Algo mejor que Pablo Neruda
“Hace años, andando con Rafael Alberti entre cascadas, matorrales y bosques, cerca de Osorno, Rafael me hacia observar que cada ramaje se diferenciaba, que las hojas parecían competir en la infinita variedad del estilo.”
La cazadora de raíces; en Para Nacer He Nacido.
Neruda tenía una rara enfermedad no declarada que se podría llamar filochilenismo, estaba enfermo de Chile. No solo en su militancia política y su apego al periodismo. En su escritura hay Chile a lo largo e inclusive (aunque su geografía lo desmienta) a lo ancho. También se dedica a otros países, sin dudas: las notas sobre Argentina son muy profusas, como corresponde a nuestra vecindad, y las observaciones de oriente son envidiables. Pero su alma es de cobre. Es más, sería muy rentable un volumen que acopiara esos escritos sobre su residencia en la tierra chilena. Pero Neruda, que es universal, entre el océano y los Andes, queda impregnado de exotismo para el extranjero y de algo bastante vulgar para sus compatriotas.
Para Nacer He Nacido es un libro póstumo y residual. Hecho de la variedad y de la unidad que nos presenta el planeta a vuelo de astronauta. Se encuentra en él al Pablo espontáneo, hechizado más por su propia vida que por iluminar la palabra que el medio poético exige.
Su mirada umbilical sobre Chile se hace muy notable en La noche de los escultores, donde refiere su encuentro con Henry More, a quien fue a buscar, un poco por cholulo y un poco porque tenía una excusa: proponerle al escultor la consagración de un monumento en Valdivia a Lord Cochrane, que para los chilenos (Neruda incluido) es el libertador del Pacífico, y por lo tanto de medio mundo. El poeta relata la sorpresa que se llevó al comprobar que Lord More no tenía la más pálida idea de quien era su compatriota. Naturalmente, tampoco sabía sobre Valdivia y, si usted lee atentamente La noche de los escultores, sedará cuenta que tampoco sabía quien era el chileno que propuestas le hacía...
En el quinto cuadreno de Para Nacer He Nacido nos encontramos con Robinson Crusoe. El escrito habla de Alexander Selkirk, aquel escocés en quien se inspirara Daniel Defoe para escribir su insigne novela y a quien yo mismo le he dedicado unas líneas no hace mucho. *
Si la Isla Juan Fernández no fuese chilena, a ningún chileno le interesaría tanto el tema de los Robinsones, que es un tema que los trasandinos beben ya desde la escuela primaria, alentándolos quizás en sus inclinaciones marítimas (que los ha llevado a conservar esa perdida Isla de la polinesia) y haciéndolos sentir, yo creo, un poco el culo del culo del mundo. **
Me llamo Crusoe, es el título que corona las líneas de la página 200. Lo leí inmediatamente, atragantándome. Amo a Neruda (y este libro, que describe sus vivencias mundanas, sus interminables charlas itinerantes con luminarias de todas las culturas, sus alcoholes bien diagnosticados y su sincero embriagamiento de naturaleza y de sudor ajeno), me hubiera gustado ser su amigo. Pero Me llamo Crusoe es de lo más flojito de toda su producción, afortunadamente...
Todo el artículo es un recordatorio de quien fue Alexander Selkirk, lo que anotó el capitán Rogers cuando lo encontró, una nota sobre la ubicación de Juan Fernández y algunas palabras obvias sobre la soledad y lo que significa; la costumbre, que asume forma de animal en el hombre—la figura es mía—y el deseo inherente a todos de domesticar la naturaleza. Todo este recordatorio es característico de los periodistas, y es muy probable que nuestro escritor, en carrera política por aquellos años, se haya acostumbrado a ciertos vicios de quien escribe en los matutinos. (Incluso uno de los escritos más pedestres del libro se llama Yo Acuso, e intenta una emulación de Zola.)
En comparación, mi artículo, que puede encontrar en la página 299 bajo el título de Robinson Crusoe, es mejor que este de Pablo Neruda. Algo mejor es.
Octubre de 2oo8
* Ver La isla de Robinson Crusoe, Pág. 299.
** Chile cuenta con la Isla de Pascua, que es el punto más alejado de tierra firme en el mundo (y así y todo no se la robaron.) Además en la terminal aérea por excelencia en todo el mundo. En otras palabras: ni siquiera el paso del tiempo ha sacado a Chile de su marginalidad. Es interesante como Pablo presenta el Océano pacífico como parte constituyente de la conciencia chilena, casi como propiedad territorial, al extremo de apuntar el dolor interior que representa aún para su pueblo las bombas atómicas que lo castigaron, refiriéndose a detonaciones francesas acaecidas a miles de kilómetros de distancia, dando un tercio de vuelta al mundo. Es interesante vincular el afán expansionista chileno con la representación que tienen de ese océano. (Ver La esmeralda en Leningrado: en Para Nacer He Nacido.)
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