domingo, 30 de octubre de 2011

Danza Kafkiana

Danza Kafkiana.

Cuando Dios— o sus Colegas – obliga a bailar a un reo, no quiere que el condenado goce: lo que quiere es humillarlo. Tanto que al reo se le vigilará intensamente para que no intente bailar según su antojo antes del momento de la ejecución del baile según los ritos y costumbres establecidas desde siempre. En todos los países, chicos y grandes, se castiga con el baile en publico a todo aquel que intente bailar en privado. Esta última es una eventualidad que se debe impedir a toda costa. Ha de ser Dios—o alguno de sus Colegas—quien le quite al soberbio las ganas de bailar en privado.
Un ser humano no tiene derecho a bailar con su cuerpo bajo ninguna circunstancia, ya que esta prerrogativa le está reservada a Dios, o a sus representantes, o a todos los infortunados que caen en desgracia por no respetar esta regla. Contrariamente, antes de la Tercera Guerra mundial, entre los ciudadanos libres el baile era una opción que la sociedad aceptaba, y en algunas ocasiones incluso valoraba – al mismo tiempo, era un derecho que se negaba a los esclavos, en la medida que eran considerados imposibilitados de gozar. No obstante, todo baile privado también estaba mal visto. Paradójicamente, toda danza era privada, en tanto no existía lo que hoy consideramos público espectador. A nadie se le hubiera ocurrido mirar bailar a otro sin tomar activamente parte en el baile. Lamentablemente los esclavos, numéricamente superiores, revelaron que también podían gozar. La situación actual es una derivación de aquel mal entendido.
Hoy los esclavos bailan: pero alguien debe poner orden en ese caos: los Colegas.  Por empezar los pies deben seguir un dibujo determinado, las rodillas no deben subir más allá de la cintura, los hombros deben permanecer erguidos, la frente bien alta y los ojos siempre clavados en el piso. Las diferencias sexuales no existen y, por supuesto, siempre se debe bailar solo y a la vista de todos.
Los Colegas son los eruditos y expertos, los maestros y los sabios. Como consecuencia de todo ello, no saben hacer otra cosa que bailar, y siempre de la misma manera. Les es absolutamente imposible abandonarse a otro tipo de baile que no sea el permitido.
Nadie escapa al suplicio de danzar en la arena y de expiar su culpa bajo el tormento de la humillación pública. Esto es así porque el desdichado, en su arrebato de baile en soledad, no puede evitar el canto. De este modo, por muy encerrado que se encuentre dentro de su casa, inundará el aire con sus notas, poniéndose en evidencia.
De más está decir que el canto es obligatorio, siempre y cuando sea en el marco del baile y a la luz del día. Las reglas para la entonación son someras y fáciles de aprender. Se ha sabido de débiles mentales que no dominaban la aritmética, pero que cantaban a la perfección.
Lo que difiere de una persona a otra es la poesía, que debe formar la letra del canto. Esta es tan variada como personas hay. Se le da la absoluta libertad al poeta. La única exigencia es que todos la transiten y que sea, según la capacidad de cada uno, lo más difícil y compleja posible. La poesía de los mejores es  tan difícil que suele ser entendida solo por el autor. Así, la poesía es el único arte que se ejerce—se puede ejercer y se debe ejercer— por fuerza mayor en el ámbito de lo privado.

Si el poeta es muy explícito y obvio se le mutila la boca y se le administra alimento por vía intravenosa. Algunos países abandonaron esto pues han descubierto que en ciertos casos la víctima se beneficia con la delgadez derivada  de esta práctica, lo cual conlleva a que el reo pueda agitarse en el lugar insinuando una danza sin ser percibido. Ante estos hechos han optado por provocar la obesidad del condenado para asegurarse mejor de tenerlo controlado y a la vista de todos.
En otros lados, se acostumbra atar los pies del atrevido para impedirle el baile. Si, a pesar de eso, sigue cantando, se le oprimen las ataduras con mucha fuerza para que cambie su canto por un grito. Si en ese grito resta algún atisbo de poesía, eso a nadie le importa.

                                                                                                          Abril de 2010.

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