El lado bueno de la deportación, la segregación y el exterminio
Siempre pensé que ser malo es ser poco inteligente. Y cuando digo maldad no me refiero solamente a esa maldad pornográfica de tan obvia que es, como la impartida por violadores de menores o asesinos seriales. Me refiero también a la maldad larvada que se esconde detrás de parámetros socialmente aceptables, como el que incentiva la difusión de ideas torcidas, del que medra con el dolor ajeno, del que legisla con la ley de su clase social, del que aporta a alguna catástrofe por beneficiar a su sector o a su credo. Y también me refiero a esas cosas individuales: la envidia es una forma de maldad, la avaricia es una forma de maldad, la cólera – incluso la justificada – es una forma de maldad. Pero en cualquiera de sus formas la maldad siempre termina damnificando al malo, que es poco inteligente para darse cuenta de tan obvia cosa.
Pero la mala predisposición hacia nuestros congéneres también tiene su lado positivo. Cito tres casos emblemáticos que coseché con algo de apuro.
Deportación: La deportación de los mozárabes de los reinos de taifas o la de alemanes judíos a Estados Unidos, significó una fuga de cerebros para los victimarios y un gran estimulo para las víctimas, así como una gran dosis de impulso científico para los estados receptores.
Segregación: Es positiva en tanto preserva a la víctima. La formación gethos, barrios cerrados, sólo estimula la endogamia, y por eso mismo, la reproducción del “indeseable”.
Exterminio: El exterminio sólo puede ser de grado, nunca total. E incrementa el número de mártires entre las víctimas. Estos últimos siempre tienen buena prensa.
Octubre 2008
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