viernes, 15 de julio de 2016

La oración infinita (James, Proust y Alpherin)

Hay escritores que tienen un estilo muy particular y definido: tan particular que hasta un tipo como yo, ajeno a los estilos, puede reparar en ellos, y tan definido que hasta un ágrafo podría reconocerlos al leerlos.

Los tres chaboncitos que señorean el título de este artículo se parecen en su forma de escribir: oraciones largas, larguísimas, enormes, inabarcables. Al primer intento de leerlos uno se defrauda.  ¿Cómo se puede entender una oración que tiene dos o tres subordinadas, donde cuesta encontrar el sujeto, donde uno deserta antes de llegar al punto final?

En el principio fue Halperín. Lo leí antes de los veinte. Tulio Halperín Donghi se encontró con mi pibe (conmigo) y no fue un buen maridaje. Teníamos gusto a torta de chocolate con queso roquefort. No nos entendíamos. Claro, el problema era del que escribió Una nación para el desierto argentino. No lo dudaba ni un segundo. Consulté a una eminencia en historia. La respuesta fue lapidaria: ¨no sabe escribir, pero te puede enseñar muchas cosas¨. Increíblemente  traduje el aserto de la siguiente manera: ¨no te puede enseñar a escribir¨; porque yo, además de gozar con la historia, quería aprender a escribir como los que saben. Cosas de pibe.

Con el tiempo descubrí que es impropio preguntarle a un historiador sobre literatura, y menos si no está interesado él mismo en aprender a escribir. Pero qué se yo, cuando uno es inmaduro cree que los profesores saben de cualquier cosa, (incluso, a veces, que saben enseñar).

No pasaba de los 30 cuando leí a Henry James. No me refiero al James conocido y divulgado, a ese de Otra vuelta de tuerca, que pude disfrutar antes de cumplir los cuatro años por boca de mi abuela. Hablo del último, de Las alas de la paloma, esa novela con frases que se desenvuelven como un papiro, que me remitieron inmediatamente a don Tulio. En este caso el diagnóstico me lo dio Borges. El ciego y nada boludo prócer de nuestra literatura prefería infinitamente las obras breves y de prosa menos heterodoxa del primer Henry. Y como donde manda capitán no manda marinero… Porque yo entonces estaba convencido: si un escritor habla de literatura, y más si es de renombre, es ciertamente inobjetable. Entonces condené Las alas de la paloma. No las olvidé. Las metí en una jaula.

Con Proust yo tenía un problema estético extraliterario. Se debía a un prejuicio. Su retrato de Blanche, que adjunto en este escrito. La imagen no era la de un afrancesado. Los afrancesados no son franceses. Pero los afrancesados se remiten a ese retrato de Proust. No era homofobia. Era simplemente un comentario que escuché casualmente a un escritor menor y que interpreté mal. Yo había compuesto un cuento horrible. Se lo pasé al menor. Me dijo, sin acabar de leerlo, ¨Proust jamás escribió la palabra boludo. Y eso que escribió miles de hojas¨. El nabo me había querido tachar de ordinario, y lo había logrado. Y probablemente tenía razón con respecto a mi labor literaria. No obstante lo cual, con respecto a Proust, el asunto se transformó en una cuestión personal entre el escritor mayor y yo … Quedé herido. A partir de ese día me propuse no leer jamás al autor de En busca del tiempo perdido. Era una decisión indeclinable que íntimamente sabía que no podía durar.

Probé de muchas maneras volver al escritor francés. De dorapa, en una librería, para evitar comprarlo, abrí un tomo de su obra magna. Hablaban duquesas, condes, madames, lacayos. Para peor, hablaban de cosas que me resultaban completamente ajenas. Eran pasajes que tenían dos pecados en literatura: el color local y el tiempo presente. Son cosas que envejecen rápido; herramientas del periodista (y de muchos escritores latinoamericanos).   
 Pero ni siquiera el azar de abrir páginas erradas me detuvo. Compré un tomo sólo porque lo estaban ofertando casi como un regalo.  Lo abrí en un pasaje que invertía mil palabras en una sola oración para decir de mil maneras diferentes que tenía apetito, y que recordaba a su criada favorita, que le hacía unos manjares inigualables. No lo pensé dos veces. Guardé el tomo junto a esas cosas que uno regalaría a los enemigos.
A pesar de todo, insistí. Un lustro más adelante le dije a mi abuela, ¨leeme esto. Quiero ver si mediante los oídos soy capaz de entenderlo¨ Al finalizar abuelita me miró y me dijo que no había entendido ¨una chotada¨, porque abuela gustaba de elegir las palabras para expresarse y para escribir, aunque lamentablemente entendía que en eso se agotaba el arte de la escritura. En tanto yo, había fracasado una vez más. El pasaje que abuela leyó trataba de los dolores estomacales del protagonista. Un bodrio increíble.
Sabía que Proust hacía malabares con el tiempo, la evocación, la memoria. Son materias que siempre me sedujeron. No iba a aflojar. Pero, precisamente necesitaba eso: tiempo.
Desde hace años le dedico un día de la semana a mis intereses principales. Es un sistema que me impuse. El lunes, urbanismo; el martes, religión; el miércoles, arte; el jueves, filosofía; el viernes, historia; el sábado, política y el domingo se lo dedico a la paja. Como considero que todas estas cosas no son más que diversos aspectos de la literatura, a la literatura en sí misma no le dedico ningún día en particular. En cuanto a los cuentos y las novelas me las llevo al baño. Cada vez que cago, leo. En este caso no soy nada sistemático. Hoy un cuento de Benedetti; mañana un capítulo cualquiera de Resurrección de Tolstoi, ya leído cien veces. Cuando algo me interesa mucho, lo desplazo al domingo, relegando la paja para otros tiempos.  Ese es el síntoma de que algo estrictamente literario me interesa. Y no pasa con frecuencia.
No hará seis meses, se me dio por ir al baño con La prisionera. Afortunadamente dí con un extensísimo pasaje donde mediante oraciones infinitas Proust nos habla de la muerte. No lo largué hasta que las piernas se me durmieron y tuvo que venir mi abuelita para limpiarme y sacarme del inodoro. Inmediatamente le dediqué los domingos a Proust, a recuperar el tiempo perdido. Y en eso estoy.
Cuando miro para atrás, yo mismo me desconozco. ¿Cómo pudo el azar ganarme más de una partida, y con tanta rapidez? ¿Cómo lo que dice un profesor puede tener tanto peso? ¿Por qué ahora yo me dedico a enseñar? En el fondo, las oraciones interminables, azarosamente, me hicieron interrogar sobre la labor docente.

Hay algo perverso, una gratificación insana, masoquista, en leer una y otra vez la misma oración para descifrarla. Se diría que se trata más de una forma de lectura que de una forma de escritura. En el caso puntual del francés, hay una desarticulación del tiempo que es consecuente con  la temática de su librazo. Si el tiempo está trabajado como una plastilina es natural que las oraciones también. Con don Tulio creo encontrar al tiempo del historiador subversivo, que maltrata el tiempo, paradójicamente, para mostrarlo, para que exista. Así, veo en su lectura un desmontaje de la flecha del tiempo, como si nos obligara a reparar en su sustancia. En cuanto a James, creo que no logró nada más que la forma. Pero Henry me dejó una lección incalculablemente hermosa: se puede cambiar de estilo radicalmente a edad bastante avanzada y con prestigio ya logrado. En efecto,  cambió tanto su estilo como su nacionalidad: parece otro escritor, hasta con intereses diferentes. Tulio, Henry y Proust, se parecen solo en el aspecto de las oraciones, y vagamente. Son prácticas que atacan la forma y no siempre el contenido. Además, son estilos muy obvios y definidos, como los de Borges o Filloy, fáciles de imitar, lo cual no nos hace equiparables a estos monstruos; que en fin de cuentas eso ya se hizo.

 Para bien o para mal, la vida es infinita, como algunas oraciones, y hay veces en las cuales hasta entendemos su significado. Eso sí; no podemos estudiarla  ni entenderla sin vivirla. Mientras mi abuelita agoniza, yo le leo a Proust, le indico que falta un momento para terminar la oración, que después viene el otro tomo, que el tiempo es un recuerdo y que lo que recordamos no siempre nos ayuda. Ella me pide que le repita la última oración. Quiere entenderla antes de morir. Lo que es fácil no vale la pena.

jueves, 14 de julio de 2016

El extraño fetichismo de Néstor Kohan

Pensaba comprarme un libro de Néstor Kohan. Quería hacerle justicia. Vengo mirando los videos de la Cátedra Che Guevara que colgó en el youtube.  Son muy buenos. Es un tipo simpático, piola y copado. Y sabe. Sabe mucho. Un experto en marxismo. Debe haber poca gente en el país que sepa tanto como él sobre Marx. Y yo, que transité sus discursos virtuales con placer, quería conocer otro aspecto de Néstor: lo que escribe.

Sin embargo, tiene contraindicaciones. Es un poco fundamentalista, es un poco foquista, es un poco muchas cosas. Es de esos tipos para los cuales todo papel escrito por Marx es imprescindible. Da lo mismo los pasajes que el mismo pensador subrayó en El capital que la lista de libros que le tiró al empleado de la Biblioteca Británica o las cartas que le confeccionó a Jenny, su mujer,  para avisarle que se vaya a dormir porque él iba a quedarse trabajando toda la noche. Néstor opera como los teólogos que no pueden olvidar las cartas a los tesalonicenses sin ponerse colorados. Si hay alguna contradicción entre estas cartas y los evangelios, siempre, pensándolo seriamente, se podrá arreglar. 

Pero lo que más me alertó de Kohan fueron sus incoherencias. No son muchas, pero me parecieron alarmantes. Recuerdo un video donde comenta el famoso apartado de El capital donde Marx nos habla sobre el fetichismo de la mercancía. Esas fascinantes cuatro páginas son expuestas en más de una hora de video. No es un exceso, lo hace muy bien y le mete onda. Pero durante todo el video, al igual que en todos los videos, está con el mate en la mano, y las fotitos de Marx, de Walsh, y de muchos otros que nos miran desde los anaqueles. Agreguemos que—y esto fue lo que más me conmocionó—  como siempre invita a leer a otros autores,  sacando un libro de la biblioteca, dos libros, tres libros, infinitos libros, todos añejos, trabajados, agotados la mayoría. El cariño que tiene Kohan al hablar de esos libros es emocionante. Pero yo no podía olvidar que el tipo estaba hablando del fetichismo de la mercancía. En cuanto a él, es claro que lo había olvidado; o mejor dicho, es claro que se había olvidado de él mismo, que estaba alienado. Siempre con la mate en la mano, ya frío, sólo le faltaba besar la foto de Marx.

Sentí empatía con su extraño fetichismo, porque soy igual. Para mi los libros caminan y me dominan;  me viven, me cosifican. 

Se puede aprender mucho de Néstor, siempre que uno sepa poner el filtro donde debe ir. Es un artista y un profesor de primera que no sólo sabe transmitir un conocimiento, sino también una emoción. Incluso se puede aprender sobre uno mismo. Es más, te puede cambiar la forma de pensar. Pensaba comprarme un libro, pero lo pensé mejor y me decidí por bajar un PDF. No sea cosa que después termine con la fotito de Néstor Kohan en la biblioteca.

Dejo un video de la Cátedra: 
https://www.youtube.com/watch?v=eMpbMO9jTVg





sábado, 9 de julio de 2016

Las meninas de Macri

Por un amigo me vengo a enterar que para conmemorar el bicentenario de la independencia el gobierno sacó esta foto en el diario La Nación. Cuando vi la escena no lo pude creer. Eso ya lo había visto...


La cita de Benjamin, muy apropósito del arte y de la política,  es de mi amigo

Bueh. Son tan obvios que construyeron la imagen recurriendo a una de las pinturas más famosas de la historia. Sino, miren Las meninas de Velázquez de derecha a izquierda.  En otras palabras, invirtieron la secuencia. 



Nada es casual. Esa diagonal hacia abajo ocupando 4 cabezas, los 8 personajes del primer plano, la pata sobre el perro, la posición de la del triciclo que es un volumen idéntico a la que flexionó las rodillas; los marcos a espaldas de la figura central, y ponele un mantel a la mesita y tenés a la pollera... 
Considero que se trata de una cinicada de marca mayor. Me los imagino construyendo la imagen. ¨Che, qué tal si ponemos a la vieja en el lugar de la princesa¨. ¨Dale, y ponemos a este en el lugar del bufón y al rancho en el lugar del palacio¨. Y así por una hora de carcajadas. 
No podían haber sido más crueles. La protagonista de esta pintura, Margarita Teresa de Austria, murió a las 21 años de una enfermedad típica del siglo XVII. Tal vez ese es el destino que suponen en la protagonista de la foto. SI, una muerte por tifus. 

miércoles, 6 de julio de 2016

Dos matrimonios de luto

El Ángelus de Millet es un clásico de la depresión. Estos campesinos, que parecen estar agradeciendo a dios por la cosecha, estarían esperando un bebé. De hecho ¨Ángelus¨ remite al ángel que le viene a decir a María que está embarazada, como parece estarlo la protagonista.

Sin embargo, al primer golpe de vista, lo que parecen estar haciendo estos campesinos es despidiendo a su hijo, (lo cual no excluye que estén esperando otro). Esto fue sospechado por años hasta que, gracias a Salvador Dalí, y rayos X mediante, hoy sabemos que Millet primero pintó un ataúd donde hoy aparece la cesta. Esto se ajustaría con la iglesia que aparece débilmente en el fondo ¿Qué pasó en el medio? Parece que Millet se asustó de su propio lienzo y prefirió algo más normal para los saboreadores del arte de su tiempo. Pero la fuerza en los gestos y en la actitud de los protagonistas ha trascendido la literalidad de la cesta. Millet no pudo ocultar su intención primera por la misma destreza de su arte, por su misma genialidad.

Me gustaría acotar que el campesino, históricamente, siempre estuvo atado a los ciclos de la vida y de la muerte (la siembra y la cosecha), y a otros ciclos naturales (las estaciones, las sequías, las épocas de lluvias copiosas y todo eso). Ellos entierran a su niño, esperan otro,  y siguen trabajando, aunque, momentáneamente han dejado las herramientas inertes: como el tridente que en la pintura descansa clavado en la tierra.

Sin embargo, yo no puedo dejar de ver en el Ángelus otra tela memorable: Gótico americano de Grant Wood. En este cuadro el tridente está mirando hacia arriba, dialogando con la ventana gótica de la casa, que trae ecos de una iglesia. El granjero sujeta firmemente el tridente y una mujer— ¿su hija?— parece sostenerlo desde atrás. Hay cierto aire de defensa en el rostro del granjero, y hay algo de reja y de arma en el tridente. El tipo se siente amenazado y ella le implora,  tal vez, moderación. ¿Está defendiendo su casa o una iglesia? Wood aseguró que se trata de una casa, aunque lo que remata el edificio bien podría ser una cruz. De la mujer no dijo nada, pero yo siento que es su jovencísima esposa, y que tal vez esté embarazada, como cualquier mujer normal de esos tiempos y de ese medio. Por lo tanto, yo, como un epígono de Dalí, no quedo convencido de lo que dijo el artista. Alguien—no recuerdo quien—alguna vez disparó que las cortinas tapan el interior porque se trata de un momento de luto. (Y nótese que se trata de un día radiante y que la dirección de las sombras revelan que no se tapó las ventanas para evitar el sol.)


No puedo dejar de ver un contrapunto entre el catolicismo implícito en Millet, y su idealización del campesino inocente y puro,  y el protestantismo implícito en Wood, que es la otra cara de la moneda. Quizás esto sea llevar el análisis un poco lejos. Pero lo mismo le dijeron a  Max Weber cuando publicó La ética protestante.    

Los claveles

En la Quebrada de Humahuaca se están dando emprendimientos novedosos. La zanahoria, la acelga, los pimientos y la frutilla le dan un color inédito al paisaje, que compite con el arco iris de los cerros. Casi podríamos decir que le dan sabor, le dan vida.
Estos cambios en la paleta del ambiente contribuyen, con el turismo, a fortalecer los corazones y a estimular la vista.
Pero estos nuevos cultivos se dan sobre las pocas tierras fértiles de la quebrada. El que más llama la atención es el clavel. Miles de claveles adornan las pupilas y las fotos que nadie se resiste a sacar, como para eternizar la experiencia estética.

Pero esos claveles son utilizados principalmente para ornamentar los cementerios de todo el país, los nichos más feos, las tumbas más oscuras.  Y también para eternizar a los que queremos con un gesto y un poco de belleza.

miércoles, 29 de junio de 2016

MetLife

                                                      
                  La selección de la Federación de Fútbol de Chile (FFCh) le acaba de ganar a la selección de la Asociación Argentina de Fútbol (AFA) la final de la Copa América Centenario, en el no tan mítico Metlife Stadium de New Jersey. Fue por penales, y es una pena ver tantos millones de argentinos  tristes. Estuvimos a un paso de tocar el cielo con las manos. Y aquí estamos. 
                 La alegría de la mayor cantidad de personas es mi norte, mi deseo. Y debería ser el deseo de todos. El mundo es injusto. La victoria chilena alegra la vida de 18 millones de personas, no de 40 millones de argentinos. Mejor hubiera sido la victoria de Brasil, alegría para 200 millones de seres humanos. Lo óptimo, lo inmejorable en este torneo, hubiese sido la victoria de Estados Unidos, más de 300 millones, que si bien mayormente no gustan del fútbol, seguramente hubiesen sonreído al alzar la copa. Todos somos hermanos, No hay fronteras posibles. Brindemos en cualquier idioma. El verdadero corazón cosmopolita desea que China y la India jueguen la final de Rusia 2018 ( y que la gane China, claro). No se trata de una mera cuestión aritmética. Ser altruista es no ver fronteras, no ver razas, no ver diferentes colores de ojos. Da todo igual. Ellos son nosotros y nosotros somos ellos, en tanto homos sapiens, en tanto personas... en tanto chinos. 
                          Y a mis compatriotas les digo: ante semejante catástrofe, tal vez  necesitemos un buen seguro de vida.

martes, 14 de junio de 2016

La paradoja de un migrante


Añadir leyenda
Como José no tenía libros iba por el mundo publicando que tenía calle. Él se movía por Buenos Aires como una pantera en la noche.  ¨La tenía clara¨.
Un mal día se quedó sin laburo. Con fortuna consiguió trabajo de mozo en  Noruega.
En Oslo se metió su calle en el orto.  No es que los oslenses no tuviesen necesidad de calle, al menos en los dos putos meses en los cuales pueden caminar a la intemperie, sino que se trata de otra calle. José se sintió como una pantera en el zoológico.
Entre pedido y pedido, nuestro mozo fue aprendiendo a putear en noruego, a escupir en noruego y a decir ¨calle¨ en noruego, sin llegar a ser jamás  un oslense hecho y derecho. Para entretenerse, y con orgullo, publicaba a todo el que se le cruzaba sus andanzas porteñas y lo que se debe y no se debe hacer ante un rati o un punga, una plaza semivacía o una noche cerrada, una tuca o una mina. Lo escuchaban maravillados.
Un buen día dio en un bar con un antropólogo que reparó, por casualidad, en toda la calle porteña de José. El catedrático lo invitó a la casa para aprender más sobre el asunto. Hoy José forma parte de una tesis de doctorado en antropología.



jueves, 2 de junio de 2016

He volado al otro hemisferio

                 He volado al otro hemisferio. He visto calles y senderos, madres  y silencios, policías y próceres universales,  tranvías y guías turísticos. Pero no he levantado la cabeza. Allá, alto, la esfera celeste se dibuja de otra forma. Otras estrellas flotan entre el horizonte y el zenit. Cada estrella con su nombre; cada grupo de estrellas con su nombre, muchas de ellas con otros nombres. Las que guiaron a los barcos,  a los barcos que eran guiados  por las velas, a las velas que eran guiadas por los vientos, a los vientos que eran guiados por la acción del sol y de la rotación terrestre (que líricamente podríamos resumir como ¨Dios¨, a quien  Aristóteles ubicaba tras las estrellas, inmóvil, sin objetivo, como un gran bostezo carente de pasiones, al que todos los cielos seguían).
                   He viajado al otro hemisferio, y no me detuve a ver el sol hacia el sur, dibujando sombras sobre los monumentos, sombras que giraban en el sentido de las aguas de los relojes, que  no hacen otra cosa que seguir el sentido heredado de los relojes solares, que en sentido estricto son relojes de sombras.
                   He viajado y no he visto a la luna con la cara dada vuelta, como la vieron los egipcios, o sobre un fondo de estrellas, como la vieron los aztecas, o menguante, como en las banderas del islam.
                   Pero yo nada de eso observé cuando volé al otro hemisferio. Atado a la Tierra y a la tierra, estúpido observador a ras del suelo, inquisidor de lo inmediato. Mediocre, parco y pobre viajero, me comporté como el noventa y nueve coma noventa y nueve  por ciento de los humanos. Y ahora quiero mirar y no puedo. He vuelto.

Gustave Doré. Canto XXXI

miércoles, 25 de mayo de 2016

Los restauradores

        

Las Meninas de Velázquez o El jardín de las delicias del Bosco son obras muy famosas y difundidas. Sin embargo, lo que vemos en esas telas son una sucesión de restauraciones. Si Las Meninas no hubiesen estado sometidas a restauración tras restauración, hoy no tendríamos Meninas. Si no le hubiesen metido mano a El jardín, hoy no cosecharía sus frutos.

            Los restauradores tienen nombre y apellido, como es el caso de las hermanas Dávila, Maite y Rocio, que se encargaron de devolvernos las obras mencionadas y muchas otras de estos autores, metiendo pincel tras pincel. De alguna manera, si Velázquez y el Bosco continúan vivos, es gracias a estas restauradoras, que laburan como hormigas, milímetro a milímetro, a veces durante meses, intentando burlar el paso del tiempo. Y tanto trabajo tiene un premio:  el privilegio de tocar las obras que ninguno de nosotros podremos tocar jamás. 

            Sin embargo, el hecho cierto de que no vemos las pinturas originales pasa desapercibido para el gran público. Es más, hay una intencionalidad en todo esto. No es que uno no pueda averiguar estas cosas. Está el ejemplo clásico de la archifamosa Ronda nocturna de Rembrandt, a la que le pasaron literalmente un paño por encima y descubrieron que la escena no era nocturna sino simplemente que la tela estaba sucia. (Por supuesto, el título no es del pintor y con el descubrimiento muchos críticos que venían sosteniendo la genialidad del holandés de concebir un retrato colectivo nocturno o la descabellada idea de que los protagonistas salían a patrullar la noche para proteger la ciudad de chorritos, quedaron en offside.) No. No es que no se sepa. Es que si no  hacés la pregunta no te van a dar la respuesta.

            Me venía interrogando por las pinturas más viejas, esas que se pintaron antes del capitalismo, quiero decir, antes de la explosión del cuadro, ese artefacto móvil que facilita el intercambio. Me refiero a las pinturas murales, inmuebles. Si La última cena de Leonardo aún está en pié, ¿qué podemos esperar de los frescos del Giotto?

             Giotto en su juventud pintó, de la mano de Cimabue, la bóbeda de la Basílica de San Francisco de Asís, en Umbría. Claro, para pintar  la iglesia primero alguien tuvo que construirla.  Las cosas se dieron en este orden. Primero, Francisco se muere. Segundo, le construyen una iglesia y lo entierran abajo. Tercero, vienen los pintores y le dan brocha a las paredes y al techo, o sea, a la bóveda. Estamos hacia el año 1300. Nadie sabe que ese pendejo de 20 años un día va a ser el Giotto. Ese día llega muy pronto. Dante lo alaba, todos lo admiran. Caso raro, aún hoy lo admiran. Admiran su arte. Pero su arte tal vez no sea su arte. ¿Qué vemos en la bóveda de la Basílica de San Fransisco?

           
El 26 de septiembre de 1997 a las 2: 32 de la mañana un terremoto barrió Umbría. Un pedazo de la bóveda se vino abajo, sobre la tumba del santo. Cuatro frailes murieron entre Giotto y San Francisco de Asís. Las pinturas quedaron como un montón de escombros. Más que eso, como un montón de granos, como un gran hormiguero. Los primeros que entraron en la escena fueron, naturalmente, los bomberos con sus sabuesos, porque bajo la chatarra aún respiraba gente. Después habrán llegado los policías, los amantes del morbo, los deudos, las monjas y los insectos. Todos removieron esa montaña de nada y los perros seguramente habrán cagado. Por último llegaron los amantes del arte y los restauradores. 

            Exactamente cinco años después la bóveda y las pinturas volvieron a su lugar original. Algo había cambiado. Estaban un poco desteñidas, pero estaban.   ¿Un milagro?  Eso no es nada. Unos años después les dieron otra manito de pintura. Hoy están refulgentes, como nuevas. ¿Eso continúa siendo un Giotto? Creer o reventar. 

            Traté de averiguar el nombre del arquitecto y de las cuatro víctimas que murieron de tan particular modo. Nada por aquí. Nada por allá. La veracidad de esta anécdota tan extraña puede chequearla en los links que dejo a continuación. La veracidad de que eso que vemos fue pintado por el Giotto se la debo. El restaurador se llamaba Giuseppe Basile. Es el mismo que restauró La última cena. Murió en 2013. Su obra está en todos lados. Se mira y no se toca.  



Sobre las hermanas Dávila:

Sobre la obra y el terremoto:

Sobre Giuseppe Dávila:


domingo, 8 de mayo de 2016

Apología del cuaderno

¨Si llegaran extraterrestres y lo primero que hicieran fuera entrar en el museo del Prado quedarían convencidos de que en este planeta no llueve nunca¨.
Miguel Ángel García Hernandez


Los artistas suelen valerse del cuaderno para practicar, improvisar, arriesgar, divertirse e incluso para ver si la casualidad los sorprende. En los cuadernos se puede perder la escala, mezclar las  técnicas, jugar con las temporalidades, conjugar elementos incongruentes, ignorar los marcos, respetar los vacíos o ignorarlos, dibujar sobre otro dibujo, distorsionar la escena con una tormenta. 

Los tiempos contemporáneos han dado la bienvenida de todas estas cosas en el interior de las pinturas, pero casi siempre después de gran cálculo y como obra definitiva. Es que una vez que el cuadro se cuelga, la pintura ya no se modifica.

Pero no solo los artistas de la paleta hacen uso de los cuadernos. Los escritores, los docentes, los geógrafos, los arquitectos y los urbanistas, entre otros, también.

Y es que los cuadernos son ámbitos de libertad. A veces, sin dudas, nos avergüenzan. A veces nos explican quienes somos. Ellos son la pornografía de nosotros mismos.

Son la vida de la mente, que a su muerte,  quedará en un cuaderno.


Miguel Ángel García Hernandez:

Lo extraño no es que haya paraguas en 1810. Lo extraño es que... no está lloviendo. 



jueves, 5 de mayo de 2016

Bi

Se impuso el mapa Bicontinental de la Argentina en las aulas. Se sabe, se debería saber: esa porción de la Antártida que ves en el mapa al sur de la Tierra del Fuego no es Argentina. La Antártida no es de nadie, independientemente de lo que los mapas de nuestro país indiquen. Tampoco es Chilena, claro. El Tratado Antártico de 1959 asegura a los países que reclaman su reclamo. Eso es todo.

Pero si queremos adoctrinar a nuestro pueblo podríamos recurrir a sutilezas más reales, aunque no por ello menos idiotas.

Lo que muestra el mapa de la derecha es el recorrido de la falla Magallanes-Fagnano, que separa la placa sudamericana de la de Scotia. Esto hace que un sector de nuestro país y de Chile se encuentre en una placa tectónica diferente de la que incluye a todos los otros países de América del sur. Sin dudas, Colombia, por sus islas del Caribe; Ecuador por las Galápagos o el mismo Chile por las de Pascua pueden decir con comodidad que se encuentran en otras placas, además de la sudamericana. Pero sólo este último país y nosotros podemos decir que tenemos una porción significativa del territorio en otra placa y que al mismo tiempo no deja de ser parte de Sudamérica. Así podemos llenarle la cabeza a los pibes con Argentina, país Biplaca.

Tan estúpido (y real) como lo dicho puede ser lo siguiente. El estrecho de Magallanes es íntegramente chileno. Claro que esto es así solo bajo el supuesto de que el estrecho tenga como límite norte de su boca oriental a Punta Dungeness, que es lo que se ha acordado con Chile. Pero resulta que ese criterio es subjetivo. La realidad para los marineros es que el estrecho comienza en Cabo Vírgenes, unos 9 kilómetros más al norte. Ahora bien, como el Magallanes es un estrecho que pertenece al Pacífico, Argentina tendría, bajo este criterio, 9 kilómetros de costa sobre ese mar. En consecuencia, tenemos un país bioceánico.

Entonces: tenemos un país Bicontinental, Biplaca y Bioceánico. ¡Una maravilla! Sabemos que hoy por hoy no hay hipótesis de conflicto. Pero, llegado el caso, podríamos adoctrinar a los pibes con estas naderías para que vayan a dar la vida por la patria. ¡O juremos con gloria morir!


Nota: una hipótesis de conflicto futura la podemos imaginar como sigue. Algún día—ya va a llegar—la Antártida es declarada territorio de todos y de nadie. En ese momento muchos argentinos entenderán que nos han robado una porción de territorio que era nuestro desde siempre. Constituirá, sin dudas, una nueva pérdida territorial, de la misma manera que perdimos Bolivia o Paraguay en el siglo XIX, según entienden no pocos historiadores con vocación de almohada. 

domingo, 3 de abril de 2016

Continuidad de los Cortázar

La Fuente, de Marcel Duchamp. La obra original ha desaparecido, pero abundan réplicas en los museos. Firmada como R. Mutt, no sabemos si esta fuente es de Marcel. Aunque parece, esto no es una pipa. 

Se han descubierto nuevas versiones del celebérrimo cuento de Cortázar, Continuidad de los parques. El brevísimo relato narra cómo un hombre lee su propia muerte y, nosotros, leyendo ese relato, de alguna forma encarnamos en ese hombre. Básicamente se trata de un juego de espejos entre la realidad y la ficción, por un lado, y de la ficción dentro de la ficción (metaficción), por el otro, donde además hay un tema amoroso, que siempre creí innecesario. En una nueva versión se modifica sólo una línea. Donde dice ¨… lastimada la cara por el chicotazo de una rama¨  ¨, ahora leemos ¨… lastimada la cara por la caligrafía de un puñal¨. En otra se suprime el episodio amoroso, y en lugar de una mujer, aparece un ¨camarada¨. No es mucho, pero, para un relato que es breve como un suspiro de enano, es demasiado. (Las nuevas versiones ascienden a cinco).
Por estos días se están barajando multitud de interpretaciones sobre lo que supuestamente habría acontecido. Todas ellas pecan de la obviedad más pura: querer responder a un interrogante literario con más literatura. Por ejemplo  la opinión de Deborah Milbert, que conjetura que el cuento fue intervenido por el autor muchas veces simplemente para sacarle lustre; o la opinión de un obviólogo facilista como Jairo Méndez, que arriesga que Cortázar en un principio habría intentado un relato político.
Entiendo que la respuesta está afuera de la literatura, en La muerte de Marat, el famoso cuadro de David.
 Sabemos que la señorita Corday quería evitar el derramamiento de más sangre por parte de los revolucionarios franceses. Fue hasta la casa de Marat. Abrió la puerta, sabía que siempre estaba sin llaves. Los perros no ladraron. El mayordomo la interceptó. Se hizo anunciar como portadora de una lista de gente que debía ser ejecutada. Tenía conocimiento que el gran verdugo de la revolución pasaba sus horas confeccionando este tipo de listas negras sumergido en la bañera. Recorrió de memoria las habitaciones hasta el baño. El revolucionario la atendió, sumergido. Ella le hundió el cuchillo, se entregó a la justicia  y poco después murió en la guillotina, esa máquina que le había dado fama a su víctima.
¿Por qué el mayordomo dejó que Marat reciba a una señora en la bañera? Hoy sabemos que Corday fue amante de Marat y que muy probablemente sus intenciones habrían estado más en  vengar cuestiones amorosas que en cuestiones políticas. También tenemos el testimonio del mayordomo, que asegura que Corday realmente tenía una lista para entregar. El sirviente añadió que hubo una discusión antes de la fatalidad.

David pintó el retrato de su amigo muerto en la bañera y ella es omitida de la tela. Sin embargo, en la lista que Marat sostiene en la mano figura claramente el nombre de la asesina: ¨Corday¨, que acompaña otro nombre, el de su víctima. La pregunta siempre creó paradojas: ¿La lista es la que le entregó Corday o es la que estaba escribiendo Marat? Bajo los nombres propios hay un texto que reza; ¨es suficiente que yo sea muy desafortunada (malheureux) para tener derecho a tu benevolencia¨
La tela fue inmediatamente muy famosa y muy celebrada por los revolucionarios. Discípulos de David hicieron copias y las distribuyeron por toda la república.
Prontamente declinó el terror entre los franceses y los amigos de Marat tuvieron problemas. También sus discípulos, quienes probablemente sólo rendían pleitesía a su maestro reproduciendo sus obras. David prefirió callar, salvar su vida, postergar su arte. Todas las versiones de La muerte de Marat que no fueron a la basura fueron escondidas.
Con el advenimiento de Napoleón las pinturas volvieron a la luz. Se sancionó a una del montón como la original, la que habría realizado el maestro, aunque sabemos que David sólo quería ya olvidar a Marat y que se acomodaba rápidamente a las nuevas amistades (por ejemplo, pintando cuadros de Napoleón y obligando a sus discípulos a reproducirlos. Con el tiempo también olvidaría con prontitud al corso). En una de las tantas versiones leemos ¨desafortunado¨ (malchanceux) en lugar de ¨desafortunada¨ (malheureux). En otras desaparece el nombre de la asesina y en otras la del asesinado. 
Hoy no sabemos a ciencia cierta cuál es la pintura original de David. Los estudiosos examinan la tela desde muchos enfoques, pero particularmente desde las letras que contiene la lista. Grafólogos de todo el mundo se han esforzado por dilucidar el misterio.
Pero hay otro misterio: si la lista que contiene el nombre de la asesina es obra de Corday o de Marat. En el primer caso, la señora se adicionó a una lista de guillotinados y, efectivamente, fue guillotinada. En el segundo caso, Marat habría incluido en la lista el nombre de su verduga. En cualquiera de los dos casos hay un juego especular entre víctima y victimario. (Y por supuesto, hay una tercera posibilidad, intelectualmente menos estimulante: que la lista la hubiese confeccionado el mismo pintor, según las contingencias de la política.)
Sabemos que Cortázar frecuentó la versión de la obra que está en una pared de Versalles. También sabemos que esa versión es una entre tantas y que Cortázar lo sabía. Entendemos que Cortázar se pudo inspirar en las versiones de La muerte de Marat para escribir más de una versión de su cuento. Y arriesgamos que, por lo tanto, Cortázar bien pudo haber escrito lo que acabamos de contar.






domingo, 27 de marzo de 2016

La ruta del horror

    La anécdota es conocida. Sarmiento llegó en un modernísimo tren a la ciudad de Fraile Muerto, en Córdoba. No le gustó el nombre—aseguraba que no podría progresar nunca una ciudad nombrada así— y pidió que lo cambiaran por el apellido del primer habitante británico del lugar. Desde entonces la ciudad llama Bell Ville, o sea, la villa del señor Bell.
El nombre de un pueblo habla en un triple sentido: el primero es el sentido naturalizado, por el cual ya nadie se plantea cómo es posible que—por ejemplo—Buenos Aires se llame así. Sólo quedamos desconcertados cuando se traduce a otro idioma y un gringo nos interroga y reparamos en que es cosa rara y nada obvia la nomenclatura de nuestra ciudad capital. Para responder a ello, es necesario apelar al segundo sentido, el sentido culto. Más allá de la raíz religiosa del nombre, es necesario saber que el motor que traía a los españoles era el viento en las velas, los aires, que a veces eran buenos y a veces no tan buenos. El tercer sentido es el que más me interesa: el sentido estético, el que quiso cambiar Sarmiento rebautizando aquel pueblo. Es, por supuesto, algo meramente subjetivo. Un ejemplo que abusa de la literalidad puede ser la ciudad  mexicana de Hermosillo. (Aunque su nombre se lo debe al apellido de un general bastante fulero).
Estaba en la estación de ómnibus de Retiro cuando anunciaron un servicio a Pampa de los guanacos, Santiago del Estero. Sabía que esta ciudad se encontraba a mitad de camino entre Resistencia y Salta, por la ruta 16. Me dije, ¨la puta,  debió de crecer mucho ese rancherío desde que estuve por allá hará unos 20 años¨. Efectivamente, duplicó su población, cosa que justifica que esa empresa, que antaño no iba más allá de Presidencia Roque Sáenz Peña, hoy se arriesgue hasta ese paraje que yo creía inhóspito y que ya no lo es tanto.  
Entonces me puse a recordar la ruta 16, especialmente algunas ciudades memorables que jalonan su recorrido por Chaco y Santiago. Tenemos—agárrese bien— Pampa del Infierno, Río Muerto, la ya señalada Pampa de los Guanacos, Los Tigres, Monte Quemado y El Pozo. Lo más llamativo es que todas estas nomenclaturas verdaderamente demoníacas están enmarcadas por dos ciudades religiosas: Concepción del Bermejo y Nuestra señora de Talavera. Además, estas tierras están regadas por el Canal de Dios.
Si uno se fijara solamente en los nombres se trataría de un viaje de ida y vuelta al infierno. Pero igualmente da si atendemos a las temperaturas, que pasan holgadamente los 50 grados, o a la falta endémica de agua, o a la pobreza estructural de todos estos pueblos.

¿Qué hacer? ¿La Gran Sarmiento? Pensándolo bien, no me parece una buena idea. Lo que singulariza a estas poblaciones es precisamente su nomenclatura excéntrica, inolvidable.  Además, de cambiarlos, se corre el riesgo de que las bauticen con el apellido de un general, de una virgen o de un presidente, que siempre tienen sabor a nada.  No siempre vamos a contar con la originalidad de Sarmiento que, en el sur de Córdoba bautizó algunas ciudades con el nombre de sus amigos personales: Laboulaye, Vicuña Mackenna y General Levalle (los dos primeros políticos e intelectuales extranjeros de fuste).

viernes, 25 de marzo de 2016

WASP


Uno no siempre tiene la cabeza donde tiene que estar. Einstein desentrañaba  los secretos del universo mientras realizaba trabajos burocráticos.  Asimov no sabía nunca donde se encontraba—por ejemplo en el cumpleaños de su hija—porque estaba pensando un nuevo argumento. Carlos Rey, poeta y amigo, piensa sus versos mientras pasea por las góndolas de las mayonesas.
También es cierto que muchas veces asociamos libremente y que, como saben los psicólogos, la asociación libre nunca es tan libre pues está condicionada por múltiples factores, como las mayonesas o los cumpleaños. Entonces podemos estar pensando un poema gauchesco cuando vemos en la góndola la Taragüi.
Estaba con un amigo viendo pasar a las Madres de Plaza de Mayo, que desfilaban ante miles de personas en una nueva conmemoración del golpe del 76. Le digo: ¨Estaba pensando en WASP...¨. Me miró, pero me agregó con la mirada que no entendía por qué yo querría interrumpir el solemne momento con eso.
WASP es una banda fundada a comienzo de los 80, muy exitosa hace 30 años. Su cerebro—de alguna manera hay que decirlo—era y es Steven Duren, un tipo con cara de gato y de aspecto desagradable con una inclinación muy marcada a lo macabro. Steven tuvo una idea genial antes de fundar la banda, tal vez entre papeles burocráticos. Como fanático de KISS se dedicó a armar su figura escénica  como una fusión entre el aspecto y la actitud nabo-gótica de Gene Simmons y los movimientos gay-dancer de Paul Stanley.  Sin embargo, a Steven nadie lo conoce por su nombre real, lo conocen  por su seudónimo, Blackie Lawless, que se puede traducir como ¨Negro sin Ley¨. Esto no sería nada raro sino fuera porque W.A.S.P. es el  acrónimo inglés para «Blanco, Anglo-Sajón y Protestante» (White, Anglo-Saxon and Protestant). Y el mismo Blackie es muy blanco.
Todo en WASP parece calculado, hasta las contradicciones. Sin embargo, sus letras siempre atacaron aspectos que no tienen nada que ver con el color de la piel. Ellos estaban preocupados por exteriorizar su misoginia, su odio por las mujeres.
Las bandas piensan en su público y WASP se orientaba al sector de pibes de 12 a 16 años, preadolescentes. Cuando yo era pibe los amaba. Era re heavy re jodido y me deleitaba con la música de WASP. Pero especialmente con sus recitales, que leía (sic) en la revista Metal o veía en la casa de algún amigo con poder adquisitivo como para tener un videoreproductor. Invariablemente en algún momento del concierto—y perdónenme la expresión—Blackie atacaba su parte actoral. Desvestía a una mina encadenada o atada a un potro o crucificada y, ante el pedido desaforado de sus fans, le cortaba el cogote con una cimitarra o le encajaba un hachazo en el medio del pecho. Luego se disponía a chupar la sangre que brotaba.
Claro, si KISS tuvo problemas por pisar pollitos, imaginen la suerte  que tuvieron los WASP. Tuvieron que dejar de realizar actuaciones de ese tipo y se dedicaron solo a componer—(?)—, y perdieron toda su audiencia.
Cuando fui creciendo empecé a advertir cosas raras. En el público heavy nunca hubo minas. Éramos re machos y tachábamos de ¨putos¨ a los amantes de, por ejemplo, Soda, banda que nosotros también escuchábamos, pero a escondidas. Y nos daba bronca porque entre ellos había mucho más levante que entre nosotros, que andábamos casi todos sin novia. Entonces caí en la cuenta: Esa mina que Blackie torturaba era la única del estadio…
¨Te das cuenta, le dije a mi amigo, era una especie de resentimiento de mal cogidos, porque esa mina era única,  no había otra. La veíamos a la distancia y creíamos que, de alguna manera, nos apropiábamos de ella al ver como la torturaban.¨ ¨Si—me  respondió—  ella era la única mina del estadio, y vos sos el único boludo en toda la plaza que está pensando en WASP.¨

Sin Chori y sin Coca

Me gustan las multitudes. Son mi droga. Me sumerjo en  Dionisos, pierdo mi identidad, me identifico con los otros.  Fui hincha de Boca, de River, de Racing, del Rojo, de Quilmes, de Budweiser, del bombo y de la cacerola. Recupero mi identidad cuando me saco la gente de encima. Nunca me casé con nadie. O tal vez me casé con todos.
Tengo vergüenza de haber estado en alguna manifestación, como en una de gerontes del partido Comunista que no bajaban de los 70 años. Pero vergüenza y miedo solamente en la de Blumberg, en la que caí de casualidad. (¡Oh, sí; yo hacía cualquier cosa por ella!). No me asustó el ruido sino el silencio, las velas, el perfume, el odio y la ceguera. Y no me arrepiento de haber estado en las mejores.
Las mejores son las que resultan un muestreo de toda la sociedad o donde se dirimen cosas importantes, como en el traslado del cadáver de Perón a San Vicente o el traslado del cadáver de Fernando de la Rúa en helicóptero. Son esas en que uno siente que está pasando algo, no esas que vemos cuán unidos estamos. Recuerdo una de apoyo a la democracia en mi tierna infancia. Estábamos todos para lo mismo, pero todo el mundo a las trompadas. Dicho rápidamente: sin hinchada visitante no hay partido.
Ayer  fue una reedición de lo que pasó el 9 de diciembre, cuando se despidió Cristina. Es verdad que la movida de este 24 de marzo excedió al ámbito K, pero en lo esencial fue más de lo mismo. No hubo negrada, no hubo chori ni coca. Éramos todos de clase media. (Y la misma memoria pareció ser cosa de clase media).  La composición social de los manifestantes se asemejaba peligrosamente a las marchas gorilas de la época K. Probablemente la única diferencia sea que no había mucho chetaje y que las formas de manifestar eran más copadas que las formas de la derecha. Acá se pisaba el pasto y volaban los papelitos. Pero… ¿dónde estaban los negros?
En la plaza había mucho corazón, muchos ideales, mucho ¨donde dejo el auto¨, pero nada de la Argentina profunda. La ecuación es sencilla. Sin gobierno no hay plata, sin plata no hay aparato, sin aparato no hay bondis, sin bondis no hay negros, sin negros no hay chori.
Yo extraño esas manifestaciones donde los camioneros y los de la UOCRA se trenzaban a las trompadas mientras los estudiantes y la clase media no dejaban de bailar. Aquello era un guiso carrero del mejor, un carnaval para todos y todas. Si el kirchnerismo piensa en volver tiene que saber que sin negrada no hay retorno posible.  (Claro, Macri nunca tuvo negrada y llegó igual. Pero las armas de la derecha son otras. O sino recuerden al FREPASO, que intentó ser políticamente correcto prescindiendo del aparato). Traigan negros. Sin chori y sin coca no hay futuro.

jueves, 17 de marzo de 2016

El Ultimo rey de Escocia

          
El título que adorna esta entrada corresponde a un film del año 2006, cuyo director y guionista poco importan, pero cuyo protagonista principal, Forest Whitaker,  realiza una caracterización genial del dictador ugandés Idi Amin. (¿Qué carajos tiene que ver Escocia con este país africano? Bueno, es una anécdota de la película que no merece el derroche de dos líneas de tinta).

            Lo interesante de la película es constatar como en ella se pueden ver ciertas características endémicas del Estado africano subsahariano, eso que en otros tiempo se llamó, con mayor acierto, el África negra.  A continuación enumero y ejemplifico los vicios de los gobiernos de la región. (Y si no ha visto la película cancele la lectura inmediatamente porque no tiene sentido seguir adelante).

Estado bifurcado: En el film hay varias citas que remiten al estado bifurcado: cuando Idi Amin se presenta, el pueblo lo ovaciona con bailes rituales y portando armas tradicionales, mientras el ejército que lo custodia lo hace con armas modernas. Por otra parte, los médicos curan sólo superficialmente a falta de insumos. Entonces no resulta raro que escuchemos que la gente prefiere acudir al brujo. Además, el mismo jefe de estado dice tener visiones de su propia muerte en sueños, con fecha incluida. Esta simbiosis entre el mandatario y su pueblo nos remite a la…

Personificación o materialización de un pueblo en su gobernante: La voluntad del mandatario se presenta como la voluntad de un pueblo. Él y su pueblo son lo mismo. El pueblo reivindica como propio a todo aquel que se muestre duro, inflexible, como dice el inglés. Mostrarse débil es un tema tabú. Es por eso que el mandatario se siente humillado cuando el doctor escocés lo ve débil. Es por eso que el pueblo ugandés abandona al líder cuando ya no tiene poder de mando. También en esta línea está la imposibilidad de decir NO. No solo el gobernante no soporta que le lleven la contra, sino que dice que no era su voluntad asumir el poder sino que el pueblo se lo pidió y él no pudo negarse. Quizás el corolario más esclarecedor de esta simbiosis sea el hecho ostensible de que a este gobernante  nunca recibió amor, como su pueblo, razón por la cual se apasiona por el joven médico, que es el único que siente que le brinda afecto. Y, por si faltaba algo: Amin es de origen muy humilde, como él mismo comenta, y por lo tanto es una acabada expresión de sus propios gobernados.
Cleptocracia; En la ostentación, que en África es endémica como muchas enfermedades, se ve muy clara en la cleptocracia. Todo el fasto está puesto al servicio de la clase dirigente. Como que da envidia…
Nepotismo y dedocracia: El nepotismo está aludido en el hecho de que el médico es considerado explícitamente como un hijo por Amin. Por otra parte, está muy subrayado el empleo de la dedocracia, palabra que existe, al punto de que mi computadora la acepta.
Negligencia: Esta muy clara. Las más altas obligaciones de estado son delegadas en un médico extranjero.
Estado fallido: como forma de evitarlo, quien tiene eventualmente el monopolio de la fuerza intenta homogeneizar la población, en este caso expulsando a los hindúes (perjudicando grandemente la economía) o practicando una limpieza étnica eliminando otras tribus.

Otros aspectos del film
El doctor escoses desconoce el valor del ganado entre esas gentes, que “Viajan como animales”
Se habla de la “Armada de Uganda”, no es un chiste. El gran lago Victoria es geopolíticamente muy importante y da a muchos países vecinos.
La diferencias de moralidad: La mujer británica está muy preocupada por no sucumbir al adulterio, pero ¡Amin tiene 3 esposas!
Kampala, donde reside la clase política, presenta un aspecto muy vanguardista, muy opuesto al resto del país.
Amin, en privado, confiesa que lo pusieron los ingleses. Los nombres de sus propios hijos de hecho son muy británicos.
Uganda ciertamente puede ser considerada “cuna de la humanidad”, pero se hace uso de ese dato como demostración de hasta dónde puede llegar la manipulación histórico-geográfica.

Lo que más desearía es chequear cual ha sido la recepción de la película en el África negra, porque sospecho que en algún país se habrá estrenado. Cómo la interpretan o qué tienen para decir. Lo mismo que seguramente pasó por la cabeza de más de un inquieto cinéfilo yanki cuando por acá (no) se estrenó Evita, interpretada por Madonna. A mi me da vergüenza ajena recordarlo. Y eso que soy argentino. 

domingo, 28 de febrero de 2016

Bendito seas querido Papa


Macri fue a ver al Papa. El sumo pontífice no tuvo mucha onda con el presidente y su esposa, que fue ataviada con algo que recordaba al luto de Cristina. Según El país de Madrid, Bergoglio  se cansó de que lo usaran políticamente en Argentina y se puso serio. No querría ser víctima de la manipulación política de Macri como antes lo fue de Cristina. La Nación fue más inteligente en su intento de  descalificarlo y recuerda que cuando era arzobispo de Buenos Aires  el ahora Papa se quejó a Macri porque el Pro no hizo más para impedir sanciones progresistas, como la ley de matrimonio igualitario.
Todo cambió  cuando llegó a Papa. La política es el arte de lo posible. En la medida de sus posibilidades siempre se mostró copado con los gays. Incluso un sacerdote del Vaticano confesó ser puto ante las cámaras, y se sabe que esa movida no podría haber sido difundida tan rápidamente sin la venia papal.
La gente más mediocre y los oportunistas creen que las personas cambian espontáneamente. Te dicen: ¨Juan está cambiado¨,  pero no reparan en que, simplemente, no lo conocían lo suficiente a Juan, y que ahora acaso lo conozcan un poco más. Juan no cambió, tal vez lo que cambiaron fueron las circunstancias.
Hacer política es disfrazarse.  Nadie llega a lo más alto si no se disfraza (y cambia de disfraz) un poco. Hitler tuvo que disfrazarse;  Gandhi tuvo que disfrazarse. Tal vez Nestor tuvo que disfrazarse.

Yo no creo en dios y no soy puto, pero creo en las personas.  Bergoglio es el hombre más inteligente de este planeta.  Arriba de Bergoglio  no hay nadie. Sólo dios (al menos hipotéticamente). Ahora puede ser él mismo, sin necesidad de disfrazarse, en la medida de lo posible.  Bendito seas querido Papa.

Parcialmente nublado (Oda a García Cuerva)

El 23 de marzo de 1976, un día antes del golpe, un avión como el de la foto, un Mirage III, se vino abajo al salir de la VIII brigada aérea, en Moreno. No era el primero ni fue el último en sufrir ese destino, pero la fecha hace ruido.
Los Mirage fueron comprados a Francia en los años 70, atendiendo a su buen desempeño en la guerra de los Siete días. Son unas naves hermosas que yo pude apreciar cuando era un niño y creía en el cielo. Eran como un desfile de palomas verdes. Parecían invulnerables, pero se caían (o los tiraban, quien sabe).
Llegó la guerra de Malvinas, se fueron al sur. Murieron 10 aviadores, 2 operando un Mirage.  El Capitán Gustavo García Cuerva fue uno de ellos.
Gustavo falleció un día parcialmente nublado, el 1 de mayo de 1982. Los Mirage partían de Río Gallegos y volaban con el tanque de combustible lleno, pero que sólo les aseguraba una capacidad operativa limitada como para ir hasta las islas y volver. Por eso mismo, realizaban mayormente maniobras de distracción y  pocas veces entraban en combate.
Aquel día García Cuerva y su copiloto, el Teniente Primero Perona, hicieron contacto visual con un Harrier ingles. Tuvieron el bautismo de fuego que siempre soñaron. Respondieron al fuego enemigo. Bailaron en los aires la danza de la muerte. Fueron tocados, pero la nave se resistía a caer. Perona se eyectó, cayendo al Atlántico, siendo recogido poco después por argentinos, desde las islas. Gustavo, responsable de su nave, pensó en salvarla. Volver al continente era imposible: el ballet con el Harrier había consumido el combustible. Sabía que en Puerto Argentino había una pista poco adecuada para un Mirage III, pero se la jugó, decidió arriesgarse, meterse entre las nubes con su avión, buscando las islas recuperadas por las que luchaba y a las que nunca había visto. Los radares dieron con el aparato. García Cuerva pudo hacer contacto por radio con sus compatriotas, avisando que se acercaba. Pero los soldados argentinos acababan de advertir, entre las nubes, al Harrier y todo era confusión. Alguien avisó que el que se aproximaba era de los nuestros. Gustavo debió sentir una extraña emoción al salir de las nubes y ver las islas. Tal vez se olvidó por un segundo de su drama. Tal vez nunca se dio cuanta de su drama personal. Pensó en los otros, en sus compatriotas. La pista era diminuta. Si no aterrizaba bien su carga de explosivos podía matar a varios en tierra. Si el fuego tocaba las municiones o la nave se prendía fuego al llegar, eso sería un desastre. García Cuerva dejó caer las municiones sobre el Atlántico. Los argentinos vieron esto e instintivamente derribaron al avión y a su ocupante.
La historia oficial dice que decidió largar la carga de explosivos sobre el mar para poder bajar a tierra con mayores probabilidades de éxito. Yo creo que nunca pensó realmente en bajar a tierra. Sabía que su destino estaba en el cielo.


En esta página se habla del destino de los Mirage y el de mi héroe.