lunes, 31 de octubre de 2011

Godines, y el problema de los universales.

Godines, y el problema de los universales.
                                                                         Curioso que la gente crea que tender una cama es exactamente lo mismo que tender una cama”
                                                                                              Las armas secretas, Julio Cortazar.   

            La filosofía quizás consista en sorprenderse de las cosas más habituales de nuestra vida, y en este sentido quizás no sea soberbia, sino una de las labores humanas más modestas. Cuando un filósofo se para frente a una mesa piensa en cuales son los atributos que convierten a ese mueble en una mesa. ¿La madera?. No, las hay hasta de plástico. ¿Las cuatro patas? No, las sillas también tienen cuatro patas. (Además, si le mutila esas cuatro patas, aun continuaría siendo una mesa, una mesa hecha mierda, pero una mesa al fin.) Entonces piensa en cual es el límite de la existencia de esa mesa. Todo esto es absurdo y altamente asombroso,  como manda la filosofía, pero este tipo ya está llegando tarde al trabajo, y probablemente trabaje en un aserradero. No le importa, se detiene y piensa, porque hasta una mesa da para mucha tinta.  Si pudiese destruir todas las mesas del mundo el concepto de mesa aún seguiría existiendo. Pero como eso no es posible, piensa otra cosa. No todas las mesas son iguales. Esa oscura mesa que ahora tiene ante sí no es nada comparada con esa esplendorosa mesa que alguna vez vio en el palacio de Versalles. Por lo tanto, el concepto de mesa es bastante democrático y tiende a confundirlas a todas bajo la palabra “mesa”, lo cual obliga ciertas veces a aclarar de qué mesa se está hablando.
            Lamentablemente, para entendernos entre nosotros, y hable el idioma que usted hable, ninguna palabra designa una cosa particular. La palabra “mesa” no se refiere a una mesa en particular, en todo caso es usted el que se está refiriendo, con esa palabra, a una mesa en particular. En conclusión, no existe algo que podamos denominar La mesa, con mayúscula, al menos en la realidad efectiva. Solo hay mesas, en plural.
            Esto, que parece tan trivial, dio lugar a los más acalorados enfrentamientos filosóficos, enfrentamientos que se remontan a Platón y que tuvieron su expresión más acabada durante la Edad Media. En efecto, durante esa época, las disquisiciones sobre la relación de los nombres con los particulares se confundían con la trinidad  (Si Dios es uno y trino, entonces Jesús es Dios, pero a su vez Jesús no es el Padre ni el Espíritu santo, etc, etc, etc) Más allá de los inconvenientes religiosos que suscitó este problema semántico, las soluciones que se dieron a tal problema fueron principalmente dos, que a su vez eran opuestas; el realismo y el nominalismo.
            El nominalismo, de carácter más avanzado,  pregonaba que sostener la idea de la existencia de una MESA era una necedad. Para ellos no había un universal mesa, o mejor dicho, ese universal moría en el lenguaje. Pero se veían en la necesidad de explicar una palabra, “mesa”, y por lo tanto de explicar un pensamiento que daba cuenta de cualquier mesa. La solución más plausible al respecto fue dada por Pedro Abelardo; un determinado grupo de personas conviene en asignarle la palabra mesa a todas esas cosas parecidas, por lo tanto el lenguaje es convencional y arbitrario. (Dejo a su fantasía las implicancias que esto trae con respecto a la trinidad y las consecuencias que esto le deparó a Pedro Abelardo.)
            El realismo, de carácter más conservador, pregonaba la existencia efectiva real del universal, (que, para no cambiar el ejemplo, vamos a seguir llamando mesa.)  Pero el problema que esto suscitaba era cómo se debía entender ese universal. ¿Habría una existencia separada de esa mesa, que daba cuenta de las otras mesas en un ámbito de realidad superior, al modo platónico? ¿O ese universal estaría sujeto inseparablemente a las cosas que así designan?

            Este problema de los universales, que es esencialmente sencillo como todo gran problema filosófico pero que se complica a medida que uno lo va pensando, puede ser explicado satisfactoriamente por medio de un chiste de Godines.
Godines es un oscuro personaje de Gómez Bolaños__ El chavo del ocho__.  Es necesario aclarar que Gómez Bolaños es el Chavo del ocho porque Godines también es Gómez Bolaños, ya que es el hermano del otro, el brillante. Esta aclaración no sería necesaria si cada persona portara un apellido diferente del resto. Como esto no es así, se llega a situaciones indeseables como confundir a un Gómez Bolaños que es brillante con un Gómez Bolaños que es un menso, que es lo mismo que confundir a la mesa de Versalles con la mesa vulgar.
Si tuvo infancia habrá visto que algunos capítulos de El Chavo se desarrollan en la escuela. A esa escuela concurren los chicos de la vecindad.  Pero hay uno que no es de la vecindad, que se sienta en la última fila y que rara vez abre la boca; Godines. (Siento una especial predilección por este personaje, pues es el único de la tira que, al no ser protagonista, no repite cien veces el mismo chiste, y cuando habla suele ser implacable.)  Como todos los personajes de Gómez Bolaños, Godines está magistralmente caracterizado. Lo suyo es el agregado inusualmente estúpido al tema que se esta tratando en la clase, el comentario insensato o la renuencia para responder a una pregunta que nadie formuló. Lo que nunca se ve en Godines, y que solo vemos en Ñoño, es la respuesta voluntaria a una pregunta del profesor Jirafales dirigida a la clase en su conjunto. Y más infrecuente es que esa pregunta sea respondida correctamente, por eso me pareció tan extraordinario el chiste que sigue.
Jirafales pregunta cuáles son los cinco continentes. Godines levanta la mano. Todos se sorprenden. Mientras se toma el dedo meñique y lo mira, dice, “América”. Después se toma el anular, “Asia”. El mayor, “África’. Y así hasta completar los cinco dedos, que coinciden con los cinco continentes.  Ni los otros alumnos, ni el profesor, ni el televidente lo pueden creer. Jirafales lo felicita e insiste con otra pregunta. ¿Cuáles son los cinco dedos de la mano? Godines pide la palabra. “América, Asia, África, etc.” siempre tomándose un dedo por vez.
De la misma manera que el filósofo se detiene ante la mesa vamos a detenernos ante el chiste de Godines, que de esta manera perderá toda su gracia pero al menos nos enseñará algo. (Puede ser que con la mesa pase lo mismo.) (¿Puede ser que con el filósofo también?)
Godines le asigna un nombre fijo a cada dedo. El meñique es América y siempre va a ser América. Seguramente todos los meñiques del mundo son ‘América’. Y poco importa si es el dedo América o el Continente América. A la pregunta “¿qué es un dedo?” hubiese contestado “un continente”, porque para Godines dedos y continentes son mutuamente intercambiables, son sinónimos.
La raíz de este embrollo se encuentra en el momento en que Godines asimiló ese conocimiento, (o al menos intentó asimilarlo.) Seguramente no tenía un mapa y estudió los nombres de memoria. Para retener esos nombres primero los contó, luego les dio un orden y para terminar los enumeró incansablemente valiéndose de los dedos para fijarlos en la memoria. La memoria le respondió como era de esperar, sin embargo, como hemos visto, algo no anduvo bien. Y es que Godines carecía de un modelo de referencia, como un mapa. (Aunque de haber contado con uno es muy probable que hubiese terminado por pensar que Europa es un lugar que se encuentra ubicado arriba de la hoja.) Como no tenía un modelo, la misma insistencia en contar los continentes le proporcionó uno; los dedos. Se puede decir que Godines llegó a convenir consigo mismo, por obra del mismo uso, que sus dedos eran los continentes.
En este último sentido, Godines demuestra que el lenguaje es convencional y arbitrario, como ya lo demostrara Abelardo, pero, si Godines pudiera manifestarse al respecto nos diría una cosa muy diferente, dado que  ha tenido que valerse de un modelo.
En efecto, Godines, en otro sentido, demuestra la necesidad fatal que tenemos de contar con un modelo. Si ese modelo no existe, lo inventamos, y muy probablemente olvidemos o directamente no sepamos que se trata de un invento. Esta última ignorancia nos llevará a suponer a ese modelo como preexistente y natural, y a esa existencia, en virtud de su misma necesidad, como de mayor realidad que la pluralidad de casos que ella designa. Si Godines fuese interrogado por la causa de que ese dedo se llame América diría que eso siempre fue así pero que él lo desconocía. 
Pero es muy posible que estemos subestimando a Godines. Aunque es probable que él crea que no hay una América sino tantas Américas como dedos meñiques hay en el mundo, también es probable que el menso haya asimilado un conocimiento muy distinto. El problema no es que confunda los dedos con los continentes o viceversa, el problema quizás sea que los que estamos confundidos seamos nosotros. Godines pensó en la existencia de un raro ente llamado Los cinco que aglutina en cuanto género a todo aquello que se cuenta en número de cinco; Los cinco dedos, los cinco continentes, los libros del Pentateuco, las líneas del pentagrama, los Cinco grandes del buen humor o las cinco medallas de la viejita del tango de Gardel y Le Pera. Esta entidad que llamamos Los cinco, y que recuerda extrañamente a los pitagóricos, termina siendo un ultraplatonismo 

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