domingo, 30 de octubre de 2011

Sobre Mas Platon y menos Prozac, de Lou Marinoff

SOBRE MAS PLATON Y MENOS PROZAC, DE  LOU MARINOFF (Definitivamente Inconcluso.)
(Reflexiones sobre la lectura acelerada.)
                                                                                 
Para Patricia. En atención por su gentileza.

Siempre entendí la filosofía como algo que molesta al hombre medio, a sus prejuicios y sus aspectos más primitivos.
Da la sensación que el autor no repara en el problema de nomenclatura que comporta cualquier disciplina. “Filosofía” y “filosofar” no supone lo mismo en el siglo –IV, en la Edad Media o en la actualidad. (7) En su afán de incurrir en repetidas falacias se encapricha particularmente en una: la falacia  ad autoritas, que consiste en suponer que algo es cierto por el prestigio de quién lo dice: por ejemplo “Sócrates afirmaba que los monos tienen alas”, y aceptarlo sin más. Esta falacia esta agravada a su vez por el prestigio que Lou le confiere a la dimensión del pasado: más de una vez afirma- o deja afirmado implícitamente- que tal o cual cosa es verdadera o digna de atención por la sacrosanta autoridad del pasado. En este sentido puedo asegurar que no se trata de una posición meramente conservadora, sino de una actitud francamente regresiva. (Y en esto hay que hacer una aclaración: Lou parece añorar los tiempos previos al desencanto del mundo, cuando las bases de la filosofía y la religión iban de la mano y se confundían.)
Nuestro amigo sugiere (5) cambiar las creencias y pensar por uno mismo para resolver los propios problemas, con el auxilio de un profesional o la lectura de su libro. Por supuesto esto último sería como alimentarse con la lectura de un menú, y lo primero está orientado a satisfacer con empleo al cada vez más desempleado gremio de los filósofos. Vamos por parte.
No es, según el autor, que la sociedad se haya divorciado de la filosofía, sino más bien a la inversa: es la filosofía la que se ha divorciado de la sociedad. Agrega que los tiempos actuales obligan a una disciplina eminentemente práctica y –dios me libre- decididamente expeditiva. Este mercadeo acelerado que propone Lou es uno de los más grandes errores del libro, y a su vez uno de sus mayores aciertos. ¿Por qué? Lou sabe perfectamente cual es el potencial lector de su libro. Sabe perfectamente que en su mayoría se trata de quienes fracasaron con las soluciones ofrecidas por la New Age y los textos de autoayuda. Gente con una ansiedad de cambio que no espera. También sabe que tiene que recurrir a las mismas armas, principalmente a la inmediatés, al encantamiento de la serpiente que expira con la última nota (o renglón). Nos quiere convencer que la transformación vendrá en la última línea. Es como el grito de gol que despierta la obtención de un  campeonato, algo efímero por naturaleza. No soy tan soberbio como para negar los cambios. Pero esos cambios nunca vienen, sino que sobrevienen, porque precisamente en esa excepcionalidad está el cambio.
En otro orden de cosas: los filósofos, amén de los nuevísimos profesionales del asesoramiento político o empresarial, se han quedado al costado del camino de la vida. Esto de por sí basta para una larga reflexión, que el autor corona con la rapidez de un Reutemann (en la pista, no en la política, claro.) En realidad no es, como nos quiere vender Lou, que los filósofos vayan a salvar a la sociedad: es al revés. La lectura atenta revela una cosa: Explícitamente nuestro autor declara que la filosofía salvará a la sociedad. Pero más o menos implícitamente pregona el aggiornamiento de la filosofía para salvarla. (Ambas cosas están matizadas, pero el sentido general es, creo, este.) En fin: otro potencial lector- y Marinoff lo sabe- es el filósofo relegado de la sociedad, a la espera de nuevas fuentes de trabajo. (Generosa fuente de trabajo si reparamos en la clientela que solicita el autor: absolutamente todo el genero humano. Porque pensar con “claridad y agudeza” está al alcance de cualquiera (6,))
Cuando el autor habla de Sócrates parece olvidar algo sabido: Sócrates era sumamente elitista. Hablaba con cualquiera, es cierto. Pero no mantenía un diálogo extenso sino con unos pocos. El ateniense veía almas bellas y no tan bellas. A su vez, el relativismo extremo de los sofistas era hijo de la democracia y padre del odio profundo que le depararon los filósofos sin casi excepciones.
Por supuesto, toda argumentación en este libro tiene un giro copernicano. De esta manera, Lou es lo suficientemente versátil, inteligente y caradura como para afirmar una cosa y ponerla en entredicho cincuenta páginas después. Lo que tiene de inteligente esta desconcertante conducta es, paradójicamente, lo que tiene de mejor: Marinoff lleva a su propio redil lo dicho por los prestigiosos pensadores del pasado, y lo hace de un modo selectivo, atendiendo a sus propios intereses. Así, crea su propio sistema, que le permite usar su filosofía de manera utilitaria.
Pero el autor quiere quedar bien con todos. No ofender a nadie. Y eso no es filosofía Zen: es oportunismo. El libro está abierto a todos, como reza el consultista. Sin embargo, con esa apertura no puede impedir caer en un error: reforzar los prejuicios de la gente. En esta línea, se ve obligado a hablar bien del idealismo como del materialismo, porque encuentra una razón valedera en ambos. Esto no estaría mal, si no se empeñara en justificar todos los “ismos”, con la sola salvedad del machismo y del nazismo porque se descalifican solos. En una serie de incongruencias llega a afirmar que la iglesia hoy está a tono con la filosofía (55), descalifica a Rousseau por su falta de sistema y su supuesta inocencia, sin reparar en que en eso estaba su romanticismo, y lo termina por descalificar porque era una mala persona, cayendo en una obvia falacia ad hominem(61). Por supuesto que también rescata- como de cualquiera- lo valioso de su pensamiento. Increíblemente toma partido por Hobbes y no cuestiona la obvia implicancia a largo plazo en la propedéutica que hizo posible el totalitarismo nazi-facho-comunista.[1]

En fin: no entiendo como el autor incurre en falacias casi infantiles. Se nota que es un gran calculador (manipulador)  que busca la empatía con sus clientes, rebajando la filosofía al nivel de una oruga e intentando lucrar con la persuasión.
Me parece que con un par de ejemplos es mejor:
No entiendo como puede recurrir a Hegel para explicar que todo lo anterior queda de alguna manera subsumido en el presente y en el futuro (61). Es más fácil explicarlo con cajas chinas: pero ¡claro! El cliente de Lou es un tipo que ya va predispuesto a escuchar alguna rebuznada sobre Hegel o sobre Marx, pero no sobre una mamushka, que para el caso es lo mismo. Tampoco entiendo como recurre a Bergson para aconsejar sobre los males de la uniformidad mundial (globalización.). Para eso que aconseje el disfrute de alguna película como hay tantas. (¿Por qué se empeña en recomendar libros en vez de películas? ¿Será porque el cliente tiene el prejuicio?)

Es conocido el dicho que dice que el árbol no nos deja ver el bosque. También está aquel de Tolstoi que afirma que hay quien cruza el bosque y no ve la leña para el fuego.  Y por último esta la mía: parafraseando al ruso mi adagio dice que hay quien cruza el bosque y sólo ve la leña. Yo creo que Lou está entre estos últimos. Él vió toda la leña, encendió (e incendió) todos los fuegos. Pero no pudo volar. Me parece que el texto carece de eso: de filosofía.

Reconozco, no obstante, que Marinoff es un tipo original e inspirado: yo creo que nos perdimos un gran novelista o un gran dramaturgo.

                                                                                  GRACIAS

Nota: No revisé el texto. Puede tener varios errores. Pero creo que en eso va su frescura.
Sólo leí la primera parte del texto. Va entre paréntesis la hoja referida en algún comentario.


[1] Una aclaración: acá, como en otros pasajes, mis inclinaciones van en el mismo sentido que las de Lou.  Simplemente no me satisface como sistematiza a estos pensadores. Por ejemplo, si de parcialidades del pensamiento de alguien se trata, podemos afirmar que Joseph Goebbels o su tocayo (Stalin) tenían sobrada razón en más de un aspecto. Yo que Marinoff no dejaría de incluir a estos tipos, aunque más no sea por afán de coherencia con su propio sistema.

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