Algunas anotaciones sobre bibliotecas.
Los olores de una biblioteca. Los que frecuentan la biblioteca del congreso saben que se trata de la biblioteca de la demagogia. Cuando cae la noche sus puertas no se cierran. Están abiertas las veinticuatro horas. En los meses de invierno, los cirujas de la plaza aceptan la tácita invitación, y duermen entre los libros. Si a usted se le ocurre adelantar sus lecturas en una biblioteca, postergando el sueño para otro momento, tendrá que visitar la biblioteca del congreso y, sabe una cosa, trate de llevar barbijo porque el olor de estos tipos es insoportable, de novela. El colmo de la demagogia se da cuando sale el sol. Un breve desayuno es ofrecido a todos los presentes. Es por eso que a esa hora se hacen presente multitudes, multitudes entusiastas que franquean las puertas y arman una fila caótica en la que todos pretenden ocupar el lugar del que está adelante.
Un oasis dentro de la gran ciudad. El acceso a la biblioteca del maestro impone respeto. Hay policías que revisan bolsos, máquinas para detectar libros que salen sin permiso, algunos docentes y un bibliotecario. Bueno, esto en realidad no es tan así: los policías revisan los bolsos sin abrirlos, las máquinas no andan y los docentes están esperando que llegue fin de mes. No obstante, si los policías y las máquinas se ocupan mal de los que salen, el bibliotecario que este de turno se ocupa soberanamente bien de los que entran. Si un adolescente intenta entrar con más de un amigo, o hablando en voz alta, el bibliotecario le pregunta si es maestro. El adolescente, que ante esta pregunta mordaz se siente mareado, responde que él es estudiante. El otro le explica que esa es la biblioteca del maestro, no del estudiante. Cuando el que se presenta ante la puerta está muy mal vestido, la iniciativa de expulsarlo parte espontáneamente de los policías. Si el que se presenta tiene tos ingobernable__ que siempre es un desconocido, porque el que concurre habitualmente a esa biblioteca no se va a presentar con tos__ en ese caso el sujeto es persuadido de las ventajas que tiene si no entra, ya sea por el uso de la razón o por la insinuación de la fuerza. Por supuesto que yo apruebo todas estas prácticas. Es la mejor biblioteca. Es un oasis dentro de la gran ciudad. Y, lo mejor, es que la cantidad de volúmenes es enorme.
La gran ciudad dentro del oasis. A pocos pasos de la plaza de mayo se ubica el edificio de La prensa, el otrora gran diario argentino. En su sótano se encuentra la biblioteca. Su condición subterránea la aparta del intenso ruido del centro, aunque se llega a escuchar un suave ronroneo de los trenes de la línea A, que no hacen más que incrementar la sensación de misterio y lejanía. Los estantes, de una madera de calidad tal que hasta el ignorante en ebanistería queda admirado ante ella, alcanzan una altura prodigiosa Los libros, ostensiblemente viejos, fusionan su olor con el de las maderas, dándole al recinto un encanto de salón decimonónico. Cómodos sillones invitan a apoyar el culo indefinidamente. Viejos, como los libros, son los lectores, que obligan a concentrarse en la lectura a falta de jóvenes bellas. El único inconveniente es que, según me dijeron, “se han perdido” (léase, se han robado) la mitad de los libros. De todas maneras, si usted pretende leer uno, no lo encontrará, pues los catálogos están destruidos. En conclusión, es imposible leer un libro, ya sea que exista o no exista. Si no existe, no podrá dar con él, y si existe, tampoco.
Como el lugar es tan agradable decidí quedarme a leer cualquier cosa. Debió de ser algo bastante anodino porque no recuerdo nada. Lo aparté y saqué una hoja en blanco. Pensé en algún argumento, en algún cuento. Sin embargo, lo único que terminé escribiendo es este artículo que usted ahora lee.
Una biblioteca en las entrañas de la bombonera. ¿Le gusta el fútbol? Es lindo, ¿no?. Cuando era hincha de Boca solía concurrir a la bombonera. Como era socio del club, tenía varios beneficios, pero, como era adolescente, nunca había procurado averiguar cuáles eran esos beneficios. Lo único que quería por aquellos tiempos era poder asistir a los partidos sin tener que sufrir las largas colas para sacar una entrada.
Supe tiempo después que entre los beneficios que no conocía estaba el acceso a la biblioteca del club. Ya no era socio de la institución, pero contaba con unos lindos anteojitos y unos rulos que me habilitaban como intelectual, también me habilitaban las puertas de la biblioteca. Entré como entro en el baño de mi casa, como acostumbro a entrar en todos los lugares donde no puedo; naturalmente, sin miedo, sin pedir permiso. El acceso es por la puerta principal del estadio, junto a las vías. Dos hermosas escaleras en herradura dan un marco excelente para ingresar por ese lugar. Miré de soslayo un cartel que indicaba con qué se podía encontrar uno al final de las escaleras, en el primer piso. Eso le bastó al portero para detener mi marcha. Era de esos tipos que consumen anabólicos, hacen fierros y se visten siempre de remerita; de esos tipos que llegan a ocupar un puesto por saltar mucho sobre un paraavalanchas. De esos tipos que hacen fierros para tener una excusa para bañarse. En fin, de esos tipos que se sienten una hormiga cuando aparece un imbécil con facha de intelectual. Le dije que me dirigía a la biblioteca y que estaba en plan de un trabajo muy importante. Me dejó pasar, e incluso intentó acariciarme.64 Cuando llegué al primer piso encontré un bar con vista al campo de juego. Estaba libre de clientes. Le pregunté al que estaba atendiendo el lugar, (o cuidándolo, quien sabe), si eso alguna vez había sido una biblioteca. Me indicó que la biblioteca quedaba en el otro extremo de un siniestro pasillo que recorría el estadio como un cinturón. Yo le juro, señor lector, que es el pasillo más húmedo, feo y poco frecuentado del país. Era justo lo que uno desea encontrar cuando va en busca de sorpresas.
La biblioteca estaba vacía. Una vieja miraba tele tras un escritorio. La odié de inmediato. A pesar del largo pasillo que los separaba, se me ocurrió que el empleado del bar y ella se debían frecuentar en la intimidad. Se sobresaltó muchísimo al notar que otro humano le hacía compañía. Por motivos que desconozco, lo primero que me dijo fue que el baño quedaba a mi derecha. Cuando se dio cuenta de que lo que yo buscaba era leer, mostró abiertamente su fastidio. Me pidió el carnet de socio. Con mucha respeto, le contesté que no quería molestarla__ léase; que no pretendía que bajara el volumen del televisor__ y, como noté que no sabía escuchar, me perdí en un vago discurso que intentaba justificar mi presencia. No declinó su fastidio, pero renunció a mostrarse hostil al recordar que estaba trabajando.
La biblioteca del club atlético Boca Juniors se encuentra, aunque usted no lo crea, justo debajo de la doce.65 Durante años había saltado sobre su techo. La cantidad de volúmenes es considerable y el estado de los mismos es admirable: uno sospecha que nadie los ha leído. Quizás atente contra su dignidad la similitud de los libros, todos con el lomo azul y oro, y con el escudo de la institución. Es lo más cercano que encontré a una biblioteca perfecta, pero llena de defectos.
Me detuve en varias obras por mucho tiempo. Encontraba dificultades para leer con la noche que se acercaba, y las luces brillaban por su ausencia.__ la vieja mantenía las luces apagadas para que yo decidiera cancelar la lectura.__ Para ganarme su odio seguí leyendo. Me perdí. Recuerdo que estaba aconsejándolo a Séneca para que no perdiera todos sus amigos, cuando escuché a alguien que se aproximaba por el pasillo, silbando. Era el empleado del bar. Me saludó para disimular la sorpresa, pero no era buen simulador. Agaché la cabeza como para seguir leyendo, para ocultar una sonrisa. Inmediatamente cerré el libro. Estaban muy contentos. Tenían una ansiedad tan profunda que se notaba a simple vista, en la penumbra. Por un momento pensé en quedarme. Pero no tenía sentido; era tan fea y estaba tan oscuro que en una de esas me terminaba cogiendo al del bar.
64 No debe haber nada más fácil que franquear las puertas de instituciones públicas, sobre todo cuando hay un portero. Estos cuidan su trabajo con mucho celo. Impedir el acceso de una persona importante por el simple hecho de que no lleve papeles encima que lo acrediten como tal, puede significar la pérdida automática del empleo. Por otra parte, aquel osado que entra en cualquier lado__ por ejemplo en una megafiesta en el hotel Sheraton__ y es descubierto in fraganti por un portero o por la gente de seguridad, puede quedarse tranquilo; si esa gente pone en conocimiento de sus superiores el hecho, se quedan sin trabajo. Todo esto lo aprendí mientras trabajaba en tareas de seguridad y portería.
65 La doce: Sector del estadio de Boca donde se ubican los hinchas homónimos y más radicales, a los que se suele denominar barra brava, que no es otra cosa que un grupo de gente inusualmente cobarde
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