domingo, 30 de octubre de 2011

Cervantes y el horizonte de las religiones

Cervantes y el Horizonte de las religiones.


Jaspers postula—Nietzche y el Cristianismo—que el tiempo, entendido como un comienzo y un fin, es un invento de La Biblia.* Ante las apabullantes pruebas científicas, dado que el sol las estrellas y el mismo universo han revelado tener un fin, es tentador suponer la injerencia del Cristianismo en la obtención de estos conocimientos; digamos, su gravitación ineludible.
Pero, más interesante que este aporte a la causa común de Occidente, es la sugerencia que nos hace Cervantes. En el capitulo 8 de la segunda parte de su obra mas larga, nos dice lo siguiente, luego de nombrar a famosos personajes que petrificaron su nombre para la eternidad (incluido su “contemporáneo” Hernán Cortes.)[1]

                        Todas estas y otras grandes son, fueron y serán obra de la fama, que los mortales desean como premios y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos merecen, puesto que los cristianos, católicos y andantes caballeros mas habemos de atender a la gloria de los siglos venideros, que es eterna en las regiones eternas, que a la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo se alcanza; la cual fama, por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mesmo mundo, que tiene su fin señalado. Así, O Sancho,  que nuestras obras no han de salir del limite que nos tiene puesto la religión cristiana, que profesamos.

¿Está prefigurando el hambre de gloria y fama como una consecuencia del aura cristiana que nos envuelve? ¿O acaso el Sintoísmo Japonés, país en que no se admite la fama, no es consecuencia de una religión sin hombres y de un Budismo sin dios? En todo caso, Cervantes no está en las antípodas de Jaspers. Es su complemento: el primero postula la repercusión terrena de la religión y el manco su repercusión a nivel espiritual.
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Quizás sean osadías de mi pensamiento. (Yo creo que con estas osadías operaba la mente de Nietzche.) La inteligencia puede formular muchas tesis en el marco de poco tiempo. Profundizar en cualquiera de ellas es una tarea que debilita las otras. Hay quienes trabajan profundamente en demostrar una tesis, y habemos quienes solo hacemos el enriquecedor trabajo de arriesgar en todos los terrenos para que otros profundicen, practicando un permanente ensayo de lo leído. Que ninguna de las muchas tesis arriesgadas sea confirmada es harina de otro costal. El placer que implica la formulación de la tesis bien vale el fracaso.

                                                                                                          Enero de 2010


* Para el particular me remito a mi artículo El Cristianismo como mito.
[1] Conociendo de la fama que tenía Cortés en España, es probable que se trate de un chiste. En este caso es preferible que no lo sea, pues así nos hablaría de un Cervantes visionario. Sabido es que el escritor quedó resentido por no haber podido marchar a América, donde había querido cosechar fama y gloria. Extrañamente, Cervantes habría pretendido ser Cortés, pero no se satisface la reciprocidad. Cuando a Cortés le sugieren escribir sus memorias, este llama al señor López de Gomara, quien consagra su vida—y su fama—a tal tarea. Pero, no siendo poco esto, aparece Bernal Díaz del Castillo, que es más chupamedias que el anterior, y nos cuenta la verdadera historia de Cortés. Sorprendentemente, el último de los de su siglo que dejó escrito su nombre, y solo su nombre, fue Cervantes.

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