martes, 6 de enero de 2015

La lección de James Cameron



La lección de James Cameron

           
    
"Ni siquiera tengo una foto de él, ahora solo existe en mi memoria" 
 James Cameron,  guionista y director de Titanic.

                              Corre el año 2013. Un millonario invierte una fortuna para conocer el punto más profundo y oscuro del océano, la fosa de Las Marianas.  Se trata del director de Titanic, James Cameron. Aunque será el segundo en descender hasta el abismo—ya Piccard había bajado hace más de medio siglo—, lo hace a unos 37 km del lugar que antaño fue noticia. Espera encontrar nuevas especies y apreciar lo que ningún humano aún ha visto.
                  Su aparato tiene buenas luces para iluminar las profundidades. Él va encajado como un carozo en el medio de un durazno un poco más grande que un durazno. Tiene una escotilla a sus espaldas, por donde ha ingresado.  Entre su instrumental destaca una pantalla de unas 20 pulgadas, como un televisor mediano que tiene que ver  a menos de 30 centímetros. Al tacto tiene mil funciones. Por medio de este aparato, que de seguro le trae reminiscencias de  su arte y de su labor como director, puede ver el exterior y al centenar de asistentes que, preocupados, aguardan en el barco nodriza.
                Son 11 kilómetros para abajo. El viaje le deparará una hora y media. No pasaron ni 2 minutos y toda señal de luz natural y de vida han desaparecido. Los minutos, los kilómetros se suceden. Los reflectores de la nave lo escudriñan todo, pero no hay seres vivos por ningún lado. Pasa el tiempo con la lentitud con el que la erosión fabrica la arena de los relojes. Parece que ni se mueve. James siente que está realmente sólo por primera vez en su vida. “Esto debe ser más sublime que el espacio”, razona. En una ventana de la pantalla ve, casi como en sueños, a  uno de sus asistentes, que de seguro también contempla lo que él contempla ahora: nada.  Inesperadamente los sensores indican el final del mundo a menos de 30 metros. Cameron toca algo sobre la pantalla. La nave se detiene y los reflectores apuntan con intensidad hacia abajo. Nada se logra divisar. El descenso de la nave y las altas presiones han generado un mar de arena, polvo y partículas que todo lo envuelve. Cuando esa nube se disipa, unos minutos después, tampoco hay novedades. Pone en marcha el durazno, lentamente, como para plantarlo sobre el fondo. De repente se queda sin aliento. Allí está el abismo. Luego de un tiempo que se hizo eterno, ve en la pantalla el fondo del océano. El asistente le pregunta como está y él se olvida de responder.  Es el espectáculo más acogedor que jamás pensó ver. Una llanura en todas direcciones, lisa, vacía, sin vida.  Sabe que esa llanura no debe tener muchos kilómetros, pero los reflectores abarcan un diámetro de sólo  50 metros en torno a la nave. Se agita en su asiento. Hace un movimiento que lo deja como la Alegoría del día, de Miguel Ángel: torciendo el cuello como para quebrarlo. Los asistentes se preocupan y lo interrogan, desesperados. James contesta: “Voy a la escotilla. No bajé para ver este espectáculo por una pantalla. Quiero verlo con mis propios ojos.”
                Transmití esta anécdota que encontré— más prosaicamente— en el número de junio de 2013 de la revista National Geographic.  La víctima fue el cuñado del medio hermano de mi amigo el ferretero.  El tipo todavía no puede entender el alto valor que le doy al hecho de tener una vivencia plena de los momentos más perdurables de la vida. No tomo fotos, no grabo, y cuando  me miran incrédulos, me río (whisky).  El momento es irremplazable y no veo con buenos ojos eso de tener una parte de nuestra mente siempre alerta al instante oportuno de hacer clic. Esas costumbres sacralizan el recuerdo y celebran las apariencias. Pero omiten lo más importante: el presente. Conozco gente que nunca estuvo en las cataratas, pero las filmaron todas. Y no sacan una foto, que es todo lo que quería Rose. Es al por mayor. “Parate ahí. No, con él ya te sacaste, ahora con José” Y así me dejo sacar la foto. Después todos las suben a facebook, las comparten, las etiquetan y  las explican. Yo lo agradezco, por si alguna vez se me ocurre recordar algo que vi con mis propios ojos.

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