lunes, 31 de octubre de 2011

DOS POSTURAS FILOSOFICAS

DOS POSTURAS FILOSOFICAS.
Nací ateo, como todo el mundo.”                                        Lars Von Triers.
           
            La carrera de filosofía consiste en la repetición implacable de pensamientos ajenos. Con todo lo útil que esto tiene, no me resigno a esta ortodoxia académica y suelo amalgamar arbitrariamente lo que otros piensan, y llego hasta la distorsión del pensamiento ajeno. Fui censurado repetidas veces por esta actitud  Poseo un espíritu inquieto por naturaleza, casi infantil, y tiendo a escuchar más lo que quiero que lo que me dicen. Modifico esos pensamientos en provecho propio y descubro el filósofo que llevo adentro.
Como esas prácticas académicas no son estimuladas me refugio en este rinconcito tan privado para reflexionar sobre los temas más incómodos que se  pueden tratar A continuación van dos posturas filosóficas que se complementan. Están construidas con lecturas incompletas e imperfectas de los grandes filósofos, (que construyeron muchas veces sus sistemas de igual manera), y poseen ese toque personal que dibuja un retrato bastante  fiel del escritor, más que de sus ideas. Mi intención no es convencerlo de la utilidad de mis pensamientos, sino de la inutilidad de los suyos. El lector instruido podrá saber o adivinar  de que fuentes me alimento aquí o allá, pero deberá reconocer la originalidad, buena o mala, de una filosofía personal.* Me doy por satisfecho si es aceptado el cariz fantástico, el hecho estético, que en fin de cuentas la filosofía no es más que literatura, única manera de no considerarla una perdida de tiempo.
           
Ø Sobre lo útil y lo incierto.

Poseemos cinco sentidos que nos acercan el mundo. El mundo, se sabe, no es lo que percibimos de él, o, para ser más exacto, no es sólo lo que de él percibimos. Nosotros no percibimos los sonidos de baja frecuencia y los perros no ven el color rojo. El mundo del mosquito es radicalmente diferente al nuestro, aunque sólo un mosquito podría ilustrarnos sobre él.  Por lo tanto, ignoramos más de lo que sabemos del mundo, y debemos limitarnos a hablar de nuestro mundo, el mundo de nuestra especie. Pero, ¿conocemos realmente nuestro mundo? Supongamos que la respuesta es NO. Eso implicaría que conocemos o percibimos, aunque sea de manera muy vaga, casi como un fantasma, aquello que se nos escapa.
¿Hay alguna razón para que estemos limitados a nuestro mundo? Primero debemos plantearnos otra  pregunta. ¿Por qué no podemos escuchar los sonidos de baja frecuencia? ¿Por qué no disponemos de 6 o 7 sentidos? A lo cual se responde con la siguiente pregunta ¿para qué queremos escuchar los sonidos de baja frecuencia  o tener un séptimo sentido? Todas esas cosas son inútiles y no nos sirven para nada. La posesión de esas capacidades no haría otra cosa que entorpecer nuestras vidas. Sería como vivir permanentemente sumergido en ácido lisérgico. La naturaleza nos a dado lo que resulta adecuado para lo que somos. Nos dio lo útil, y afirmo que la utilidad es el principio que constituye el mundo, el nuestro. Habrá otros, muy idóneos para que se desarrolle la vida de un perro o de un mosquito. El nuestro es, antes que otra cosa, útil. Pero, insisto, ¿conocemos realmente nuestro mundo?
 El mundo es una colección de objetos que recortamos, principalmente, por medio de conceptos. Estos, que son como todo lo que sigue después de los dos puntos en un diccionario, varían de persona a persona. Para mi cigarrillo es una fuente de placer inagotable que extraño mucho y que quisiera volver a encontrar. Algo que al mismo tiempo me restringe la capacidad física y que me hace recordar al cáncer y a una vieja novia. Por supuesto que mi concepto de cigarrillo no se agota en esta libre asociación, pero es evidente que para otras personas cigarrillo es otra cosa. Y según los diccionarios es “ un rollo de hojas de tabaco que se enciende por un extremo y se chupa o fuma por el otro”, lo cual demuestra que están escritos por inhumanos, perros o mosquitos.110  De todas maneras, es posible encontrar alguna persona que coincida con mi concepto de cigarrillo, pero, como el mundo es algo más que cigarrillos, es imposible que el mundo de otra persona coincida con el mío.
Basta que salga a la puerta de mi casa para que el mundo se presente inmensamente rico. La cantidad de cosas que caen en mi campo visual es enorme. Allí hay de todo. Pero mi cerebro recortará de esa imagen sólo aquello que por costumbre ve, y que es una cantidad increíblemente pobre sobre el total. Advertido del asunto, puedo llegar a descubrir el resto de los objetos, pero siempre recortándolos del resto, un pequeño grupo por vez.  Aunque lo normal, lo espontáneo, lo útil, es recortar aquellos aspectos de la realidad a los cuales estamos acostumbrados o de los cuales conocemos algo. Como Juan, que se compró una moto y descubrió que no solo había gran cantidad de motos en las calles, sino también gran cantidad de modelos. Como Pedro, que reparaba en cada bebé que cruzaba en la vereda a partir del día que supo que iba a ser papá.  Lo que recortamos de ese mundo son aquellas cosas que nos interesa de manera egoísta, por lo tanto, podemos afirmar que el mundo que percibimos somos nosotros mismos. Luego, no existe ese mundo objetivo al que hemos denominado “nuestro mundo”, existen mundos; el mío, el tuyo, el de Juan.
Sin embargo, aunque ya no tenemos un mundo objetivo, continuamos comprobando que nuestro mundo privado continua sosteniéndose en la utilidad.111
Le sugiero que intente observar su entorno. Lo que cae en su campo visual es mucho. Por acá una calculadora, por allá un reloj, una mesa, una hoja, una lapicera, etc, etc. Usted releva esas cosas una por una. Cuando lo hace ya le está añadiendo un concepto, le está añadiendo su forma de ser útil. Esto es para escribir, aquello da la hora y lo otro sirve para hacer cuentas. Si miramos el reloj, por ejemplo, veremos que se puede desintegrar en ulna serie de conceptos que lo constituyen; agujas, números, péndulo, etc. Esa es una estructura conceptual. Si concebimos el reloj en su conjunto, lo hacemos porque presta una utilidad, sirve para algo, al igual que muchos de nosotros.112
Sin embargo, ese reloj, por más que sea una obra humana, no es un reloj, ante todo es un ente. Al igual que la lapicera, la calculadora o cualquier cosa que cae en nuestro campo visual, solo es lo que es en el momento en que no reparamos en él. Caso contrario ya le imprimimos un concepto y restringimos nuestra apertura hacia el mundo. Las cosas son lo que realmente son cuando las ignoramos.
Hay personas que intentan con diferente fortuna abrirse a ese mundo, principalmente los artistas. Yo creo que nunca lo lograrán. Por suerte el patrimonio del arte no tiene techo. Todos los fantasmas que nos rodean le dan un grado de incertidumbre muy alto a la realidad.


>Sobre la causa de la existencia de Dios.                                       

            Los niños no profesan religión alguna. Su mundo es el mundo de todos. Todavía no disciernen los útiles propios de los ajenos, manifestando esa característica en el típico egoísmo infantil. Mamá y papá son útiles, una prolongación de ellos mismos, de la misma manera que lo es un juguete. Por lo tanto no profesan religión alguna, naturalmente.
            El paso del tiempo  los deja solos, angustiados en su mundo adulto,  particular, que ahora se revela amarrete, pobre. Si antes el mundo eran ellos, ahora ellos son el mundo. Se ven obligado a interactuar con otras personas que, aunque semejantes, difieren sustancialmente de él mismo. Se adhieren a una religión, o a ninguna; a un dios, o a ninguno, y encuentran que muchos manifiestan esa adhesión, pero de diferente manera, tantas maneras como personas hay.113
            Así, de la misma manera que hay un mundo para cada uno según la utilidad, también hay un dios para cada uno según la utilidad (o la inutilidad, como en el caso de los ateos y los agnósticos.) Un vecino del barrio puede figurarse a dios con características parecidas a como me lo figuro yo, pero resulta altamente improbable que su representación coincida con la mía, en tanto somos dos mundos distintos. --Al punto tal que, para él, yo soy el vecino del barrio--. Dios no es una necesidad universal sino individual. No nos podemos resignar a la certeza de la fatalidad más grande: yo soy yo. La autoconciencia es la causa más evidente de la existencia de dios, precisamente porque es inexplicable y necesitamos de una instancia superior que la justifique. Voy a ilustrarlo con mi propio pensamiento, que no es más que una experiencia interior e intransferible.
Es obvio que dios existe, pues el hombre lo inventó (la frase no es mía.) Hablamos de él como hablamos de la libertad, de mil maneras. Es una necesidad que, como la de la muerte, le da sentido a la vida; incluso en un sentido inútil. Si tengo que ponerme un rótulo, soy deísta (dios puso el mundo en movimiento y, afortunadamente, lo olvidó.) En su acto de creación le imprimió un tipo de armonía perenne que pone orden en el universo y lo torna bastante previsible. Los hombres estudiamos esta armonía por medio de la ciencia Física. Hay una lógica en el universo, una lógica física, por la cual los milagros quedan abolidos. Quizás el hombre mañana altere esa lógica física, pero sólo dentro de los límites de su propia lógica, que no es otra cosa que la física del hombre.
Sin embargo, mi postura filosófica al respecto,  que solo constituye una explicación de mi “religión” (o de mi mundo) ni yo mismo me la explico. Todas estas posturas pecan de ingenuidad, y revelan por eso mismo nuestros residuos infantiles. Esta es la razón por la que proyectamos a dios como padre de la humanidad. Él, al menos idealmente, tiene que satisfacer nuestros caprichos. Las religiones, que mancomunan a millones en sus filas, sólo reclaman un común anhelo de restituir el mundo infantil, el privado, de reducir a dios a las dimensiones de un padre de familia que en el cerebro del niño solo es un instrumento de ese mundo.  Por lo tanto, la religiosidad esconde el deseo de su propia aniquilación. Si los fieles se ven retribuidos holgadamente por dios relajan su fe, pues sienten que ese mundo se acerca al de su infancia (y puede ser que la felicidad sea la vivencia en el propio espíritu de un mundo de tipo infantil.) ¿Será preciso crecer (dije crecer, no creer) para entender la causa de dios y, sobre todo, de nuestra autoconciencia por la cual fatalmente yo soy yo y vos sos vos? No pudiendo volver a la infancia sólo nos queda seguir creciendo. Quizás con la muerte encontremos a dios, y descubramos en él a otro vecino del barrio.






* Si quiere una ayudita, el primer artículo es malo, y el segundo es bueno.
110 Es alarmante que las enciclopedias dediquen tan poco espacio a las cosas más habituales de nuestra vida, como cigarrillos, sillas, mesas, zapatos, etc, que tienen una historia detrás, una serie de variantes o modelos y unas determinadas formas de uso. ¡Claro, es eso! Son útiles. Son tan útiles que  su misma vulgaridad las ha condenado a no despertar mayor interés entre los humanos. Un buen escrito sobre los conceptos y el relativismo cultural es Mirando un árbol atentamente, en este diario. Allí podrá notar la diferencia conceptual de árbol, baño, comida, naturaleza, etc.
111 Valga la aclaración; el mundo está segregado entre lo útil y lo inútil, de modo que en este texto la palabra útil incluye su negación, ya sea parcial o total, dado que algo puede ser inútil para esto pero no para aquello.
112 Los conceptos__ o sea los prejuicios__ que aplicamos a personas desconocidas cuyo trato no padecemos son, casi invariablemente, falsos. Cuando reparamos en ellos es porque nos empiezan a resultar útiles (para hablar, para lucrar, para seguir, para garchar, o para lo que sea.) Sin embargo, al revés que en el caso de los cochecitos, el concepto que construimos de esa persona continúa siendo falso. En tanto no podemos dar cuenta de la representación que esa persona tiene del mundo. Así, como se verá después,  compartimos un mundo físico que no existe mas que a nivel intelectual, y hay tantos mundos posibles como personas en el mundo hay.
113 Esta diferencia entre los niños y los adultos puede incluirse en Donde los razonamientos nadan como un feto, primera parte, como razón suficiente para el infanticidio, en tanto los niños no son, como pretende la iglesia, inocentes ante dios, sino, como pretende el cineasta danés, ateos por naturaleza. Si se me permite la expresión, la naturaleza predomina en ellos naturalmente. Por otra parte, de alguna manera este escrito es un complemento, más prosaico y menos sintético, de Historia de occidente. (Ambos textos en este diario)

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