viernes, 4 de noviembre de 2011

El culo entra en erupción

El culo entra en erupción (incompleto.)

           
Nota: El siguiente esbozo de cuento quedara, creo, definitivamente en un esbozo. Hace unos anos, abandone esta escritura para consagrarme a lo que terminaría por ser Los Ineptos. Se deja ver en este cuento inconcluso muchas de las cosas que luego he incorporado a mi obra mayor. Las oraciones subrayadas eran guías para completar las ideas que nunca fueron escritas en esos lugares.

Para algunos, la vida es una mierda. Una letrina que espera que alguien tire de la cadena para desaparecer para siempre. Una pútrida colección de maltratos, violaciones y humillaciones de todo tipo a las cuales el individuo no se puede sobreponer mas que con la muerte o la venganza estéril que sólo engendra horrores.
            Entre las personas que pasaron por esa repugnante experiencia de vida tenemos que contar a  René.         Había nacido contrahecho, casi un monstruo, producto de una malformación de la matriz materna. Era horrible, aterrador, inenarrable como toda exageración de la naturaleza. No queriendo enemistarme con ella, dejo a la libre imaginación del lector la fisonomía de semejante prodigio, que en fin de cuentas la fealdad es subjetiva, pero no la de René, que era, digamos, de otra naturaleza.
Pero René era también otras cosas.  era simple, cándido. Tenía un corazón libre y dulce.
René era honesto en cuanto a su figura. Se consideraba una mona y no quería vestirse de ceda. En épocas donde la gente acostumbra elevar un aplauso a las apariencias antes que a las realidades, esa honestidad  hacía de René un hombre virtuoso. Se cuenta que cierta vez caminaba por el hermoso jardín japonés cuando, extasiada, una bella mujer se paró frente a él, y casi involuntariamente exclamó, “¡qué sinceridad!”. Y es que René era simple, honesto, y sincero. (Lo habían bautizado El culo.)
            René tenía su grupo de amigos. No era muy numeroso, pero era lo que había podido cultivar en su infancia. Marcos era uno de ellos. Vecino de René, destacaba por su medianía. Su vulgaridad lo había hecho acreedor de incontables elogios. Era snob.  Usaba la camperita de moda, escuchaba la música que estaba de onda, leía lo que había que leer. Pero en otras cosas también se ajustaba a los patrones más difundidos. Soñaba con casarse, tener hijos y una mascota. Meterlos a todos en un auto último modelo y llevarlos a un shoping. Marcos cosechaba los éxitos perecederos de una persona irrelevante. Nunca se había enemistado con nadie y no tenía enemigos. Tenerlos hubiese significado un problema. (Era preferible ser agradable con el hijo de puta más pertinaz, que tener que padecer su inconveniente trato.) Pero Marcos tenía un arma letal cuando quería agradar; una sonrisa ingobernable que le sacaba ventaja a la más simpática.
            René, que vivía en una casa contigua a la de Marcos, desde muy temprana edad frecuentó su simpatía. Era un gran oído para los problemas de René. Le contaba de su fealdad, de su tristeza, de su madre, de cosas horribles, de Boca. Su vecino lo escuchaba en silencio, y sin agregar nada, dejaba que agotara su discurso, para luego despedirlo con esa encantadora sonrisa, siempre idéntica.

            Tomás era otro de los amigos de René. Homosexual, sólo él conocía su condición. Soñaba con ser un caballero de la orden de los templarios y marchar hacia oriente con una hueste de caballeros. Saquear algunas ciudades, sitiar otras, permanecer en esa hueste durante largos años, y a falta de mujeres, que se lo terminaran sodomizando sus mismos compañeros, también los caballos. Pero los hechos de su vida real distaban mucho de sus sueños, y había procurado que esa distancia se incrementara progresivamente. Era casado y tenía un hijo. Odiaba a su mujer y sentía indiferencia por el pibe. No obstante, tanto en su vida privada como pública, fingía unos lazos familiares construidos con el mayor de los afectos. Incrementó su hogar con un auto y una mascota. Pero no le gustaba ninguna de las dos cosas: a Tomás le gustaba Marcos, el de la sonrisa ingobernable..

(Marcos, y especialmete Tomas, humillan progresivamente a Rene.) (Rene es casi empujado a violar a  Mariana. Mariana es una alegoría.)

Acceder al cuerpo de Mariana era imposible, inalcanzable. Rene lo sufría.

Entonces la violó incansablemente por el término de dos horas. (si paró a las dos horas no fue porque estaba cansado, sino porque estaba satisfecho.) La miró. Medio viva y medio muerta  al costado del camino. La belleza no la había abandonado. Incluso estaba más sensual, con la bombacha caída y las lágrimas que bañaban su larga cabellera. Pensó en su pasado, en sus amigos. Recordó las sabias palabras de Víctor. Evaluó el futuro, y  casi por instinto, acarició el revolver. Se sintió mal. El futuro ya estaba consumado. Había entrado en Mariana, eso eras todo un logro, irrepetible, irrefutable. Hay acciones que no diferir mucho de colgar un teléfono. Sacó el revolver y escuchó los gemidos de Mariana. Era tan linda, tan joven. Quizás no merecía todo eso. Volvió a mirar el revolver. Se lo apoyó en la cabeza y terminó con sus veinte años.

A los nueve meses Marta parió un culito. La vergüenza fue más poderosa que el amor {Mariana mata a su hijo.} Le dieron veinte años de prisión.

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