La poesía de Turner
Los críticos cometemos
persistentemente un error; el de suponer que todo precursor es un visionario y
un gran artista. Así, tendemos a buscar antecesores del realismo mágico, de los
cubistas, del abstraccionismo. El mérito de esta gente estaría en que se trataría
de adelantados a su propio tiempo. Incluso tenemos la mala costumbre de hacer
de una obra pobre una obra de arte por el simple hecho de prefigurar alguna
vanguardia.
Bueno, yo voy a caer nuevamente en ese
error, que es como probar la manzana del paraíso.
Joseph Mallord William Turner—Tarner, para
los amigos— es ese pintor ingles vulgarmente recordado por ser un gran
paisajista. Tá bien, lo era. Pero tiene sobrados méritos para ser recordado
como uno de los mayores profetas de la historia del arte.
Me decidí a escribir sobre Joseph porque no
encontré, ni en nuestro idioma ni en el de él, nada relevante sobre el tema. Lo
mejor fue toparme con una página que—creer o reventar—muestra la totalidad de
sus obras, algunas de las cuales son prácticamente ignoradas.
Comencemos por una semifamosa: Lluvia, vapor y velocidad, de 1844.
Es notable que Turner nos muestre un
ferrocarril cuando recién había empezado a existir y contra todas las
convenciones del arte de su tiempo. Más aún, nos muestra dos modernísimos
viaductos. Normalmente, cuando se quiere recordar las primeras obras de arte
que nos muestran trenes, lo primero que viene a la memoria es la serie de La estación de Saint-Lazare, de Monet,
muy posterior. También allí vemos máquinas, mucho vapor y un gran interés por
la luz. Pero el tren de Turner no está estacionado, circula rápidamente. Sí: es
un precursor del futurismo.
Esta genialidad se llama En la boca de la tormenta de nieve, de 1842
La tormenta y las olas se han ganado el
protagonismo del cuadro. Sólo un bostezo de vapor, unas paletas y una bandera
distinguen al buque en el medio de la boca de la naturaleza embravecida. Todo
está en movimiento, como un vórtice que gira en el sentido de las agujas del
reloj. Es una pintura absolutamente llena, que ya va camino al abstraccionismo.
Mirad esta joya desconocida. Se llama Las cataratas de Reichenbach (Upper Falls of the Reichenbach)
Ese
rostro que vemos de perfil, de dimensiones faraónicas, oficiando de un muro
rocoso, es, sin dudas, un hallazgo del método paranoico-crítico que luego Dalí
desarrollará.
Esta pintura
es mi favorita, El temerario remolcado a
puerto seco, 1839
Pura poesía. Bajo
el crepúsculo, la modernidad sin gloria, pero eficiente, remolca para desguace a un pasado (su pasado) glorioso,
pero ya inútil. Se evaporará para siempre luego de este, su último viaje. El
vapor, que le fascinaba a Turner, le ha ganado la carrera al viento. Las velas
ya han sido plegadas en el viejo buque. Sin embargo, atrás, vemos aún una vieja
nave con sus velas a pleno, aunque sabemos que eso no durará mucho. Es más, por
la dirección del viento, que sabemos por el humo del vapor, cualquier barco a
vela podría tardar una enormidad de tiempo en recalar en puerto. Tan atadas a
la naturaleza estaban esas viejas embarcaciones y sus glorias. Sin dudas, el
tipo de lectura a que nos obliga esta obra es de una época posterior: una tarea para el pensamiento, diría Gadamer.
Por supuesto,
Joseph William Turner también miró para atrás, sólo para atrás, como en toda una serie de vistas
de Roma y Venecia, que recuerdan mucho al vedutismo de Canaletto. Porque era humano—como
yo, que caigo una y otra vez en mis propios errores—. Pero un humano muy
adelantado a su tiempo, incluso al nuestro.
Sin embargo,
y a pesar de todo, yo me quedo con su poesía.
Estudio de la luz solar, Joseph William Turner. ¿Impresionismo? |
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