miércoles, 2 de noviembre de 2011

El tamaño de la capacidad.

El tamaño de la capacidad.

O mais grande do mundo.

            A los doce años conocí Brasil. Como era más ignorante que ahora, pude sorprenderme grandemente. Todavía creía que las cosas eran tal como se las muestra en la Tv. o en las agencias de turismo. Recuerdo cuando el micro hizo escala en Curitiba. La capital del estado de Paraná no existía en mi cabeza. Autopistas, rascacielos, pocas palmeras y ninguna banana.[1] (Si fuese una ciudad argentina sería la segunda.)  Bajamos a desayunar y mi padre compró un diario de San Pablo, que era nuestro primer destino. La tapa mostraba una impresionante imagen del centro de la metrópolis, una de las mayores del mundo y que algún lacayo a popularizado como la Nueva York del sur. Se veía una abigarrado conjunto de rascacielos que eran parcialmente cubiertos por unos negros nubarrones. El título prevenía a la población: “Alerta meteorológico”. [2] Yo, que esperaba el publicitado sol brasileño, ahora me encontraba con esto. Cuando llegamos (cuando anclamos) pude sentir una pasión casi tan grande como cuando años después visité Nueva York. A mi nunca me gustaron las palmeras y las bananas.
            Tocamos San Pablo y pasamos a Río. De Río sabía dos cosas, (mejor dicho, tres); que tenía mar y que tenía un morro con un cristo. (También que, seguramente, esas imágenes no se correspondían con lo que mi imaginación dictaba.) Finalmente, afortunadamente, las cosas se revelaron mucho más grande de lo esperado. Los morros eran más altos, el cristo era más grande, el mar.. el mar era más cálido. El Corcovado, que es cerro o morro donde eligieron clavar el cristo, mide unos 700 metros. Desde arriba se puede contemplar la ciudad no como si uno se encontrara sobre un monte, sino como si uno se hallara sobre un edificio, ya que una de sus laderas cae recta. No sé de otra ciudad millonaria en la cual uno pueda subir a semejante altura y obtener una vista franca de esas características.[3]  Puedo asegurar que casi todas mis expectativas habían fracasado, habían sido superadas y digo “casi” porque mi padre cuidaba la billetera tanto como era de esperar, incluso prevenido en este sentido por muchos hospitalarios y simpáticos lugareños que, dicho sea, también forman parte de este “casi”.
            Entre tanta desmesura, entre tanta grandeza, solo nos restaba visitar el Maracaná, que dejamos para lo último con la certeza de que nos provocaría gran asombro. El estadio es famoso en el mundo entero por ser el más grande del mundo entero. Pero, saben una cosa... el mundo está equivocado.
            Indudablemente se trata de una obra maravillosa. Construido en 1950, en ocasión de la copa del mundo, supo ser el estadio más grande y el de mayor capacidad. Tiene una silueta deslumbrante, futurista,  aún en 2006. Rampas que evacuan gente en pocos minutos, una visera precursora,... un conjunto arquitectónico delicioso. Delicioso sí, pero adjetivos como asombroso o espectacular le quedan grandes. Es chaparrito e insignificante, y como consecuencia, es muy probable que la cabeza del de adelante te impida ver la mitad del partido. (También que te impida apreciar la pretendida espectacularidad del escenario.) Los estadios están pensados para ver un partido, el Maracaná está pensado para ver un estadio. (De hecho eso es lo que publicitan las agencias.)
Nada que ver con el monumental, que lo dobla en tamaño y lo ubica entre los mayores estadios del mundo, aunque esté muy lejos de ser el de mayor capacidad, lo cual se debe a múltiples razones, algunas de las cuales comparte con el de Rio de Janeiro.
Las bocas de acceso a las tribunas superiores restan enormes sectores al público, lo cual no ocurre en el maracaná. Esto se debe a su antigüedad: el estadio de River Plate fue inaugurado en 1938. Pero me gustaría detallar exhaustivamente un hecho significativo que deja ver la diferencia entre ser grande y tener capacidad:
1)                         El año de su inauguración, y por mucho tiempo, el Monumental era una herradura, ya que le faltaba la tribuna que da al río. Su capacidad era de unas 70.000 personas, debido a la ausencia de plateas en los sectores altos. Incluso, en partidos importantes como el recordado encuentro del gol de Grillo a los ingleses, se agregaban gradas de madera en la zona más baja. (Usted habrá notado que la primera fila de asientos se encuentra a cierta altura, lo cual permite, de ser necesario, la adición de varios escalones.)
2)                         En 1958 se le agrega la platea baja que da al río. Entonces la capacidad asciende a unos 100.000 espectadores. (Sin tener en cuenta la adición anterior.)
3)                         En 1978, con motivo del mundial, se termina el estadio después de 40 años. Se le incluye platea en todas sus partes, excepto en las cabeceras altas, y paradójicamente su capacidad desciende escandalosamente a 76.609.
4)                         A partir de fines de los noventa se introduce en los estadios argentinos los llamados “pulmones”, que consisten en amplias franjas vacías de varias tribunas que, habitadas solo por policías, tienen el discutible fin de no mezclar a los hinchas de los diferentes equipos.[4] A esto hay que agregar la división de la cabecera visitante, que también resta espacio, así como la increíble concesión de una parte de la popular local para hacer una pequeña platea. En consecuencia hoy, la capacidad del estadio ha bajado a 65.645 espectadores, 645 de los cuales son policías.
En fin, el estadio Monumental, que es casi el doble que la Bombonera (57.395 espectadores), sólo acepta 8250 personas más que el de su archirival. (En parte porque, al ser redondo, está obligado a tener dos sectores de pulmón.) Por suerte puede tener mayor capacidad ocasionalmente cuando se juega un partido contra un equipo sin hinchada o de tierras lejanas o preferentemente ambas cosas, como el Bolívar de Venezuela.  Lamentablemente nadie esta dispuesto a ir a la cancha bajo esas condiciones.        
           
El ejemplo del faquir.

            San Pablo y Rio de Janeiro son megalópolis, ciudades que superan los 10 millones de habitantes. De las dos ciudades, la que lleva el nombre del santo se encuentra entre las cinco ciudades más grandes del mundo.[5] Más allá de las inclinaciones que puede despertar en nosotros un hecho tan sublime como anómalo, hay que reconocer que se trata de una expresión de la miseria de un país.
            Hasta mediados del siglo XX las ciudades más grandes del mundo (por caso Londres o Nueva York) se encontraban en los países más prósperos y ricos. Por supuesto que había excepciones como Buenos Aires – una ciudad que por entonces insinuaba opulencia – la más grande de lengua castellana y del hemisferio sur. Hoy es distinto, las ciudades más grandes ponen en evidencia la miseria. Sigue habiendo casos excepcionales, como Tokio, como no podía ser de otra manera, pero es un hecho probado que para medir la miseria de una ciudad vasta con medir su índice de crecimiento.[6]
            Ser mexicano es como ser hincha de boca. Lo comprobé mirando uno de esos canales tan exóticos como su numeración (canal 72). La emisora mexicana abre el día con imágenes del D.F. , dando la temperatura y la hora, “de la ciudad más grande del mundo”., cosa que anuncian con orgullo, aunque con algo de desinformación tratándose de un noticiero. Sin embargo no es tan así. Lo que pasa es q1ue no están dispuestos a abandonar el orgullo de un hecho tan extraño. En efecto, estar orgulloso de eso es como estarlo por ser pobre ( o ser la mitad más uno.)
            Pero si de pobreza se trata, podemos informar al lector de la increíble proeza del pueblo de la India. Bombay y Calcuta son dos de las ciudades más grandes del mundo, y parece que están condenadas a ocupar el primer puesto en breve, lo que de seguro debe despertar el orgullo de ese pueblo. Calles abarrotadas de gente, gente que vive en las calles, gente pobre, gente rica, gente más o menos… todo lo que se puede encontrar en una enorme ciudad y a lo cual los porteños no somos ajenos.
Pero el mismo razonamiento que se emplea para los estadios se puede aplicar para las ciudades.  Lo que hace grande a una ciudad es su tamaño, no la cantidad de gente que contiene. La ciudad más habitada del mundo no es la más grande. Tomemos dos casos extremos; Bombay y Los Angeles.
Los Ángeles es la ciudad del automóvil. A tal punto es así que el transporte por metro o ferroviario es irrelevante. Por todos lados se ven autopistas y estacionamientos, gasolineras y lavaautos. Pero lo más elocuente es el lugar en donde habitan estos bichos de cuatro ruedas: en un inmueble llamado cochera, que siempre se encuentra al lado de un hogar donde duerme el carozo que lleva adentro durante el día. Como este bicho es muy veloz es lógico que su ciudad sea grande, lo cual esta agravado por el consumismo de ese humano carozo, que necesita de un inmenso sistema de bienes y servicios disponibles. Gran parte del cemento de Los Ángeles no está destinado a la vivienda sino al consumo. Como en cualquier ciudad del primer mundo la gente tiende a desplazarse permanentemente y a reunirse en lugares públicos que convocan sólo por el mero hecho de serlos. Toda esa muchedumbre demanda una infraestructura saurina (de saurios) con la cual se podrían construir cuatro ciudades del tercer mundo y que, para no colapsar, explota los recursos naturales de modo indolente.[7] Todo esto agiganta la ciudad y sin dudas la ubica entre las primeras del mundo por su tamaño, pero a riesgo de empobrecer el ambiente de ese mundo, que también es el nuestro. 
Bombay no ofende a la naturaleza. Sus habitantes se contentan con poco y no ocupan lugar. Un faquir es feliz con una cama de clavos y un vaso de agua, que puede no ser incolora. Los ingleses han dejado un sistema ferroviario amplio y que se vuelve más obsoleto a medida que sigo escribiendo. La bicicleta es moda y la tracción a sangre (humana) es tradición, como las vacas, que pueden florearse por las principales avenidas sin que el apuro de los ciclistas o de los desvencijados autos sea tan apremiante como para atropellarlas. Bombay ofende a la dignidad humana.[8]
Entre estos dos extremos tendríamos que encontrar un balance. Algo así como una ciudad de clase media. Si las otras son indignas, una por exceso y la otra por defecto, ciudades como Estocolmo o Bruselas serían ideales, pero ya no se trataría de megalópolis sino, comparativamente, de irrisorios pueblitos. Tal vez Buenos Aires esté a mitad de camino de uno y otro ejemplo, con sus bolsones de pobreza y sus bolsones de riqueza

Carrera con relevos.

            Cierta vez un amigo me preguntó si Maradona es más grande que Pelé. Como lo ignoro y como me molesta esa costumbre argentina de emplear el tiempo presente cuando se trata del ex jugador, le devolví la pregunta sin contestar. No vaciló en decir que el argentino era más que el extranjero. La sentencia merecía otra pregunta. Arriesgué:
__  ¿Pero Pelé no maneja ambas piernas y Diego solo la izquierda?
__ Por eso mismo es más grande.__ Contestó__ Todo lo hizo con una sola pierna.
           
La pregunta ¿Cuál es el imperio más grande que ha visto la humanidad requiere una respuesta análoga. En el siglo IV a.c. Alejandro Magno conquistó prácticamente todo el mundo conocido. Magno (grande) es un término nunca mejor aplicado que en este caso. Efectivamente, en lo que a su superficie se refiere, se trataba del imperio mayor hasta ese entonces. Sin embargo, su gran dimensión fue quizás la principal causa de su colapso. La muerte del conquistador significó la disolución de esa gran unidad.
Pasaron algunos siglos antes de la aparición de Roma. El Imperio Romano fue más duradero y eso se debe, entre otras cosas, a la forma en que fue confeccionado. Y es que este imperio fue literalmente tejido. Una vasta red de caminos o vías fueron trazados a lo largo del territorio integrando los lugares más apartados. Un eficaz sistema de correos surcaba estas calzadas llevando las mercaderías y las noticias de aquí para allá. También, con bastante regularidad, las legiones transitaban las vías para disuadir, para aleccionar o lisa y llanamente para amedrentar a los sediciosos. Fueron elocuentes canales por donde también cruzaron, Horacio, Virgilio, Séneca, Lucrecio,  y hasta es probable que ellos mismos. Se trataba de un imperio muy bien atado, y duró lo que tenía que durar.
Mongolia, la región autónoma China que se encuentra inmediatamente al sur y que se conoce como Mongolia interior, así como las regiones administrativas rusas de Buriatos y Calmucos se nos ocurre más remotos que el imperio Romano, pero constituyen el residuo de lo que alguna vez fue el imperio Mongol, el más grande de cuantos haya habido. En su apogeo llegó a abarcar desde Hungría hasta la China, y resulta extraño comprobar que, en plena edad media, parte de Europa integro semejante unidad. Como los mongoles eran medio nómadas solían exagerar el tiempo que pasaban sobre los caballos. Excelentes jinetes, quizás esta virtud les dio cierta ventaja a la hora de atender tremebundo imperio. Contrariamente a los romanos, su mismo nomadismo les permitía ignorar la configuración de caminos o, lo que es igual, hacían el camino por donde los llevaba su voluntad, tarea que sin duda estaba facilitada por la ausencia de desarrollo cultural y de una cantidad significativamente importante de accidentes naturales como selvas o grandes cadenas montañosas.
En los viejos tiempos la unidad de medida para medir distancias era temporal, no espacial. Ir de una ciudad a otra consumía cuatro jornadas, y estamos en condiciones de afirmar que, más que el tiempo, era el caballo la medida de todas las cosas.[9] Gracias a este noble animal todos los imperios que hemos visto fueron capaces de mantener en coito prolongado a muchos pueblos con mayor o menor suerte. Pero, a decir verdad, la empresa nunca supuso tantas dificultades como las que tuvo que enfrentar el imperio incaico, por lejos el mayor imperio que existe o existirá jamás. Veamos.
Hacia principios del siglo XV, no mucho antes de que los caballos llegaran a América, el Inca Yupanqui Pachacutí, partió de la zona de Cuzco y se hizo dueño de un enorme territorio dando nacimiento al famoso imperio. En poco más de una generación sometieron a muchos pueblos, al punto de transmitirles su idioma, el quechua, que todavía persiste como lengua de las regiones más sometidas del continente. Llevaron los confines del imperio hasta abarcar casi todas las latitudes medias de la cordillera de Los Andes. Para asegurar sus dominios construyeron (tejieron) una red de calzadas. La más importante, como es lógico, tomaba la dirección norte-sur, pues estos eran los puntos cardinales más destacados. Una obra de ingeniería magistral que aún hoy se puede ver en algunos sectores. De punta a punta el imperio tenía una extensión de 5.500 km., pero este camino duplicaba esa extensión, pues avanzaba serpenteando entre la montaña.
Ahora bien, ¿quienes son los que avanzaban por estos caminos? Ni más ni menos que hombres, hombres descalzos que se relevaban en puntos preestablecidos luego de una veloz carrera, siempre en subida o en bajada, interminablemente. Hoy, la gente de la región no destaca por su altura. Ayer tampoco, razón por la cual la distancia a recorrer se elevaba. ¿Cómo dudarlo?: en este caso podemos afirmar que el hombre era la medida de todas las cosas. ¿Qué llevaban encima estos hombres para transmitir, por ejemplo, una noticia tan importante como la muerte del emperador desde Quito al Tucumán? Algo muy liviano, que raramente suele pesar: la memoria. Como la distancia entre los puestos de relevo era grande y como podemos estar seguros que no hay costumbre que no se quiera mejorar, la máxima pretensión era cubrir el trayecto tanto en resistencia como en velocidad. Y para eso (no solo para eso) las personas en cuestión solían mover las mandíbulas tanto como las piernas para triturar la coca, el vegetal más apreciado de los incas, el anestésico más popular de todos los tiempos.
Ahora dígame usted, ¿Cuál es el imperio más grande? Tantas limitaciones (una sociedad ágrafa, sin caballos y sin ruedas) no podía sostener tanto imperio por mucho tiempo. Cuando los españoles llegaron los incas estaban en su estadio final y solo le aplicaron el tiro de gracia. Sin embargo, hay que sacarse el sombrero para celebrar los logros de este pueblo que llegó a conquistar todo el mundo conocido (por ellos, claro) al igual que Alejandro;

Le hice llegar a mi amigo las líneas que acaba de leer. Al cabo de una hora me llamó, anulando la distancia que media entre Buenos Aires y La Plata.
__ Entonces estamos de acuerdo__ festejó.__ Diego es el más grande.
__ Con coca cualquiera es un caballo__ respondí.


Nota: No se puede confiar en la memoria. Quería asegurarme que la transliteración de los nombres indígenas estaban escritos con corrección. Recurrí a lo primero que tenía a mano: la Historia Universal Clarín del año... Toda da historia de este tipo comporta un error universal; están ordenadas cronológicamente. Podrían ejecutarse otros ejercicios. Por ejemplo, ordenarlas en contrapunto (lo que pervivía de la antigüedad en el medioevo, y viceversa), según la materia (política, sociología, arte, cartografía, mentalidades.), en el orden de las consecuencias (narrar la historia para atrás), o según lo pertinente (juntar  a todos los pueblos del paleolítico, tanto los trogloditas del auriñaciense como los actuales aborígenes del amazonas...)  Esto último suele darse cuando tratan a los pueblos precolombinos. Los cultos mayas, los isleños Aztecas y los asombrosos Incas son mezclados como si la tiempo y el espacio no existieran. Aunque invariablemente se los ordena cronológicamente,  poco importa que hacia el 900 los Mayas hayan cultivado una compleja escritura, y con un hiato de 500 años le sucedan los Aztecas, que desconocían esa forma de la memoria. Se hacen esfuerzos para vincularlos porque la gente ya los vincula de alguna manera: “son indios” dicen, con acertado criterio. No quiero caer en la inocencia. El fin que persigue toda enciclopedia es la divulgación, y naturalmente, caen en la vulgaridad. Bueno, ¿en qué estaba?...
            Obviamente, apunté a la mitad, que resultó ser el tomo IX.-- en realidad estos pueblos merecerían ser confinados en el tomo II, junto a egipcios y babilonios—y me llevé una sorpresa mayor a la de Pizarro.  Leí con cierta desesperación.

            “El imperio de Huayna Cápac llegó a cubrir 1.000.000 de Km2, por lo que tuvo que alternar su residencia entre Cuzco y la gran ciudad de norte,  Tomebamba.”; (...) “... ampliar más el imperio podía poner el peligro la integridad del mismo imperio, por lo que, a su muerte, lo dividió entre sus dos hijos, Atahualpa (norte) y Huáscar (sur.)”; (...) “El sistema económico se logró gracias a una importante red de caminos.”

Bla, bla, bla, pero de la carencia de ruedas y de animales de locomoción nada Solo al pasar mencionan los beneficios que le reportó al imperio la conquista del pueblo Colla, y por añadidura, el descubrimiento de la llama, un animal que, según parece, tampoco llegaron a aprovechar mucho, quizás porque no resiste cargas mayores, quizás porque los esclavos aprenden más rápido.[10] Por otra parte, grandes elogios se le aplicaba al pueblo Maya, pero del analfabetismo de los Incas ni “a” ¿Tendrán miedo estos historiadores de dejar mal parado al pueblo Inca que deliberadamente pasaron por alto cosas tan importantes? Bueno, para remediar ese temor aporto mi granito de arena. ¿Les habrá fallado la memoria?... Ya lo decía yo; no se puede confiar en la memoria.



[1] Por entonces creía que el fruto de la palmera era la banana. Pero esto era fruto a su vez de las agencias de turismo.
[2] El juego entre los edificios y las nubes es frecuente y tiene la intención de realzar la altura de los edificios. Es efectivo, pero lo que en realidad sucede es que las nubes están bajas.
[3] En agosto de 2001 (sic) estuve en las torres gemelas. Con 410 metros, no eran mucho más bajas que las torres que Cesar Pelli construyó en Kuala Lumpur. La fascinación que nos provoca (que me provocó) las alturas construidas por el hombre puede ser de índole narcisista. Pero innegablemente descansa en el atractivo terreno de los logros humanos. Dios ha realizado montañas más grandes (el monte Olimpo en Marte) y hazañas mucho mayores que las de hacer montes. Nuestras torres de babel pueden ser derribadas por dios (¿Alá?) otros hombres, y, como las explosiones atómicas, guardan un atractivo infinitamente mayor que los cataclismos, los terremotos, las erupciones y todo ese tipo de macanas. (Ver; Stokhausen y las torres gemelas.)
[4] El cometido se logra cumplir, pues en la mayoría de los casos los hinchas no se mezclan. Pero, paradójicamente, este sistema incrementa la violencia. (Me prometo ampliar este tema en otra parte.)
[5] En este caso el “5” no obedece a una falacia ordinal (por ejemplo cuando se dice que Nalbandian está entre los tres primeros tenistas del mundo cuando en realidad es el tercero) sino a que ignoro su ubicación exacta.
[6] En realidad, como siempre pasa, la cosa es mucho más compleja. La Londes de 1900 tenía una miseria semejante al San Pablo del 2000. las ciudades más grandes del orbe siguen guardando una proporción similar de ricos y pobres. Lo que a cambiado es el mundo, no tanto las ciudades grandes. Alberdi acusaba a Sarmiento de errar el blanco cuando oponía civilización a barbarie. Para el pelado la civilización eran las ciudades, preferentemente Buenos Aires. Para Alberdi la civilización estaba expresada en una región, el litoral, el litoral y sus ciudades. El tiempo ha demostrado que Sarmiento estaba errado. Las ciudades del primer mundo se encuentran en la región del primer mundo. También estoy exagerando un poco cuando hablo de la miseria de las actuales megalópolis. Civilización viene de una palabra latina que refiere a lo ciudadano y es evidente que toda gran ciudad es catalizadora de riquezas, aunque en muy diferente grado, de la misma manera que es innegable que las zonas más miserables del globo son aquellas donde las ciudades brillan por su ausencia.
[7] Ver La estrategia del cocodrilo.
[8] Aunque eventualmente puedan ser más felices que nosotros.
[9] El paso del tiempo nos arrojó al estudio del espacio. Increíblemente la unidad de medida más frecuentada en estos temas ha vuelto a ser una unidad de tiempo, el año luz, que, como se sabe, es la distancia que recorre este caballo cósmico en un año. En el mundo contemporáneo siguen existiendo extraños modos de medir distancias. Los musulmanes más recalcitrantes miden según La Luna, su símbolo religioso (Bagdad se encuentra a tantas lunas de aquí). La gente de Estocolmo (ignoro el gentilicio) mide los puntos de su ciudad según tanta cantidad de islas medien entre esos puntos. Los Santiagueños (el gentilicio es argentino) cuentan las distancias por kilómetros, como en Buenos Aires, pero la experiencia me indica que el kilómetro santiagueño excede en tres o cuatro veces el que empleamos acá.
[10] Conocida es la anécdota: Herón de Alejandría se dirigió al faraón de Egipto haciéndole ver las ventajas que podían reportar sus ingenios (inventos, que le dicen ahora), especialmente unas máquinas hidráulicas que aplicarían su fuerza de trabajo. El faraón le contestó: “Herón, eres muy ingenioso, pero ¿qué hacemos con los esclavos?” (Escuché la anécdota muchas veces entre argentinos. Es por eso que quiero hacer notar que en la antigüedad no se usaba el voceo.) Herón existió en el siglo – I, y es probable que haya sido contemporáneo de Cleopatra. Si es ella la que tan inventivamente respondió al ingeniero (o, como se dice ahora; la que tan ingeniosamente respondió al inventor),  tenemos que desterrar de los libros de historia la costumbre romántica de describir a la reina como “brillante” y limitarnos a “encantadora” y “ambiciosa”, como la serpiente.

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