sábado, 31 de enero de 2015

La poesía de Turner



La poesía de Turner


Los críticos cometemos persistentemente un error; el de suponer que todo precursor es un visionario y un gran artista. Así, tendemos a buscar antecesores del realismo mágico, de los cubistas, del abstraccionismo. El mérito de esta gente estaría en que se trataría de adelantados a su propio tiempo. Incluso tenemos la mala costumbre de hacer de una obra pobre una obra de arte por el simple hecho de prefigurar alguna vanguardia.

Bueno, yo voy a caer nuevamente en ese error, que es como probar la manzana del paraíso.

Joseph Mallord William Turner—Tarner, para los amigos— es ese pintor ingles vulgarmente recordado por ser un gran paisajista. Tá bien, lo era. Pero tiene sobrados méritos para ser recordado como uno de los mayores profetas de la historia del arte.

Me decidí a escribir sobre Joseph porque no encontré, ni en nuestro idioma ni en el de él, nada relevante sobre el tema. Lo mejor fue toparme con una página que—creer o reventar—muestra la totalidad de sus obras, algunas de las cuales son prácticamente ignoradas.

Comencemos por una semifamosa: Lluvia, vapor y velocidad, de 1844.





Es notable que Turner nos muestre un ferrocarril cuando recién había empezado a existir y contra todas las convenciones del arte de su tiempo. Más aún, nos muestra dos modernísimos viaductos. Normalmente, cuando se quiere recordar las primeras obras de arte que nos muestran trenes, lo primero que viene a la memoria es la serie de La estación de Saint-Lazare, de Monet, muy posterior. También allí vemos máquinas, mucho vapor y un gran interés por la luz. Pero el tren de Turner no está estacionado, circula rápidamente. Sí: es un precursor del futurismo.

Esta genialidad se llama En la boca de la tormenta de nieve, de 1842



La tormenta y las olas se han ganado el protagonismo del cuadro. Sólo un bostezo de vapor, unas paletas y una bandera distinguen al buque en el medio de la boca de la naturaleza embravecida. Todo está en movimiento, como un vórtice que gira en el sentido de las agujas del reloj. Es una pintura absolutamente llena, que ya va camino al abstraccionismo.

Mirad esta joya desconocida. Se llama Las cataratas de Reichenbach (Upper Falls of the Reichenbach)




 Ese rostro que vemos de perfil, de dimensiones faraónicas, oficiando de un muro rocoso, es, sin dudas, un hallazgo del método paranoico-crítico que luego Dalí desarrollará.

Esta pintura es mi favorita, El temerario remolcado a puerto seco, 1839




Pura poesía. Bajo el crepúsculo, la modernidad sin gloria, pero eficiente,  remolca para desguace a un pasado (su pasado) glorioso, pero ya inútil. Se evaporará para siempre luego de este, su último viaje. El vapor, que le fascinaba a Turner, le ha ganado la carrera al viento. Las velas ya han sido plegadas en el viejo buque. Sin embargo, atrás, vemos aún una vieja nave con sus velas a pleno, aunque sabemos que eso no durará mucho. Es más, por la dirección del viento, que sabemos por el humo del vapor, cualquier barco a vela podría tardar una enormidad de tiempo en recalar en puerto. Tan atadas a la naturaleza estaban esas viejas embarcaciones y sus glorias. Sin dudas, el tipo de lectura a que nos obliga esta obra es de una época posterior: una tarea para el  pensamiento, diría Gadamer.

Por supuesto, Joseph William Turner también miró para atrás, sólo para atrás, como en toda una serie de vistas de Roma y Venecia, que recuerdan mucho al  vedutismo de Canaletto. Porque era humano—como yo, que caigo una y otra vez en mis propios errores—. Pero un humano muy adelantado a su tiempo, incluso al nuestro.  
Sin embargo, y a pesar de todo, yo me quedo con su poesía. 

Estudio de la luz solar, Joseph William Turner. ¿Impresionismo?



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