EL PUENTE IMPOSIBLE.
El trato con un amigo arquitecto me familiarizó con los edificios y construcciones de la ciudad, con aquellas cosas que conocía o creía conocer desde pequeño. Aprendí a mirar. Con el tiempo fui refinando esta capacidad que nunca había explorado. Llegué al colmo del refinamiento cuando empecé a ver construcciones que nunca habían existido.
Parado en 9 de Julio y México contemplo las dos diagonales. Una me lleva a la plaza de Mayo y la otra a la de los dos congresos. Fueron dibujadas en un papel allá por el año treinta y eran el natural complemento urbano de las diagonales que hoy están en el centro. La diferencia es que estas otras diagonales no están. Tuve la visión un día que caminaba por diagonal sur. Como toda persona de carne y hueso al llegar a la altura de Belgrano tuve que doblar porque Belgrano es su fin. Pero mi mente siguió de largo y notó que ese no podía ser el término natural de la avenida. Diagonal sur tenía que llegar hasta la 9 de julio a la altura de México. Amparado en la imaginación arriesgué otra diagonal que me llevaría desde esa esquina hasta la plaza de los dos congresos. El tiempo y los libros me demostraron que era así. Era más que así: aquellos que dibujaron en un papel allá por el año treinta idearon un centro porteño a imagen y semejanza del que existe en La Plata, lleno de diagonales y perspectivas. Pero mi imaginación siguió dibujando y admitió que no es posible una perspectiva imponente sobre 9 de julio y México sin que alguien la aproveche para emplazar un monumento. Monumento que, como el obelisco, estaría llamado a ser un referente de la ciudad por el peso de su ubicación más que por sus lineamientos.
En lo que hace a monumentos destaca la ausencia de los monumentos que flanquean las rampas del congreso de la nación. Allí están las bases sobre las cuales descansan los monumentos que no están. Pero mientras que otros no ven nada yo veo el colmo de la sutileza. Un monumento que conmemora a la imaginación, a los otros monumentos, al pasado o al latrocinio. En fin, una obra de arte de infinitas posibilidades que le rinde tributo a todo tipo de ausencia. No obstante, la realidad es otra. Una revista dio por tierra con mi fantasía, o al menos eso fue lo que pretendió. Lola Mora había realizado dos estatuas que iban a ser consagradas en ese lugar. Las autoridades juzgaron pornográficas o poco adecuadas las figuras para un edificio que dirime tan altos asuntos. Hoy, gracias a la imbecilidad, mi fantasía se recrea cada vez que paso por el congreso.
Alguna vez tuve, como vimos, algún informe sobre lo que precede. Pero hay un caso del que nunca escuché una sola palabra Un tema tabú.
A una cuadra de la Av. Libertador, por la calle Maipú, hay dos escuelas. Una privada .La otra pública. Si usted se para a las cinco de la tarde en una esquina de Maipú (la que da a Retiro) verá una procesión de chicos de piel oscura. Van acompañados de sus madres, bolivianas o paraguayas en su mayor parte. Ellas hablan bajo. Casi no se las escucha. Parece como si pidieran permiso para circular por un país que no es el suyo. Sus hijos son argentinos, no importa donde nacieron. Ellos gritan. Los chicos son todos iguales.
Mentira. Los chicos no son todos iguales. Si usted eligió la otra esquina (la de Basavilbaso) a la misma hora verá pasar chicos blancos, muchos de ellos rubios. Acaban de bajar la bandera como en la escuela vecina. Despidieron a la maestra como en la escuela vecina. Pero no van hacia la Av. Libertador (hacia la villa.) Vuelven en otra dirección, a sus casas opulentas. Y van de la mano con una boliviana, igual que en la escuela vecina.
En Retiro hay clase alta y clase baja. Como suele pasar en los pueblos, la vía divide las clases sociales. Pero en la gran ciudad esa separación la realizan tres ferrocarriles y un total de veinte vías aproximadamente. Esta división es tan impresionante como el abismo que separa a ambos estamentos.
En la Av. Libertador y 9 de julio, al pié de un lujoso hotel, verá que se eleva majestuosa la autopista que cruza los veinte rieles. A su lado hay un precario puente de hierro que vuela sobre la avenida. No va más allá. Muere en la vereda opuesta. Cuando lo vi por primera vez me pregunté por qué no llevaban el puente hasta la villa. El interrogante es más perturbador por el hecho de que nadie cruza el puente y los villeros lo cruzarían con tanta asiduidad que un puente de hierro no los soportaría. Yo me los imaginé cruzando el puente. Eran los únicos que lo cruzaban (la villa no es hospitalaria)
Pasaron los años y el puente continuó así; precario. Tuve una certeza. Para resolver el enigma tenía que pensar como los constructores del puente de hierro. Era evidente que ellos no querían a los villeros de este lado de la ciudad. Seguí adelante y tuve una iluminación. Ellos también debían pensar en detalles urbanos que no existían. Ellos veían un parque o un shoping donde yo solo veía una villa. E iban a persistir con su puentecito de hierro hasta que la realidad sea razonable. A mí me parecía anormal que el puente no existiera. A ellos les parecía anormal que el parque sea una villa.
Sopesé los argumentos y la balanza se inclinó por ellos. El puente es imposible. Razones sobran. Hay un ejercito de progresistas estúpidos que se llena la boca hablando boludeses. Jamás escuché un solo argumento a favor de la construcción del puente. Si se llegara a construir (y esto es ficción) las clases alta y media harían piquete para que no pasen los villeros. El puente va a continuar imposible. Incluso si eso supone un obstáculo para la boliviana que se acerca cada mañana para tocar el timbre y llevarles los hijos a la escuela.
Nota: Quiero informarle al lector que hay muchas bolivianas o paraguayas o argentinas que trabajan llevando a la escuela hijos ajenos y dejando a sus propios hijos ir solos. Yo los he visto cruzar cada mañana un sinfín de rieles, muchos de ellos electrificados.
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