martes, 17 de marzo de 2015

Borges elíptico

Borges elíptico


"Homero compuso la Odisea; postulando un plazo infinito con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, al menos una vez, la Odisea" 
                                                                                                         (Borges, El inmortal)


      


Volví a leer El inmortal, de Borges.  Pero  ya no soy el mismo. Soy menos ingenuo y eso me ha erosionado la fantasía. Tengo más lecturas contraídas, como enfermedades que me ciegan  la imaginación. Tengo más años y soy más concreto. Busco certezas. Las busco aunque no las quiera, aunque no me sirvan. Como si el ejercicio de buscar me retribuyera algo más que la certeza de ya no encontrar novedades.

            No es mi intención hablar del cuento, que está en la Web, ese otro mundo, que es lo mismo que decir en todos lados. Sólo me propongo que usted, a través de estas mezquinas líneas, sea partícipe de una cosa grande como la misma vida.

Hace un tiempo, queriendo explicar el eterno retorno de Nietzsche, tal como está en el Ecce Homo, hice uso y abuso de un pasaje de La perspectiva científica, de Bertrand Russell. Esos pasajes de Nietzsche-Russell están, unos años después, magistralmente anotados por Borges en este cuento: la posibilidad de que en la eternidad todos podamos ser los autores de todas las obras.

Borges decía que admiraba a Macedonio hasta el plagio, así que no es de extrañar que admirara a aquellos dos pensadores, o al menos lo que concierne a sus razonamientos sobre la eternidad. Más aún, Borges solía tener, como en este cuento, una inclinación muy marcada por la enumeración de nombres propios. Pero Georgy nunca nos revelaba la verdadera fuente de inspiración de un relato.

Por eso, no es de extrañar que haya omitido también al filósofo Averroes, quien decía que el alma individual muere con la muerte, pero se fusiona con un alma colectiva, que es eterna. En El Inmortal—no dudo ni un segundo—está Averroes, y Borges sabía que estaba. Entre todas las personas que nombra el escritor, no nombra al filósofo, calculadamente. Tampoco menciona los nombres de todos aquellos que postularon que los muertos continúan vivos en la memoria de quienes aún respiran, como Dante. Ni de quienes sostuvieron, como Platón, que lo que nos sobrevive tras la muerte son nuestras obras. 

Sin embargo, este cuento nos habla, entre muchas cosas anexas,  sobre la inutilidad de asignar autores a las obras. Las obras serían, en el fondo, una sola gran obra que reescribimos constantemente. Y cada una de nuestras vidas no serían más que un plagio de otras vidas, ya muertas. Y cada muerte no sería otra cosa que la restitución de una identidad colectiva. Y Borges no sería otra cosa que un aspecto de nosotros mismos.


Así, lo que dejamos en esta vida para que nos conmemoren son nuestras obras. Pero sólo con mucha imaginación y por un tiempito, porque en el fondo no son nuestras. ¿Y qué importancia puede tener si una idea primero la pensó este o aquel?  Nuestro gran escritor ya muerto, o más o menos muerto, o definitivamente muerto, que habita la eternidad junto a Macedonio, Nietzsche, Russell, Averroes, Dante y Platón y a los bufonescos autores de este mundo tan extraño, así lo entendía, o lo entiende, o lo entendería, o lo entenderían, o lo entienden o lo entendemos o...


Nota: No es de extrañar que en Los teólogos, que está en el mismo libro, El Aleph, Borges nombre a Platón, a propósito de un eterno retorno. Dice: "Platón enseñó en Atenas que, al cabo de los siglos, todas las cosas recuperarán su estado anterior, y él, en Atenas, ante el mismo auditorio, de nuevo enseñará esa  doctrina." Advierto que en este mismo libro se encuentra La busca de Averroes, a quien no encontramos en El imnortal.

martes, 10 de marzo de 2015

Del garabato al mamarracho



Del garabato al mamarracho


            Desde los tiempos de Illia se vienen tejiendo proyectos para erradicar las villas. Muchos de estos proyectos fueron verdaderas razias, como las famosas “topadoras de Cacciatore”, el intendente porteño del último gobierno militar, que intimaba de la siguiente manera a los más humildes:


INTIMACION-ÚLTIMO-AVISO
Villa:1-11-14
Casa-Nº:-222
Sector-1.
Se intima al ocupante de la vivienda a presentarse (con tarjeta de censo y documento de identidad) el día 4 del corriente, en el horario de 14 a 19 horas en la oficina “Erradicación” de la Comisión, instalada en la calle Varela 1950, Capital Federal, de esta villa. De no presentarse en el plazo fijado, la vivienda será demolida.
Buenos Aires, 4 de junio de 1979.


            Sin embargo, durante 20 años, incluidos los de Onganía, Perón y Videla, la onda fue reubicar a los villeros en barrios copados, con cierto estilo, realizados por grandes y prestigiosos estudios de arquitectura.

            Así surgieron los barrios Luis Piedrabuena (Estudio SMGSSS, el mismo que realizó ATC y el edificio conocido como el Rulero), Fuerte Apache (estudio STAFF, multipremiado internacionalmente), Lugano 1 y 2 (una ensalada de prestigiosos estudios), y muchos otros, cuyos nombres oficiales no nos importan. 

            Casi todas estas obras presentan un aire futurista: una combinación de edificios de diferentes alturas, centros comerciales a los cuales se suele acceder por ascensor, pasillos y puentes tortuosos que recuerdan los grabados de Piranesi, recovecos donde el ajeno seguro que se pierde, calles sin salida,  calles con salida a paisajes insospechados, tanques de agua espeluznantes y de formas caprichosas que rematan edificios con una distribución de balcones sin lógica aparente. Todo muy interesante. Al menos en la cabeza de quienes idearon esos garabatos.

            Con el tiempo los garabatos se convirtieron en mamarrachos. Al laberinto ya existente los residentes le sumaron tapias;  puertas improvisadas; ascensores que no andan, pero funcionan como aguantaderos; escaleras de emergencias que se usan como tiendas de merca, una conmoción de colores contrastantes que recuerdan a la Boca, pero sin turistas; estacionamientos donde capean los trapitos; improvisadas construcciones sobre lo que originalmente fueron senderos…

            Todo contribuye a la desorientación, incluso para los mismos vecinos, que ya no saben lo que se encuentra más allá del muro que cierra una calle o más allá de la barrera de las ocho de la noche. Son un laberinto parecido a las ciudades medievales. El que entra no sale. El que sale no vuelve a entrar. A menos que viva allí. No debe extrañarnos que finalmente se haya optado por otras soluciones, más berretas pero menos pretenciosas.        

            Sin embargo,  el caso más extraño, del cual no pude recabar referencia bibliográfica, son las “nuevas torres” de Lugano 1 y 2, las más altas del conjunto, las de mayor categoría. Se elevaron a mediados de los ochenta, cuando ya estaba visto que este tipo de construcciones era tapar con fuego un incendio. ¿Qué singulariza a estas torres? Fueron asignadas a miembros de la policía federal, del ejército y de los comités. ¿Buscaban frenar el caos con la presencia de esta gente? ¿Pensaban atenuar la anarquía del complejo con tal medida? En cualquier caso no lo lograron. Y, como la realidad supera a la ficción,  no sería raro que algunos de entre ellos hayan dado, décadas atrás, rienda suelta a las topadoras de Cacciatore. En los laberintos del tiempo la gente se pierde y se vuelve a encontrar quién sabe dónde. Acaso en un emblema del fracaso.

           

           
           

sábado, 7 de marzo de 2015

Huérfano de amor



Huérfano de amor


Julio tiene el oficio de la escritura. Puede transmitir un pensamiento con fidelidad e incluso lo puede acomodar al pensamiento de su destinatario. Pero no puede escribirle una carta a su amada. Ella va más allá de sus razonamientos.
Julio es obstinado. Se sienta frente al papel en blanco. Intenta coser dos frases seguidas, infructuosamente. Es como si se pinchara con la aguja una y otra vez. Se desangra. Siente que está solo, siente que ella se aleja. Sus ojos se pierden en esa hoja que continúa vacía. Su inicial sentimiento de enamorado va dando paso a un abismal sentimiento de desamparo. Es un huérfano.
Julio finalmente logra escribir algo. Lo lee, lo relee. Es un telegrama. Parece escrito por un robot. Un robot llamado Julio.
                    Suena el teléfono. Es ella. Su voz es concreta, decidida, demasiado humana. Nos vemos en una hora.
Julio se precipita a su encuentro. Acude con la carta, que va sellada con una gota de sangre. Ella la abre, la lee, sonríe. Está ansiosa. Se deshace en disculpas  para ir al baño. Se toma su tiempo. Tiempo para transcribir la carta, subirla al Face, compartirla, apuntar “me gusta” y señalar que “se siente feliz con Julio”, ese tipo que hace media hora que la espera, solo, con el cerebro en blanco y la sangre en los ojos.


jueves, 5 de marzo de 2015

Territorialidades difusas



Territorialidades difusas

En Marte o en Júpiter no hay territorios. Sólo podemos encontrar territorios en todo lugar donde haya seres de nuestra especie, porque el territorio lo hacemos nosotros. Los deudos de las víctimas de Cromañón se plantaron frente al boliche y tomaron la calle. En otras palabras, se apropiaron del espacio, lo territorializaron. Los habitantes de la villa Rodrigo Bueno, de Puerto Madero, coparon el mercado de la venta de choris en la zona. Si se te ocurre vender choris en ese exclusivo barrio, y no sos de la villa, la vas a pasar mal, porque lo constituyeron como su propio territorio. Lo hicieron a base de instalarse una y otra vez, de luchar contra la policía y los edictos una y otra vez, de ser corridos por las buenas y por las malas una y otra vez. No hay ninguna ley que los proteja, no hay derecho. Pero hay un hecho cierto: ese es el territorio que han conquistado, y no se van a ir fácilmente.

Ejemplos como estos son copados cuando de enseñar territorialidad se trata. Los pibes se enganchan. Pero hay mejores ejemplos, como el que sigue, que en mi puta vida me animaría a propagar en el aula.

Los territorios pueden ser efímeros o de larga temporalidad. También pueden variar en cuanto a su extensión. Esto significa que son elásticos en tiempo y en espacio. Además,  en términos espaciales pueden estar yuxtapuestos unos con otros, a veces con cierta “contigüidad genérica”, como por ejemplo podemos  apreciar en la Avenida Santa Fe.

Siguiendo el curso de la avenida más coqueta de Buenos Aires podemos ir desde la llamada Zona Rosa hasta la llamada Zona Roja. En la primera de ellas la territorialidad está construida por los homosexuales, tanto femeninos como masculinos. Es la zona que tiene como epicentro al bar El Olmo, donde la homosexualidad intelectual se junta, verbigracia el prócer Juan José Sebreli. En la segunda tenemos a los travestis; el cruce de Santa Fe y Godoy Cruz es su centro.  Entre ambas zonas,  a la altura del Jardín Botánico, se da una territorialidad que está signada por la prostitución femenina de “lujo”, zona poblada de agencias de modelaje, que no son otra cosa que un eufemismo para ofrecer otro eufemismo: las llamadas “damas de compañía”.

Todos estos territorios se yuxtaponen, en ciertas cuadras,  unos a otros sin solución de continuidad. Y a su vez, todas ellas están recorridas o atravesadas  por otras muchas territorialidades  que conviven en un mismo espacio. De más está decirlo, un individuo bien puede formar parte de más de una territorialidad, como sujeto social que es. Sin ir más lejos: Villa Freud, la zona con más psicólogos de América, y acaso del mundo, tiene su centro en Plaza Güemes, pero su territorio se prolonga hasta la cercana Avenida Santa Fe. Eso da como resultado una cosa sabida, pero no declarada: una infrecuente cantidad alta de psicólogos homosexuales. Dicho de otro modo, gente que comparte dos territorialidades. Aunque, bien mirado, puede llegar a considerarse como otra cosa: una nueva territorialidad.

Buenos Aires Rosa, Buenos Aires Vip,  Buenos Aires Traba y Villa Freud son, antes que nada, territorialidades difusas. La gente pasa y no siempre logra darse cuenta donde está. Y en ese principio de invisibilidad reside la fortaleza de esos lugares, y de muchos otros.


miércoles, 4 de marzo de 2015

Analogía




Si yo te quiero robar el reloj, te lo voy a robar. No importa lo que hagas. Yo estoy pensando todo el día en tu reloj. Se tus movimientos y organizo los mios. Todas mis energías mentales están puestas en lo que tenés en la muñeca. Vos tenés la guardia baja. Estás pensando en otra cosa. Es obvio que te lo voy a terminar robando. Y si empezás a sospechar algo, ya es tarde. Yo vengo pensando en tu reloj desde hace meses. 
Con el fiscal pasó lo mismo. Se le empezó a tender la cama desde mucho tiempo atrás. Cuando todo estuvo listo se uso a los de siempre para que vuelva corriendo. Dicho de otro modo: no lo mataron porque iba a hablar, sino que le dijeron que iba a hablar para matarlo. Todo calculado, sincronizado. Como las agujas de un reloj.


Doctrina



Doctrina

Elegimos una persona de tipo medio, sin muchos conocimientos, pero que los desea. Un hombre de buena voluntad cuya voluntad es más grande que su bondad. Le ponemos un docente sistemático, que le transmita conocimientos inapelables, sentenciosos, con olor a verdades irrecusables: muchos cuadros, estadísticas, palabras difíciles y mapas de todo tipo para lograr tal fin. Uno de esos “maestros del adoctrinamiento”, como yo los llamo, que saben muy bien su materia, pero que ignoran todo aquello que va más allá de sus límites.
Progresivamente el alumno empieza a creer todo, se enamora de ese conocimiento adquirido, se apasiona de dominar lo aprendido y lo aprehendido, que en el fondo son sinónimos.
La víctima sale a la calle. Se desangra cada vez que alguien pone en cuestión su conocimiento, se debate entre defenderse o salir corriendo a consultar con su profesor las palabras precisas que debe esgrimir para descalificar al inoportuno.
Le hemos inculcado un esquema de razonamiento que el pobre infeliz no puede abandonar, aunque invierta toda su voluntad. Somos dueños de su cuerpo y de su alma. (En realidad, ya no tiene alma, pero de alguna manera hay que decirlo). Sus ojos son los nuestros. Sus palabras son parte de nuestra lengua. Sus enemigos son casi parecidos a nuestros enemigos. Pero su credulidad, que nos pertenece, es exclusivamente suya. Se ha convertido en un títere. Es ideal para usarlo y desecharlo. Se ha convertido en un forro.  Y, de ser necesario, mañana lo pondremos a laburar para nuestros enemigos, con el beneplácito de nuestros enemigos.

viernes, 20 de febrero de 2015

Hasta Hitler se reiría de ellos




El último 18 de febrero a Nelson Castro le dieron una orden. “Hablá de que en la Plaza de Mayo hay jóvenes”. Nelson, obedeció, con matices: “La plaza se está llenando de jóvenes que salen de trabajar”. Era mentira. Al otro día el mismísimo diario Clarín se preocupaba por la ausencia de jóvenes en la plaza.

Nelson lo que estaba haciendo era un clásico del periodismo manipulador de multitudes: decir que algo está pasando para que pase.

Más allá de que Nelson esté invadiendo cada vez más la pantalla de TN, y que eso signifique una tregua blanda con el gobierno—porque no es tan hostil como otros—, el tema de la juventud ausente en la marcha preocupa.

¿Por qué en la marcha del 18 de febrero no había jóvenes? No lo sé. Pero esa ausencia me recuerda ciertas presencias…


En 1968, desde París a México, hubo una oleada de primavera. Los estudiantes se unieron para reclamar aperturas democráticas de todo tipo. Las aperturas mayormente no llegaron, pero quedó un precedente imborrable de clamor juvenil que inspiró incluso el futuro de generaciones que aún no habían nacido.

En El triunfo de la voluntad, de Leni Riefensthal, la más grande directora del siglo XX, que adhirió al nazismo,  se puede escuchar a Hitler decir:

“Cuando los mayores entre nosotros vacilen, la juventud se pondrá firme y se mantendrá hasta que sus cuerpos se corrompan”

                    Seis años después de este discurso, Hitler invadió Polonia y dio inicio a la segunda guerra mundial. En ella murió casi toda la juventud alemana. 

            Son cosas que los que marcharon el 18 de febrero nunca podrían sostener, porque son viejos que no contagian a nadie.


            Que los jóvenes te sigan o no te sigan no significa casi nada. Solamente que no tenés futuro. Ni para el bien ni para el mal. No existís.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Tres lecturas de Darwin



Tres lecturas de Darwin



Hay libros que se venden como el pan. Siempre. Se consumen para llenar el estómago narcisista del acaparador cultural. Salen calentitos. Y no se leen nunca.

Son los llamados Long Sellers. Por ejemplo las colecciones del tipo “grandes pensadores”, un muestrario de Platones, Hegeles, Marxes, Einsteines, y muchas otras estrellas consagradas. Esos libros son como los museos. Nadie entra en ellos, a menos que se esté obligado por la imposición de un itinerario turístico o salvo que te obligue la bibliografía obligatoria de una cátedra a sufrir un “texto fuente”. Sí, son fósiles de los anaqueles, son esos libros “que no pueden faltar en tu biblioteca”, pero que nadie se atreve a leer. Se venden muy bien. Se olvidan muy rápido.

Entonces, cuando se leen, rara vez se los entiende. Muchos le entran al libro con un prejuicio: como eran genios dicen verdades, sin tener en cuenta que sus teorías, un día revolucionarias, hoy están completamente desfiguradas. Digamos que son esos lectores que te indican “pero Einstein dice tal cosa”. Convengamos; los libros esos vienen enteros, sin sustracciones. Están los aciertos y los errores. Está todo. Y hay quien los lee como si de una Biblia se tratase. Y es por eso mismo que sólo en ediciones copadas te podés encontrar con un prólogo desmitificador. Pero la idea de las editoriales es no curar ingenuidades. Me viene a la cabeza El Capital

Si hay algún boludo en el mundo, ese soy yo. Tengo en la biblioteca El origen de las especies de Charles Darwin. Impecable. Como nuevo. Nunca lo había leído directamente. Siempre lo merodeé  desde sus acólitos y chupamedias, que en fin de cuentas estaban más actualizados que el barbudo.

Darwin, en principio, debería ser valorado como un reputadísimo escritor. Es un hermano de Freud. Son esos tipos que no te cansan nunca. Tienen una claridad expositiva impactante y son un modelo de docencia. Envidiables.

El origen de las especies  puede ser leído de diversas maneras.

En primer lugar tenemos la posibilidad de leerlo, obviamente, como una obra que es bisagra en la historia del pensamiento biológico, antropológico, sociológico y hasta geológico (leed los capítulos 12 y 13, donde le abre el camino a Wegener, a la oceanografía y a las eras glaciares). Digamos, entenderlo como un fósil del pensamiento que nos ilustra sobre las posteriores especies de la ciencia y la cultura.

Más astutamente podemos encarar la lectura como un ejemplar caso de lógica aplicada. Es admirable ver como deshace pensamientos ajenos. Incluso como los acepta o los domestica, acercándose extrañamente a gente de la iglesia como Tomás. Y más admirable es como frecuentemente se muestra concluyente, cosa que  recuerda a gente como  Saskia Sassen, que no dan puntada sin hilo. El andamiaje lógico así lo demuestra. No todos  los pensadores son tan aplicados en este sentido. Y no se puede dejar pasar por alto que a pesar de sus finos razonamientos, todo El origen… tiene un lindo olor a ensayo.

La tercera lectura posible es la que más me interesa. Darwin nos lleva de una punta a la otra del planeta. Pero es un planeta que ya no existe o que poco a poco está dejando de existir. Él ya nos alerta—implícitamente—sobre la gran cantidad de especies introducidas por el hombre en todos los rincones del orbe. Esto, por supuesto, altera la natural estructura de las poblaciones que forman un ecosistema. El barbado pensador incluso se muestra confundido por momentos, pues le resulta imposible determinar si tal planta de un lugar cualquiera es originaria de allí o fue llevada por el hombre.

Si Darwin tiene este problema en pleno siglo XIX, qué nos queda a nosotros. Respuesta: nos queda el libro de Darwin, que nos da la posibilidad de saber cómo eran los ecosistemas originarios gracias a un libro maravilloso llamado El origen de las especies.

Así, Carlitos Dargüin se puede leer de otra manera. Y puede darnos una sorpresa, porque poco a poco, empieza a tener otro tipo de actualidad: la que tienen los genios.


lunes, 9 de febrero de 2015

La vacuidad del Tattoo



La vacuidad del Tattoo

          
  Escribo esto en un estado de malestar que me devora las pelotas y me subvierte la poca tranquilidad que aún tengo. Acabo de concluir un PDF que trata sobre los tatuajes. (Adjunto el mismo al final de este escrito). ¿Quién es el subnormal que escribió eso? Bueno, no tiene importancia. Allí se afirma que el tatuaje es un “Rechazo a la normalidad”; “rebeldía estética”, “resistencia contra el sistema”; “la respuesta contra lo efímero del capitalismo con algo permanente y perdurable”,  y un sinfín de estupideces que suenan más a publicidad capitalista para que vayas corriendo como un boludo a tatuarte que como un estudio serio, a pesar de la amplia bibliografía final y de la referencia a Mauss y otros antropólogos que no eran ningunos boludos.
           
            El escrito que pongo en la horca pudiera haber sido creíble y hasta revolucionario hace cosa de 25 años, pero hoy suena a payasada irreflexiva.

Reflexionemos. Hace dos décadas el que se tatuaba era un transgresor, un tipo que se la jugaba, se inmolaba porque iba a ser objeto de la mirada de todos. Era un desafiante. Era un tipo o una mina que caminaba por el caminito al costado del mundo. Era probablemente ese mismo que escuchaba rock cuando no existía el Personal Fest y que fumaba porrito cuando su consumo era condenado socialmente sin peros.

Hoy tatuarse es un negocio capitalista muy redituable. He escuchado infinidad de lágrimas—especialmente de chicas—porque al no poder tatuarse, por falta de recursos, se denunciaban como de una clase social muy baja.  Y también he visto idiotas sementales vanagloriarse por poder pagar enormes sumas para que les escrachen el cuerpo. Pobres gentes.

Tal vez la única verdad que dice el PDF sea que el Tatoo es una cultura adquirida y no una cultura heredada. En efecto, en las  tribus todos se tatúan (y no hay transgresores que no se tatúen,  porque sino los pasan por las armas).  

Sin embargo se olvidan de lo más importante. Entre ellos, por eso mismo, lo tatuado es entendido por toda la tribu y no hay mucho debate sobre qué mierda se deben dibujar en el cuerpo. Pero hoy es muy diferente. Recuerdo a una flaca a la cual le pregunté sobre una flor que se había apoderado de su brazo. Me explicó que era un narciso, y me contó con lujo de detalle la consabida historia del tipo que se enamora de su propia imagen y bla bla bla…  Incluso me dijo que ella era bastante narcisista y que bla bla bla… Todo sonaba a justificación intelectual. Creo que simplemente le gustó la flor y que después buscó una justificación racional para estampársela en el cuerpo. Pero peor fue un patovica de dos metros que tenía toda la espalda tatuada en pleno agosto. Este era rebelde de verdad. Le pregunté por qué tenía tatuado el tetragrámaton. El tipo no sabía lo que era, y me agredió, enojado con su propia ignorancia. Lo peor fue cunado me dijo “¡¿ Qué me mirás?!”, y yo le respondí; “entonces para qué te tatuás y te desnudás en pleno invierno si no querés que te miren?” Salí corriendo.

Yo no estoy en contra del tatuaje. Cada uno es dueño de su cuerpo y conozco chicas a las cuales les queda muy sensual. Pero hay verdades que son demasiado evidentes. Mi primo Maximiliano ha entrado en la Prefectura Nacional. Está todo tatuado, al igual que casi todos sus compañeros y casi la mitad de la oficialidad. ¿Rebeldía estética?; ¿rechazo a la normalidad?; ¿resistencia contra el sistema? ¡Váyanse a la puta madre que los parió!


Enlace:


Dos nietitos visitando a su abuelito



Dos nietitos visitando a su abuelito



Tiziano pintó en 1546 esta obra maestra. Se trata de Paulo III y sus nietos Alessandro y Octavio. El anciano y enfermizo Papa mira con ojos astutos y burlones a Octavio, que está en pleno ejercicio de una reverencia y que a su vez mira con justeza los ojos de su abuelo. Mientras tanto, Alessandro parece medio boludo y distraído, tirándonos una mirada de nabo irrecusable. ¿Por qué nos mira? Ahora nosotros, para no ser tan boludos como él, empezamos a mirar. Somos los únicos testigos. Alessandro pone su mano sobre el trono del Papa, dando a entender que él será su sucesor, señalándonos su ambición. Un  pequeño reloj de arena está sobre la mesa, casi fuera del cuadro. El tiempo está de su lado, no del lado de Octavio. Es cuestión de esperar.

Pero no resultará fácil para Alessandro: el pontífice tiene su mano firme sobre la mesa, señal de autoridad, y como sobre la mesa sólo hay un reloj, está dando a entender que él aún es el dueño del tiempo y conciente de su marcha. Más aún, los diminutos relojes de arena se utilizaban para marcar el comienzo y el fin de una entrevista, como la que estos dos ansiosos y adorables nietos tienen con su abuelito. 

La escena está estructurada en dos diagonales. La primera va de la flexionada pierna izquierda de Octavio, pasa por el rostro de Paulo III y remata en el rostro de Alessandro. Lo segunda diagonal corre desde el paño de arriba a la derecha, pasa por el rostro de Alessandro y el de su abuelo, luego por la mano y termina en el reloj. Entonces las dos diagonales se cruzan en la cabeza del sucesor de Pedro. ¿Un anticipo de lo que se venía?

Acaso Tiziano nos quiso decir algo. La mano del Papa, esa mano que descansa firmemente sobre la mesa, está inacabada. Es lo único inacabado en la tela. ¿Casualidad? ¿O es que Tiziano tenía buena onda con los aspirantes al papado?

Paulo III aguantó tres años más. Fue más astuto que sus nietos, que se quedaron sin el premio, y que Tiziano, que los inmortalizó en un juego psicológico admirable, que también lo incluye. 

Los pronósticos apócrifos



Los pronósticos apócrifos


En Elementos de semiología, Roland Barthes  llama la atención sobre el acento provinciano que invariablemente tienen los que pronostican el clima en las radios de París. Barthes, que tenía el sano ejercicio de no ver con inocencia los aspectos más rudimentarios de la cotidianeidad, afirmaba que ese acento hacía alusión a la vida campestre, esa que depende de si va a llover o no va a llover para que se pueda cosechar el trigo. Por supuesto explicaba que eso que funciona en París no funciona en otra latitud. Probablemente a un campesino de la Champagne le den el pronóstico en buen  tono parisino, como para que refleje la idea de que atrás de esas palabras están los cerebros de la Sorbona.
Acá, la pronosticadora del tiempo con más pedigrí es Nadia, hoy en canal 7. Su tono ucraniano garpa. A la revista Para ti, el 5 de abril de 2005, supuestamente le dijo, sobre su infancia en Pilar:

Durante los ocho años que estuvo en combate, mi papá se la pasó mirando el cielo, donde sobrevolaban los aviones y caían las bombas. Cuando vino a la Argentina continuó haciendo lo mismo, pero no esperando bombas sino tratando de adivinar cómo estaría el tiempo. Así fue como él, un inmigrante en el medio del campo, terminó diciéndoles a los tamberos vecinos cómo iba a ser el tiempo

Muy probablemente esta obra de arte la hayan puesto en boca de Nadia los de la revista, con su propio consentimiento.

Sin embargo, el mejor ejemplo barthesiano en los medios locales es Ernesto Arriaga. Durante años presentó el estado del tránsito por la señal TN. Hablaba por medio de un programa inventado ad hoc, que simulaba un teléfono y un sonido como que el tipo estaba sumergido entre los autos y el quilombo del centro. Por supuesto, por años no le vimos la cara. Increíblemente, nadie notaba el contrasentido de un cristiano que  supuestamente se tiene que valer de toda la tecnología para dar cuenta del tránsito y que, sin embargo, no tiene más que un teléfono rudimentario, que se escuchaba obviamente mal, con el deliberado fin de que miles de espectadores crean… Y lo peor es que creían. Barthes sabe que lo creían. Como cuando Nadia, en plena crisis del campo, daba pronósticos de lluvias que nunca llegaban.





 Reportaje a Nadia de la revista Para Ti:





domingo, 8 de febrero de 2015

Damnatio memoriae



Damnatio memoriae

                Los antiguos no veían las obras de arte con los mismo ojos que nosotros. Nosotros directamente ya no las vemos o las vemos demasiado. Las ignoramos o las sacralizamos. En cualquier caso, hoy a nadie con dos dedos de frente se le ocurría destruir un monumento artístico del Imperio romano como el Coliseo con el noble fin de trazar una avenida para agilizar el tránsito.

                Para los antiguos no existía el arte o el artista. Levantaban el monumento de un emperador para su mayor gloria o para celebrar alguna  de sus victorias. Lo hacían normalmente cuando el capo estaba vivo. Como esto  fue antes de la explosión de las imágenes que luego trajo la imprenta, la tevé y el google, estamos seguros que por ejemplo una estatua cualquiera era vista por todos. Digamos que las estatuas pesaban más y que todo el mundo sabía a quienes representaban y donde estaban emplazadas. Era como si un peatón hoy preguntara por cómo llegar hasta la costanera sur y vos le dijeras: Tomá para la estatua de Mitre, encará luego para la de Roca, cuando te encuentrés con una pirámide de mayo vas a ver a tu derecha una de Belgrano montando, después tenés que bajar hasta una que era de Colón pero que ahora pusieron a un cacique o algo así, después a la derecha hasta un conjunto consagrado al trabajo y de ahí a la izquierda hasta que llegués a una fuente llena de desnudos, que nadie sabe a quién se le acurrió.

                ¿Pero por qué no nos han llegado estatuas de tantos y tantos emperadores? ¿Por qué no tenemos casi  nada de Calígula o Nerón o Claudio?

                Los Romanos recurrían a lo que se conoce como damnatio memoriae (hacer mierda la memoria de alguien). Era habitual que cuando un emperador o su familia caían en desgracia se destruyeran los monumentos del caído. Era una orgía de carnaval y de furia que embriagaba a todo un pueblo y  que aún podemos ver en países como Irak, cuando cayó el de los bigotes.  A ningún romano se le hubiera ocurrido decir: no destruyan la estatua de Saddam porque es una obra de arte.

                Sin embargo, algunas obras nos han llegado, más por pertenecer a una gesta muy popular que por celebrar a algún emperador. La columna de Trajano, en Roma,  es una de ellas. Representa la conquista y el saqueo de lo que fue la Dacia, hoy llamada Rumania (o sea, país de los romanos). Vemos sobre la columna muestras del saqueo y del genocidio, para mayor gloria del imperio. No muy lejos de ahí encontramos el Arco de Tito. Tito fue el que destruyó el templo de Jerusalén. Del templo solo ha quedado un muro, el famoso muro de los lamentos, donde los judíos van a llorar lo que hizo Tito. Su arco victorioso nos muestra también  el saqueo y el genocidio.

                Siempre hubo rumanos y especialmente judíos deseosos de liquidar esas obras. Sin embargo, acá surge un tema muy delicado que tiene que ver con el valor de las obras…

                Una cosa es que la obra sea buena y otra que sea vieja. La columna de Trajano es ambas cosas. El arco de Tito es más bien lo segundo. Sin embargo, la antigüedad se da de diferentes maneras. No es lo mismo un arco del siglo XIX que celebre la persecución de los judíos en la Francia de Dreyfus, que un arco que tiene casi dos mil años. El punto es que no tenemos mucho de hace dos mil años como para andar destruyéndolo. Entonces a la antigüedad tenemos que sumarle la singularidad. Y a la singularidad tenemos que adicionarle el documento histórico, porque si sabemos a ciencia cierta lo que hizo Tito en Jerusalén es gracias al monumento.

                Es cuando empiezan a aparecer los eufemismos y las agachadas intelectuales que no sirven para nada. Los Judíos y los rumanos empiezan a hablar de “un irreemplazable documento histórico para no olvidar…”. Esas cosas lamentablemente fuerzan una lectura del monumento.  A veces es mejor no decir nada. Pero, sin embargo, siempre es mejor ejercitar la memoria que quemar monumentos. No por nada la palabra "monumento" viene de una palabra latina que significa "instrumento para preservar la memoria".

                Pero a mí, como porteño, me indigna lo que se está haciendo con el mueblaje monumental de nuestra ciudad. Yo los banco a Colón y a Roca, (y también a ese  genocida de indios que se llamó Juan Manuel de Rosas). No los banco como personas o por lo que hicieron—probablemente porque no interesa en este momento—: los banco en cuanto obras de arte.  No son malas, y tampoco tenemos mucho que mostrar.

Gardel y Maradona en Eslovenia



Gardel y Maradona en Eslovenia 

¿En qué se parecen muchas obras de teatro, muchos artículos periodísticos de opinión y muchas obras de arquitectura? En que las hacen unos y las firman otros. Así te podés encontrar con que lo que vos creías de Fulano es de Mengano. Cuatro perejiles escriben un libro de historia que luego firma Granata, porque Granata vende y los perejiles no. Muscarini tiene en cartel quinientas treinta y cuatro obras, pero ha escrito… una. Don Ramón es un genial arquitecto, pero trabaja para el estudio del señor Barriga, que se encarga de firmar autógrafos al pié de cada obra.

                El problema se le presenta luego a los historiadores. En general no investigan mucho y terminan por asumir que los nombres de plomo son los mismos que los nombres de pluma, o sea que los famosos son los que firman, y punto.

                Pero también existen los arqueólogos de las autorías. Acá y en muchos lados. Gente que viene a poner las cosas en su lugar y a hacer justicia post mortem por los verdaderos hacedores.

                Para un argentino Eslovenia y Eslovaquia es algo que forma parte del mismo trabalenguas, y con fortuna puede afirmar que se encuentran más o menos en tal continente. Son lo que Uruguay y Paraguay para los Europeos, letra más letra menos son lo mismo. Sin embargo, y aunque usted no lo sepa, esto no es recíproco, especialmente para los eslovenos.  Para ellos Argentina no es cualquier cosa.

                Eslovenia es un nuevo país que surgió de la fragmentación de Yugoslavia. Previamente, nunca había existido, contrariamente a otros países vecinos como Croacia o Macedonia, que  reclama para su panteón de héroes a Alejandro Magno. Pero la pobre Eslovenia no tiene nada que reclamar del pasado. Peor: su idioma es en  realidad  el mismo que el de croatas, Bosnios y Servios, así que ni siquiera por el privilegiado recurso del idioma pueden hacer arqueología para indagar en las ruinas del tiempo. Inventaron un idioma llamado esloveno, que de hecho no existe. Hicieron todo tipo de cosa rara para poder existir. Finalmente salieron por el mundo a buscar gente nacida en Liubliana o en sus inmediaciones. 

                Viktor Sulcic, fue un arquitecto esloveno que llegó a la Argentina y se puso a trabajar para otros. Su capacidad fue ampliamente demostrada con dos obras maestras: el abasto y la cancha de Boca. Pero por cuestiones de papeles se ha dicho hasta el cansancio que estas maravillas eran de otros. Hasta que los eslovenos investigaron… 

                No deja de llamar la atención que dos de los más representativos monumentos porteños, que remiten a Gardel y a Maradona, y que son visita obligada de todo turista, sean obras de un esloveno. Y tampoco me deja de llamar la atención que para los eslovenos,  el tango y el fútbol  empiecen a formar parte del mismo trabalenguas: Argentina.

viernes, 6 de febrero de 2015

Infinitamente cholulos



Infinitamente cholulos


           

Este artículo es un apéndice a ¿Qué parte no entendieron?, que publiqué el mes pasado, y que me a deparado varios dolores de cabeza, como el que sigue, que padecí con una amiga. Los nombres propios que aparecen, por supuesto, están cambiados, para evitar problemas.

Yo—Yo sólo te muestro lo que pasa con la vigilancia en una torre de Puerto Madero. Te ofrecen plata para entrar. El vigilador es un tipo que a duras penas llega a fin de mes. Cambian un vigilador por otro como de calzoncillo. No existen. Son un número: el cero.
Ella—Pero uno tiene que cumplir con su deber… Es una cuestión de moralidad… ¿Alguna vez te ofrecieron plata?
Yo—Obvio.
Ella— ¿Y agarraste?
Yo— …
Ella— ¿No te da vergüenza?
Yo—Nunca agarré. Pero un amigo mío sí.
Ella—Tratá de elegir mejor a tus amigos.
Yo— Desde que te vi supe que no sé elegir… A mi amigo lo rebanco. Él me contó una historia que la creo como si a mí mismo me hubiera pasado. ¿La conocés a la modelo María Pía Fulana? (A mi amiga se le encendieron los ojos). Estaba de novia con el Burrito Tortonese, el jugador de fútbol. Es más: estaba embarazada del Burrito. El Burro le daba plata a mi amigo para que ella no pasara. En general el motivo era bien mundano, porque Tortonese hacia unas orgías que no dejaban dormir a nadie, ni a los vigiladotes.  No se privaba de nada y todos los gatos (laburadoras) y los perros (sus compañeros de club y algunos periodistas deportivos que estaban a su servicio), entraban por la cochera, con toda la comida para las mascotas y con sustancias que después veíamos en sus ojos.  
Ella— ¿Qué periodistas?
Yo—No tiene importancia. Vos sólo me lo preguntas por cholula… Bueno, a mi amigo, el Burrito le tiraba unos mangos. Pero resulta que después venía María,  y si te ponías firme y no la dejabas pasar,  también te tiraba unos pesos.
Ella—Este mundo sería mejor sin gente como tu amigo.
Yo—Escuchame… no seas inocente. Ella iba a pasar igual… Hagamos de cuenta que no la deja pasar. En dos, tres o cinco minutos cae una vecina que la ve a la pobre María Pía, una famosa, de la tele, que encima está embarazada. La baba se le cae a la vecina hasta el suelo y mientras le pide un autógrafo ya están subiendo al ascensor… Ahora usemos más la imaginación… El vigilador, mi amigo, se resiste a que la estrella mediática ingrese. Entonces la vecina, que odia las orgías del futbolista, que despiertan a toda su familia,  le demuestra a mi amigo que ella es tan propietaria como el Burro, que en realidad mi amigo sabe que es inquilino y que mañana se va a ir, pero que esta vieja cholula hija de puta se va a quedar… Peor aún: mi amigo está deserotizando ese momento mágico que supone el encuentro con una celebridad de los medios, lo cual oportunamente se lo harán pagar. Incluso ese momento puede ser más terrible. Imaginate que justo está entrando un delivery o una empleada de servicio, que confundió una puerta con otra, lo cual es más que frecuente...  Si el vigilador procediera como vos querés sería echado  inmediatamente…
Ella—Bueno, pero yo no hagarraría plata.
Yo— Es tu problema… No importa lo que haga mi amigo, al otro día el jefe de seguridad lo va a amonestar en nombre del futbolista, de María Pía o de la vecina. Pero él en el medio al menos habrá ganado algo, el derecho a ser una persona, como todas las empleadas domésticas que hoy son sospechosas por el sólo delito de ser pobres y carecer de fama.