miércoles, 2 de noviembre de 2011

Vergüenza compartida

Vergüenza compartida. (El enano.)

            Es conocida la técnica inventada por los dadaístas y que conocemos como cadáveres exquisitos. Consiste en la invención grupal de un poema en el cual cada integrante del grupo anota un verso con el sólo conocimiento de un verso, el que precede. La verdad es que no les dio muchos frutos este método, exceptuando la democrática idea.
            Si componer de a muchos es difícil, Borges y Bioy Casares, bajo el seudónimo de Busto Domecq, se atrevieron a escribir cuentos en común. El experimento fue un tanto más provechoso que  el de los dadaístas, no obstante, la producción de cada uno de ellos por separado se me antoja infinitamente superior.
            Se de otros que han incurrido en la irresponsable tarea  de imaginar cosas en colaboración, aunque no he tenido el gusto, la motivación, o tal vez la temeridad de encarar esas lecturas. Para salir definitivamente de la duda y confirmar el valor de estos engendros de las letras me propuse escribir – para ser franco, me lo propusieron – un cuento junto a un amigo. Consideré que se trataba de un enorme desafío y no quise evitarlo. Estipulamos lo siguiente: Cada uno escribiría por término de 10 minutos, no tendríamos ningún plan previo e iríamos incluyendo en la trama lo que el otro hubiera anotado. Finalmente sólo escribimos un par de carillas, y el nivel del relato fue casi patético. Como yo estoy más acostumbrado a la escritura, escribí tres cuartas partes. Ese es el motivo por el cual me sentía más responsable del desastre. Aunque debo confesarles algo…
            Algunos meses después del experimento se me dio por leer el resultado. No estaba tan mal. Aquí y allá encontré desastres importantes, como no podía ser de otra manera, pero también había cierto humor absurdo que no frecuento, y al que indudablemente me había llevado mi amigo. El relato no tiene título, y el título es como el nombre propio de toda letra impresa; pero como sin él es como si no existiera, podemos arriesgarnos al menos a un apodo: El Enano. El lector que me sigue podrá sin mayor esfuerzo percibir dónde está mi pluma y dónde la lapicera de mi amigo. Ahora el desafío es de ustedes.

El enano levantó los brazos. Quizás sentía que era un poco más alto, aunque sólo pedía la palabra.
__ ¿El surrealismo tiene algún asidero en lo real?
            El profesor levantó la vista y replicó mordaz:
__ Mirate.
            El enano se encogió de hombros y soportó la risa de la mayoría de sus compañeros una vez más.
            Resulto ser una risa grotesca, una risa de mirada lasciva, adornada con comentarios en forma de murmullo. El profesor festejó la reacción de su público ensayando una pavana, los compañeros del enano rompieron sus palmas en un solo aplauso, estilizándose en una gestualidad amanerada (en el peor de los sentidos) estirando el cuello y abriendo tensamente los ojos.
            Claudio podía ser corto de cuerpo, pero tenía una lengua larga:
__ Váyanse a la mierda.
__ Vos también podés irte a la mierda__ Sugirió alguien.
__ Lamentablemente vamos a llegar antes porque no tenemos las piernas cortas.__ Observó Gaspín, un pibe elegante y alto, para delirio de sus compañeros.
            Claudio se adueñó de su corto cuerpo y, quién sabe si para llegar antes al merdedero, abandonó el aula. Los otros sintieron que se quedaban sin el bufón y que tenían que continuar con la tediosa clase del profesor que, practicando una correcta lectura de la situación, publicó su juicio:
__ Ustedes sabrán disculpar… pero por culpa de este enano de mierda voy a tener que continuar con la clase.
            Todos hicieron un esfuerzo por concentrarse, menos Gándara. Ella estaba enamorada de Lucas y mientras Lucas siguiera concentrado podría seguir espiándolo. Era la única que festejaba la ausencia de Claudio. Su amorcito no era lindo como Richard ni tenía la elegancia de Gaspín, pero tenía un oído muy dispuesto a escuchar todos sus enormes problemas, que no eran otra cosa que bobadas de una niña. En el recreo pensaba hablarle de la hermosa relación que habían construido sus padres, con la esperanza de que él vislumbrara en ella a una verdadera conocedora de las relaciones amorosas. Ya mucho había hablado de lo contrahecho que era Claudio con el deliberado propósito de exaltar indirectamente las virtudes físicas de Lucas, pero esa estrategia se le ocurría demasiado transitada. Estudiaba compulsivamente sus tiempos inquebrantables y admiraba su concentración, digna de la personas suficientemente inteligentes.  Así, Gándara vivía un mundo sin sonido, donde los personajes eran simples merodeadores de su brillante obsesión.
 El profesor bailaba en su clase magistral
__….pero ante todo, ¿hay algún francés en esta sala;  o en su defecto alguien que sepa hablar el francés?….
Tres manos se alzaron tímidas pero rápidamente, el profesor miró a los ojos lentamente a los dos alumnos, deteniéndose inquisitoriamente en el que, con un gesto impetuoso  y desgraciado,  había alzado sus dos brazos
__ Que yo sepa no estamos en un estadio de fútbol,…bueno, debo confesarlo nunca estuve en u estadio de fútbol, pero arriesgaría que en estadio repleto no creo que haya una sola persona que domine el francés, a menos que sea turista. ¿Usted, y perdón por mi indiscreción, es un turista?
 La respuesta del alumno se hacia esperar; es que aturdido todavía no había bajado del todo sus brazos.
__ Mi papá es francés.__ Dijo finalmente Dumont.
            El profesor sintió envidia por el padre del pibe, pero inmediatamente pensó en frecuentarlo. El trato con un francés le daría prestigio frente a sus amigos. Incluso podía humillarlos cancelando esas dilatadas y poco provechosas amistades arrimándose al galo. Seguramente despertaría envidia en ellos y él a su vez se mostraría ofendido por ese bajo sentimiento y tendría la excusa perfecta para no verlos más. Ante todo era conveniente que esos pobres tipos conocieran personalmente al Mesie Dumont. Estaba ocupado en estos pensamientos cuando Claudio se asomó al umbral de la puerta.
__ ¿Qué pasa?__ Balbució, volviendo a la realidad.
__ La directora me dijo que vuelva.
            Contento con su nuevo proyecto, el profesor lo trató sensiblemente mejor que de costumbre:
__ Bueno, sentate. Y tratá de cultivar algún amigo en el grupo.__ Continuó, ensimismado.__ Siempre es bueno hacerse de buenas amistades.__ Y se frotó las manos.
            El timbre sonó y salieron al patio. Gándara se trabó con Lucas. Su madre era muy dulce con su padre. Periódicamente le hacía regalos, que no es cosa habitual en las mujeres. Lo amaba entrañablemente. Hoy un chupetín; mañana un almuerzo en la alcoba: todo muy romántico. Ella había aprendido la lección. Lucas no decía nada, como de costumbre. Gándara agregó que su madre era exquisita, delicada, he inesperadamente notó que los increíbles ojos de su amiguito largaron luz.
__ Lucas, ¿tenés algo para decir?
__ ¿Tu mamá es francesa?
__ Si
 Gándara no sabía mentir, pero pensaba que Lucas no lo notaría porque nunca había desconfiado de su palabra. (En realidad Lucas simplemente no sabía percibir una mentira.)
            El muchacho no sólo era crédulo, también era un arrastrado con cualquier tipo de autoridad, de manera que cuando concluyó el recreo le hizo llegar la noticia al profesor:
__La mamá de Gándara también__ A Lucas le faltaba el aire por los nervios.
 __Qué,…qué decís. Tranquilizate__el profesor zamarreó al imbécil sujetándolo firmemente de los hombros.
 Lucas se contorsionó con un gesto histérico y dijo casi en un lloriqueo
 __La mamá de Gándara también es francesa
__ ¿Estás seguro de lo que decís?
__Si, si profe__ Lucas no resistió más, fijó la vista tensa en los labios de su amado adoctrinador e intentó en forma desesperada besarlo, el espectáculo fue una breve lucha grecorromana amanerada, condimentada `por agudos chillidos. Finalmente, luego de un último y profundo trenzamiento, el profe logró quitarse de encima a Lucas quien (ni hace falta decirlo) había perdido toda compostura, cayendo de bruces al piso.
__ ¿Dumont?__Profirió el profesor, mirando un horizonte imaginario__ Dumont, ese apellido….debí haberlo sospechado…, pero ¿Gándara?…¿Gándara?.
__ Ese debe ser el apellido de su padre, no de su madre__ Dijo el pibe desde el suelo.
__ Claro… debí haberlo sospechado__ Empezó a caminar sin rumbo por el aula. Como no era enano no vió a Claudio y se lo llevó por delante. Saliendo de su ensueño recordó que tenía una pregunta pendiente.__ ¿Para qué te hizo volver la directora?
            Cuando volvió a sonar el timbre todos se dirigieron al salón de actos. Formaron los guardapolvos blancos de menor a mayor, desde el más petiso hasta el más alto. Sin embargo, el primero de la fila de séptimo grado no era Claudio. Como era el Día de la Raza la directora lo había elegido para bajar la bandera. El profesor, casualmente justo al lado de Gándara, se la imaginaba azul, blanca y roja. Dominado por la ansiedad, no esperó a que los otros terminaran de cantar la marsellesa para interpelar a la mocosa.
__ ¿Es verdad que tu mamá es francesa?
            Gándara sabía que sus mentiras tenían patas cortas como las de Claudio, y tampoco podía desconocer que este profesor las iba a ver más fácil que Lucas. Así y todo, en el apuro de contestar algo, afirmó que su madre era francesa.
Es una actitud universal el mentir. La causa de casi todas las mentiras es el miedo. Miedo al ridículo, a la vergüenza, al dolor o, extrañamente, miedo a conocer la verdad. Gándara tenía miedo de perder a Lucas. El profesor le había transmitido involuntariamente, por la misma autoridad que ejerce su profesión, que todo lo que fuera de procedencia francesa era superior. Luego Lucas le había preguntado si su madre era superior… y mintió. Se sabe; sostener una mentira obliga a fabricar otras y, a menos que uno sea un mitómano, eso trae un malestar espiritual en la persona. La segunda mentira es producto del miedo de que se sepa de la primera. La tercera es por miedo que se sepa de la segunda: y así ad infinitud. Pero el miedo más atroz del mentiroso es a que lo descubran. Cuando son dos o tres, la víctima incluso puede confesar su culpa sin demasiada vergüenza, pero cuando se insiste 20 veces con la misma mentira el miedo a ser descubierto gobierna de tal manera al mentiroso que este se ve obligado a mentir irreflexivamente, con torpeza, y en fin de cuentas prefiere quedar expuesto ante los otros como un torpe antes que como un mentiroso. Claro que todo esto es propio de los adultos y no tanto de las niñas como Gándara. Pero por algo se empieza. Para una mocosa insistir dos veces con una mentira es lo mismo que 20 veces para mi o para usted.
__ Decime la verdad__ Insistió incrédulo el profesor.
            Mentir tres veces el mismo día ya era demasiado, y dijo la verdad. El profesor apretó los dientes y soltó un insulto, pero ella, que pensaba que justificando su mentira atenuaría el dolor del docente y el propio, agregó.
__ Es que a mi me gusta Lucas y…__ y contó lo que ya sabemos.
La dejó hablando sola y se aproximó a Lucas,  para asombro de la mocosa.
__ Tengo algo para contarte… Pero primero necesito que me hagas un favor.
__ Lo que quiera.
__ Ya no se puede confiar en nadie… Quiero que me averigües si es verdad que el padre de Dupont es francés.
__ Es francés, él mismo lo dijo.
            Lucas creía en la palabra de la gente. Si alguien le hubiera dicho que él era enano lo hubiera aceptado sin mirarse en el espejo.
Texto inconcluso. Y conviene que así sigua.



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