domingo, 30 de octubre de 2011

Lágrimas en Rosario (Cuento)

Lágrimas en Rosario.

Rosario se había regado en lágrimas hasta los tobillos. Tan emocionada estaba. Esa música era celestial, llena de sutiles matices, envidiable para una violinista como ella. La experiencia no podía repetirse más que una vez al año con ese tipo de obras sublimes. Deseó que el tiempo pasara rápido para así poder olvidar al menos algo de la pieza y así renovar esa emoción incomparable.
La obra que Rosario envidiaba no era humana. Desde los últimos años del siglo XXI se había hecho cosa común que las máquinas compitieran con los humanos en la composición, y con muy buenos resultados. La tendencia era irreversible: en una o dos décadas los hombres estarían condenados a disfrutar aquello que las máquinas les ofrecieran.
La gente estaba dividida entre quienes amaban la música y quienes amaban a los hombres, inútilmente. Como Julio. Julio era de esos que colgaban cuadros de Beethoven, Malher o Bruckner. Le rendía pleitesía a esas imágenes tanto como a la música. Para julio sería inconcebible colgar un cuadro con una caja cuadrada y diminuta en su centro; aunque esa caja estuviera llena de luces en todos los sentidos. Y eso que Julio ignoraba—quería ignorar—el hecho sabido de que esos artísticos retratos de sus ídolos eran realizados por Robots.
No es que a Rosario no le doliera esto. Le dolía y mucho. Pero su amor por el arte todo lo podía. Secó sus lágrimas de emoción y pasó a la lectura de “El humanismo contemporáneo”, obra recientemente escrita por una máquina de nombre XX2121Y, diseñada por quince señores, la mitad de ellos muertos hace tiempo.
                                                          
                                                                                              Enero 2010

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