miércoles, 2 de noviembre de 2011

El abuelo. (Cuento infantil para gente grande)

El abuelo.

__ Buenos Aires es muy diferente, m’hija. Te vas a encontrar con gente de todo tipo. Es una ciudad muy peligrosa, y yo no quiero que te pase nada malo, mi amor, mi cielo.
Eleonora levantó los ojos y miró a su abuelo, quizás por última vez. El se quitó los anteojos, sacó un pañuelo y secó el sudor que le inundaba la cara. Gimió un par de veces, y mirándola a los ojos, notó que ella lloraba. Secó las lagrimas de su nieta con el mismo pañuelo y, congestionado por la emoción,  dijo.
__ Llevate el pañuelito—tragó saliva. Luego continuó, intentando hacer menos solemne el momento__ espero que no lo mojes mucho, mi amor.
            Ambos se rieron y quedaron un buen tiempo en silencio.
            Media hora después partieron hacia la estación. El Estrella del norte estaba anunciado para las seis, pero llegaron con dos horas de anticipación. Quién sabe porqué, posiblemente el viejo no quería dilatar más la agonía y sentía que su presencia en la estación apuraba la llegada del tren. (Hay cosas que ni el narrador omnisciente sabe.) No hablaron en esas dos horas. Tampoco lloraron. Cuando sonó la bocina de la locomotora, el corazón de Eleonora tropezó con el de su abuelito. El viejo intuyó que ella le iba a dar un beso, de esos que eran tan lindos, y la interrumpió señalándole los bolsos. 
__ Ah, sí__dijo ella, y apuntó al peón del ferrocarril hasta dónde iban los bolsos, mientras el abuelo, rápidamente y sin que se percatara su nieta, escudriñaba el entorno. Le desagradó encontrar tantas personas en el andén, todos conocidos, como ocurre en los pueblos, todos chusmas. Buenos Aires podía ser más peligroso, pensó, pero uno seguramente vivía la intimidad de su familia sin tantos testigos. Ella, congestionada de emoción, fue tras el último beso. El viejo, sin mirarla, le dio uno en la mejilla, frío, muy frío, casi como rechazándola, y ni siquiera la estrechó entre sus brazos, cosa que solía hacer más que frecuentemente por cosas menos trascendentes, como cuando le manifestaba su amor antes de desearle felices sueños. “Debe tener vergüenza de llorar frente a tantos vecinos”, pensó ella
            El tren se movió y el abuelo dijo más o menos lo mismo que venía repitiendo durante las últimas semanas.
__ Tené cuidado m’hija. Puse en tus dieciséis años todo mi amor. No lo arruines. Recordá que a tu madre no la quería menos__. Ella sacó el pañuelito y lo agitó desde la ventana. Estaba demasiado emocionada como para secarse las lágrimas.

            En la primera estación un hombre muy mayor se sentó frente a ella. No estaba acostumbrada a ver gente  “nueva”, y como el anciano se durmió casi de inmediato, empezó a estudiar sus facciones, un poco para no aburrirse y otro poco por precaución. Parecía tan débil como los años que debía tener. Eso la tranquilizó. Además estaba bien afeitado, y el abuelo siempre decía que quien no se afeita no recibe muchos besos, porque a nadie le gusta pincharse los labios. Eleonora supuso que tenía muchos nietos, y se reprendió por haber pensado mal de él. Ese hombre no era simplemente un anciano, también era un abuelo. Eso lo hacía automáticamente una buena persona a los ojos de Eleonora.
            Cuando ella menos lo esperaba él abrió los ojos. Se sobresaltó, pero el viejo entró en la vigilia únicamente para cambiar de posición su cuerpo y acaso modificar la dirección de algún sueño, que son cosas que  solo los viejos hacen. Eleonora desde entonces tuvo miedo de seguir estudiando a su compañero. Parecía amigable, pero también podía ser porteño y simular dormir. Pasó muchas horas ocupada en estos pensamientos, al tiempo que miraba por la ventanilla. Nunca había viajado en tren y el espectáculo le resultaba sumamente interesante. Pero agotó ese interés prontamente, pues el miedo era más persistente que la infinita llanura, siempre igual. Entonces, como el miedo la recreaba y la llanura no, terminó por simular que miraba por la ventana como si de un atrayente paisaje se tratara, sólo para no mirar al viejo.
            Con el crepúsculo se encendieron las luces del vagón, y poco después la llanura desapareció. Eleonora no podía seguir fingiendo que miraba para afuera. Sintió que el anciano corría con ventaja porque el sí podía seguir fingiendo que dormía. Para empeorar las cosas, una hora después, ocurrió algo habitual, pero que ella desconocía; se apagaron las luces. Eleonora, que había elegido pasar la última noche en compañía de su abuelo, despierta, para brindarle todo su amor, venía arrastrando el sueño como si de vagones se tratase, y aunque puso empeño en evitarlo, se durmió, justo ahora que podía dejar de fingir y dedicar toda su atención al sospechoso vecino.

            El sol le sobrecalentó la cara y se despertó. El viejo la miraba con una leve sonrisa. Parecía un buen hombre, sobre todo porque parpadeaba muy lentamente.
__ ¿Adónde va, m’hija?
            Esa manera de hablar no era de Buenos Aires. Eleonora conocía muchas tonadas de muchos lugares.  Las había escuchado en la estación de su pueblo. Había sido su primera forma de viajar por el país, y la tonada del anciano era del norte, quizás de Salta. Se puso tan contenta que, en lugar de responder a dónde iba ella, le preguntó a él de dónde era, que son faltas que sólo las adolescentes cometen.
___ Soy del norte.__ fue la respuesta inesperada del viejo. Luego insistió__  ¿A dónde se dirige, jovencita?.
            Eleonora, con más ingenuidad que Eva, contó su presente, su futuro inmediato y sus pensamientos más íntimos a aquel que hace un rato era un anciano y ahora volvía a ser un abuelo.
__ Voy a trabajar a la casa de una señora, en Buenos Aires. Dice mi papá que es una buena mujer, aunque es porteña. Sabe una cosa, usted se parece a mi papá.
__  No creo, m’hija, tu papá ha de ser mucho más joven.
__ Mi papá en realidad es mi abuelo. Yo le digo abuelo, pero cuando iba a la escuela él decía que era  mi papá.
__ Yo me llamo Osvaldo, pero podés decirme papá.
__ Si no le molesta, voy a llamarlo “abuelo”, es más familiar para mi. Yo soy Eleonora, pero puede llamarme “m’hija”, estoy acostumbrada. Le contaba: es una suerte que usted no sea porteño. Cuando el tren llegue a Retiro necesito que alguien me ayude a llegar acá.--- Sacó un papelito del bolsillo y se lo tendió al desconocido.__  es la dirección de la señora. Mi abuelo me advirtió que tenga mucho cuidado en ver a quien le paso este papel, pero usted me inspira mucha confianza, es como si se lo pasara a mi abuelo. ¡Ah!, me olvidaba, le prometí que en adelante lo llamaría “abuelo”, aunque abuelo hay uno sólo, como papá, aunque uno ya no lo tenga.
            El viejo, por primera vez en su vida, dudó de su propia integridad moral. Eleonora era tan linda y de carnes tan firmes. Las cosas se podían dar de manera natural, sin forzarlas  Si conquistaba el corazón de ella superaría todas las trabas morales. Aunque conquistar el corazón de esa mocosa no parecía cosa difícil y eso le remordía la conciencia. Era como abusar de la ingenuidad de la muchacha. Pero pensar en su ingenuidad era ser muy egoísta. Había que ponerse en la piel de esa chica. Ella, para ella misma, no era ingenua, y veía en él a un salvador. Pero, también desde la perspectiva de Eleonora, él era como un familiar, y eso atormentaba al señor Osvaldo. Además, él también tenía nietas, y nada le resultaría más desagradable que ver a una de sus nietas noviando con un geronte. Pero, mirado el asunto desde otro lugar, sus nietas nunca harían cosa semejante. Eran chicas bien educadas. Si esta había sido educada mal ya no era culpa de Osvaldo. Y nuevamente le volvió a remorder la conciencia. Era como abusar de su mala educación y, esto era lo peor, demostrar que él también era un mal educado. Sin embargo, la buena y la mala educación son cosas relativas.
__ ¿En qué está pensando, abuelo?
__ ¡¿Qué?!. ¡Ah!, en nada.
__ No me diga que todo este tiempo estuve hablando sola__ dijo con una gran sonrisa__ Estoy segura que pensaba en sus nietos.
__ Sí. En mis nietas más precisamente__ y puso cara de profunda preocupación__ espero que sus novios sean buena gente__ Hizo una pequeña pausa para fingir espontaneidad__ ¿Tenés novio?
__ Si, pero quedó en el pueblo y es muy difícil que lo vuelva a ver.
Eleonora se puso triste y Osvaldo alegre. Pero la tristeza de ella fue efímera y la alegría  de él aumentaba minuto a minuto. Osvaldo sentía que aún tenía un futuro en su vida, y que por lo tanto volvía a ser joven. Con un impulso incontenible, aprovechando la tristeza de Eleonora, le tomó las manos. Y así fue como la tristeza de Eleonora fue efímera.

Después de mucho viajar y de mucho hablar llegaron a Buenos Aires. Él había insistido en hacerle conocer la ciudad. Había estado muchas veces en la capital de la republica, de lo cual se jactaba, jactancia que Eleonora no advertía más que como una virtud digna de aplauso. Como su ingenuidad no tenía fondo, pensó que nadie había más apropiado que Osvaldo para hacerle conocer la inmensa urbe. Era bueno y no era porteño, lo cual ya era mucho. Incluso había otro punto a su favor; él correría con todos los gastos, como pagar el pasaje de un subte, tomar un helado, entrar en un cine, o atender a cualquiera de sus caprichos. Además, para rematar el paseo él se había ofrecido para llevarla hasta la casa de su futura patrona, donde tenía que estar antes de las nueve de la noche. Eleonora ahora sentía que su alegría aumentaba minuto a minuto, a la par de la de Osvaldo, y todavía no habían alcanzado la mitad del día. ¡¡Cuantos minutos de felicidad le esperaba!!
El viejo, que no tenía mucha plata pero la hubiese llegado a fabricar para la ocasión, la invitó a tomar un helado en un exclusivo lugar, a  cien metros de altura, en un piso treinta, con una excelente vista de la ciudad, como para que la conozca de una sola mirada. Ella nunca había estado a semejante altura, nunca había subido a un ascensor, y nunca había probado un helado tan rico. Osvaldo, que ya no tenía ningún tipo de conflicto moral, se decidió a echar fertilizante en el terreno del amor.
__ Estoy muy contento por haberte encontrado en el camino de la vida.__ Osvaldo era lo suficientemente astuto como para rebajar la poesía, digamos, unos cien metros, para que la pueda apreciar Eleonora, pero también para que no pueda reconocer de una sola mirada sus intenciones..
__ Yo también estoy contenta, abuelo___ Dijo ella, previsiblemente, enfatizando la última palabra con cariño.
__ Si no te molesta, preferiría que me llamés Osvaldo.
___ Disculpe, pero yo lo llamo “abuelo’ con mucho afecto, porque lo siento como parte de mi familia.
__ También preferiría que me tutees, como a un amigo.
__ Pero para mí no hay nada como la familia.
            El anciano no sabía si atribuir esas palabras a una resistencia que estaba poniendo la joven como consecuencia lógica de la ansiedad que el no reprimía adecuadamente o a una ingenuidad poco frecuente. Contrariado, se dedicó a hablar de temas altamente superficiales para él, pero hondamente estimulantes para una adolescente, como las propiedades nutritivas del helado y la posibilidad, o no, de que un avión chocara contra el edificio. Notó que ella, a pesar de la advertencia, seguía sin tutearlo y llamándolo “abuelo”
            La chica se distraía mirando por la ventana. Eso no le gustaba al abuelo Osvaldo. Quería, mejor dicho, necesitaba que ella se sienta contenta, y en realidad lo estaba, pero la alegría de la muchacha era consumida por el panorama de la ciudad. Si durante el viaje habia sido protagonista en la vida de Eleonora, ahora era un actor de reparto. Para no terminar siendo un simple extra  decidió llevarla al subterráneo, lugar optimo para evitar distracciones. Además, para hablar tendrían que acercarse mutuamente las caras.

            Estaba maravillada con las escaleras mecánicas y por esos trenes que parecían topos. Abajo habia un mundo de luces y gente. Quizás el ruido era excesivo, pero admirable. Pasaron de una línea de subterráneo a otra incansablemente. Osvaldo, para cuidarla, la tomaba de la mano, que ella misma le ofrecía por precaución, cada vez que subían a una escalera mecánica o ingresaban a uno de esos vagones que cierran la puerta automáticamente. Era como un parque de diversiones para ella, y, al igual que en una montaña rusa, toda la fascinación descansaba en el miedo. Osvaldo pensó que él era la montaña rusa,  y que si a pesar del ruido y los peligros que veía en las escaleras y en las puertas (o precisamente por eso mismo) prefería seguir debajo de la tierra, era posible que prefiriera dormir sepultada entre sus brazos, aunque mas no sea una noche, noche oscura y seductora como la imagen que devuelve la ventana de un subte.
            Él mantuvo los labios muy cerca del oído de ella, y ella  le devolvió la gentileza. Pudo olfatear el olor de una joven que lleva un buen tiempo sin una ducha. Estaba excitado. Sin embargo, no  le dejaba de llamar la atención ciertos recursos poéticos del discurso de Eleonora.
__ Abuelo, hoy pasé por tres ventanas diferentes. Una me mostraba una llanura. Otra me mostraba un enorme poso donde habían construido una ciudad. Y esta es muy parecida a la ceguera. La primera requería paciencia, la segunda exigía que uno se asome para mayor disfrute, a pesar del vértigo, y esta ultima exige que uno no se asome.
__ Las ventanas del subte no están para que uno se asome__ dijo él, por decir algo__, se puede perder la cabeza.
__ Alguna vez se asomó o vio que alguien lo haga, abuelito.
__ No.
__ ¿Entonces cómo sabe?. Quizás, si uno se asoma cuando más oscuro esta, encuentre que afuera hay luz.*
            Osvaldo solo entendía aquello que quería entender. Ahora pensaba que él era la ventana del rascacielos, cuyo vértigo seducía a la muchacha. Para invitarla al cine, se le ocurrió una bonita y ocurrente idea que se ajustaba admirablemente al discurso de su tierna amiguita
__ Ya que tanto te gustan las ventanas, hay una ventana que es exactamente al revés que esta, donde las personas están a oscuras y lo únicos que se ve es a través de la ventana.
__ Usted se debe referir al cine.
            Osvaldo no pudo responder, asustado por esa criatura ingenua pero con ribetes de genialidad. Entonces fue ella la que continuó hablando.
__ Bueno, vamos, abuelo.
            El viejo, súbitamente recompuesto por la iniciativa de la joven, creía tocar el cielo con las manos. Por supuesto que antes de abandonar las profundidades la tomó de la mano al pasar las puertas y al subir por las escaleras (que el se figuraba que iban al cielo), pero esta vez lo hizo con mayor autoridad, confiado en el porvenir. Sin embargo, no olvidaba que Eleonora tenía una deuda con él, y se la recordó con fuerza en cada palabra.
__ Por favor Eleonora, no me llamés más abuelo, soy tu amigo, y quiero llegar a ser el mejor de tus amigos. Si dios quiere, eso que llaman amigo íntimo.
__ Pero para mí la única intimidad es la familia. Y yo deseo de todo corazón que usted llegue a ser mi abuelo, incluso mi padre, que es mucho más que un amigo.
            Osvaldo, desconcertado, hizo una pausa y endureció las palabras.
__ Te voy a decir la verdad, yo no se nada de ventanas que se ven, que no se ven, y qué sé yo. Pero a mí me parece que cuando hablas de familia y de amigos no hablás con franqueza. Es como lo de las ventanas, no entiendo lo que querés decir.
            El esperó la respuesta con los ojos redondos, llenos de expectativa, sin parpadear.
__ Disculpe, abuelo, pero a mí me han educado para tratar así a las personas que quiero.
            Y Osvaldo, sintiéndose querido, abandonó el asunto por un rato.

            Ella eligió la película; una de terror. Era justo lo que quería él. Una vez que se sentaron, Osvaldo la tomó de la mano, pero ella se soltó, y levantando el apoyabrazos que los separaba, se recostó sobre su hombro, aferrando con ambas manos las del anciano, que quedó paralizado por el proceder de la mocosa. Esperaba esa conducta, pero como consecuencia del terror generado por la película, no antes. Aún no se habían apagado las luces y Osvaldo pensó que los otros espectadores se entretenían mirando esa escena que cualquiera que no fuese él calificaría como repugnante. Sutilmente giró la cabeza por sobre el hombro que no ocupaba Eleonora, y comprobó que nadie los miraba, o al menos que simulaban no mirarlos. Ella acarició un par de veces su blanco pelo. Él empezó a transpirar como un cantante de Heavy Metal.
__ Abuelo, acá tiene un pañuelo.
            El viejo se secó la traspiración de la cara con el pañuelo. Sintió vergüenza. Contra todos los pronósticos, ella se acurrucó aún más contra su cuerpo, que ahora estaba todo mojado.
__ Disculpá, nena, estoy hecho una pileta.
__ No es nada. Sólo se trata de lágrimas que despide el cuerpo. Lágrimas de felicidad.
            Pero el señor Osvaldo, que recibió esas palabras con agrado, no estaba en condiciones de pensar demasiado, si es que algo había que pensar. Quiso devolver el pañuelo y ella lo rechazó.
__ Te lo regalo. Es tuyo.
            Cuando las luces se apagaron sintió que para los otros la película debía ser menos interesante que el espectáculo que ellos estaban brindando.  Producto de la vergüenza acumulada recuperó, aunque mas no sea fugazmente, la idea de que existe algo llamado moral.

            La jovencita, muy asustada, corre entre los árboles. Es de noche. Escapa de las fauces de un vampiro, que tiene como base de su dieta a las jovencitas. Entra en una cabaña y obstruye la puerta con un pesado armario que su misma desesperación ayuda a mover. Busca una guarida y elige introducirse en ese mismo mueble. El vampiro tiene mucha fuerza, y nada le cuesta empajar la puerta. Aterrada, sale del armario y, a falta de otra cosa,  se mete debajo de una mesa. El vampiro irrumpe en el interior de la cabaña y sólo se detiene cuando tiene la presa a un metro. Es horrible, al punto que uno adivina que debe despedir un olor pútrido, cosa que las películas nunca logran transmitir. Lo que sí logran transmitir las películas es suspenso, inverosímil muchas veces. Como la de este vampiro, que en lugar de dar el golpe final se detiene ante la víctima, como si el hambre repentinamente cediera su lugar al instinto de verdugo. La jovencita manotea la superficie de la mesa, llena de cosas que no logra ver, aventurando encontrar un arma.  Da con un cuchillo que, rápidamente, introduce en el pecho del agresor, que cae al suelo. No muere, pero su fisonomía va mutando hasta transformarse en un atractivo muchacho, que resulta ser el novio de la jovencita,  que ella creía muerto.

__ Ahora quiero que conozcas mi casa, Eleonora.
__ No es posible, es hora de ir a la casa de la señora. Y usted prometió acompañarme, abuelo.
__ No arruines esta felicidad. La señora que espere. Podés quedarte a dormir en casa, y mañana a la mañana te llevo.
            El viejo no podía ocultar su desesperación. Hablaba en voz alta. Estaban parados en la vereda, uno frente al otro.
__ Usted gana__ dijo ella, contenta de perder.
            La miró con dureza. Violentamente la tomó de los hombros y ella emitió un grito ahogado. Los transeúntes se voltearon para ver, posiblemente para ahorrarse el trabajo de simular.
__ Desde el momento en que pisás mi casa ya no soy ni “abuelo”, ni “usted”, soy Osvaldo, ¿entendiste?
__ Pero es que yo lo quiero mucho y...
__ No me importa el amor que le profesás a tus familiares. El amor que yo siento por vos es de otro tipo.__ Y casi sin darse cuenta agregó__ Eleonora, quiero que seas mi amiga, mi mejor amiga
            Ella intentó tímidamente separarse, pero él la tomaba de los hombros con fuerza. El público evaluaba la posibilidad de intervenir.
__ ¡Soltame! __ Gritó ella. El la soltó.__ Yo quería que usted fuese mi abuelito. Ahora lo está echando todo a perder.
            El viejo recibió la frase “lo esta echando todo a perder” como un proyectil. Sintiendo que se le escapaba la carne, le metió una sonora bofetada. La muchacha tambaleó, pero mantuvo la vertical. La gente miraba. Se elevaron unas voces de protesta. Un señor amenazó con llamar a la policía, y otro amagó intervenir, pero nadie hizo nada.
__ Nunca nadie me pegó, salvo mi abuelo.
            Él apoyó las rodillas en el suelo y le tomó una mano. Rompió a llorar. Parecía que se estaba muriendo, aunque Eleonora (y la gente) no podía precisar si de dolor, de arrepentimiento, de frustración o de qué. ¿Había recuperado la moral? En realidad, Osvaldo estaba empleando el único recurso que le quedaba para no perder la carne. No solo había renunciado a la moral, sino que además, con las rodillas en el suelo, había elegido abandonar la dignidad que lo había mantenido de pié a lo largo de ochenta años.
            Eleonora, que no dejaba de sorprenderlo, dijo.
__ Esta bien. Iré a su casa y seré su amiga.
El se incorporó he intentó abrazarla, pero fue rechazado. Algo había cambiado. Para  no dejar tanta aridez en el terreno, ella le dio un beso en la mejilla, frío, muy frío.

El viejo, sabiéndola ingenua, la llevó a un albergue transitorio, bajo la excusa de que él había decidido vivir sus últimos años en un hotel. Era más cómodo que una casa, al menos para un pobre viejo como él. Para demostrarlo, se tendió en la cama, levantó el teléfono y pidió una café doble para ella. (Si no pidió para él era porque ya había consumido todo su capital.). Eleonora se mostró impresionada por el mobiliario, que consideró lujoso, y por los espejos, que reflejaban su ingenuidad.
__ Querido amigo, ¿puedo pasar al baño?
__ Por su puesto, querida amiga.
            Eleonora se metió en el baño. Demoró. A Osvaldo lo invadió una catarata de pensamientos que no esperaba ni deseaba. Las cosas no se habían dado de manera “natural”. De no haber forzado los acontecimientos propinándole una cachetada, ella no se hubiese aislado en ese cuarto de hotel, junto a un hombre octogenario. Pero esas carnes eran tan firmes, tan jóvenes. Además, sabe lo que hace, y demostró ser bastante inteligente como para improvisar poemas sobre ventanas y lágrimas. Es ingenua, pero lo bastante brillante como para discernir lo que está bien de lo que está mal. Si la acaricio, si la penetro, no podrá negar la evidencia del placer. Pero debo ser realista, me estoy aprovechando de su falta de experiencia. Nada me gustaría que otro viejo procediera así con una de mis nietas  Pero, ¿cómo puedo afirmar que es ingenua? Se muestra bastante desinhibida y muy segura de si misma, al punto de tomar determinaciones con prontitud. Ella sabe lo que hace. Voy a dejar que las cosas se desarrollen naturalmente, que ella elija. Ya no soy su abuelito, soy su amigo, eso aclara las cosas.
__ ¿En qué estaba pensando, Osvaldo?__ Preguntó la muchacha, que volvió del baño con toda la ropa puesta.
__ En vos Eleonora, en vos.
__ Me imaginé que pensaba en sus nietas.
__ No, vos consumís mis pensamientos como el fuego consume la madera.__ Ahora Osvaldo pretendía subir su poesía a la altura de ella, infructuosamente.__ Vení, acostate al lado mío.
            Leonora se acostó junto a él, pero no manifestaba deseos sexuales. Tampoco miedo, afortunadamente para Osvaldo.  Él le tomó ulna mano. Ella la retiró.
__ Usted no es de Salta, usted es porteño, ¿verdad?...
__ Es cierto, mi amor, pero gracias a esa mentira piadosa, pasaste uno de los días más felices de tu vida.
            Decidió acariciarle la cabellera. Ella lo evitó sentándose.
__ la gente de mi pueblo y la gente de Salta no trata de esa manera a los amigos.
            El se sentó he intentó volver a acariciarle la cabellera. Ella abandonó la cama.
__ Pero vos sos mi novia, que es mucho más que una amiga.
__ Yo pensé que era como mi abuelo, y me encuentro con alguien que solo quiere abusar de mi.
            Las palabras “alguien que quiere abusar de mí” se clavaron como un puñal en el alma del anciano, que congestionó de rabia su rostro y saltó de la cama lleno de furia. Le apretó los brazos hasta hacerla gritar de dolor. El viejo tenía una fuerza increíble, seguramente incrementada por la libido. Ella temblaba. Nunca había experimentado tanto miedo. A duras penas pudo decir:
__ Por favor, déjeme ir.
            Él la soltó. La joven, expectante, quedó paralizada en el lugar. Osvaldo buscó algo con la mirada llena. Encontró un pequeño y pesado mueble. Fue hasta él y lo desplazó hasta la puerta, bloqueándola.
__ Ahora no te vas a ningún lado.__ vociferó, muy nervioso por la excitación. Se dirigió a la otra punta. Bajó la persiana y la ventana desapareció.
__ Quiero ver a mi abuelo.__ dijo ella, sin atreverse a levantar la voz, profundamente abatida.
            Llegó hasta la tierna jovencita, y quebrando su resistencia,  la acarició con desesperación. Intentó apoyar sus arrugados labios en los de ella. Eleonora lo escupió en un ojo. Osvaldo, mirándola fijamente como sólo un verdugo sabe, retrocedió un paso, sonrió, llevó su dedo índice hasta el párpado mojado y se lo tragó, demostrándole cuanto le gustaba su saliva. Inmediatamente le hizo estallar una espectacular cachetada. Eleonora cayó al suelo y él se tiró sobre ella. Con mucha fuerza, Osvaldo superó la resistencia de la muchacha y de los botones de su camisa. Logró apoyar sus labios sobre los de Eleonora, pero quería más.
__ ¡Abrí la boca, pendeja, abrí la boca!
            Como se negaba, la tomó de los pelos y golpeó su cabeza sobre la alfombra. No quedó inconsciente por milagro, y accedió al pedido del viejo. Sus lenguas se mezclaron. Eleonora lloraba y pensaba en su familia. Nunca nadie le había metido la lengua en la boca; salvo su abuelo.




* Puede comparar este pasaje con Un balance de la jornada, si así lo desea.

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