieron inmediatamente a don Tulio. En este caso el diagnóstico me lo dio Borges. El ciego y nada boludo prócer de nuestra literatura prefería infinitamente las obras breves y de prosa menos heterodoxa del primer Henry. Y como donde manda capitán no manda marinero… Porque yo entonces estaba convencido: si un escritor habla de literatura, y más si es de renombre, es ciertamente inobjetable. Entonces condené Las alas de la paloma. No las olvidé. Las metí en una jaula.

Con Proust yo tenía un problema estético extraliterario. Se debía a un prejuicio. Su retrato de Blanche, que adjunto en este escrito. La imagen no era la de un afrancesado. Los afrancesados no son franceses. Pero los afrancesados se remiten a ese retrato de Proust. No era homofobia. Era simplemente un comentario que escuché casualmente a un escritor menor y que interpreté mal. Yo había compuesto un cuento horrible. Se lo pasé al menor. Me dijo, sin acabar de leerlo, ¨Proust jamás escribió la palabra boludo. Y eso que escribió miles de hojas¨. El nabo me había querido tachar de ordinario, y lo había logrado. Y probablemente tenía razón con respecto a mi labor literaria. No obstante lo cual, con respecto a Proust, el asunto se transformó en una cuestión personal entre el escritor mayor y yo … Quedé herido. A partir de ese día me propuse no leer jamás al autor de En busca del tiempo perdido. Era una decisión indeclinable que íntimamente sabía que no podía durar.

Probé de muchas maneras volver al escritor francés. De dorapa, en una librería, para evitar comprarlo, abrí un tomo de su obra magna. Hablaban duquesas, condes, madames, lacayos. Para peor, hablaban de cosas que me resultaban completamente ajenas. Eran pasajes que tenían dos pecados en literatura: el color local y el tiempo presente. Son cosas que envejecen rápido; herramientas del periodista (y de muchos escritores latinoamericanos).   
 Pero ni siquiera el azar de abrir páginas erradas me detuvo. Compré un tomo sólo porque lo estaban ofertando casi como un regalo.  Lo abrí en un pasaje que invertía mil palabras en una sola oración para decir de mil maneras diferentes que tenía apetito, y que recordaba a su criada favorita, que le hacía unos manjares inigualables. No lo pensé dos veces. Guardé el tomo junto a esas cosas que uno regalaría a los enemigos.
A pesar de todo, insistí. Un lustro más adelante le dije a mi abuela, ¨leeme esto. Quiero ver si mediante los oídos soy capaz de entenderlo¨ Al finalizar abuelita me miró y me dijo que no había entendido ¨una chotada¨, porque abuela gustaba de elegir las palabras para expresarse y para escribir, aunque lamentablemente entendía que en eso se agotaba el arte de la escritura. En tanto yo, había fracasado una vez más. El pasaje que abuela leyó trataba de los dolores estomacales del protagonista. Un bodrio increíble.
Sabía que Proust hacía malabares con el tiempo, la evocación, la memoria. Son materias que siempre me sedujeron. No iba a aflojar. Pero, precisamente necesitaba eso: tiempo.
Desde hace años le dedico un día de la semana a mis intereses principales. Es un sistema que me impuse. El lunes, urbanismo; el martes, religión; el miércoles, arte; el jueves, filosofía; el viernes, historia; el sábado, política y el domingo se lo dedico a la paja. Como considero que todas estas cosas no son más que diversos aspectos de la literatura, a la literatura en sí misma no le dedico ningún día en particular. En cuanto a los cuentos y las novelas me las llevo al baño. Cada vez que cago, leo. En este caso no soy nada sistemático. Hoy un cuento de Benedetti; mañana un capítulo cualquiera de Resurrección de Tolstoi, ya leído cien veces. Cuando algo me interesa mucho, lo desplazo al domingo, relegando la paja para otros tiempos.  Ese es el síntoma de que algo estrictamente literario me interesa. Y no pasa con frecuencia.
No hará seis meses, se me dio por ir al baño con La prisionera. Afortunadamente dí con un extensísimo pasaje donde mediante oraciones infinitas Proust nos habla de la muerte. No lo largué hasta que las piernas se me durmieron y tuvo que venir mi abuelita para limpiarme y sacarme del inodoro. Inmediatamente le dediqué los domingos a Proust, a recuperar el tiempo perdido. Y en eso estoy.
Cuando miro para atrás, yo mismo me desconozco. ¿Cómo pudo el azar ganarme más de una partida, y con tanta rapidez? ¿Cómo lo que dice un profesor puede tener tanto peso? ¿Por qué ahora yo me dedico a enseñar? En el fondo, las oraciones interminables, azarosamente, me hicieron interrogar sobre la labor docente.

Hay algo perverso, una gratificación insana, masoquista, en leer una y otra vez la misma oración para descifrarla. Se diría que se trata más de una forma de lectura que de una forma de escritura. En el caso puntual del francés, hay una desarticulación del tiempo que es consecuente con  la temática de su librazo. Si el tiempo está trabajado como una plastilina es natural que las oraciones también. Con don Tulio creo encontrar al tiempo del historiador subversivo, que maltrata el tiempo, paradójicamente, para mostrarlo, para que exista. Así, veo en su lectura un desmontaje de la flecha del tiempo, como si nos obligara a reparar en su sustancia. En cuanto a James, creo que no logró nada más que la forma. Pero Henry me dejó una lección incalculablemente hermosa: se puede cambiar de estilo radicalmente a edad bastante avanzada y con prestigio ya logrado. En efecto,  cambió tanto su estilo como su nacionalidad: parece otro escritor, hasta con intereses diferentes. Tulio, Henry y Proust, se parecen solo en el aspecto de las oraciones, y vagamente. Son prácticas que atacan la forma y no siempre el contenido. Además, son estilos muy obvios y definidos, como los de Borges o Filloy, fáciles de imitar, lo cual no nos hace equiparables a estos monstruos; que en fin de cuentas eso ya se hizo.

 Para bien o para mal, la vida es infinita, como algunas oraciones, y hay veces en las cuales hasta entendemos su significado. Eso sí; no podemos estudiarla  ni entenderla sin vivirla. Mientras mi abuelita agoniza, yo le leo a Proust, le indico que falta un momento para terminar la oración, que después viene el otro tomo, que el tiempo es un recuerdo y que lo que recordamos no siempre nos ayuda. Ella me pide que le repita la última oración. Quiere entenderla antes de morir. Lo que es fácil no vale la pena.