miércoles, 15 de enero de 2020

Turismo Urbano 5. Cuatro estadios en el sur porteño



                          

La calle Luna, en el sur porteño, directa o indirectamente une cuatro estadios. La arteria en sí misma es una sumatoria de barreras urbanas. Los estadios que la circundan son los que le dan vida. Pero no siempre: los días de partido. Ningún paisaje y ningún territorio es idéntico cuando hay partido. Sin embargo, los partidos también suelen construir barreras urbanas como consecuencia de las medidas de seguridad. De eso se trata estas líneas. De una calle y de su elasticidad en el espacio y en el tiempo. De la gente que le da su impronta cuando puede haber un gol. Y, por supuesto, de las barreras urbanas que los partidos generan.
El itinerario tiene 4 paradas principales. La primera parada es el estadio de Huracán. La segunda, el de Barracas Central. La tercera es un estadio sin nombre que se encuentra en la villa Zavaleta. Por última parada tenemos el estadio de Victoriano Arenas. En el itinerario, por otro lado, aparecen lugares que me han dejado una marca indeleble y corrosiva. Por la importancia que revisten, estas líneas también se detienen en ellos.
Huracán es un club de Parque Patricios; sus hinchas son mayormente del barrio. Sus colores están en las pintadas de los muros, en las plazas, en las remeras, en los adornos de los negocios. El estadio es un palacio por su arquitectura, principalmente por su fachada. Para los vecinos es el corazón del barrio, hacia donde van en procesión cada partido, como hacia una iglesia laica. Los días de partido las calles quedan cortadas al tránsito. Este corte le dificulta la entrada a los vecinos, como a Olga. Olga vive en Luna, a metros del estadio. Es hincha de Huracán, pero el ingreso a su propio hogar se complica cuando juega el equipo de sus amores. Debe mostrar el DNI a la policía, y a veces algún cacheo. No obstante, es optimista. Antes era peor. Había hinchada visitante y el barrio quedaba cortado como una pizza, en porciones, para que no se mezclen los simpatizantes de uno y otro equipo. Las barreras se multiplicaban. Peor aún, Huracán llegó a alquilar su estadio en más de una ocasión. Si ¡Dos hinchadas visitantes! Pero lo peor, cuenta, fue cuando tocaron los Redondos. ¨Fue un desastre¨, remata. [ii]
Hoy juega Huracán. La calle Luna ciñe al estadio por el oeste y es una fiesta. El humo de las parrillas de choripanes sobre las veredas deleita a los hinchas. Los negocios hacen su agosto. Los nenes tiran papelitos rojos y blancos. Los jóvenes toman alcohol sobre el cordón de la vereda y están alegres. Flamean las banderas, muchas sobre las ventanas. Nadie ignora en Parque Patricios que hay partido. El aire tiene un acorde especial que viene de las tribunas. Una persona puede desafinar. Las masas al cantar no desafinan. Es hermoso. La calle Luna tiene sus poetas. Los hinchas escriben muros con alusiones astronómicas. Sin embargo hay una tristeza de final de fiesta cuando la pelota deja de rodar. El lado B de la vida. Esa procesión que regresa a casa me transmite una tristeza infinita. Para muchos la vida y la pasión se reducen a los 90 minutos de un partido. Las banderas se enrollan. La tarde avanza. Las persianas caen.  Los papelitos quedan en el suelo transformados en una enorme basura.  Las parrillas ya están libres de choris. La resaca gobierna en muchos. Las ventanas se cierran.  Mañana hay que laburar. Dan ganas de llorar.


Este mismo territorio es tan distinto cuando no juega Huracán que se diría de otra ciudad.  Parque Patricios está en un proceso de acelerado cambio. Desde que se lo declaró Distrito Tecnológico muchas empresas llegaron. Está pasando de ser un barrio claramente residencial  a uno con características del terciario. Eso se siente especialmente los días de semana, cuando no hay partido. Esos empleados, esos dueños, esos CEOs, tal vez nunca sepan si Huracán ganó o perdió. Están en otra. Pero el estadio siente la impronta de los nuevos tiempos. Se ha puesto en valor su fachada sobre Luna, donde se van a abrir comercios, justo en el zócalo del estadio. Sigo por nuestra calle. Tras las gradas, donde estaba la quema, se levantan enormes moles residenciales. Es el barrio Estación Buenos Aires.  Si antes el estadio era lo más alto de toda la zona, hoy estos edificios le arrojan su sombra grosera. Atravesamos las torres en dirección al Riachuelo. [iii]



Ayer nomás la calle Luna continuaba. Hoy está cortada por un muro. Que, además, es doble. Uno es el muro que segrega las vías del entorno. El otro es el que impide usar el puente que  unía ambos lados. Así, el nuevo barrio de ingresos medios queda aislado de la villa. En otras palabras, el puente es hoy un puente a ningún lado. Un puente al que no puedo subir desde donde me encuentro. Estoy obligado a realizar un desvío de más de un kilómetro para ir a 20 metros de donde me encuentro. Tengo que encarar por Suarez hasta Vélez Sarsfield y volver por Olavarría para retomar Luna.


Voy por Suarez. Las viviendas más cercanas a las vías tienen música a alto volumen, numerosas ropas en los balcones, voces altas, rostros aceitunados y algo impreciso que denota cierta cultura popular. Me encaro ante unos vecinos que salen de un departamento. Lo que me informan no me sorprende. Ellos son de ahí, crecieron en ese mismo lugar, cuando era una villa. Ahora habitan en un departamento del nuevo barrio, junto al eje de las vías. Le pregunto a la vecina si está de acuerdo con el muro, que los segrega de sus antiguos vecinos. Me contesta afirmativamente. Pero la vecina tiene un temor. Ese muro, afirma, lo colocaron sólo hasta que se terminen las obras del viaducto del ferrocarril.  Pienso para mis adentros que la vida es más interesante que los lugares comunes y los razonamientos lineales. [iv] Es un buen ejemplo de barreras físicas aunadas a barreras psicológicas [v]


 Cuando remonto Olavarría entro en el Tercer Mundo. Al llegar a Luna tengo adelante uno de los clubes más viejos del país: Barracas Central. Este solar es ocupado por el club desde 1916. [vi] Hace cien años los partidos contra Boca eran verdaderos ¨clásicos¨.[vii]  Hoy casi nadie se acuerda de este Club pionero, perdido entre las vías, la cancha de su popular vecino y la villa Zabaleta. Sus hinchas, escasos como unicornios, son una reserva de memoria que  recuerda su pasado glorioso. Parecen una tribu no conectada. Con sus rituales, sus cánticos y sus recuerdos: como  ¨ese gol de García a Sacachispas sobre aquel arco en el último minuto¨, como me cuenta Carlos. Yo sólo veo un arco insípido. Ellos ven la vida entera en ese arco. Intransferible.[viii]  Subo al puente que va a ninguna parte, porque de este lado de Luna sí se puede subir. Saco unas fotos. Han levantado los rieles y ya no quedan esas piedras que adornan las vías entre durmiente y durmiente. Como fan de Defensores de Belgrano he venido varias veces con mi padre en los años ochenta y noventa. Veníamos en un colectivo alquilado por el club. Y nos cagaban a piedrazos, como hacen todos los clubes que se encuentran junto a las vías de un ferrocarril. Raro, ahora extraño no ver esas piedras. Como ya no hay hinchada visitante y ellos no son muchos, hay pocos policías. Y, un poco por eso mismo y otro poco porque las barreras urbanas en torno a la cancha ya son de por sí enormes, no se corta ninguna calle. El estadio está semivacío, con algunas tribunas cerradas. Fue pensada para albergar hinchadas visitantes numerosas. Todo es muy familiar, tranquilo y aburrido. Aunque, bueno es decirlo, parece que soy el único que se aburre.
                
Y ahora me dirijo a la villa Zavaleta, que han rebautizado como 21-24 como una forma de no legitimarla. Si, como los presos, las villas llevan números.   Son unos 150 metros. Luna se corta (se vuelve a cortar) por un muro de casas en medio del cual se adivina un pasillo, estrecho, con edificaciones de tres plantas a ambos lados que lo transforman casi en un túnel negro. Es una salida y entrada obligada al barrio. Veo a dos, que plantados como arbolitos, parecen custodiar el acceso. ¿Me cobrarán peaje? Armando Silva reivindica todos los sentidos tanto para el que pasea como para el que vive su cotidianeidad. Y es que la subjetividad produce efectos concretos  en el uso de la ciudad. ¿Debería pasar por ese pasillo? ¿Debería usarlo? Por precaución me sumo a la fila de la parada del 59, que tiene su terminal a metros del pasillo. Espero unos minutos. No vine hasta acá para arrugar. Mi orgullo me lacera. Y triunfa. Encaro hacia el improvisado pasillo que conecta la calle Luna con la calle Luna (si, con su cara oculta se diría). Enorme alivio: los arbolitos no están. Sale una moto aparatosamente por el pasillo. Saco una foto.



Quiero sacar otras, pero ya no me animo. Aprieto los dientes, el aire se corta, ya estoy adentro. Humedad, olores indefinibles. Alguien toma cerveza en el piso ocupando medio pasillo. Y salgo a otro mundo, muy diferente. Me recuerda a La Paz,  Bolivia, por su densidad de población en las calles, el tipo de edificaciones, las innumerables tiendas y, por supuesto, esos manjares que se olfatean. Luna, de este lado, es alegre y colorida. La calle es un espacio público, de encuentro de transas de juegos y de amores. Lo remoto está en la cabeza. Ahora estoy más lejos de mi mundo que cuando estuve en el centro de Nueva York. La geografía miente. Camino hasta Luna e Iriarte, un cruce impresionante. Acá hay más gente que en el centro de Mar del Plata en verano.  Me prometo volver algún día. Soy Alicia y estoy en el país de las maravillas.
 Pasando Iriarte,  me mando hacia la canchita del barrio.  Desde Luna son unos pocos metros por un pasillo siniestro. Tal vez por eso mismo el impacto al ver la canchita es enorme: un campo verde, con arco profesional, iluminación LED,  césped y gradas. El clásico: Bolivia y Paraguay. A diferencia de la cancha de Huracán o Barracas Central, acá los partidos son a diario y a cancha llena. No tiene prácticamente historia el estadio, pero las comunidades que se miden en ella hasta tuvieron una guerra en el siglo XX. Sobra pasión. Y yo no encuentro ninguna tristeza cuando un partido termina. Porque siempre hay un partido. Estas canchitas son parte de los proyectos que en la jerga urbanística llamamos ¨esponjamiento¨, que consiste en abrir espacios en las villas para descomprimir la densificación inherente a estos barrios. Siendo uno de los pocos espacios públicos ¨ganados¨ llama la atención que estén alambrados, como una cancha profesional. Porque la canchita se utiliza para todo tipo de actividades, como ferias o celebraciones. Pero yo no veo el alambrado de una cancha sino la sutil reja de una plaza que, hasta la intervención del Estado, no tenía rejas.  



 Tres gradas de tribuna y están casi repletas. Como no se pueden identificar por la camiseta, tengo que adivinar para dónde patea cada uno. Y soy el único adivino. Saco una foto. Pregunto algo  a un espectador, joven pero envejecido, evidentemente por el trabajo duro.  (En el espacio están los cuerpos y en los cuerpos están inscriptas las historias personales). Siento que mi pregunta me vende: no soy de acá. Me responde con otra pregunta: ¿Hablaste con el Tolo? Le digo que no sé quién es el Tolo y veo en su rostro que terminé de venderme completamente.  A la vera de la canchita hay un bar, lindo, lleno de humo, todos jugando cartas e intercambiando cervezas. Hacia allí fui en procura de la protección que tal vez no necesitaba. Se escucha guaraní por todos lados. Quiero saber más. Lo encaro al que atiende la barra. Le pregunto por el Tolo. Es quien decide quienes juegan y quiénes no. Los que jugarán están en la tribuna esperando. Los que ya jugaron están volcados a las cartas y a las cervezas. Sergio, que así se llama, me amplía.   Pero ya hice muchas preguntas y me lo dice casi literalmente. Siento que, de alguna manera, ambos tenemos miedo recíproco. Lo saludo y me voy.
Continúo por Luna. En términos de Fabaron, los vecinos están, yo paseo; los vecinos viven su cotidianeidad, yo realizo un consumo visual. Para mí todo tiene ese lustro que da lo novedoso.[x] Para muchos de ellos la experiencia se agota en el barrio, de donde muchos no salen casi nunca, como una cárcel sin rejas.  Dentro de esta cárcel hay colegios, negocios, salitas de hospital, organismos del Estado. Y es como si esos mismos organismos estatales hubiesen procurado la reclusión a los vecinos, acercándoles ciertos servicios, apartándolos del resto de la ciudad. Este proceso de insularización, analizado por Soldano, también puede incluir al estadio de la villa Zavaleta. Ahora hasta fútbol tenés adentro de la villa. [xi]
Sigo por Luna. Bajo hacia el Riachuelo. Le compré a Sergio una lata de cerveza para ganar coraje. Camino hacia el fondo de una de las villas más peligrosas del país. Pero no voy a arrugar.  A medida que avanzo veo el camino más desierto de gente. Acá preguntar es un riesgo enorme. Sacar una foto es suicida. Tomo por Osvaldo Cruz, una avenida que cruza la villa. Cuando llego a la vía empiezo el mismo recorrido que hace el tren. El olor del Riachuelo es muy especial. No me molesta. El tren aún pasa,  casi tocando las casitas, lentamente, casi gateando. Encaro hacia el puente del ferrocarril. Algunos chicos que no superan los diez años se sorprenden. Entiendo: no muchos desconocidos pasan por aquí. Los saludo. Una señora grande y pesada no me devuelve el saludo. Un hombre con el torso desnudo y entrado en músculos se asoma y tampoco me saluda. Ni loco vuelvo para atrás. Ni loco miro para atrás. Ni loco miro para abajo, hacia el agua. Se da lo inexplicable. Casi con naturalidad comienzo a cruzar el puente. Sólo atiendo a los durmientes del ferrocarril, que transcurren lentamente como los segundos. Los cuento: uno, dos, tres… Pero las agujas no circulan. El espacio se tragó al tiempo. Es como estar absolutamente vivo y absolutamente muerto a la vez. Una mezcla de adrenalina y de temor. Nunca en mi vida estuve tan concentrado. Puedo ver crecer los pelos de mis brazos. Puedo notar mi sangre caminar, el olor de una araña. Aprieto los dientes.  Cuando veo bajo mis pies unas flores mezclándose entre los durmientes entiendo todo: ¡llegué! Amigos míos, no puedo explicar la alegría que me invade. Exploto de amor propio: lo hice. No se debe sentir mejor al tocar las cimas del Himalaya. Puedo. Me superé. De repente se escuchan petardos desde el otro lado. ¿Petardos? Estamos en diciembre. ¿Y si es otra cosa?  ¿Y si yo soy el blanco? Vuelvo a tener miedo. Me afirmo y saco una foto que me incluya. Quiero dejar un registro.


El puente del ferrocarril vuela sobre el meandro de Brian para llegar a una península ocupada por una de las canchas de fútbol más raras del mundo, la del club Victoriano Arenas. Esta península iba a desaparecer con la rectificación del Riachuelo, que sí se realizó aguas arriba. Por ese motivo, la península es territorio de la ciudad de Buenos Aires, aunque se encuentre del otro lado del Riachuelo. Y Victoriano, claro, es un club de la capital.[xii] Sus hinchas, muchos de la villa, cruzan el puente del ferrocarril para ver al equipo de sus amores. Me volteo. Desde la península la villa se ve como un anfiteatro. Los días de fútbol los niños se amontonan sobre la orilla portando unas enormes cañas. No son para pescar. Son para cazar las pelotas que van a parar a las aguas. Muchas se usarán para patear en la canchita del barrio.  Pero la mayoría de los hinchas del Victoriano son de este lado del Riachuelo. Y entran por el breve istmo que separa al estadio del partido de Avellaneda. Es conocida como una de las canchas más inaccesible del mundo.[xiii] Yo llegué, como cuando vine de la mano de mi viejo y quedé impresionado con el olor del Riachuelo, que rodea a Victoriano por el norte, el este y el oeste.  Al lado de las vías, sobre la pared del estadio, hay una persona viviendo en un auto abandonado y con varios perros muy agresivos. Sale del auto, como de una cucha. Casi me meo encima. Logro sacarle una entrevista. Los días de partido la policía corta la península por el istmo, donde debería haber corrido el Riachuelo. El acontecimiento es la llegada del ómnibus visitante. ¨Son los únicos extraños que aparecen por acá¨. Y me lo dice a mí. Victoriano está tan aislado que no tiene un barrio en su entorno inmediato. Los días de partido son los únicos en los cuales aparece ¨alguien¨. Es el mundo del revés.


Salgo de la península. Ahora sí entro en la provincia. Me pierdo entre fábricas abandonadas. Algunas, para mi increíble sorpresa, parecen sacadas de una guerra mundial, o de Kosovo o de una de Hollywood. Quemadas, negras, silenciosas, con gente viviendo adentro. ¿Alguien sabe de esto? Patético. Tristísimo. Admirable. Apuro el paso. Veo al fondo la parada del único colectivo que abastece a miles de personas, el 570. Subo, me siento y me largo a llorar. Pero no sé por qué estoy llorando. Tal vez porque un colectivo me es algo familiar. Como abrazar a un hermano.
He recorrido cuatro estadios que se alzan en las inmediaciones de la calle Luna. El de Huracán es el caso de un estadio con gran capacidad que los días de partido impregna de magia todo su entorno y donde las barreras urbanas se multiplican, especialmente para los vecinos. El de Barracas Central tiene a su alrededor una barrera urbana ajena al club. Sus hinchas, que ya no reciben visita, se asemejan a un gueto emocional perdido en el tiempo y en el espacio. El de Zavaleta tiene una función continua, ya sea para el fútbol o para otra cosa. Lo que en este caso está aislado no es el estadio en sí mismo sino el barrio que lo parió, y que como una madre protectora, parece cuidar tanta pasión de las miradas ajenas. Sin dudas, una joya que me he regalado. Por último, el estadio de Victoriano Arenas, famoso mundialmente porque casi nadie llegó hasta él en virtud de las increíbles barreras urbanas que hay que sortear y a los temores que hay que vencer.




[ii]  Reportaje del autor.
[iv] Reportaje a una vecina y a dos vigiladores del barrio, de la empresa Prosegur.
[v] WAQUANT, L.  (2007) Los condenados de la ciudad. Gueto, periferia y Estado, Siglo XXI Editores
[vi]  Twiter, Viejos estadios. Tanto para el estadio de Barracas Central como para el viejo estadio de Huracán Enlace: https://twitter.com/viejosestadios/status/881651148222078977
[viii] Reportaje del autor.
[x] FABARON A (2016)   Paisajes urbanos, diferencia y desigualdad. El caso de La Boca en Buenos Aires
[xi] SOLDANO,  D. (2008):  Vivir en territorios desmembrados : un estudio sobre la fragmentación socio-espacial y las políticas sociales en el área metropolitana de Buenos Aires (1990-2005)

sábado, 11 de enero de 2020

Un libro nuevo

Amo pagar dos mil pesos por un libro que he esperado largamente. Amo llevarlo a un bar de mala muerte. Amo pedir un café y abrir sus hojas. Amo sacar una lapicera y empezar a subrayarlo abundantemente: que se desvalorice con velocidad. Finalmente amo pagar un café que termina siendo más caro que un libro nuevo. Porque el libro es mi esclavo. Y yo me amo.

domingo, 4 de agosto de 2019

El especismo como estrategia


Se habla mucho del especismo en estos días, esa corriente que dice que no deberíamos comer carne porque los animales son criados en condiciones horrorosas. Por supuesto, el tema no es interesante para encararlo inocentemente, sino para interrogarnos de por qué ahora se habla del tema, siendo que el especismo lleva sus años.
Obviamente, cuando un tema se instala es porque poquísimas personas decidieron encarar un asunto por medio de otro como una estrategia para un fin determinado. Puede salir bien o puede salir mal. Ejemplos abundan. Los y las homosexuales vincularon sus demandas por medio del amor, el matrimonio legal, y ganaron. La primera estrategia del colectivo, hace 15 años, fue un fiasco. Tal vez alguno se acuerde: fue a través de la homofobia. Se decía recurrentemente que cada minuto muere un homosexual a manos de alguien. Y no resultó. Quizás la sociedad no estaba aún madura. Pero el argumento dejaba mucho que desear. Los argumentos que invitan al amor son siempre mejores que los que invitan a la indignación.
Ahora bien, la estrategia del aborto legal no dio buenos resultados. De hecho sus adversarios defendían ¨las dos vidas¨ y repetían que un embrión es un ser humano. El antropocentrismo, el hecho de defender la vida humana (como algo especial), caló profundamente, especialmente en el interior del país y entre las enormes mayorías que no se movilizaron y que no llevaban pañuelos de ningún color.
Claramente ahora la estrategia es mejor. Vinculando el aborto legal con el especismo se busca ser más papista que el papa: ligar la defensa del aborto legal a la defensa de toda vida animal, teniendo en cuenta que los seres humanos somos también animales. El argumento es el siguiente: un feto menor a tres meses no siente; un animal no humano sí . Van más allá aún: las mujeres fueron históricamente discriminadas, al igual que los animales, los negros y los pueblos originarios, por el hombre blanco macho. Por lo tanto defender todo ser o colectivo discriminado es un mandato.
A mí me parece que como estrategia es muy poco inteligente. Ya los adversarios tejieron el argumento de que ¨hablar de no comer carne cuando hay humanos que hoy no comen en Argentina es una falta de respeto¨.  El especismo es un movimiento de los países centrales que, como otros, se vincula a nivel local por medio de las capas medias urbanas. Yo entiendo que sus argumentos son interesantes, pero a esta gente hay que ayudarlos a tener empatía con los otros humanos, los de las villas, los cartoneros que castigan a sus caballos, los millones de argentinos que viven en el interior conservador, los propietarios de pequeñas chacras que matan con sus propias manos lo que comen en Misiones, Salta, Tucumán…
                Estoy con ellos y la ley de aborto legal va a salir tarde o temprano. Pero mejor que sea temprano.


sábado, 29 de junio de 2019

Preguntas a Pedro Brieger


Pedro Brieger escribió El conflicto palestino-Israelí. Es un libro excelente. Brieger, judío, defiende la posición palestina (como Barenboim, como tantos). Pero hay olvidos…
1)      Brieger no habla de los Acuerdos de Haavara de 1933 entre los sionistas y Hitler, por el cual miles de familias judías, por primera vez de forma masiva, fueron a instalarse en lo que hoy es Israel.
2)      Brieger sólo menciona al Movimiento Leji de Stern, sin aclarar que fue un grupo terrorista sionista en Tierra Prometida que era pronazi y muy popular.
3)      Brieger critica profusamente la democracia israelí. Casi todos los argumentos que pone son de los mismos medios israelíes, de los intelectuales israelíes y hasta de algunos funcionarios israelíes. Eso también es parte de una democracia. 
Del primer punto debemos decir que muchos estudiosos—incluidos famosos como el historiador Ian Kershaw— jamás  escribieron una sola línea sobre los Acuerdos de Haavara; tal vez para evitar malas interpretaciones. Hitler se quería sacar a los judíos de encima y cuando el sionismo chocó con los intereses británicos apareció el del bigotito para ofrecer un canje: ustedes se van a oriente con plata del Estado alemán y nosotros nos deshacemos de ustedes.  Con el tiempo Goering propuso mandarlos a Madagascar y finalmente, con la guerra perdida, surgió la idea del holocausto. La solución final fue exactamente eso: la última solución.
Del segundo punto el olvido es extraño. Brieger habla bastante del Mandato de Palestina que tuvieron los británicos. Y cuando habla del Movimiento Leji lo hace para hablarnos de un momento en el cual ya existe Israel. Este movimiento tomó partido por los nazis por una obvia razón: el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Los judíos estaban que trinaban con los británicos. Les habían prometido todo y finalmente hacían concesiones por igual a hebreos y a palestinos. Muchos colonos israelíes en esa coyuntura entendían que debían independizarse de Gran Bretaña de la misma manera que poco antes se habían independizado del imperio Otomano. Entonces no hay nada de raro en que hayan pensado que meter bomba a los ingleses y pedir ayuda a los nazis era lo correcto. Al menos sin  internet era difícil que supieran lo que realmente pasaba en Europa.
Del tercer punto debo decir que me recuerda a Chomsky, un judío que vive reproduciendo lo que dicen los medios yanquis, en medios yanquis siendo él mismo yanqui. De la misma manera que Pedro Brieger es judío, vivió y estudió en Israel. Y en el libro eso tampoco se dice. (Aunque esto último me parece un acierto). 
Sin dudas, y a pesar de las observaciones, un libro excelente. Pero para toda la familia. Y me queda una duda. ¿Estas cosas Pedro las ignora o las dejó pasar por cálculo? El librito se encuentra en la colección 100 preguntas y respuestas de Capital Intelectual. En fin, serán una o dos preguntas más.


sábado, 15 de junio de 2019

El más peronista


Tras el Plan económico de austeridad de 1953, Juan Domingo Perón empezó a pensar en abrir el país al capital extranjero en algunos sectores estratégicos como el energético. Puntualmente, en mayo de 1955, y contra la falta de memoria de muchos, le abrió las puertas del país a una filial de la Standard Oil. ¿Hacía bien en virar a la derecha o era de derecha?  ¿Tercera vía?
Cuando Perón quiso volver delegó en Cámpora. La izquierda gobernaba en Chile, en Bolivia, la clase media argentina se hacía montonera. En 1973 vino el golpe en Chile, en Bolivia y Bordaberry en Uruguay giró a la derecha. Perón, inteligente, también giró.
Menem giró a la derecha en un contexto de Fin de los tiempos posterior a la caída del comunismo. Las relaciones carnales con los Estados Unidos eran la norma de ese momento. Carlitos había sido monto en los setenta, amigo cercano de Alfonsín en los 80s y predicó la revolución (productiva) en la campaña de 1989 para alzarse con la presidencia.
Néstor nunca fue de izquierda. Llegó a la cima con la anuencia del cabezón Duhalde, quien le impuso parte del gabinete y al ministro de economía. Giró a la izquierda ni bien pudo, como marcaban los tiempos de Chávez  y de Lula y de la mitad del subcontinente. (Lo mismo había hecho, no casualmente, el Adolfo, un precursor total, en su semana de mandato, cuando recibió a las Madres de Plaza de Mayo y arengó con no pagar la deuda externa como si fuese un alter ego de Altamira).
Cristina, en su discurso de inauguración de las sesiones ordinarias de 2012, mandó a trabajar a los docentes y apretó a los sindicatos. Fue su última estrategia de virar a la derecha antes de notar que su re-reelección iba a fracasar. ¿Hizo mal?
El peronismo es un movimiento que se ajusta a la coyuntura. No está mal actuar así. Somos un país absolutamente periférico que cree ser central. Y es por eso que el peronismo, en gran medida, tiene gobernabilidad. Sale de esa creencia infantil. Hace lo que hay que hacer en un contexto de vulnerabilidad planetaria. Cuando hay que ser de izquierda saca a los pibes, en los setenta y en la primera década de este siglo. Cuando hay que ser de derecha saca a los viejos conservadores. Ahora los vientos vienen de la diestra. Y cuando cambien los vientos el peronismo también va a estar. Siempre va a estar. Y tal vez con los mismos apellidos.



viernes, 24 de mayo de 2019

Una sinfonía peligrosa




Se la conoce como la maldición de la 9na sinfonía. Schubert, Dvorak,  Malher y Vaughan Williams, además del que inaugura la serie, Beethoven, no pudieron componer una décima. Se murieron antes.
Anton Bruckner  cayó en esa maldición. Ya me he explayado sobre Anton en El caso Bruckner  . Con él todo es extraño. Su sinfonía número cero y la dobles cero (00) así lo demuestra. Si omitimos este detalle perturbador podemos decir que se murió dejando inconclusa su 9na, una de las mejores piezas de la historia. Dedicó esta sinfonía  a su ¨amado dios¨. Luego murió.
Encontré en el Youtube una joya: el final del primer movimiento de la 9na interpretado por 3 capos. No se trata de Celibidache, Giulini o Furtwangler, a mi juicio, los mejores interpretes brucknerianos. Se trata de Abbado, Karajan y Bernstein.  El estado en que queda Karajan al finalizar la pieza es de un ensimismamiento mágico, como poseído, como en trance, como yo cuando no me rompen las pelotas y puedo escuchar sin interrupciones. A Bernstein es muy impresionante verlo hechizado, con todo su cuerpo como a punto de eyacular.
Karajan quedó postrado en una silla de ruedas en ese tiempo, finales de los 70s y murió luego de ejecutar la 7ma de don Anton. Bernstein luego de este concierto vivió 6 meses antes de ir a tocar el arpa.  No es un secreto que luego de estos recitales en Viena tuvo que suspender sus presentaciones por las toses en el medio de los conciertos (sus toses). Abbado pasó la prueba en 1987, fecha de la interpretación que nos convoca. Murió a los 80 años. Su última obra ejecutada y grabada antes de partir, en 2014, fue la 9na de Bruckner.

Fuentes sobre las últimas interpretaciones de los maestros:
Sobre Abbado:
Sobre Karajan:
Sobre Bernstein:

lunes, 13 de mayo de 2019

Un mundo lleno de robots


Juan era taxista. Cuando alguien subía a su taxi hablaba hasta por los codos, vertía al oído del pasajero sus opiniones sobre política, deportes o sobre lo que le viniera en gana hablar. Con regularidad los pasajeros le tiraban propina. Eso era así independientemente de que estuvieran de acuerdo o no con las opiniones de Juan.  Incluso si odiaban que Juan hablara le tiraban unos mangos.
Hoy Juan trabaja en Uber. Habla lo justo y necesario. La propina ya no es efectivo,  es que le escrachen las estrellitas. Si no mide bien en estrellas los usuarios recurrirán a otro Uber. Es por eso que Juan ya no comparte sus opiniones con los pasajeros. Es muy arriesgado para Juan expresarse.
La lógica que llegó a los uber es la lógica de los Glovo, de los McDonald’s, de los centros comerciales, de los aeropuertos... Es el famoso speech.
Hace 20 años decía Lilita Carrió que para saber hacia dónde corre el electorado  no miraba las encuestas sino que contrataba un regimiento de ¨operadores¨ para que paseen en taxi. Luego, a partir de lo que decían los tacheros, llegaba a conclusiones bastante fiables sobre las intenciones de voto. Pero esa táctica ya fue. Por otros motivos las cambiaron también los espías. La lógica de la contratación de personal de los tres empleos tácticos (mozos, prostitutas y tacheros) para sacar información de sus clientes ya es historia. Todos los trabajos se están profesionalizando en el speech.
Y eso incluye a los mendigos profesionales. En el año 2002, por cuestiones inenarrables, fui a visitar un contacto que me dijo: ¨Vos vení, sentate, escuchá la clase y después hablamos¨. Algo andaba mal, Mario no era docente.  Fui a una oficina del centro que sólo tenía tres posters, un escritorio y muchas sillas. Dos posters eran de típicos íconos del sueño familiar yanqui con la casa llena de productos y la gente sonriendo. El otro era la virgen. En síntesis: era como un templo.  Mario llegó y se sentó sobre la mesa. Eso también estaba calculado. Preguntó si todos habían llegado por el aviso. El aviso ofrecía, además de empleo seguro, una clase de preparación para los postulantes. (Y todos sabemos que una clase implica seriedad). Mario arengó sobre la dignidad del trabajo y su indefectible impacto en el bolsillo y en la felicidad de las familias. Luego, ante mi asombro, repartió  virgencitas. Dio a conocer las líneas de colectivos y ferrocarriles que ya estaban agenciadas. Explicó que en la vereda no se trabaja. Advirtió que las virgencitas se les entrega a absolutamente todos los pasajeros y luego se retiran religiosamente. Si algún pasajero se queda con la virgen no se le reclama nada. Pero lo peor estaba por llegar. Sin pestañar, Mario explicó que iba a hablar por separado con cada uno de los postulantes. (Todos sabemos que hablar personalmente implica seriedad). Se retiraron y los hizo pasar de a uno. Los iba sondeando, con cancha. Finalmente les estregaba un speech. Si daba el perfil, el speech era que el postulante tenía SIDA y un hijo. Su hijo afortunadamente no tenía, pero el estado no le daba trabajo, aunque sí los medicamentos. Este speech puede tener todo lo malvado que usted quiera. Pero debe saber que hay gente inteligente (y mala) que se sentó a pensar cada una de las palabras que se dice, cada recoveco del discurso, cada pausa. Lo mismo para las formas de repartir y retirar las virgencitas. Seguramente habrá escuchado este discurso y otros repetidos en todas las líneas de trenes. No es casualidad.
La formalidad en el trato con el cliente está tornando artificiales todas las relaciones humanas fuera del ámbito doméstico. Enchastra las relaciones  y las hace insoportablemente predecibles. Es un mundo donde el consumidor siempre tiene razón. Por eso me sigue gustando levantarme cada mañana e ir a la panadería de Martita, que sabe que a mi pibe le gustan las facturas con crema pastelera,  a la verdulería de Romualdo, que sabe que el domingo nos cogieron 4 a 0, a la veterinaria de Jazmín, que sabe que descuido a Delta mi perrita, al kiosco de Rubén que sabe que yo sé que él es un miserable. Personas. Solamente eso, personas. Eso es lo que quiero.
El consumidor es supuestamente  libre elector y racional. Y quien está detrás del mostrador sólo sugiere ¨ ¿quiere agregarle papitas?¨ para rematar ¨que lo disfrute¨. Son exactamente los speech que dicen los robots en los McDonald’s de Estados Unidos. Eso sí: prontamente podrán reemplazar a los pibes Mac por robots, a los Uber por robots y a los espías por robots. Pero no van a poder con los mendigos. Ese va a ser un problema.




domingo, 12 de mayo de 2019

Hay progreso moral


Catón era romano. Catón tenía sus esclavos y esclavas. Cuando Catón tenía apetito sexual entraba en el cuerpo de un pibe o piba de ocho, diez o doce años. Todos los vecinos sabían lo que hacía Catón. No se indignaban. Ellos hacían lo mismo. Cuando Catón se cansaba de sus esclavos pedía uno prestado a un vecino. Era como pedir una herramienta; como pedir un caramelo.
Historias como esta pueden hallarse a millones en los varios tomos de Historia de la vida privada, obra colegiada que dirigen Georges Duby y Phillip Aries y donde participan luminarias como el gran Paul Veyne.
Siempre, por defecto, porque no encontré nada parecido, me remití a este texto para explicar que hay progreso moral, que hoy la gente no va a disfrutar en familia de la combustión pública de una mujer que fue acusada de brujería. Sin embargo, como se trata de un libro de historia social, no dice explícitamente aquello que yo repetía una y otra vez por todos los rincones cada vez que me topaba con un discípulo de Ernesto Sábato, quien solía repetir hasta el aburrimiento que no hay progreso moral.
Acabo de ver un duelo maravilloso: una conferencia que dieron el super-líquido Zygmunt Bauman y el filósofo español Javier Gomá, en 2015. Bauman, pesimista. Gomá, optimista. Querido lector, no puedo explicar la satisfacción que me dio escuchar al español decir que hay progreso moral. Fue la felicidad de saber que uno no está solo en esta vida. Su argumento  es que la indignación generalizada ante ciertos hechos que vemos hoy en día denota que hoy en muchos lugares del mundo la moral está cambiando. Y agrega que vivimos en el mejor de los tiempos de la historia de la humanidad, ya por el progreso moral, ya por los avances técnicos. No niega que haya problemas. Lo que dice es que hoy vemos problemas donde antes se veía normalidad. Da el siguiente ejemplo: ayer nomás,  violar una mujer (o un niño como Catón) era algo hasta celebrado por los vecinos, por las vecinas y por los vecines. Y si no me creen (y si no nos creen) lean Historia de la vida privada, que dejo más abajo.
No obstante lo cual, siempre le di un corolario al tema de que la indignación generalizada demuestra un progreso moral. Creo que es necesario, absolutamente necesario, que la gente esté indignada y que eso se logra inculcando en las mayorías que las cosas están mal, que las cosas pueden ir peor, que vivimos en el más bajo de los mundos posibles y que si prendés un fósforo estás contribuyendo al calentamiento global. No es que sea exagerado. Es que es una forma excelente de lograr que la sociedad alcance la meta moral. No se trata de decir la verdadSe trata de metas. La verdad sólo se comparte en un blog que leen cuatro personas. Las metas se gritan en el mercado. Son cosas que los periodistas hacen muy bien, aunque no siempre saben lo que están haciendo. 
En fin, hay progreso moral. (Como la palabra ¨progreso¨ me quema, debería decir que hay ¨cambio moral positivo¨).  No es una línea recta, hubo retrocesos como la Segunda Guerra, y bien pudiera ser que volvamos a celebrar que en la familia tengamos un buen torturador, como en otros tiempos, y que además seamos envidiados por nuestros vecinos por tan alto mérito. La actual altura moral tiene muchas causas. Por amor a la brevedad pongamos una: la tecnología. Hoy tal vez no sea necesario torturar a alguien para sacarle información. La tecnología lo hizo posible. Hijos de puta siempre habrá. Pero ahora tienen que asumir otras formas. ¿Hijos de puta de cuello blanco? Quizás. Pero en todo caso mejores que Catón, que era (hay que decirlo) un hijo de su época.
Fuentes:


miércoles, 10 de abril de 2019

Instrucciones para revisar una bolsa de basura


Elegimos a la víctima: la vecina de enfrente. Sabemos que el camión pasa a las 22, así que diez minutitos antes le recogemos la basura. La metemos en nuestra casa y revisamos absolutamente todo lo que contiene la bolsa. No subestimamos nada. Consideramos hasta ese trozo de lechuga que pende del hilo dental. 
Procedemos de idéntica manera por un mes. Manoseamos todas las porquerías, nos ensuciamos hasta los codos. Barbijo no debemos tener. Vergüenza, claro está, menos.
Enumeramos, mensuramos, inferimos patrones, frecuencias, cambios de dieta, de hábitos, de gustos, de chongos. Finalmente llegamos a conclusiones.
Es extraño. La gente no sabe tanto de sí misma como la basura que tira. En esa basura están todos sus secretos y sus olvidos, la parte más material, brutal e inconsciente de un ser humano. Yo en un mes sé más de la vecina que la vecina misma. Puedo apretarla, extorsionarla, conmoverla, enamorarla…  Ella se está cuidando de lo que publica por Facebook. No lo sabe, pero yo ya soy ella.

Lo que acaba de leer es un cuento de terror. Pero si quiere más sobre el tema basura en este blog: La basurología


martes, 2 de abril de 2019

Mails


¿Los conocés a Carlos Pagni y a Roberto García? Son periodistas estrellas.  Ellos fueron procesados en 2012 por la jueza Arroyo Salgado por un tema de pinchaduras de mails. Del tema no se volvió a hablar, obvio. Estos periodistas estaban vinculados con un sector de la SIDE que no respondía al gobierno nacional. Como dijo Weber, el gobierno nacional debe tener el monopolio de las pinchaduras. Se pudrió todo cuando estos periodistas sabían antes que el mismísimo gobierno kirchnerista lo que estaba pasando. Era información confidencial que se filtraba como agua entre los dedos (o entre los teléfonos y las computadoras). ¿Quién no recuerda, por dar un ejemplo, que se filtró la expropiación de YPF y que se enteraron en España antes que en casa? Nadie lo recuerda. Ni bien asumió  Macri, la jueza levantó la causa. Pagni y García, a quienes hay que seguir para estar al tanto de las cosas, continúan con información privilegiada.

Lo que ahora está pasando no es más que el reverso de la moneda. Los servicios de inteligencia no se han ajustado al ejecutivo. Ahora los periodistas acusados han cambiado de nombre. Pero es lo mismo. Y cuando venga otro gobierno la cosa va a seguir. Porque el problema es muy serio. Y la gente no entiende nada. Para mayor gloria de los servicios...y de algunos periodistas.



Algunas Fuentes:



sábado, 30 de marzo de 2019

Táctica para vencer a Macri


El 3 de marzo de 1999 a la una de la madrugada, el actual presidente Macri viajaba por la autopista de oeste. A su lado estaba Carlos Alberdi, su chofer.  Atrás sus amigos Martin Palermo y Diego Cagna, estrellas de la primera de Boca.  Paula Elizabeth González, de 14 años, venía en bicicleta por la banquina. La acompañaba su amiga Susana, de 16. Decidieron cruzar la autopista por el asfalto. Cuando llegaron al carril de mayor velocidad fueron atropelladas por el auto del entonces presidente de Boca. Paula aguantó ese día en un hospital y luego murió al caer el sol.
Un testigo afirmó que el que manejaba era Macri. Luego se desdijo. La familia de la sobreviviente, Susana, culpó a su hija por cruzar por donde no debía. Todo quedó en la nada.
Ya nadie recuerda o quiere recordar el hecho. Macri llegó a jefe de gobierno e inauguró muchas bicisendas, sus amigos nunca volvieron a hablar del tema y del chofer nada se sabe.
Tal vez el presidente nada tuvo que ver, pero hay cosas que no te van a contar a menos que uno se ponga a unir cosas que en un principio no tienen mucha relación.
¿De dónde venían esa noche? Venían de una peña de La 12 en Chacabuco. El libro que Gustavo Gravia le dedica a la barra de Boca nos informa de la presencia de capos, jugadores y dirigentes en estas peñas, así como del consumo sin freno de alcohol. Recalculando podemos decir que tal vez el fercho o Mauri estuvieran tomados. De Palermo y Cagna casi lo podemos asegurar. Venían durmiendo en el asiento de atrás. Gravia en su libro no menciona el accidente. Él se puede escudar: es un libro sobre la barra brava y ahí no había barras.
El choque fatal, que apareció en los medios, quedó eclipsado por lo que sucedió en la bombonera a las 9:30 de la mañana del día siguiente, 4 de marzo. Boca y Chacarita jugaban un amistoso. Algunos hinchas del equipo visitante adornaban la tribuna local. La 12 entró y golpeó brutalmente a los capos de club de San Martin. Todo fue firmado por las cámaras. Entre los agresores estaba el jefe, Rafael Di Zeo, habitué de todas las peñas xeneises en esa época de Boca. El partido se suspendió cuando Boca ganaba 3 a 0. El primer gol lo había marcado Palermo.
Todo esto da lugar a algunas preguntas. ¿Cómo el jefe de un club puede salir de joda con jugadores profesionales que en pocas horas tienen que afrontar un partido, aunque sea un amistoso? ¿La seguridad del club estaba distraída en el accidente y descuidó sus tareas? ¿Los barras supieron que la dirigencia estaba a full con otro tema? (Recordemos que la secretaria privada del gobernador Felipe Solá, Susana Spinetto, fue la esposa de Rafita Di Zeo. Cuando Felipe la despidió se recicló como secretaria privada de Stornelli, en el área de seguridad. Stornelli y Boca siempre fueron de la mano. Él y Susana ya eran ¨amigos¨ en 1999) Pudo haber sido casualidad. Pero del tema no se habla.
Sin embargo el accidente puede ser útil. En política se trata de relaciones de fuerza, no de quien dice la verdad. Que Macri haya manejado el auto ebrio aquella noche es, a la luz de lo expuesto, verosímil. Las víctimas fueron mujeres, menores de edad. Yo solamente sugiero que rescatar del olvido el tema puede servir para una campaña de prensa en contra del oficialismo en un período electoral. También a la ola verde feminista le puede servir. También a los ciclistas y al ambientalismo. También a los que luchan contra los excesos del alcohol y la velocidad. También para los que odian las barras... En política todo sirve. Solamente hay que ¨saber hacerla¨, como dice Horacio Verbitsky. Se acaban de cumplir 20 años de aquellos hechos. Y los aniversarios (y el sistema decimal) siempre le encantaron a la prensa. También.  


Bibliografía: