lunes, 31 de octubre de 2011

El cristianismo como mito

El cristianismo como mito.

...Claude Lévi-Strauss en  el Cáp. 9 intitulado  “Historia y dialéctica” del renombrado libro El pensamiento salvaje, mantiene una polémica --donde no voy a entrar por falta de méritos propios-- con el Sartre de la Crítica de la razón dialéctica. En el curso de la misma Claude dice que la historia no puede ser contemplada como si fuera un mecanismo dialéctico. Cuando esto sucede se está tomando a la historia como si de  un mito se tratase, en tanto es, como dice mi abuela, creer o reventar. Y como esto es harto frecuente podemos afirmar que, paradójicamente, la historia se erige en nuestras conciencias como faro y norte de nuestras vidas. (Pensemos, por ejemplo, en la necesidad de forjar héroes en el pasado de todos los países con la deliberada intención de crear mentalidades colectivas para el porvenir.) La historia es, debería ser, una herramienta de conocimiento. Un martillo con el cual se moldear el hierro, no es el hierro mismo. El escritor que afirma algo sobre las voliciones o el apetito espiritual de los pueblos Godos está haciendo literatura, y hasta puede ser que de la buena, pero ni siquiera se puede decir que esté interpretando, cuando a uno le resulta harto difícil interpretar el presente. OK, el pasado deja cicatrices en el presente, pero esas cicatrices están alojadas sobre un cuerpo que es infinitamente más rico. El pasado es un accidente del presente, no es su sustancia. Cuando apelamos a la historia de esta última manera, apelamos a un mito.
Esta es una reelaboración bastante libre del capítulo en cuestión. Como esas páginas son imperdibles, transcribo algunos fragmentos a continuación.

Él [Sartre] invoca el criterio de la conciencia histórica para distinguir a los primitivos de los “civilizados” pero que, a la inversa de lo que pretende, él mismo es ahistórico; no nos ofrece una imagen concreta de la historia, sino un esquema abstracto de los hombres haciendo una historia tal como puede manifestarse en su devenir en forma de una totalidad sincrónica. Por lo tanto se sitúa frente a la historia de la misma manera que los primitivos frente al eterno pasado; en el sistema de Sartre, la historia desempeña, muy precisamente, el papel de un mito.115

A juicio de muchos filósofos e historiadores la dimensión temporal disfruta de un prestigio especial, como si la diacronía fundase un tipo de inteligibilidad, no sólo superior al que apunta la sincronía, sino sobre todo de índole más específicamente humano.

Como nosotros mismos creemos aprehender nuestro devenir personal como un cambio continuo, nos parece que el conocimiento histórico coincide con la evidencia del sentido interno.

“Una historia total se neutralizaría a sí misma: su producto sería igual a cero”. Sólo hay historias. En efecto, la posibilidad de una historia que contemple todos los aspectos de un tiempo pasado es imposible,  cada rincón del espacio oculta una multitud de individuos, cada uno de los cuales totaliza el devenir histórico de una manera incomparable a los demás. Cada momento del tiempo es inagotablemente rico en incidentes físico y psíquicos,  todos los cuales desempeñan un papel en su totalización.”

Al respecto podemos anotar las sabias palabras de Roland Mousnier, en el estudio que consagra a la revuelta conocida como La Fronda.

“Las razones para revelarse –incluso las indiscutibles—no conducen necesariamente a la revuelta. En cada hombre existen conflictos internos de intereses y sentimientos, y a menudo no sabemos porqué un sentimiento prevalece sobre otro. [...  En la mayoría de los casos el historiador es incapaz de adentrarse, consciente o inconscientemente, en la sicología de los hombres que estudia”*
Pero Lévi- Strauss no reniega de la historia en cuanto tal:

‘Lejos de que la búsqueda de la inteligibilidad termine en ella como en su punto de llegada, es la historia la que sirve de punto de partida para toda búsqueda de la inteligibilidad. Como se dice de algunas carreras, la historia lleva a todo, pero a condición de salir de ella”.

Para serle sincero, lo único que me interesa retener de todo lo anterior es el carácter mítico de la historia. Uno está tentado de radicalizar aún más las conclusiones del francés y afirmar que no solo es un mito occidental cuando se la contempla de forma abstracta o totalizadora, sino que también es un mito occidental en todos sus aspectos. ¿Acaso hay algún colectivo que me lleve hasta el pasado? ¿Acaso los pueblos primitivos, aquellos que carecen de historia, no están más cerca de ese viaje en tanto están convencidos de comunicarse con sus ancestros?
Pero, ¿qué mierda es un mito?. Rescato la siguiente definición de la enciclopedia Salvat: “Una narración verdadera que acontece en los orígenes de los tiempos y que es utilizable como modelo para los comportamientos humanos.” La historia – y cuando hablo de historia me refiero a la noción vulgar de historia—se remite siempre a los orígenes, de la patria, de la inflación, de la corrupción, o de lo que sea, y sirve como modelo de conducta, de lo que se debe o no se debe hacer o pensar. En otras palabras, la historia enseña, y esta muy cerca de los mitos que sostienen los pueblos primitivos. Si ellos ven un origen sincrónico y nosotros vemos una multitud de orígenes esparcidos en una amplia diacronía, eso se debe únicamente a que nosotros concebimos el mito como proceso y ellos no. En cualquiera de los dos casos hay una inclinación humana natural, la de buscar en el pasado una instancia que legitime las practicas actuales.
Ahora, sin duda, cuando hablamos de mito es ineludible el tema religioso. Sabido es que las tribus primitivas revisten sus orígenes con sus creencias. Nada de eso parece pasar entre nuestro proceso histórico y nuestras religiones. Pero, para mi asombro, encontré una respuesta en  Nietzsche y el cristianismo de  Karl Jaspers , en su segunda parte “Nietzsche obedece...”

Amplios sectores de la humanidad, y siglos enteros, vivieron en una sumisión indiscutida al retorno regular de los fenómenos, vivieron sin historia, completamente sometidos al presente como a una especie de eternidad, como si las cosas hubieran sido siempre, o debieran ser, lo que son hoy. ¿De dónde precede, pues, esta otra manera de pensar, tan excitante, que engendra según las situaciones un extraordinario sentimiento de impotencia o, por el contrario, la conciencia de un portentoso poder sobre el curso de los acontecimientos?
Esta concepción es de origen cristiano. Es propio del pensamiento cristiano considerar la historia humana como estrictamente única, con los sucesos decisivos que comporta: Génesis, pecado original, aparición del hijo  de Dios, fin del mundo, Juicio Final. Cristo conoce su totalidad: la historia empírica no es para él una sucesión de hechos fortuitos o de simples cambios; está impregnada de la unidad de la historia sobrenatural. De ahí extrae la historia empírica su significación profunda; en ella se juega también, en todo tiempo, la salvación de cada alma individual.
La filosofía de la historia, ese conocimiento total de índole profana, nació de una representación cristiana de esa índole, aunque ha sido profundamente transformada.116

Me agradaría transcribir aún más de este apasionante libro, pero no sería pertinente. La conclusión a la que arribo de la articulación del pensamiento de estos dos grandes pensadores es, en síntesis: La historia es el mito occidental y, como tal, reviste el carácter y el origen religioso que le es propio. Consecuentemente, el carácter progresivo de la historia tiene su origen el cristianismo, que no es otra cosa que el aspecto religioso del mismo mito.




115 El subrayado es mío. Un par de cosas sobre este párrafo. Para ser consecuente, Claude debería haber agregado comillas a primitivos, así como lo hace en civilizados. Sincrónico y diacrónico son palabras capitales en el estructuralismo y fueron acuñadas por Seaussure; la primera significa al mismo tiempo y la segunda a través del tiempo. ¡Ah!, y el tiempo ha vuelto anacrónicas ambas palabras.
* En Revoluciones y rebeliones en la Europa moderna; editorial Alianza.
116 Yo diría más bien “reinterpretadas” que “transformadas”, atendiendo  a la interpretación bíblica que pregonaron y pregonan los protestantes.

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