domingo, 30 de octubre de 2011

No hay que discriminar (Cuento)

No hay que discriminar.

El perro lo paró. El taxista se detuvo. Ya estaba fuera de su horario pero no podía desperdiciar un viaje. El perro abrió la puerta y subió, correctamente por la puerta de atrás.
__ ¿A dónde?
__ Al aeropuerto.
A Juan siempre le pasaba lo mismo. Por sumar un viaje terminaba desperdiciando un día. El aeropuerto distaba no menos de dos horas. Pero paradójicamente era un negocio redondo.
El perro astutamente abrió el diario para evitar las naderías del piloto, que fatalmente igual llegaron.
__ Hace frió, ¿no?
__ No.
            El chofer insistió.
__ ¿A dónde viaja, don?
__ Al aeropuerto__ musitó el can.
El perro sabía que Juan no era inteligente. La curiosidad es la columna vertebral de la inteligencia, y a este no le llamaba la atención nada, ni siquiera el estar trasladando a un perro como él que, aunque muy educado, no dejaba de ser un perro.
Pasaron unos minutos y el taxista habló otra vez.
__ Sabe una cosa, don. Yo ya me di cuenta que usted es un perro. Pero como soy una persona educada no quería preguntarle… no quería preguntarle… usted sabe… cómo es posible que un perro…
            El perro evitó el tema hablando del clima y todas esas cosas. Y así logró llegar a destino sin resolverle el enigma al conductor. Pagó todo y un poco más también.
            En el aeropuerto le hicieron las preguntas de rigor y le requirieron la documentación en regla. Sin contratiempos pudo embarcar. Nadie le preguntó nada. Sólo una empleada del cheking se animó a una conjetura.
__ ¿Los perros vuelan?
            Pero el interrogante sólo ella podía contestarlo. Tan bajo se había pronunciado, casi en un murmullo. Por respeto.
                                                                                                          Enero 2010

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