viernes, 4 de noviembre de 2011

El muñeco del ventrílocuo.

El muñeco del ventrílocuo.

            Hace cierto tiempo, y aún hoy para mucha gente, ser políglota era casi sinónimo de persona culta, instruida o sabia. Algo así como; “dime cuantos idiomas hablas y te diré cuantos libros has leído.” Ahora las cosas han cambiado. El políglota no pasa por ser un ilustrado, pero cuanta con una herramienta intelectual preciosa. Muchos de nosotros sentimos envidia e impotencia ante estos tipos. Es como si la torre de Babel hubiese sido concluida por el denodado esfuerzo de estos seres privilegiados, que llegan a dominar a la perfección arriba de cinco lenguas.
            Entre estos seres señalados por la fortuna se encuentra Susana Jiménez. Es la prueba más evidente de que se puede ser políglota y, al mismo tiempo, ignorar conocimientos básicos.  Pero la certeza de su ignorancia no hace más que incrementar en mi la envidia que le profeso, enorme. Fue una de las pocas personas que se pudo reír de Lenny Kravitz cuando recientemente vino a nuestro país para castigarnos con su música.             
Si, Lenny Kravitz nos visitó. El negrito, como es de rigor, “ofreció” una conferencia de prensa para promocionar su inminente show. Estaba ataviado como un divo, con los infaltables anteojos de sol, grandes como el mismo astro, quizás porque se considera una estrella. Una asombrosa cantidad de periodistas aguardaba expectante sus predecibles palabras. Bueno, en realidad,  las predecibles palabras del traductor. Como la conferencia se dio para radio y televisión, se imponía la presencia de este individuo. Cuando comenzaron las preguntas se inició la concebida cadena: pregunta en castellano del periodista, traducción de la pregunta, respuesta del convocante, traducción de la respuesta. Todo transcurría a las mil normalidades, y hasta me divertía con esa cadena. No sé por qué, pero al observar al músico y a su traductor me acordé de Chasman y Chirolita. Los traductores siempre mantienen ese bajo perfil expresivo, tanto en la voz como en los gestos. Están ahí para asistir a la estrella, a Chirolita... o a Chita, como en este caso. Sí, todo transcurría a las mil normalidades. La única manera de divertirse era usar la conferencia como excusa para construir alguna historia con la imaginación; por ejemplo la de un hombre que se dedicara a ser ventrílocuo para demostrarle a sus amigos que él también puede ser gracioso. La gente paulatinamente iría olvidando a la persona, ante el inusitado éxito del muñeco. Sólo recordarían a ese hombre una vez muerto, al notar que el muñeco ya no se mueve, ya no habla. He irían por el mundo buscando a la persona que, conocedora del oficio, pudiera ajustar su voz, sus gestos y su humor a los que el muñeco requería, como si se tratase del zapatito de una cenicienta ya muerta. Estaba contento, había creado una hermosa alegoría del INDIVIDUO, con mayúscula, y probablemente de alguna otra cosa que, afortunadamente, se me escapa.
Pero todo volvió a la normalidad. Lenny ya no podía recrear mi mente y me disponía a cambiar de canal cuando una periodista formuló una pregunta interesante. “Que tal si te sacás los anteojos”. Tan rápido como se lo permitió el traductor, Lenny respondió; “¿Y vos que te sacás?”. Casi nadie se rió. Pero cuando su asistente puso en castellano esas palabras, la risa, y hasta la carcajada, se adueñaron del lugar.
Por esa especie de conjura que mantienen los medios nunca nos enteraremos si el show  fue un éxito o un fracaso, en el caso que nos interese. Pero la pregunta queda pendiente  ¿Llegará el día en que nuestro país cuente con muchas Susanas? O, en un nivel más universal e ideal, ¿Llegará el día en que los muñecos hablen por sí mismos, con todo el mundo, y sin contar con el auxilio de otra persona?


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