sábado, 27 de agosto de 2016

Ajedrez ciego entre Borges y Kafka

Hace tiempo que vengo estudiando a Borges y me cruzo con libros y descubrimientos inverosímiles. Pero ninguno más inverosímil que el libro de Benito López Esnaola, intitulado Ajedrez a la Ciega, que me pude procurar después de buscar una aguja en un pajar. Pero inverosímil es poco. Tan es así que me veo empujado a decir algo.

Esnaola escribe sabedor de que muchos lo leerán por curiosidad y abunda en anécdotas, explicaciones y disparates para mejor vender el libro. En realidad son cosas de sentido común que uno no se ha puesto jamás a pensar. Conocía que hay gente que puede jugar al ajedrez sin el tablero, o sea, a ciegas. Aunque parezca una perogrullada decirlo, ese jugador debe conseguir un rival, y no es tarea fácil. La persona en cuestión debe ser lisa y llanamente un campeón de las matemáticas y las geometrías. Pero desconocía que desde hace más de cien años se realizan torneos, que esos torneos tienen que ser cara a cara para que ninguno de los dos haga trampa y un sinfín de cosas que son realmente inconcebibles…

¿Cómo debe ser el empleo del tiempo?  En otro texto, que se llama Tiempo al tiempo. La historia del reloj de ajedrez,  se narra como las partidas del siglo XIX no tenían techo temporal. Los jugadores solían ganar por cansancio. Hubo jornadas enteras para una sola partida. Un tal Williams, conocedor del mal carácter de un tal Stauton, le ganó una partida oficial demorando dos horas y media las jugadas. En esa época solía pasar que X sabía que Y tenía un compromiso a las seis de la tarde y entonces dilataba su tiempo de movida indefinidamente, o casi, digamos, hasta las seis.  Y, claro, ganaba, Fue entonces cuando se pensó en el reloj.  

Los relojes se fueron imponiendo progresivamente, pero quienes jugaban a ciegas, por un inexplicable código de honor— aseguran que no hacen trampa porque es una forma de burlarse de la inteligencia del otro— continuaron batiéndose con todo el tiempo del mundo. Si se difiere mucho una movida, puede quedar la duda de si el jugador que tiene que mover sabe realmente dónde están las fichas, y como nadie quiere pasar por tonto, las partidas tienen una duración razonable. 

Sin embargo, hay quienes tienen un tablero, con fichas y todo: son los jueces, que literalmente ven en la mente de los deportistas. El código de honor es tan estricto que, de haber un error en un participante, —por ejemplo, si el juez, o peor, el adversario,  le tiene que decir que tal ficha no puede desplazarse en esa dirección porque hay un peón en el medio—, ese error es sentido como una imputación moral por el jugador: es como si rebajaran su inteligencia al nivel de un gusano. Su adversario, incluso perdiendo la partida, de alguna manera ya es el triunfador.

Como dijimos, el único tablero lo tiene el juez. Pero ¿qué hay del público? Bueno, por empezar hay que aclarar que hay público, y que el público tampoco puede ver el tablero, al menos en los años 40, cuando Esnaola describe una época de auge de este desconcertante deporte. Se le pedía al público el más estricto silencio, más o menos como en el tenis, y es sabido que todos los presentes, de una u otra manera, estaban practicando esta noble variante del ajedrez, así que el mismo público estaba interesado en mantener el silencio, que debió de ser sepulcral. Por supuesto, estaban en el recinto, pero no necesariamente mirando a los competidores, sino, mayormente, mirando para otro lado. De alguna manera, no sólo no había tablero, sino tampoco jugadores, ni espectadores (del latin spectator; el que mira). Si uno entraba y no era del palo (y esto no pasaba nunca)  podía confundir a un jugador con el mozo.

El autor habla de serios problemas de honor, así como de peleas. Aunque no nos habla de duelos, es fácil inferirlos. ¡ Imaginaos que lo que no se dio por la buenas, sobre un tablero, que no existe, se da por las malas, entre espadas o floretes, que son muy  reales!

Entonces, sin tableros ni piezas, sin relojes ni tiempo, sólo con los laberintos mentales que edifican las jugadas…  

El libro de Esnaola es, como se deja ver,  más kafkiano que borgiano. Un capítulo aparte merecen las instrucciones de Esnaola para domesticar la memoria. ¨Idealmente usted debe leer el libro sin ayuda de los gráficos¨, aconseja. Pero resulta que el libro, salvo el anecdotario para curiosos, es una sucesión interminable de gráficos.  Al final, ni el libro existe.



Lo muy poco que se puede leer en la web del libro de Esnaola:


Historia del reloj de Ajedrez:




Mis amigos del futuro

           
Hacia los siglos I y II,  los habitantes del norte de Egipto, algunos de ellos cristianos, tenían un hábito extraño. Se hacían retratar y luego colgaban la pintura en la pared por el resto de sus días. Al morir se los momificaba y luego se los enterraba con el retrato sobre la cara. Parece ser que la momificación se había abaratado mucho y se la hacía con menor cuidado, pero de modo más democrático, y que más que menos cualquier burócrata o comerciante podía costearse una buena momificación y una buena pintura.

           Los retratos de El Fayum no son cualquier cosa: son las imagenes más fidedignas de seres humanos que vivieron hace dos milenios. Vemos esos retratos y, literalmente, reviven, están de vuelta. Tienen, entendemos, una fidelidad tal a los seres originales que portaron esos rostros que asustan, conmueven, dan ternura. Puede ser que ellos mismos, ya pelados y gordos, no se hayan reconocido a sí mismos al momento de partir. Pero ese momento de sus vidas en que fueron retratados llegó hasta mí con una pureza de HD.


             Me inquieta saber que se murieron hace tanto, me alecciona, de alguna manera en sus sonrisas me quedo tranquilo. Son mis amigos y consejeros. Gente de la zona de Alejandría, con su biblioteca y sus altas especulaciones: tal vez la zona más intelectual del mundo antiguo. Siento que nadie los defiende. Y es por eso que quiero aclarar algunas cosas que leí sobre ellos y  que me sublevan las pelotas.  

Uno de los disparates más recurrentes a la hora de hablar de estos retratos tan vívidos está en considerarlos un sincretismo, esto es, una mezcla de culturas: momias  egipcias, retratos romanos, culto funerario greco-cristiano donde asoma la idea de inmortalidad personal democrática, con influencias de oriente medio, bla bla, bla. Paremos de joder con esta idea eurocéntrica, grecocéntrica o cristianocéntrica que ignora la historia de Egipto, justamente de Egipto. A nadie se le ocurriría decir que las obras de Virgilio son un sincretismo grecoromano o que el Renacimiento es un sincretismo gótico-bizantino.  En fin de cuentas, toda cultura es sincrética, pero si usted pone en una licuadora a un tano, una gallega, un judio y un qom no le va a salir un argentino,  aunque probablemente el resultado continúe siendo judío, un judio un tanto desteñido. Bueno, con los egipcios pasa como con los judios: entre Keops y estos retratos median 2.500 años, pero las momias y el carozo de esa cultura continúa siendo la misma, porque es un pueblo que reprodujo de una manera admirable su cultura. Desde Cesar, que se encariñó de Cleopatra, hasta Napoleón, que fue a meterles bala, siempre hubo admiración de occidente por Egipto, y eso no fue recíproco.

Por otro lado, los retratos son un caso ejemplar de crisol de razas, (y este puede ser, creo, un motivo que dispara la idea del sincretismo). La variedad de colores en las pieles y la diversidad de rasgos son enormes. Parece ser que la sociedad acomodada y no tan acomodada del norte de Egipto de hace dos mil años era sumamente heterogenia y que los casamientos cruzados eran habituales. Eran épocas en las cuales el concepto de ¨nación¨ pasaba principalmente por la lengua y la cultura heredada. Es muy probable que todos los retratados hablaran el copto y/o el griego, (e incluso el latín, que desde el punto de vista cultural era una lengua absolutamente menor).

Otra cosa que indigna es que cada vez que se habla de la historia de los retratos se suelen omitir a los retratos de El Fayum.  Es más, podemos considerar que entre ellos se puede contabilizar el primer autorretrato de la historia, porque es dable pensar que alguno de los autores también se haya querido procurar un retrato para el día de su muerte. Además, es notable el protagonismo femenino. La mitad de las pinturas son mujeres y tienen un look muy moderno. No sé de otro período donde ese protagonismo sea tan evidente. Ni siquiera en la pintura holandesa del siglo XVII.

Pero hay un punto que me molesta particularmente, y es el de la esperanza de vida de los egipcios de ese entonces. Como queda dicho, hoy sabemos que los tipos se retrataban en vida, mayormente jóvenes y se dedicaban a vivir hasta que eran inhumados con el retrato. Pero no siempre se supo eso. En un principio se dijo innumerables veces que la corta edad de los protagonistas de las pinturas obedecía a que la esperanza de vida de aquel entonces era breve, muy breve, y no superaba los 35 o 40 años. Pero un detenido examen de las momias llevó a la conclusión que las personas eran las mismas, pero que muchas veces eran mayores de lo que muestran los retratos. Eso dio lugar a un delirium tremens en el mundillo del arte. Muchos estudiosos llegaron a decir bravuconeadas como: ¨bueno, el clima seco de Egipto propiciaba que vivieran unos cuantos años, y bla bla bla…¨


             El verdadero problema es que tanto los expertos en el arte (que no tienen la obligación de saberlo) como muchos expertos en demografía (que tienen la obligación), ignoran cómo es que baja o sube la esperanza de vida de una población en términos generales.


          La gran mayoría de los seres humanos, históricamente, murieron al momento de nacer o antes de cumplir un año. Eso hace que baje la esperanza de vida de forma dramática. Pongamos un ejemplo. Si el mundo se redujera a dos personas, una vive hasta los 70 y el otro muere antes de cumplir el año, la expectativa de vida de ese mundo sería de 35. Es por eso que los paleodemógrafos,  los buenos,  suelen hacer estadísticas que miden en siglos pretéritos la esperanza de vida de aquellos que superaron el año, que era lo menos frecuente en el pasado, que es como decir ayer mismo,  y que fue lo normal en toda la historia de nuestra puta especie. Y, si son hondamente idóneos, tienen en cuenta que las mujeres solían morír al dar a luz, el primero antes de los 15. (La enorme cantidad de mujeres retratadas jóvenes, en comparación a los varones, no se debe a coquetería ni a la efectiva muerte temprana: se debe, arriesgo, al por si las dudas.)  No obstante lo cual, la mayoría de las mujeres no morían en el parto y normalmente llegaban a conocer la menopausia. En síntesis: la esperanza de vida por entonces no bajaba de 50 años; siempre había una que se iba a los 30 y siempre hubo ancianos y ancianas de 70.


En mi habitación, sobre la pared, tengo algunos retratos de estas gentes. Yo los miro como a través de un cristal, delgado como un papiro, que separa de mala manera dos mil años y que de alguna manera los junta. Habrán reído, habrán llorado, se habrán enamorado y hasta quizás, quien sabe, tuvieron tiempo de despedirse. Están representados con tanta verosimilitud que dan ganas de abrazarlos. Son mis amigos del pasado y del presente y, si dios o los infinitos dioses quieren, también del futuro. Solo es cuestión de tiempo. Y ahora que lo pienso bien, que sean 35, que sean 70, que le puede importar al que te espera desde hace dos mil años. 


martes, 16 de agosto de 2016

Cambiemos

No es ninguna novedad, pero hay que estar atento. Las publicidades suelen apelar a temas candentes y actuales para vender mejor. En la tele, hoy podemos ver la de una odontóloga que dice ¨terminemos con el mito de que una crema dental… bla bla bla¨. Ese ¨terminemos¨, que se dice de un modo muy enfático, es para no decir ¨cambiemos¨, que sería algo demasiado explícito. Atenti…

Pero antes no tenían esas reservas. Mirando publicidades de los años 70 me vine a encontrar con una de Arturo Puig. Es de Cinzano, en blanco y negro. Puig y un amigo, entraditos en años, se acaban de recibir de ingenieros. De impecable camisa, corbata y saco, se van a festejar con unas copas del producto en cuestión. El compa de Arturo se quiere ir del país. Es, se entiende, una fuga de cerebros (porque sino hubiesen puesto un abogado o cosa parecida). Al final, va a decidir quedarse en el país, (tal vez por efecto del alcohol, diría un exégeta riguroso). Lo increíble del comercial es la cantidad de veces que se dice la palabra ¨cambiar¨.

No quería escribir sobre esto. Ni siquiera después de ver una de la empresa Noél donde, también en los 70, se hace explícitamente una referencia política.  Pero quedé sorprendido: nadie en la web menciona el caso. Y me puse rápidamente a evitar el olvido de esta porquería obra maestra.

Dejo el comercial para aquellos que necesitan ver para creer. Y un consejo. Cuando miren la propaganda de Tévez, esa en que su hija le dice: ¨papá, vos siempre decís que si no desayunás te desayunan.¨, piensen un poco: están hablando de nosotros.




miércoles, 10 de agosto de 2016

La resurrección de Andrea del Castagno

            Me propuse desde hace tiempo no escribir en este blog, a menos que se trate de algo importante, sustancial. No siempre cumplo. Pero en general aprendí a dejar el blog para pensamientos que considero auténticamente míos. No siempre acierto. Alguien ya pensó por uno lo que suponíamos original. Suele pasar.

            En este caso lo que me trae por acá no es ningún secreto, o no debería serlo. Por lo tanto no voy a decir algo original, pero voy a comentar algo que usted no va a encontrar fácilmente en otro sitio.

            Una de las formas en que aprendemos consiste en mirar y nada más que en mirar. Nadie nos va a explicar que las panteras se parecen mucho a los gatitos. Puede ser que con el correr de los años nos transformemos en licenciados en felinos. Pero lo cierto es que con sólo mirar reparamos en semejanzas obvias. Si dios hizo a los bichos, seguramente para hacer a las panteras se inspiró en los gatitos. O viceversa. Todo es cuestión de saber las fechas para asumir cual fue creado antes.

            La primera imagen de la resurrección es de Andrea del Castagno. La segunda es de Piero de la Francesca, y es algunas décadas posterior.





La de Piero, de factura genial, está obviamente inspirada en la de Andrea, que sin ser tan genial tiene el enorme mérito de la originalidad.

Sin embargo, la obra de Castagno es sólo una parte de un fresco enorme. En su conjunto se ve muy diferente y es muy poco reproducida. Se ve así.




En esta escala se advierten genialidades varias del maestro. La resurrección queda arriba a la izquierda, como poca cosa. La última cena, que contrariamente a la parte superior, fue restaurada, es un falso teatro; es un trabajo de perspectiva emocionante y uno de los primero trampantojos de la historia del arte. Es, en otras palabras, la invención de un espacio que no existe sobre una pared. (La palabra trampantojo es literalmente una trampa para el ojo y fue un neologismo necesario por culpa de gente como Andrea del Castagno). Por otra parte, la influencia  de las simetrías y los colores de las alitas que vemos en la parte de arriba la podemos rastrear en Piero y en su alumno Luca Signorelli. Esas influencias las notamos con sólo mirar. Miren.

La virgen del parto



Los condenados


No es mi intención restarle importancia a estas obras maravillosas. Yo mismo escribí en este blog en diciembre del 14´ sobre La virgen del parto. Pero no se puede negar el ascendiente de Andrea sobre los otros. 


¿Por qué La resurrección de Andrea del Castagno es prácticamente ignorada? Encuentro una explicación plausible para esta obstinada ceguera. En casi todos las reproducciones, tanto las de la web como las de papel, se reproduce la cena y se evita la parte superior, tal vez porque está gastadita, tal vez por la genialidad que supone la parte inferior, o tal vez  porque sí. En suma, nadie sabe del obvio antecedente de La resurrección de Piero de la Francesca simplemente porque no se encuentran muchas reproducciones de esta obra de Andrea del Castagno en su conjunto, y se prefiere reproducir sólo la cena.

Tengo la fortuna de poseer una de esas colecciones ochentonas de pinacoteca, que venían con fotos de pésima calidad. Sin embargo, traían muchas obras enteritas. No explicaban mucho, y precisamente por eso nos obligaban a ver con detenimiento las imágenes, sin la seducción permanente de un clic en el mouse. Bastaba con mirarlas con atención para aprender. Hoy se puede encontrar de todo en la web. Es una maravilla, no lo voy a negar, pero por momentos distrae demasiado. Me encontré con unos tipos que comentaban la trinidad de Masaccio como antecedente de nuestra obra de Piero y otras cosas descabelladas. ¡De donde sacaron eso! Bueno, me dije, vamos a seguir buscando. Con la ayuda de traductores, me obsesioné en buscar en sitios de museos, en gente destacada, en wikipedias, en mil lugares alguien que dijera lo obvio. Nada por acá, nada por allá. Seguí con obras de papel del siglo XXI que tengo en casa. Más de lo mismo. Todos buscaban antecedentes irracionales—algunos eran diabólicamente complejos: mezclaban una miniatura y una estatua griega, al divino botón— o directamente le daban la originalidad absoluta a Piero— ¨nunca a nadie se le había ocurrido antes¨, afirma un temerario. Ya estaba creyendo que yo estaba loco, o peor, que veía mal. Volví a la pinacoteca ochentona. Me dije; ¿debo ser el primero que se da cuenta?  ¿Sirvo para algo? Desgraciadamente dí con la página que dejo al final, donde alguien dice la siguiente obviedad: La resurrección de Piero de la Francesca se inspiró en La resurrección de Andrea del Castagno. Es tan fácil como eso.


  

Blog recomendado:

Mi escrito sobre La virgen del parto de Piero de la Francesca:

sábado, 6 de agosto de 2016

El vicio de Sebreli

       
                  En estas breves líneas no me propongo hablar de la homosexualidad de Juan José Sebreli; el tema me chupa un huevo. No, tampoco me voy a detener en sus pensamientos. Lo que me interesa es muy básico, es… hablar de mi mismo.

            Todos los escritores tienen sus vicios. Uno de los vicios de Juan José está en cierta aura de autodidactismo que emana de sus hojas. Esto se revela, como en el caso de Sarmiento, en la recurrencia a las citas, al armado de un texto como justificándose a cada línea de escritura. Esto lo dijo fulano, en tal año, en tal libro, en tal tomo. No está mal como sistema, pero hay veces que el prestigio del autor ya basta como para que las fuentes que maneja sean indubitables, incluso en el caso de que estén omitidas. Otras veces la justificaciones suenan a defensa y hasta a prejuicio sobre el lector: ¨Ya sé que muchos pensaran que yo esto o que yo lo otro o que yo lo de más allá, sin embargo…¨

            Otro de los vicios de nuestro autor está en como titula los libros. Son títulos maravillosos, inevitables. He comprado libros de Juan José sólo por sus tapas. Bautizar a sus libros como El vacilar de las cosas o El asedio a la modernidad, son genialidades. Pero también pueden ser trampas, porque en el interior de los libros tal vez no se justifiquen las expectativas.

            Yo nunca terminé un libro de Sebreli. Son muy trabajados, un tanto torpes y envejecen con una rapidez asombrosa. (Temerariamente,  puedo afirmar esto sin necesidad de concluirlos).  No obstante lo cual, cuando he vuelto a leer un nuevo título, como El olvido de la razón, cometí el pecado de comprar. En este caso, los vicios son míos.

            ¿Y tal vez usted se pregunte por qué yo vengo a titular estas líneas como El vicio de Sebreli, cuando era acaso más acertado Los títulos de Juan…,  o el empleo del plural? Porque si hay algo que aprendí de Juan José es que hay que pensar cómo se van a llamar nuestros textos. No importa que los mediocres te tilden de homófono o de ordinario. Lo más importante es que abran el texto y lo empiecen. El resto es problema de ellos. (Si, también como Sebreli, sentí la necesidad de justificarme).




miércoles, 3 de agosto de 2016

Las sombras de Gérôme

¨ Ya en aquel entonces Hegel vio en la derrota de la monarquía prusiana por Napoleón en la batalla de Jena, el triunfo de los ideales de la revolución francesa y la inminente universalización del Estado que incorporaba los principios de libertad e igualdad. ¨
Francis Fukuyama

Jean-León-Gérôme—que era discípulo de De la Roche, que era discípulo de Gros, que era a su vez  discípulo de David— no quiso ser menos que su maestro y que los maestros de sus maestros y se dedicó a consagrar pinturas de Napoleón, quien, al menos en el plano ideal, fue el maestro de todos ellos.
Napoleón y la esfinge es uno de los cuadros más aclamados de Gérôme. No es para menos. Hay algo del sentimiento de lo sublime que impone al espíritu la confrontación de lo humano con lo gigantesco y eterno; o sea, hay algo de Caspar Friedrich,  hay algo de magia. (Muchos pibes al ver el cuadro creen que Napoleón es la esfinge). Y por otro lado hay una alegoría del tiempo, que probablemente el autor no llegó a razonar. Toda esa arena que tapa la mitad de la esfinge aún no había sido barrida por los arqueólogos, los profanadores y los agentes de turismo.  En esta parte del Sahara, los relojes de arena eran enormes. Pero no solo los de arena, también los de sol...
Tal vez lo más manifiesto de la obra sean esas sombras que salen de Napoleón y de su ejército  y que se dirigen hacia la esfinge. Notemos esas que están detrás del gran corso y que revelan que fuera de campo hay un ejército, de un modo muy expresionista. Sin embargo, todo este acierto cae en la nada cuando advertimos al fondo todas las columnas de un regimiento.
 Gerôme tiene un cuadro de características parecidas donde las sombras juegan su rol de una manera más explícita. Se trata de Golgatha consummatum est, que es de una calidad  superior, aunque es una obra mucho menos difundida. Las sombras, como en el anterior cuadro, marchan hacia uno de los actores principales, en este caso la multitud que está volviendo a Jerusalén, que con sus murallas se adivina brumosa en el fondo.  En este caso, las sombras son consecuencia de elementos que se encuentras plenamente fuera de campo.
¿Por qué vemos a Napoleón pero no a Cristo? Ambos tienen un componente metafísico. Ambos son más chicos que sus propias sombras. Ambos se despliegan en el tiempo con más eficacia que sus carnaduras.




viernes, 15 de julio de 2016

La oración infinita (James, Proust y Alpherin)

Hay escritores que tienen un estilo muy particular y definido: tan particular que hasta un tipo como yo, ajeno a los estilos, puede reparar en ellos, y tan definido que hasta un ágrafo podría reconocerlos al leerlos.

Los tres chaboncitos que señorean el título de este artículo se parecen en su forma de escribir: oraciones largas, larguísimas, enormes, inabarcables. Al primer intento de leerlos uno se defrauda.  ¿Cómo se puede entender una oración que tiene dos o tres subordinadas, donde cuesta encontrar el sujeto, donde uno deserta antes de llegar al punto final?

En el principio fue Halperín. Lo leí antes de los veinte. Tulio Halperín Donghi se encontró con mi pibe (conmigo) y no fue un buen maridaje. Teníamos gusto a torta de chocolate con queso roquefort. No nos entendíamos. Claro, el problema era del que escribió Una nación para el desierto argentino. No lo dudaba ni un segundo. Consulté a una eminencia en historia. La respuesta fue lapidaria: ¨no sabe escribir, pero te puede enseñar muchas cosas¨. Increíblemente  traduje el aserto de la siguiente manera: ¨no te puede enseñar a escribir¨; porque yo, además de gozar con la historia, quería aprender a escribir como los que saben. Cosas de pibe.

Con el tiempo descubrí que es impropio preguntarle a un historiador sobre literatura, y menos si no está interesado él mismo en aprender a escribir. Pero qué se yo, cuando uno es inmaduro cree que los profesores saben de cualquier cosa, (incluso, a veces, que saben enseñar).

No pasaba de los 30 cuando leí a Henry James. No me refiero al James conocido y divulgado, a ese de Otra vuelta de tuerca, que pude disfrutar antes de cumplir los cuatro años por boca de mi abuela. Hablo del último, de Las alas de la paloma, esa novela con frases que se desenvuelven como un papiro, que me remitieron inmediatamente a don Tulio. En este caso el diagnóstico me lo dio Borges. El ciego y nada boludo prócer de nuestra literatura prefería infinitamente las obras breves y de prosa menos heterodoxa del primer Henry. Y como donde manda capitán no manda marinero… Porque yo entonces estaba convencido: si un escritor habla de literatura, y más si es de renombre, es ciertamente inobjetable. Entonces condené Las alas de la paloma. No las olvidé. Las metí en una jaula.

Con Proust yo tenía un problema estético extraliterario. Se debía a un prejuicio. Su retrato de Blanche, que adjunto en este escrito. La imagen no era la de un afrancesado. Los afrancesados no son franceses. Pero los afrancesados se remiten a ese retrato de Proust. No era homofobia. Era simplemente un comentario que escuché casualmente a un escritor menor y que interpreté mal. Yo había compuesto un cuento horrible. Se lo pasé al menor. Me dijo, sin acabar de leerlo, ¨Proust jamás escribió la palabra boludo. Y eso que escribió miles de hojas¨. El nabo me había querido tachar de ordinario, y lo había logrado. Y probablemente tenía razón con respecto a mi labor literaria. No obstante lo cual, con respecto a Proust, el asunto se transformó en una cuestión personal entre el escritor mayor y yo … Quedé herido. A partir de ese día me propuse no leer jamás al autor de En busca del tiempo perdido. Era una decisión indeclinable que íntimamente sabía que no podía durar.

Probé de muchas maneras volver al escritor francés. De dorapa, en una librería, para evitar comprarlo, abrí un tomo de su obra magna. Hablaban duquesas, condes, madames, lacayos. Para peor, hablaban de cosas que me resultaban completamente ajenas. Eran pasajes que tenían dos pecados en literatura: el color local y el tiempo presente. Son cosas que envejecen rápido; herramientas del periodista (y de muchos escritores latinoamericanos).   
 Pero ni siquiera el azar de abrir páginas erradas me detuvo. Compré un tomo sólo porque lo estaban ofertando casi como un regalo.  Lo abrí en un pasaje que invertía mil palabras en una sola oración para decir de mil maneras diferentes que tenía apetito, y que recordaba a su criada favorita, que le hacía unos manjares inigualables. No lo pensé dos veces. Guardé el tomo junto a esas cosas que uno regalaría a los enemigos.
A pesar de todo, insistí. Un lustro más adelante le dije a mi abuela, ¨leeme esto. Quiero ver si mediante los oídos soy capaz de entenderlo¨ Al finalizar abuelita me miró y me dijo que no había entendido ¨una chotada¨, porque abuela gustaba de elegir las palabras para expresarse y para escribir, aunque lamentablemente entendía que en eso se agotaba el arte de la escritura. En tanto yo, había fracasado una vez más. El pasaje que abuela leyó trataba de los dolores estomacales del protagonista. Un bodrio increíble.
Sabía que Proust hacía malabares con el tiempo, la evocación, la memoria. Son materias que siempre me sedujeron. No iba a aflojar. Pero, precisamente necesitaba eso: tiempo.
Desde hace años le dedico un día de la semana a mis intereses principales. Es un sistema que me impuse. El lunes, urbanismo; el martes, religión; el miércoles, arte; el jueves, filosofía; el viernes, historia; el sábado, política y el domingo se lo dedico a la paja. Como considero que todas estas cosas no son más que diversos aspectos de la literatura, a la literatura en sí misma no le dedico ningún día en particular. En cuanto a los cuentos y las novelas me las llevo al baño. Cada vez que cago, leo. En este caso no soy nada sistemático. Hoy un cuento de Benedetti; mañana un capítulo cualquiera de Resurrección de Tolstoi, ya leído cien veces. Cuando algo me interesa mucho, lo desplazo al domingo, relegando la paja para otros tiempos.  Ese es el síntoma de que algo estrictamente literario me interesa. Y no pasa con frecuencia.
No hará seis meses, se me dio por ir al baño con La prisionera. Afortunadamente dí con un extensísimo pasaje donde mediante oraciones infinitas Proust nos habla de la muerte. No lo largué hasta que las piernas se me durmieron y tuvo que venir mi abuelita para limpiarme y sacarme del inodoro. Inmediatamente le dediqué los domingos a Proust, a recuperar el tiempo perdido. Y en eso estoy.
Cuando miro para atrás, yo mismo me desconozco. ¿Cómo pudo el azar ganarme más de una partida, y con tanta rapidez? ¿Cómo lo que dice un profesor puede tener tanto peso? ¿Por qué ahora yo me dedico a enseñar? En el fondo, las oraciones interminables, azarosamente, me hicieron interrogar sobre la labor docente.

Hay algo perverso, una gratificación insana, masoquista, en leer una y otra vez la misma oración para descifrarla. Se diría que se trata más de una forma de lectura que de una forma de escritura. En el caso puntual del francés, hay una desarticulación del tiempo que es consecuente con  la temática de su librazo. Si el tiempo está trabajado como una plastilina es natural que las oraciones también. Con don Tulio creo encontrar al tiempo del historiador subversivo, que maltrata el tiempo, paradójicamente, para mostrarlo, para que exista. Así, veo en su lectura un desmontaje de la flecha del tiempo, como si nos obligara a reparar en su sustancia. En cuanto a James, creo que no logró nada más que la forma. Pero Henry me dejó una lección incalculablemente hermosa: se puede cambiar de estilo radicalmente a edad bastante avanzada y con prestigio ya logrado. En efecto,  cambió tanto su estilo como su nacionalidad: parece otro escritor, hasta con intereses diferentes. Tulio, Henry y Proust, se parecen solo en el aspecto de las oraciones, y vagamente. Son prácticas que atacan la forma y no siempre el contenido. Además, son estilos muy obvios y definidos, como los de Borges o Filloy, fáciles de imitar, lo cual no nos hace equiparables a estos monstruos; que en fin de cuentas eso ya se hizo.

 Para bien o para mal, la vida es infinita, como algunas oraciones, y hay veces en las cuales hasta entendemos su significado. Eso sí; no podemos estudiarla  ni entenderla sin vivirla. Mientras mi abuelita agoniza, yo le leo a Proust, le indico que falta un momento para terminar la oración, que después viene el otro tomo, que el tiempo es un recuerdo y que lo que recordamos no siempre nos ayuda. Ella me pide que le repita la última oración. Quiere entenderla antes de morir. Lo que es fácil no vale la pena.

jueves, 14 de julio de 2016

El extraño fetichismo de Néstor Kohan

Pensaba comprarme un libro de Néstor Kohan. Quería hacerle justicia. Vengo mirando los videos de la Cátedra Che Guevara que colgó en el youtube.  Son muy buenos. Es un tipo simpático, piola y copado. Y sabe. Sabe mucho. Un experto en marxismo. Debe haber poca gente en el país que sepa tanto como él sobre Marx. Y yo, que transité sus discursos virtuales con placer, quería conocer otro aspecto de Néstor: lo que escribe.

Sin embargo, tiene contraindicaciones. Es un poco fundamentalista, es un poco foquista, es un poco muchas cosas. Es de esos tipos para los cuales todo papel escrito por Marx es imprescindible. Da lo mismo los pasajes que el mismo pensador subrayó en El capital que la lista de libros que le tiró al empleado de la Biblioteca Británica o las cartas que le confeccionó a Jenny, su mujer,  para avisarle que se vaya a dormir porque él iba a quedarse trabajando toda la noche. Néstor opera como los teólogos que no pueden olvidar las cartas a los tesalonicenses sin ponerse colorados. Si hay alguna contradicción entre estas cartas y los evangelios, siempre, pensándolo seriamente, se podrá arreglar. 

Pero lo que más me alertó de Kohan fueron sus incoherencias. No son muchas, pero me parecieron alarmantes. Recuerdo un video donde comenta el famoso apartado de El capital donde Marx nos habla sobre el fetichismo de la mercancía. Esas fascinantes cuatro páginas son expuestas en más de una hora de video. No es un exceso, lo hace muy bien y le mete onda. Pero durante todo el video, al igual que en todos los videos, está con el mate en la mano, y las fotitos de Marx, de Walsh, y de muchos otros que nos miran desde los anaqueles. Agreguemos que—y esto fue lo que más me conmocionó—  como siempre invita a leer a otros autores,  sacando un libro de la biblioteca, dos libros, tres libros, infinitos libros, todos añejos, trabajados, agotados la mayoría. El cariño que tiene Kohan al hablar de esos libros es emocionante. Pero yo no podía olvidar que el tipo estaba hablando del fetichismo de la mercancía. En cuanto a él, es claro que lo había olvidado; o mejor dicho, es claro que se había olvidado de él mismo, que estaba alienado. Siempre con la mate en la mano, ya frío, sólo le faltaba besar la foto de Marx.

Sentí empatía con su extraño fetichismo, porque soy igual. Para mi los libros caminan y me dominan;  me viven, me cosifican. 

Se puede aprender mucho de Néstor, siempre que uno sepa poner el filtro donde debe ir. Es un artista y un profesor de primera que no sólo sabe transmitir un conocimiento, sino también una emoción. Incluso se puede aprender sobre uno mismo. Es más, te puede cambiar la forma de pensar. Pensaba comprarme un libro, pero lo pensé mejor y me decidí por bajar un PDF. No sea cosa que después termine con la fotito de Néstor Kohan en la biblioteca.

Dejo un video de la Cátedra: 
https://www.youtube.com/watch?v=eMpbMO9jTVg





sábado, 9 de julio de 2016

Las meninas de Macri

Por un amigo me vengo a enterar que para conmemorar el bicentenario de la independencia el gobierno sacó esta foto en el diario La Nación. Cuando vi la escena no lo pude creer. Eso ya lo había visto...


La cita de Benjamin, muy apropósito del arte y de la política,  es de mi amigo

Bueh. Son tan obvios que construyeron la imagen recurriendo a una de las pinturas más famosas de la historia. Sino, miren Las meninas de Velázquez de derecha a izquierda.  En otras palabras, invirtieron la secuencia. 



Nada es casual. Esa diagonal hacia abajo ocupando 4 cabezas, los 8 personajes del primer plano, la pata sobre el perro, la posición de la del triciclo que es un volumen idéntico a la que flexionó las rodillas; los marcos a espaldas de la figura central, y ponele un mantel a la mesita y tenés a la pollera... 
Considero que se trata de una cinicada de marca mayor. Me los imagino construyendo la imagen. ¨Che, qué tal si ponemos a la vieja en el lugar de la princesa¨. ¨Dale, y ponemos a este en el lugar del bufón y al rancho en el lugar del palacio¨. Y así por una hora de carcajadas. 
No podían haber sido más crueles. La protagonista de esta pintura, Margarita Teresa de Austria, murió a las 21 años de una enfermedad típica del siglo XVII. Tal vez ese es el destino que suponen en la protagonista de la foto. SI, una muerte por tifus. 

miércoles, 6 de julio de 2016

Dos matrimonios de luto

El Ángelus de Millet es un clásico de la depresión. Estos campesinos, que parecen estar agradeciendo a dios por la cosecha, estarían esperando un bebé. De hecho ¨Ángelus¨ remite al ángel que le viene a decir a María que está embarazada, como parece estarlo la protagonista.

Sin embargo, al primer golpe de vista, lo que parecen estar haciendo estos campesinos es despidiendo a su hijo, (lo cual no excluye que estén esperando otro). Esto fue sospechado por años hasta que, gracias a Salvador Dalí, y rayos X mediante, hoy sabemos que Millet primero pintó un ataúd donde hoy aparece la cesta. Esto se ajustaría con la iglesia que aparece débilmente en el fondo ¿Qué pasó en el medio? Parece que Millet se asustó de su propio lienzo y prefirió algo más normal para los saboreadores del arte de su tiempo. Pero la fuerza en los gestos y en la actitud de los protagonistas ha trascendido la literalidad de la cesta. Millet no pudo ocultar su intención primera por la misma destreza de su arte, por su misma genialidad.

Me gustaría acotar que el campesino, históricamente, siempre estuvo atado a los ciclos de la vida y de la muerte (la siembra y la cosecha), y a otros ciclos naturales (las estaciones, las sequías, las épocas de lluvias copiosas y todo eso). Ellos entierran a su niño, esperan otro,  y siguen trabajando, aunque, momentáneamente han dejado las herramientas inertes: como el tridente que en la pintura descansa clavado en la tierra.

Sin embargo, yo no puedo dejar de ver en el Ángelus otra tela memorable: Gótico americano de Grant Wood. En este cuadro el tridente está mirando hacia arriba, dialogando con la ventana gótica de la casa, que trae ecos de una iglesia. El granjero sujeta firmemente el tridente y una mujer— ¿su hija?— parece sostenerlo desde atrás. Hay cierto aire de defensa en el rostro del granjero, y hay algo de reja y de arma en el tridente. El tipo se siente amenazado y ella le implora,  tal vez, moderación. ¿Está defendiendo su casa o una iglesia? Wood aseguró que se trata de una casa, aunque lo que remata el edificio bien podría ser una cruz. De la mujer no dijo nada, pero yo siento que es su jovencísima esposa, y que tal vez esté embarazada, como cualquier mujer normal de esos tiempos y de ese medio. Por lo tanto, yo, como un epígono de Dalí, no quedo convencido de lo que dijo el artista. Alguien—no recuerdo quien—alguna vez disparó que las cortinas tapan el interior porque se trata de un momento de luto. (Y nótese que se trata de un día radiante y que la dirección de las sombras revelan que no se tapó las ventanas para evitar el sol.)


No puedo dejar de ver un contrapunto entre el catolicismo implícito en Millet, y su idealización del campesino inocente y puro,  y el protestantismo implícito en Wood, que es la otra cara de la moneda. Quizás esto sea llevar el análisis un poco lejos. Pero lo mismo le dijeron a  Max Weber cuando publicó La ética protestante.    

Los claveles

En la Quebrada de Humahuaca se están dando emprendimientos novedosos. La zanahoria, la acelga, los pimientos y la frutilla le dan un color inédito al paisaje, que compite con el arco iris de los cerros. Casi podríamos decir que le dan sabor, le dan vida.
Estos cambios en la paleta del ambiente contribuyen, con el turismo, a fortalecer los corazones y a estimular la vista.
Pero estos nuevos cultivos se dan sobre las pocas tierras fértiles de la quebrada. El que más llama la atención es el clavel. Miles de claveles adornan las pupilas y las fotos que nadie se resiste a sacar, como para eternizar la experiencia estética.

Pero esos claveles son utilizados principalmente para ornamentar los cementerios de todo el país, los nichos más feos, las tumbas más oscuras.  Y también para eternizar a los que queremos con un gesto y un poco de belleza.

miércoles, 29 de junio de 2016

MetLife

                                                      
                  La selección de la Federación de Fútbol de Chile (FFCh) le acaba de ganar a la selección de la Asociación Argentina de Fútbol (AFA) la final de la Copa América Centenario, en el no tan mítico Metlife Stadium de New Jersey. Fue por penales, y es una pena ver tantos millones de argentinos  tristes. Estuvimos a un paso de tocar el cielo con las manos. Y aquí estamos. 
                 La alegría de la mayor cantidad de personas es mi norte, mi deseo. Y debería ser el deseo de todos. El mundo es injusto. La victoria chilena alegra la vida de 18 millones de personas, no de 40 millones de argentinos. Mejor hubiera sido la victoria de Brasil, alegría para 200 millones de seres humanos. Lo óptimo, lo inmejorable en este torneo, hubiese sido la victoria de Estados Unidos, más de 300 millones, que si bien mayormente no gustan del fútbol, seguramente hubiesen sonreído al alzar la copa. Todos somos hermanos, No hay fronteras posibles. Brindemos en cualquier idioma. El verdadero corazón cosmopolita desea que China y la India jueguen la final de Rusia 2018 ( y que la gane China, claro). No se trata de una mera cuestión aritmética. Ser altruista es no ver fronteras, no ver razas, no ver diferentes colores de ojos. Da todo igual. Ellos son nosotros y nosotros somos ellos, en tanto homos sapiens, en tanto personas... en tanto chinos. 
                          Y a mis compatriotas les digo: ante semejante catástrofe, tal vez  necesitemos un buen seguro de vida.

martes, 14 de junio de 2016

La paradoja de un migrante


Añadir leyenda
Como José no tenía libros iba por el mundo publicando que tenía calle. Él se movía por Buenos Aires como una pantera en la noche.  ¨La tenía clara¨.
Un mal día se quedó sin laburo. Con fortuna consiguió trabajo de mozo en  Noruega.
En Oslo se metió su calle en el orto.  No es que los oslenses no tuviesen necesidad de calle, al menos en los dos putos meses en los cuales pueden caminar a la intemperie, sino que se trata de otra calle. José se sintió como una pantera en el zoológico.
Entre pedido y pedido, nuestro mozo fue aprendiendo a putear en noruego, a escupir en noruego y a decir ¨calle¨ en noruego, sin llegar a ser jamás  un oslense hecho y derecho. Para entretenerse, y con orgullo, publicaba a todo el que se le cruzaba sus andanzas porteñas y lo que se debe y no se debe hacer ante un rati o un punga, una plaza semivacía o una noche cerrada, una tuca o una mina. Lo escuchaban maravillados.
Un buen día dio en un bar con un antropólogo que reparó, por casualidad, en toda la calle porteña de José. El catedrático lo invitó a la casa para aprender más sobre el asunto. Hoy José forma parte de una tesis de doctorado en antropología.



jueves, 2 de junio de 2016

He volado al otro hemisferio

                 He volado al otro hemisferio. He visto calles y senderos, madres  y silencios, policías y próceres universales,  tranvías y guías turísticos. Pero no he levantado la cabeza. Allá, alto, la esfera celeste se dibuja de otra forma. Otras estrellas flotan entre el horizonte y el zenit. Cada estrella con su nombre; cada grupo de estrellas con su nombre, muchas de ellas con otros nombres. Las que guiaron a los barcos,  a los barcos que eran guiados  por las velas, a las velas que eran guiadas por los vientos, a los vientos que eran guiados por la acción del sol y de la rotación terrestre (que líricamente podríamos resumir como ¨Dios¨, a quien  Aristóteles ubicaba tras las estrellas, inmóvil, sin objetivo, como un gran bostezo carente de pasiones, al que todos los cielos seguían).
                   He viajado al otro hemisferio, y no me detuve a ver el sol hacia el sur, dibujando sombras sobre los monumentos, sombras que giraban en el sentido de las aguas de los relojes, que  no hacen otra cosa que seguir el sentido heredado de los relojes solares, que en sentido estricto son relojes de sombras.
                   He viajado y no he visto a la luna con la cara dada vuelta, como la vieron los egipcios, o sobre un fondo de estrellas, como la vieron los aztecas, o menguante, como en las banderas del islam.
                   Pero yo nada de eso observé cuando volé al otro hemisferio. Atado a la Tierra y a la tierra, estúpido observador a ras del suelo, inquisidor de lo inmediato. Mediocre, parco y pobre viajero, me comporté como el noventa y nueve coma noventa y nueve  por ciento de los humanos. Y ahora quiero mirar y no puedo. He vuelto.

Gustave Doré. Canto XXXI

miércoles, 25 de mayo de 2016

Los restauradores

        

Las Meninas de Velázquez o El jardín de las delicias del Bosco son obras muy famosas y difundidas. Sin embargo, lo que vemos en esas telas son una sucesión de restauraciones. Si Las Meninas no hubiesen estado sometidas a restauración tras restauración, hoy no tendríamos Meninas. Si no le hubiesen metido mano a El jardín, hoy no cosecharía sus frutos.

            Los restauradores tienen nombre y apellido, como es el caso de las hermanas Dávila, Maite y Rocio, que se encargaron de devolvernos las obras mencionadas y muchas otras de estos autores, metiendo pincel tras pincel. De alguna manera, si Velázquez y el Bosco continúan vivos, es gracias a estas restauradoras, que laburan como hormigas, milímetro a milímetro, a veces durante meses, intentando burlar el paso del tiempo. Y tanto trabajo tiene un premio:  el privilegio de tocar las obras que ninguno de nosotros podremos tocar jamás. 

            Sin embargo, el hecho cierto de que no vemos las pinturas originales pasa desapercibido para el gran público. Es más, hay una intencionalidad en todo esto. No es que uno no pueda averiguar estas cosas. Está el ejemplo clásico de la archifamosa Ronda nocturna de Rembrandt, a la que le pasaron literalmente un paño por encima y descubrieron que la escena no era nocturna sino simplemente que la tela estaba sucia. (Por supuesto, el título no es del pintor y con el descubrimiento muchos críticos que venían sosteniendo la genialidad del holandés de concebir un retrato colectivo nocturno o la descabellada idea de que los protagonistas salían a patrullar la noche para proteger la ciudad de chorritos, quedaron en offside.) No. No es que no se sepa. Es que si no  hacés la pregunta no te van a dar la respuesta.

            Me venía interrogando por las pinturas más viejas, esas que se pintaron antes del capitalismo, quiero decir, antes de la explosión del cuadro, ese artefacto móvil que facilita el intercambio. Me refiero a las pinturas murales, inmuebles. Si La última cena de Leonardo aún está en pié, ¿qué podemos esperar de los frescos del Giotto?

             Giotto en su juventud pintó, de la mano de Cimabue, la bóbeda de la Basílica de San Francisco de Asís, en Umbría. Claro, para pintar  la iglesia primero alguien tuvo que construirla.  Las cosas se dieron en este orden. Primero, Francisco se muere. Segundo, le construyen una iglesia y lo entierran abajo. Tercero, vienen los pintores y le dan brocha a las paredes y al techo, o sea, a la bóveda. Estamos hacia el año 1300. Nadie sabe que ese pendejo de 20 años un día va a ser el Giotto. Ese día llega muy pronto. Dante lo alaba, todos lo admiran. Caso raro, aún hoy lo admiran. Admiran su arte. Pero su arte tal vez no sea su arte. ¿Qué vemos en la bóveda de la Basílica de San Fransisco?

           
El 26 de septiembre de 1997 a las 2: 32 de la mañana un terremoto barrió Umbría. Un pedazo de la bóveda se vino abajo, sobre la tumba del santo. Cuatro frailes murieron entre Giotto y San Francisco de Asís. Las pinturas quedaron como un montón de escombros. Más que eso, como un montón de granos, como un gran hormiguero. Los primeros que entraron en la escena fueron, naturalmente, los bomberos con sus sabuesos, porque bajo la chatarra aún respiraba gente. Después habrán llegado los policías, los amantes del morbo, los deudos, las monjas y los insectos. Todos removieron esa montaña de nada y los perros seguramente habrán cagado. Por último llegaron los amantes del arte y los restauradores. 

            Exactamente cinco años después la bóveda y las pinturas volvieron a su lugar original. Algo había cambiado. Estaban un poco desteñidas, pero estaban.   ¿Un milagro?  Eso no es nada. Unos años después les dieron otra manito de pintura. Hoy están refulgentes, como nuevas. ¿Eso continúa siendo un Giotto? Creer o reventar. 

            Traté de averiguar el nombre del arquitecto y de las cuatro víctimas que murieron de tan particular modo. Nada por aquí. Nada por allá. La veracidad de esta anécdota tan extraña puede chequearla en los links que dejo a continuación. La veracidad de que eso que vemos fue pintado por el Giotto se la debo. El restaurador se llamaba Giuseppe Basile. Es el mismo que restauró La última cena. Murió en 2013. Su obra está en todos lados. Se mira y no se toca.  



Sobre las hermanas Dávila:

Sobre la obra y el terremoto:

Sobre Giuseppe Dávila:


domingo, 8 de mayo de 2016

Apología del cuaderno

¨Si llegaran extraterrestres y lo primero que hicieran fuera entrar en el museo del Prado quedarían convencidos de que en este planeta no llueve nunca¨.
Miguel Ángel García Hernandez


Los artistas suelen valerse del cuaderno para practicar, improvisar, arriesgar, divertirse e incluso para ver si la casualidad los sorprende. En los cuadernos se puede perder la escala, mezclar las  técnicas, jugar con las temporalidades, conjugar elementos incongruentes, ignorar los marcos, respetar los vacíos o ignorarlos, dibujar sobre otro dibujo, distorsionar la escena con una tormenta. 

Los tiempos contemporáneos han dado la bienvenida de todas estas cosas en el interior de las pinturas, pero casi siempre después de gran cálculo y como obra definitiva. Es que una vez que el cuadro se cuelga, la pintura ya no se modifica.

Pero no solo los artistas de la paleta hacen uso de los cuadernos. Los escritores, los docentes, los geógrafos, los arquitectos y los urbanistas, entre otros, también.

Y es que los cuadernos son ámbitos de libertad. A veces, sin dudas, nos avergüenzan. A veces nos explican quienes somos. Ellos son la pornografía de nosotros mismos.

Son la vida de la mente, que a su muerte,  quedará en un cuaderno.


Miguel Ángel García Hernandez:

Lo extraño no es que haya paraguas en 1810. Lo extraño es que... no está lloviendo.