Quemando libros, pinturas y personas
Es un lugar común recordar los altruistas y
ejemplares actos de los artistas. Goya denuncia con El 3 de mayo de 1808 a las fuerzas invasoras de Napoleón, Picasso pinta el Guernica
para concientizar. Y cuanto más nos acercamos a nuestro tiempo más abundan los
ejemplos de gente copada que se ha dedicado al pincel, creando un ambiente en
el que los artistas dejan de ser humanos y pasan a ser idealizados,
intachables, buena gente.
Por supuesto, esto es falso, y la
historia abunda en ejemplos de notables artistas que se dedicaron a lo peor de
lo peor, y que por supuesto, no por ello dejaron de ser grandes.
Me voy a referir, en primer término
a Pedro Berruguete. Más o menos para la época en que Colón nos descubría, pinta
esta joyita. Se llama Auto de Fe. Mírenla
y después seguimos hablando…
Preside el evento, Santo Domingo de
Guzmán, con capa negra, sobre una tribuna desmontable, como que rápidamente saldrá hacia otros
horizontes para seguir quemando. Justo debajo de él vemos a un tipo con la
cabeza caída, durmiendo. Al pié de las escaleras está Raimundo, un hereje, que
recibe la buena noticia: no entrará en combustión, se ha arrepentido, motivo
por el cual se descubre la cabeza y tiene el bonete entre las manos. En primer
término hay dos que esperan la purificación de las llamas, mientras un aburrido
personaje secundario los tiene sujetos por una cuerda que los sostiene por el
cuello. Otros dos están siendo quemados mientras, bajo las gradas, el pueblo presencia
el dantesco espectáculo. ¿Y por qué están bajo las gradas? Bueno, de la misma
manera que los ordenados están bajo un toldo: el sol no afloja y hace un
calor espantoso.[1]
Al mostrarnos esto, Berruguete no
nos quiere hablar de la indiferencia del hombre por el hombre. Tampoco nos
quiere mostrar que quemar gente era algo tan habitual que daba para dormirse.
Nosotros podemos ver todo eso, pero don Pedro simplemente pintó la escena como se la imaginó y como la habrá
visto, exculpando a los que prendieron el fuego, pero condenando a los que son
incinerados. Si hay una lección moral en el cuadro—y la hay—es muy diferente a
lo que esperaríamos en el siglo XXI. Berruguete
era un hijo de su época, no un hijo de puta.
Lo mismo podemos decir de Prueba de fuego. Esta pintura nos cuenta
una historia maravillosa. Santo Domingo puso a prueba a unos infieles en Egipto.
Les dijo: “Dadme el Corán y yo lo someteré a las llamas junto a la Santísima Biblia.
Si alguno de los libros no se quemaran será prueba de fe verdadera”. Y procediendo
de esta manera, como vemos en el cuadro, puso en evidencia que mientras el Corán
se quemaba horriblemente, la
Biblia flotaba.
Berruguete. Prueba de fuego |
Esta no es la única pintura de
Berruguete sobre quema de libros, pero es la que más me gusta. Ese libro
flotando, con las páginas abiertas, es realmente una anticipación del
surrealismo. ¿Lo habrá visto Magritte?
Don Pedro sólo nos transmite los
Juicios de Dios, que consistía en ver si una persona, un libro o un objeto
cualquiera pasaban la prueba del fuego. No sabemos de ninguna persona que haya
pasado el examen, ni siquiera con un 4, un poco chamuscadito. Sin embargo, el
pintor ha pasado la prueba de la historia, sin ninguna duda.
Pero todos los ejemplos sobre
artistas amigos de las hogueras empalidecen cuando recuerdo el ejemplo impar de
Sandro Botticelli. La historia es conocida, aunque se la suele omitir por
pudor. Savonarola se hizo fuerte en Florencia criticando al pontífice y a los
artistas que consagraban obras con temas paganos. Además, pidió seriedad y circunspección
a los habitantes, dándole realce a la amargura. El pintor, que era su fiel seguidor, dejó de reír. Más aún, cuando el moje armó la enorme
pira en el centro de Florencia para quemar vanidades, Botticelli fue el
primero que concurrió con sus pinturas bajo el brazo, deseoso de ver hechas
cenizas sus propias obras.
Pronto Savonarola caería bajo las garras del papado. Lo quemaron el 23 de mayo de 1498. Botticelli volvió a pintar sobre temas paganos y religiosos, muy del gusto del Vaticano.
Pronto Savonarola caería bajo las garras del papado. Lo quemaron el 23 de mayo de 1498. Botticelli volvió a pintar sobre temas paganos y religiosos, muy del gusto del Vaticano.
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